miércoles, 7 de enero de 2009

VIII. Yo fui un cinéfilo adolescente, y luego llegó lo demás.

He cambiado el tedio insoportable en que se ha convertido Gran Hermano (aunque siempre defenderé el formato) por una revisión de 'Rio Bravo', el clásico de Howard Hawks. Necesitaba una última película en ese mítico salón-comedor que ya nunca volveré a pisar ni para machacarme sentimentalmente con algún cassette antiguo ni para ver cine en el ya maltrecho televisor de la marca Radiola. Faltan pocas horas para que abandone, ya de forma bastante literal, el hogar familiar. Un vuelo a Mumbai me espera y toda una incógnita grandiosa a partir del mismo. No es fácil conciliar el sueño con semejante expectativa; sólo quiero sentarme en el poyete de la ventana de mi cuarto, fumar en la terraza y pasear la mirada desde esa perspectiva única que ya sólo podré visitar en mi imaginación. Como el recuerdo es traicionero, ¿quién sabe qué ruinas quedarán de estos veinticuatro años de cine, pasillos y huevos fritos? Me aterra tanto que me seduce.


Para calmar los ánimos, empezaré hablando de lo atípica que me parece Rio Bravo. Aunque es bien celebrado el planteamiento de un western que apenas alterna dos decorados, lo más radical de la película es el desprecio de Hawks por recrear el clima de insolidaridad del pueblo y su emocionante retrato de la amistad entre John Wayne, Dean Martin y Walter Brennan (lo de Rickie Nelson no acaba de funcionar). Se nos dice desde el principio que el sheriff no cuenta con ningún apoyo de los locales, controlados por el cacique Nathan Burnette, pero tampoco existe una sola escena en la que ese desapego o ese miedo colectivo se materialice a través de una mirada o una acción. Parece que lo importante es ver cómo la poquísima gente con la que cuenta el protagonista se mantiene fiel a unos principios comunes y los defiende hasta el final, a pesar de todas las pruebas que se interponen en su camino (y no físicas, precisamente). Es decir, que Rio Bravo tiene todos los ingredientes del melodrama y toda la masculinidad y la exaltación de la amistad del western clásico en una mezcla que, milagrosamente, funciona. Y mira que el nudo de la película es pausado y se recrea demasiado en la peor subtrama de todas, la romántica. Supongo que ahí está Hawks, haciendo livianas e universales todo tipo de historias, como un buen mago de la narración a la luz de una hoguera. Rio Bravo tiene un guión poco original con grandes deudas de otros clásicos del género y con personajes prácticamente idénticos a los de otras películas del mismo director, pero tiene la virtud (inmejorable) de estar viva. Desde el arranque sin diálogos, en el que la mirada de un soberbio Dean Martin, las precisas apariciones de John Wayne y la elegante puesta en escena de Hawks en el saloon de Burnette dibujan a la perfección la amistad entre los dos personajes principales (auténtico núcleo dramático de la historia), la película se mete tan dentro de los escasos seres humanos que la pueblan y pasa tanto tiempo con ellos y tan poco entre disparos y persecuciones que no deja de estar habitada, constantemente, por la emoción y el dolor. Hay muchas escenas maravillosas. A mí me deja sin habla Walter Brennan, lo reconocible que resulta su entrañable personaje y el insólito beso en la cabeza que le dedica John Wayne, a lo que le sucede un oportuno escobazo. Me encanta haber cerrado todo un ciclo de cine y vida con esta película.


Son muchos los westerns que vi en este sálón. Recuerdo 'Jezebel', de William Wyler, cuando tenía trece años y muchas ganas de verlo todo y de verlo ya. No fue tan impactante para mí el vestido rojo de Bette Davis como su sacrificio final en esa imagen en la que acuna a un moribundo Henry Fonda mientras espera, a un mismo tiempo, el perdón y la muerte. Después empecé a ver el cine en versión original con los subtítulos amarillos del Cine Club de La 2. Así, poco a poco, el salón se fue convirtiendo en mi santuario particular y muchas historias surgieron de aquellas imágenes primeras. Algunas me escandalizaron y otras perpetuaron esa idea ingenua del amor que sigue viviendo en mí y de la que sólo me arrepiento en muy contadas pero dolorosísimas ocasiones. Soy consciente de que me aparté voluntariamente del mundo en una etapa de formación adolescente, pernoctando casi a diario en el salón de la maravilla. Tampoco perdí el tiempo después; seguí viendo cine, sólo que después del calimocho y con el consecuente plus de fascinación que eso conlleva. A continuación vendría la etapa en la que 'Twin Peaks' molaba más con un par de porros, a la que le seguiría la batalla entre vivir la vida y entregársela al cine, pero eso son otras historias. Esto es una celebración de lo que ocurrió aquí, en la casa de mis padres, en mi casa; o, más bien, una despedida a través del cine que me dio alas.
Veo el discurrir del humo a través de la ventana; es la chimenea del edificio de enfrente, ése que me impide recordar el campo, el barro y la gloria de antes. Son más de las cuatro de la mañana y mi casa duerme con la oscuridad en un silencio sólo roto por los latigazos incomprensibles del radiador. Estas cosas pequeñas, como el cigarro que ya estoy saboreando sin haberlo encendido, hacen algo más llevadera una noche inabarcable, desorbitada con recuerdos de cuando era niño, en los que la visión de casi cualquier cosa se correspondía con lo maravilloso, lo insólito. Hoy echo de menos esa visión, aunque soy consciente de que recuperaré parte de esa magia en mis viajes. Pero nada detiene la melancolía de querer ser niño otra vez para dormir de nuevo, con la juventud de tus padres y la riqueza de tus pensamientos, en la más callada de las noches. No hay forma de detener ese torrente. Ni quiero.

Sergio.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Bueno estrenare esto de los comentarios, diciendo que este blog apesta a cine, jajaja yo pense que me iba a encontrar una serie de textos inconexos llenos de odio y violencia, algo asi como los mios pero en fin...

Bueno tio no se cuando leeras esto, si habras llegao a la India o estaras en madrid, o vete a saber. solo te digo una cosa, no te hagas hippie, por favor, que la india conlleva a eso y cosas peores.

Cuidate tio,

Fdo:Uno de los chicos de la calle Lira, el de las bombas.

Elena Garrido dijo...

Señor Anónimo (me gustaba más el otro nombre) a tí lo que te pasa ye que tas apaisanau. Voy date unes osties esti fin de semana que va quedate la ñalgona to coloraona.
Besos.