lunes, 21 de febrero de 2011

195. Kume Mongen (Parte I: Voluntad, Guerra, Sacrificio).




Acaba de concluir el Primer Encuentro por el Buen Vivir “Kume Mongen” en la Comuna de Melipeuco, lo que también marcará para mí el fin o el comienzo del fin de este ciclo. Hoy no puedo hablar mucho de lo que ha pasado porque han sido días de actividad frenética en los que se ha hecho de todo, desde armar comisiones de cocina para alimentar a ciento cincuenta personas hasta desatascar váteres, limpiar suelos, crear lavalozas improvisadas en canchas de fútbol, organizar talleres, robarle leña al vecino… Todo ello será explicado con el esmero que le corresponde.

No puedo explicar con palabras lo feliz y agradecido que me siento. El viaje sigue siendo extremadamente generoso conmigo. ¿Gritaré mi alegría de alguna forma que se me entienda?

Sirva esto para entrar en calor, a la espera de redactar con calma una crónica de estos días algo más alejada de la euforia presente. A continuación, y empezando por el mismo final, el texto que redacté y leí en el acto de clausura:


Para mí, tres conceptos fundamentales atraviesan el Buen Vivir y lo definen con precisión.

1) Voluntad.

Yo quiero ser feliz. Yo quiero cultivar la tierra. Yo quiero que la tierra me cambie y comunicar ese cambio con los demás. Voluntad. Cuando te despiertas, voluntad de dirigir tu pensamiento hacia el acto de despertarse, no hacia la consecuencia de éste. Primero un pie, luego el otro, después la primera imagen borrosa del día, nada de lo que venga después enturbia el momento presente. Lo que ofrece la vida, lo que de verdad ofrece la vida, sólo es accesible a través de la voluntad. Voluntad de calentar agua y de amasar pan a las siete de la mañana. Voluntad para hacer hablar a tu pensamiento, para hacerlo callar tan a menudo como sea necesario, y eso debería ser muy menudo, voluntad para sacar a bailar a otros cuerpos que, como el tuyo, necesitan voluntad o ya la han adquirido. Voluntad para vivir y voluntad para morir en el día del baile. Voluntad es el comienzo de todo y es lo que se siembra aquí, ahora; es el conocimiento, el amor y la confianza en uno mismo, es romper espejos y televisores y desarrollar una arquitectura de cambio con ellos. La voluntad de luchar por un cambio se apaga fácilmente. Tampoco debe tener más constancia de la que tienen el viento o el fuego en sus respectivos empujes. Basta con que sepa surgir y crear cosas en el momento adecuado. Basta con que sepa cantar su energía. ¿Nos une a todos nosotros la voluntad de estar vivos? Si es así, ésa es la casilla de salida. Yo no sé ver otra.

2) Guerra.

Mis manos no sólo son palomas de la paz, mis mejillas no han sido hechas para que el sistema y sus iglesias las abofeteen incansablemente. Ya lo dijo el Jesucristo radical del evangelio según Mateo: yo he venido a traer la guerra. Muy poco se ha hablado de guerra. Yo la temo. En cierto modo es normal, porque hay lemas que nadie quiere rebatir. Uno de ellos es que en la guerra nadie gana y todos pierden, lo cual es mentira. Hay éxito y hay fracaso, volubles, relativos, pero reales en tanto que generan cambios que nos afectan a todos. Muy poco se ha hablado de la violencia. Sí de la violencia que se ha ejercido en el pasado, de la violencia que se ejerce contra nuestros compañeros y contra la gente que amamos. Que nos sea imposible entender el horror no nos libera de él. Nada nos libera de él. Está en todos nosotros. Tal y como yo lo veo, el segundo paso tras adquirir voluntad para vivir es declarar la guerra. La guerra degenera muchos aspectos de la vida acercándolos a o convirtiéndolos en muerte. Pero hay semillas de guerra en todo conflicto, y no hay nada antinatural en que una semilla germine. Yo declaro la guerra a la mercancía por no ayudarme a respetar mi cuerpo y a usar mis manos y a soltar mis cadenas. Yo declaro la guerra a la sociedad en la que vivo porque limitarme a conjurar en su contra es, precisamente, lo que no me gusta de ella. Yo os declaro la guerra a vosotros porque os respeto. La guerra es violenta, pero la violencia es amplia. No tienen por qué caer personas e ideas en un pozo de muerte si es que la desaparición de algo es posible. Entiendo la guerra como acto liberador de energía y de cambio.

3) Sacrificio.

Para unos ya es suficiente sacrificio separar su basura. Yo pienso que hay una confusión extendida entre sacrificio y voluntad. He querido asociar intencionadamente la voluntad al yo, y dejar el sacrificio para la noción de nosotros. Nosotros, una comunidad, el verdadero yo que perseguimos tras reconciliarnos con nuestro ego. El sacrificio no es necesariamente dolor, y de serlo, no es únicamente dolor, porque es el acto que da sentido a todo. Si no puedo sacrificarme por vosotros, no soy yo. Si no puedo encontrar felicidad en una vida de renuncia, no soy yo. El sacrificio es lo que queda bajo el sol tras la voluntad de vivir y la declaración de guerra. Todavía no es el final del camino, pero no sirve de mucho hablar de finales, de modelos escrupulosamente calculados, de comunidades auto-sustentables que todavía no existen, sino de la acción sin la cual nada de eso podría materializarse jamás. La naturaleza extrae de sí misma miles de millones de sacrificios de miel y de sangre. No hay que llorar ni hay que venerar los sacrificios más de lo necesario. Llegará el día en que sean tan cotidianos como lo son para los árboles el fluir constante de vida benigna y maligna en su corteza y en sus ramas. El sacrificio es el acto incansable de entrega, y para mí eso es el buen vivir. Yo no quiero vivir bien. Quiero que todos vivamos bien o que, simplemente, vivamos. No es poco.

He querido compartir esto a modo de conclusión abierta para esta encuentro. Muchas gracias.



Continuará…

viernes, 11 de febrero de 2011

194. Una facultad ausente.




No es la primera vez que aludo a la “deformación profesional” de la que hablaba Ingmar Bergman. Vivir la vida como si ésta fuera una película (y tomarse las películas como si fueran hechos de la vida real) es un indulgencia que comete casi todo creador y consumidor de imágenes. Difícil escapar de ella si el cine no puede disociarse de tu educación sentimental.

Hoy puedo decir que ya he aprendido a relativizar el cine. Entiéndase “cine” como ‘arte’ en todo su esplendor y horror genérico. Mi vida no es el cine. Mi vida es mi vida, y es mi muerte también, que ocurrirá cuando tenga que ocurrir, y eso es todo. Casi nada.

De mis veintiséis años de vida he dedicado a la ficción audiovisual, redondeando, unos veinte; en cuatro de los seis restantes no discriminé el objeto de mi aprendizaje, sólo aprendí (estamos hablando de la más temprana niñez, del paraíso perdido); los otros dos, los últimos dos, han sido un intento de hacer algo parecido a los cuatro primeros con la importante diferencia de que mi voluntad ahora se comporta en parámetros de utilidad. Triste condición la del ser humano. Al querer ser útiles consideramos gran parte de nuestro tiempo como tiempo inútil, tiempo perdido. ¿Qué queda de útil para nosotros, entonces? ¿Qué se puede aprovechar? ¿Todo, nada, un poco? ¿Son los mejores años de mi vida estos seis que se escapan del embrujo del cine y del estudio de sus estructuras? No lo creo. En primer lugar, la vida no es una novela dividida en capítulos, ni un tríptico, ni una película con planteamiento, nudo y desenlace, así que no hay orden implícito en esta búsqueda, no hay sentido, sólo movimiento. CAMBIO. En segundo lugar, los acontecimientos se originan por un curioso choque de voluntad y de suerte, de lo que yo deduzco que todo lo que sucede ha de suceder, para bien o para mal; esto no es sumisión a las fuerzas del destino, sino un diálogo saludable con el porvenir. La conclusión podría formularse tal que:


a) La vida tiene elementos de ilusión (el discurso del arte y del inconsciente) y elementos de realidad (todo lo demás).
b) Ambos son lo mismo. La vida, por tanto, tiene tanto de verdad como de mentira. Descubrir qué porcentaje hay de cada cosa sólo se descubre con la muerte, que es la gran descubridora de las cosas que no tienen ninguna importancia.
c) Lo único que hay que hacer es vivir y después morir. El resto es superfluo.


Con la televisión aprendí a mentir. Sus personajes de ficción eran tan atrayentes que, al no existir en la vida real, creaban una insatisfacción profunda que sólo podía resolverse a través de la negación de la vida ordinaria. Cuando llegaba a clase, decía a todos mis amigos que era amigo de Steve Urkel. Un aura de excepcionalidad crecía en torno a mi persona. ¿Por qué otros senderos alternativos podía discurrir mi vida? Podía inventarme más amigos o más parientes, podía conducir mi vida por derroteros imposibles pintándome un par de alas en la espalda (o tatuándomelas en los tobillos). Podía cambiar las cosas con sólo imaginarlas. Cambiarlas a mejor, pensaba yo. No sabía que el cambio ya opera sin mi intervención directa, y que mis superpoderes no iban a funcionar sin asumir este conocimiento. Tampoco sabía que los personajes de ficción sí son reales, en tanto que existen en la experiencia, y no hay nada que hacer con ellos, sólo dejarlos estar.

Mentir puede ser un oficio muy noble. El cine de ficción puede ser el noble oficio de contar la verdad a través de la mentira. Por eso el buen cine de ficción, la buena televisión de ficción, pueden ser las mejores herramientas de las que disponemos para generar un CAMBIO en la realidad sirviéndonos de sus partes constituyentes (a la postre una sóla): la verdad y la mentira.

En la facultad de Ciencias de la Información te enseñan (y te titulan de acuerdo a) el discurso oficial, es decir, que el cine viene a ser tan estéril y tan irrelevante para el enriquecimiento personal como lo es follar por dinero, y algo sumamente útil para los banqueros, empresarios y cabezas invisibles de corporaciones ya que sin esta propagación encubierta de su ideología no seríamos los esclavos enfermos y deprimidos que somos. Hay que destruir eso. Ahora.




Con el cine aprendí a decir ‘te quiero’ y aprendí a necesitar escucharlo. Con el cine aprendí a decir cosas como ‘Fuiste muy valiente’ o ‘Estoy orgulloso de vosotros’, elogios absolutamente innecesarios, como casi cualquier elogio. (El último pertenece a una etapa de mi vida en la que quería ser actor; mis padres me llevaron a un casting en el que un hombre muy afectado, tras hacerme pasar por unas pruebas basadas en la intencionalidad de la mirada, elogió mis dotes para la comunicación y pidió a mis padres una obscena suma de dinero; éstos se negaron y me condujeron de vuelta a casa, momento que aproveché para cerrar la película que había formado en mi cabeza con una sentencia conciliadora que no hizo más que aumentar la incomodidad en la que todos nos habíamos sumido). A día de hoy, me gustaría limitar mi trabajo con actores en la medida de lo posible; es una ocupación artística que debe renovarse o morir.

Esa ficción que devalúa el sentido del lenguaje a través de fórmulas de consumo devalúa también la belleza del oficio del cine. Uno no debería mirar el cine en busca de consuelo para su tedio, porque no hay un mismo tipo de tedio, por mucho que los capitalistas del cine opinen lo contrario, y todo lo que se obtiene de esa búsqueda es una misma píldora para todos, un mismo entretenimiento para una masa “supuestamente” aquejada de lo mismo. Asomarse al cine debería ser como acudir al oráculo en busca de conocimiento personal, un conocimiento orientado al CAMBIO. Lo mismo diferencia al I Ching (libro de los cambios, sistema profético milenario originario de China) del tarot comercial, ya que uno intenta enseñar al individuo alternativas y caminos por los que orientar su vida, mientras que el otro muestra una sola alternativa, un solo camino.

Con el cine aprendí mucho de cine y muy poco de la vida, aunque con el buen cine, con el cine verdaderamente excepcional, sí que aprendí de ambos. El cine verdaderamente excepcional es el didactismo desnudo y generoso de ‘La batalla de Chile’, de Patricio Guzmán; la valentía del ‘Saló’ de Pasolini y la intuición de su ‘Evangelio según San Mateo’; la sencillez de ‘El árbol de los zuecos’ de Ermanno Olmi; el amor al riesgo y a la locura de ‘Ladoni’, de Artur Aristakisyan; y, por suerte, muchas más cosas, lanzadas desde disntintos puntos del globo a la retina del individuo, solo, bello, poderoso.


"L'albero degli zoccoli" (1978).



Ahora sé qué significa el cine, o al menos creo saberlo, y que me horroricen algunas realidades que intuyo no hacen sino fortalecer la idea que tengo en mis manos.

Hace unos días que anunciaron los nominados a los Oscar de este año, y yo estaba comiendo en casa de Marcelina y vi la noticia en el telediario por casualidad. Es la primera vez que me adelanto a este anuncio. Es la primera vez que no me importa un carajo quién salga vencedor o vencido, y eso que este blog nació haciéndose eco de esas gilipolleces.

Oh, CAMBIO, BENDITO CAMBIO.
Facultad ausente es comprenderte y jugar contigo.


domingo, 6 de febrero de 2011

193. Hoy el tino lo tiene... Violeta Parra.



He tardado mucho en publicar algo sobre esta mujer excepcional. Para muchos no necesitará presentación, pero yo poco conocía sobre ella, y mucho menos sobre su música, sus pinturas, sus tejidos. Algunas de sus canciones más famosas ya las había escuchado en un disco de Mercedes Sosa, y otras, las mejores, esos claroscuros de genio tan arrebatados, los descubrí acá en Chile, donde todos sucumben a mencionar, en mitad de la conversa, algo que ya en su día dijera la Violeta, portavoz indiscutible de su siglo y del pueblo que la vio nacer y morir.

Como ni puedo escribir mucho en este día ni sabría cómo o qué escribir sobre Violeta, lo voy a dejar en una selección personal de temas que a mí, personalmente, me inspiran poderosamente. ‘Volver a los 17’ es una sensible reflexión sobre el amor que yo usaría como contrapunto para alguna escena audiovisual de desgarradora violencia. ‘Maldigo del alto cielo’ es la otra cara de la moneda que Violeta ofrece con ‘Gracias a la vida’ y uno de los cantos más rabiosos que he escuchado nunca junto con ‘Qué he sacado con quererte.’ Posiblemente ese sentir tan desbocado, tan generoso, tan comunitario, es el que la llevó a quitarse la vida. Teorías más melodramáticas apuntan a un mal de amores, pero es más probable que Violeta fuera una víctima de su propia pureza y no de una concreta causa externa.







Mis favoritas son la espléndida sencillez de ‘La jardinera’ y ‘La carta’, que para mí es el ejemplo de canción y el ejemplo de obra de arte inmediata y comprometida con el presente.


sábado, 5 de febrero de 2011

192. Amanita Muscaria (Parte II: la venganza del Capitán Cáñamo).



Volvemos a las plantas que nos dan la vida, nos la quitan y, sobre todo, nos la cambian.

El cáñamo, hierba totémica para generaciones y generaciones de hombres y mujeres que habitan la crisálida del Estado del Bienestar, es mucho más que un simple porro y bastante menos psicoactiva y adictiva de lo que los moralistas creen. Todos han fumado a lo largo de su vida una cantidad mayor o menor de flores, hojas, polen o resina solidificada y prensada (‘hachís’), y su uso ritual, tan devaluado por el morbo de la prohibición y la tontuna de la pubertad, apenas trae ecos de lo que un día significó esta planta, tal vez la más antigua de todas las que han sido utilizadas con fines culturales o religiosos (por lo menos hace seis mil años que se viene dialogando con ella). Para mí era habitual oler el humo del cáñamo quemado en los templos de Siva, en India, puesto que hay una identificación milenaria entre el tercer ojo (puerta por la que se accede a la Visión) del dios y la planta en cuestión. También la usaban, y supongo que la siguen usando, los monjes tibetanos para facilitar la concentración mental, y es un remedio comprobadísimo para agudizar el juicio y la inteligencia. Quien quiera una larga lista de aplicaciones médicas puede aburrirse con la siguiente: útil en el tratamiento del cáncer y el sida, contra las mordeduras de serpiente y el adelgazamiento, contra la lepra y la tuberculosis, contra los dolores de oídos, de cabeza y los partos difíciles, para la garganta, la tos, la fiebre, la diarrea, el paludismo y hasta para cortar la lactancia de las madres cuando ya han amamantado durante mucho tiempo, además de ser un buen astringente y analgésico. Y sí, también te hace estar muy a gustito y tener dulces sueños.

No se puede suprimir el estigma socio-cultural que tiene una planta, así porque sí. Pero nunca está de más contra-informar para no caer en el veneno de la ignorancia y el miedo.

El principio activo del que se extrae la marihuana es el cannabinol o tetrahidrocannabinol, un aceite resinoso que se concentra, principalmente, en las flores de las plantas hembras, aunque las hojas también tienen lo suyo. La variedad Índica es la más alucinatoria de todas (y la que se destina a usos medicinales) y se distingue de la Sativa y otros tipos más comunes en que su planta es baja y piramidal y tiene muchas más hojas que el cáñamo ‘industrial’ (para hacer tejidos con su fibra). Las hembras también son más hojosas que los machos, y más grandes, por si algún día os da por hacer una cosecha improvisada en improbables campiñas vírgenes, de ésas que ya no existen. Se dice que son mejores las plantas no polinizadas y las tempraneras que florecen antes de la llegada del verano. Hay que secar las flores a la sombra y picarlas para una mejor conservación, pero llegados a este punto mucha gente ya sabe qué hacer con ellas. Si uno alcanza la sobredosis tras la inhalación o ingestión de cannabinol debe tomar café caliente y meterse bien abrigado en la cama; al parecer, lo del abrigo es fundamental.

Y sigo citando el libro de Chiti:

“Su uso y tenencia se halla censurada y controlada, salvo algunos oasis de la democracia como Holanda y otros pocos países. En Oriente, por el contrario, no existe tal prohibición, aunque poco a poco el occidentalismo consigue imponer también allí sus pautas dominantes, como lo ha hecho siempre allí donde penetró con sus mecanismos de dominación (religión; medios de difusión masivos: TV, cine, noticias; economía y comercio; apuntalados ciertamente en sus estructuras bélicas).”

El centeno es un cereal sumamente nutritivo (catorce por ciento de proteínas y muchísimo potasio) y un buen laxante cuando se hace pan con la harina extraída de su grano, pero lo que no mucha gente sabe es que el grano o la harina que ha captado humedad por el clima o por añejamiento puede teñirse de color violeta, debido a un hongo que se llama ‘clavíceps purpúrea’ o ‘cornezuelo del centeno’, y que ese cornezuelo contiene alcaloides hasta el punto de ser el alucinógeno más potente que existe, aislado en un laboratorio de Suiza en 1934 y comúnmente llamado ácido lisérgico o LSD. Sólo con una millonésima parte de grano ya es activo, y la dosis letal es de quince miligramos. Muchas comadronas han usado el cornezuelo (se vendía en farmacias hasta mediados del siglo pasado) a lo largo de la historia para acelerar partos y detener hemorragias intensas después del alumbramiento. Ese utilísimo conocimiento popular se perdió (útil, sobre todo, porque el contenido de alcaloides varía mucho de una planta a otra) y de él ya sólo quedan las canciones de los Beatles y crónicas desaforadas y no muy interesantes de la era del flower power. El hongo del centeno puede contaminar también al trigo y a la cebada. De todas formas, si el pan te sale de color violeta, ya sabes…


El pan de la locura.


“El ‘fuego sagrado’ o ‘ignis sacer’ de la Edad Media, y la frase aún usual alusiva al ‘mal de San Vito’ cuando un niño se pone travieso o loco, atestiguan seculares supervivencias en el lenguaje popular que son dignas de estudio, aerca de la naturaleza del ser humano real, concreto, vivencial, y sus incoercibles aspiraciones encaminadas a penetrar en los mundos desconocidos o contrarios a los de la habitualidad irreflexiva.”

Una buena forma de distinguir café adulterado, preparado con semillas de plantas sustitutas, del café real, es observar si el grano tiñe de color el agua, ya que las semillas verdaderas no lo hacen. El café comercial es un atentado contra la salud que, al menos, mantiene despierto y excita la testosterona, razón inconsciente por la que su uso está tan extendido en todo el mundo. Al eliminar el calcio del organismo (como el tabaco), es causa de osteoporosis y por eso mucha gente piensa que las mujeres no deberían beber café.

Las hojas de coca contienen un alcaloide harto famoso, la infame cocaína, una droga bastante vulgar a mi modo de ver. Tal vez haya que aclarar que LA HOJA DE COCA NO ES COCAÍNA, SÓLO ES HOJA DE COCA, QUE, POR OTRA PARTE, ES UNA PLANTA SAGRADA. “Es una aberración típica de la prepotente Europa o EEUU el pretender prohibir a poblaciones enteras de un continente el uso medicinal o religioso de una planta, mientras que esos mismos europeos no prohíben a los indios el uso del alcohol, que es uno de los venenos más malignos y embrutecedores.” Parece ser que Bolivia podrá mascar hoja de coca legalmente, al fin.



La coca es el mejor remedio y el más barato para los dolores de barriga, y también se lo indica para el mal de altura y todas sus nefastas manifestaciones. Hay que apuntar que el consumo frecuente de esta hoja se debe, en parte, a que los indígenas sudamericanos fueron expulsados de sus tierras por los colonizadores, viéndose obligados a vivir y a cultivar tierras a más de tres mil metros de altitud, donde nada crece fácilmente y donde la ausencia de oxígeno es notoria. Hirviendo las hojas en infusión o poniéndolas en la boca para succionar el jugo (no se mascan ni se tragan), el hambre, el frío o el cansancio dejan de afectar a quien ha caído enfermo del mal de altura. Si a las hojas se le agrega un poquito de bicarbonato de sodio, tanto en infusión como en aplicación bucal, esto ayuda a que se liberen todos los principios activos de la planta. Sus efectos euforizantes no dejan de ser leves pero sí estimulan lo suficiente como para hacer más livianas las tareas en las tierras altas de los Andes.

Y como sé que os gustan las recetas de la abuela, ahí va el ‘agua de las Carmelitas’, un estimulante y también un tónico para emociones fuertes y ataques de nervios elaborado y utilizado desde hace siglos a partir de la melisa (o toronjil, en Chile), una hierba maravillosa para combatir el desánimo y la melancolía y un buen sustituto para el café si uno llega a vivir del auto-abastecimiento en un lugar del mundo donde ni el té ni el café se cultiven:

“Se prepara pesando doce gramos de hojas secas de melisa, machacadas en mortero. Cáscara seca de limón: cuatro gramos. Nuez moscada: un gramo. Canela: un gramo. Clavo: un gramo. Se deja en maceración con doscientos centímetros cúbicos de alcohol puro de farmacia (etílico) durante un novenario (nueve días) en frasco de vidrio y a la sombra. Luego se filtra muy bien con embudo y papel de filtro dentro (o algodones en el embudo). Se deja gotear dentro de un frasco y se guarda para tomar a gotas cuando haya necesidad. Dosis máxima: una cucharadita de las de té. Puede agregarse unas gotas a otras tisanas (de poleo, manzanilla, menta).”

La Myrística Fragans o Nuez Moscada era el fruto de los sueños en la India antigua, y sucedáneo de la marihuana para los egipcios. Sus principios activos son la myristicina y la elemicina, causantes de unas alucinaciones y distorsiones espacio-temporales que no he tenido el placer de experimentar. Se consigue fácilmente en cualquier establecimiento y si se la quiere utilizar por el amor a lo psicotrópico o simplemente para tener unas cuantas horas de sexo prolongado (no ya memorable; eso depende de cada uno) se puede ingerir con la comida, en infusión o espolvoreada en vino. Los nativos de Indonesia la fumaban mezclada con tabaco, aunque también se puede esnifar, práctica a la que nunca le encontré la menor gracia ni atractivo. Si uno empieza a sufrir dolores de cabeza es que ha ingerido demasiado, así que no está de más anotar que la dosis máxima es de dos gramos por día.

Es la yerba mate la mejor bebida comunitaria del mundo y no me costó nada caer en su embrujo porque al sabor de un mate compartí las mejores conversaciones y casi todos los momentos memorables de este viaje. El mate es un compañero cuando uno está solo y es un amigo más cuando se toma en reunión. Como aglutinador social no tiene rival, se mire por donde se mire.

Cebo a menudo de acuerdo a unas reglas que no por estrictas son menos lógicas. La temperatura del agua para el mate es de ochenta y dos grados, y a partir de ahí uno se orienta. La razón de esto es que el agua hervida quema la yerba y arruina la mateada, además de hacerla mucho más corta. Yo no le echaría azúcar porque, además de que me gusta más el mate amargo, causa acidez de estómago, pero Doña Marcelina cebaba un buen mate dulce con hojitas de poleo. Toman todos de la misma bombilla y no por ello va nadie a contraer ninguna enfermedad infecciosa, porque la saliva es antiséptica y actúa como bactericida. Millones de personas y cientos de años de tradición indígena no pueden andar tan equivocados.

El mate, además de hacerte mear un montón, es rico en vitamina C y vigoriza mucho excitando el músculo cardíaco, con lo que es un gran estimulante. Para empezar el día viene muy bien porque dispone el físico para la actividad, que por dura que sea se va a hacer más liviana tras una tetera o tetera y media; a media mañana es como maná caído del cielo; después de comer actúa como digestivo suave; a media tarde, no hay nada mejor que hacer que tomar mate y más mate, sentadito en la vereda; y por la noche, descanso, a menos que haga un clima agradable con estrellas y luna, entonces el mate y la conversa tampoco se hacen de rogar. Resultado: cualquier hora del día, de la noche y del resto de tu vida es buena para un mate solo o en compañía.

Dice un proverbio zen que el debe ser “amargo como el Despertar”. Ninguna otra bebida caliente de efecto estimulante (contiene cafeína, teofilina y teobromina) se desconoce tanto como el té, a juzgar por la forma en que lo consume la mayoría de la gente, incluyendo a grandes aficionados de Oriente como los indios. Yo nunca he sido un fanático y mucho menos un conocedor de la hoja de té, pero si probase en algún momento un buen té puede que “despertase”.

El mejor té es el verde, de naturaleza Yin (recomendado para zonas y temporadas cálidas); el té negro es considerado de segunda categoría por los puristas. Tan solo un puñado chico basta para una infusión si la hoja es buena y no se ha mezclado con impurezas. “Un té chino tarda cinco minutos en dar color, y aun así éste es muy claro. Un té occidental cede color fuerte apenas se le echa agua caliente, prueba de que se lo mezcló con colorantes artificiales.” Agua hervida acidifica el té y lo echa a perder. Agregarle azúcar blanca o leche consigue que éstas fermenten en el té y por tanto lo acidifiquen aún más, subiendo el nivel de ácido úrico y de acumulación de líquidos en el cuerpo. Además, se debe beber casi de inmediato, porque a los quince minutos la mayor parte de los principios activos se han esfumado. Para el té hay toda una ceremonia, desde la preparación hasta el consumo, que forma parte de la vivencia creativa del budismo zen, tal vez uno de los legados culturales y medicinales peor entendidos que existen.

“Recientes estudios han demostrado que Té contiene catequinas, sutancias capaces de inhibir los efectos de las radiaciones, tales como el maligno estroncio 90, lo que previene contra el cáncer de médula ósea, leucemia, etc., en las personas que han sufrido dichas radiaciones (en mínima parte al menos, todos las sufrimos ya).”




Por último, hablemos de la “carne de Dios” o, en lengua azteca, Teonanácatl, un grupo de hongos alucinógenos entre los cuales el Psilocybe Mexicana y el Psilocybe Wassonii son las especies más difundidas. Tengo la impresión de que su venta en Europa está bastante extendida, ya que crecen en muchos bosques de pinos del continente, pero son originarios de México y Centroamérica, donde han formado parte del arte ritual indígena y, cómo no, de sus costumbres religiosas. El Teonanácatl es el típico honguillo pequeño, de no más de diez centímetros de altura, marronáceo o parduzco, que crece en la bosta de vaca o de cebú, sobre troncos podridos y, en general, en lugares húmedos. Hay que cosecharlos con mimo y respeto y transportarlos al lugar donde se vayan a consumir en recipientes herméticamente cerrados. Si se van a ingerir frescos son necesarios al menos seis pares (doce hongos, comidos de a dos cada vez) aunque hay casos en los que se toman bastantes más, dependiendo del tamaño que tengan; los hongos desecados contienen más psilocibina y por eso no hace falta tanta cantidad.

La sesión nocturna para curar el alma y el cuerpo con Teonanácatl es muy atmosférica. Ha de estar dirigida por un chamán o chamana que, a la luz de las velas, cuidará de que todos ingieran la proporción correcta, salivando bien y en la disposición anímica apropiada. Cuando uno empieza a tiritar es que ya está a punto de entrar en trance. Se recomienda, en ese momento, cubrirse con mantas y esperar. El chamán entonará oraciones toda la noche para guiar al paciente por su viaje.

“El inframundo y el mundo de la Superrealidad se unifican en el trance, y sería vano explicar las visiones como alteraciones de la noción de espacio y de tiempo, o como alucinaciones sensoriales. ‘Los hongos sagrados me llevan y me traen al mundo donde todo se sabe. Son ellos, los hongos sagrados, los que hablan en una forma que yo puedo entender. Yo les pregunto y ellos me responden…’ dijo María Sabina (una chamana mexicana). Al regresar del viaje se sabe lo que se quería saber, si una enfermedad es curable y cómo, o si no lo es. También se conoce el futuro, y la verdadera importancia relativa de las cosas. Y también se sabe ‘algo más’, que es imposible de explicar con palabras. La mente queda modificada para siempre, aunque serán necesarias varias sesiones (unas cuatro) para poder ‘digerir’ y aceptar el efecto y los cambios que las visiones del otro mundo antrañarán para la vida del que ha sido iniciado.”

Con este recorrido informativo por las plantas curativas que estoy empezando a estudiar sólo he querido ofrecer una visión alternativa y tal vez un poco aséptica sobre drogas y estimulantes de origen natural. No son las únicas hierbas que me interesan, obviamente, pero en este espacio me debo un poco a la comercialidad, a pesar del escaso debate que soy capaz de generar con ella (Lady Ela me envía algún que otro guiño desde su blog paralelo, así que tampoco me quejo).

Beban, degusten, aspiren y aprendan. Salud.

viernes, 4 de febrero de 2011

191. El espejo.



Debo a la vida y obra de Charles Manson y a un libro bienintencionado sobre interculturalidad y ‘buen vivir’ (o sumak kawsay, de acuerdo a los pueblos kichwas ecuatorianos) una idea interesante y escasamente original sobre el ser humano y sus relaciones con otros seres humanos.

Aclaraciones previas sobre la figura de Manson:

a) Su identificación inmediata con el demonio personificado es un invento mediático, una construcción propia de una ficción hollywoodense a la que Manson ha tenido que acostumbrarse; puede que hasta le divierta jugar con esos prejuicios oportunistas, dentro de la diversión que alguien puede extraer del odio ajeno, sobre todo si éste te ha tenido encarcelado toda tu vida. Que Manson, hijo de la depresión norteamericana y a la postre víctima de su sistema judicial y de su hipocresía social, sea el demonio, y Augusto Pinochet (por ejemplo) sólo haya sido un dictador sudamericano, da buena cuenta del sistema de valores de nuestra mal llamada democracia.
b) Nunca se ha probado que Manson haya matado a nadie. Por todos debería ser sabido que nunca tomó parte en la masacre del ocho de agosto de 1969 en casa de Roman Polanski y Sharon Tate, ni tampoco ordenó la misma. Si Manson está en prisión es por un escurridizo supuesto de peligrosidad social, supuesto que al parecer justifica todo y simplifica todo. La triste verdad es que su vida entre rejas se debe únicamente a que lo que Manson “piensa” es altamente nocivo para la psique de su país. Es un preso político y un preso de conciencia. Ni más ni menos.
c) Dicho sea de paso, sus ideas, contaminadas por la embriaguez de la locura y del encierro, son brillantes. También lo es su cultura.
d) Tiene una esvástica tatuada en la baja frente. ¿Y qué? ¿Alguien se ha parado a pensar que ese símbolo tiene miles de años de antigüedad y que no es más que una abstracción del movimiento solar y, por tanto, de la vida sobre la tierra? Y puestos a aceptar la (improbable) hipótesis de que se trate de una manifestación de su simpatía por la ideología nazi, ¿por qué criticar la honestidad de alguien que lleva sus esvásticas por tercer ojo y no al hipócrita que las guarda para sí?





Después de ejercer por un rato de abogado del diablo, nunca mejor dicho, vamos al tema. “El espejo” es central en el discurso egocéntrico / pagano de Manson. Él sabe que la imagen que un espejo te devuelve no es real, ni siquiera una copia perfecta, sino una proyección de nuestra mente en la que basamos gran parte del conocimiento de uno mismo y del amor a uno mismo. Inútil, por tanto, usar ese conocimiento mutilado para relacionarnos y aprender de los demás. Sin embargo, es lo que hacemos. Primero, el espejo. Luego, el mundo.

Todo es un reflejo de otra cosa, una imagen que se mira en otra imagen que se mira en otra imagen y que así va mutando la forma que el yo tiene de percibirse y de mostrarse al resto. La psicosis colectiva en esta pauta de comportamiento es evidente. Yo soy adorador de la iglesia satánica, me miro en el espejo a medianoche y veo en él reflejado a dos personas, a mí mismo y al demonio; la figura del demonio (o de Charles Manson) me gusta más que la de mí mismo (pobre mortal ignorante e incapaz de hacer nada), y en ese momento decido que ése es mi rostro, ése es mi yo. Sucede de esta misma forma con cualquier persona que conocemos, normalmente si ésta es guapa, inteligente, exitosa, acreedora de todo tipo de obsequios que la sociedad concede (no es muy habitual que alguien se identifique conscientemente con el mal, no sé si por suerte o por desgracia). La otra variante es la que elimina al otro porque no encaja con el reflejo de nosotros mismos que nos da el espejo que tenemos colocado frente a los ojos. Ése es el germen del odio, que actúa con una precisión matemática. Si no eres como yo, hay un problema. El odio (y el amor) como producto de un reflejo, de algo que no existe.

Manson, consciente de la legión de seguidores que tiene, entre satánicos, hippies, anarquistas, neonazis e insurgentes de toda condición, decide no prestar ninguna atención ni credibilidad al culto de su persona, tal vez porque la vida (y la muerte) le han enseñado a no confiar en nadie más que en sí mismo, tal vez porque sabe que esa gente no le conoce, no puede llegar a conocerle, no puede echarle más cadáveres a sus espaldas de los que ya tiene. Él se reconoce como una víctima del espejo, pero una víctima que conoce demasiado bien a su verdugo. ¿Lo conocemos nosotros?

Paso a citar uno de los fundamentos del ‘sumak kawsay’, el de ‘reciprocidad’ o equilibrio entre identidad y diferencia, tal y como lo explica Javier Medina en su libro “La vida municipal hacia la vida buena.”


“[…] si cada uno se reconociera como hombre en la parte del otro que es idéntica a sí mismo, las sociedades estarían constituidas por individuos similares; de aquí brota la tendencia a la homogeneización. Por el otro lado, si las sociedades se reconocieran por ser diferentes unas de otras, los hombres serían extranjeros entre sí y hasta enemigos; de aquí brota la tendencia hacia la heterogeneización. Y así, no hay civilización: hay barbarie. Lo humano surge, justamente, cuando un hombre toma en cuenta al otro, en su diferencia, en lugar de ver en él sólo el reflejo de su propia identidad. A hacer esto el hombre adquiere una doble conciencia: la suya y la del otro y de la confrontación de estas dos conciencias nace el sentimiento de un ser superior que es común a los dos: el sentimiento […] de “humanidad”. Por consiguiente, se genera un valor que no existe en la naturaleza; se crea el lazo social, el vínculo interhumano. A esto es que se llama Reciprocidad.”


Es creencia popular que romper un espejo trae siete años de mala suerte. Yo propongo romperlos todos para romper, entre otras cosas, este tipo de creencias absurdas concebidas para el control de las mentes. Sean recíprocos, compañeros.