miércoles, 10 de noviembre de 2010

181. Interrumpo la emisión.



Interrumpo la emisión de 'Miss Kalashnikov' hasta las Navidades próximas, o tal vez un poco antes. La razón por la que no os narraré todas las excelencias y sinsabores de mi vida patagónica es bien sencilla: Alex, del que ya sabéis algo por el post anterior, me ha llamado para trabajar con él durante las próximas seis semanas, tal vez prorrogables por otras seis al término del año, o tal vez no, o tal vez eso no importe ahora. Lo importante es que me voy a vivir y a laburar a un lugar sin electricidad y sin apenas comunicaciones. Y lo bueno es que voy a aprender tantas cosas y voy a estar tan tranquilo que la alegría me sale por las orejas.

Vuestro blog de referencia dejará de hacer gala de su tino habitual por un tiempo, pero eso sólo indica un pequeño alto en el camino, un parón jugoso e inesperado en el discurrir de esta tercera temporada tan traquera. ¿Conseguiré sacar el hacha del tocón algún día? ¿Sembraré con ardil una tierra desconocida? ¿Me sobrepondré al silencio de la noche en el campo y a la ausencia de desvaríos audiovisuales? ¿Me enamoraré de una vaca? Ésta y otras preguntas audaces serán contestadas antes de que el Rey de los Judíos vuelva a nacer en sus pesebres habituales.

Se os echará de menos. Entretanto...



¡Salud!

Sergio. 10/11/10.

domingo, 7 de noviembre de 2010

180. Luz les esclareció.



Me he adelantado al balance anual. Todavía con la alergia al polen en mi nariz y en mi garganta, tranquilo en la incertidumbre de una primavera desapacible (ayer llovió sin descanso pero hoy el sol regala verdes fantásticos en el pasto), quiero relataros con prudencia algunas de las visiones que he tenido esta semana. Ejercitar mi mente desnudándola, a ver qué saco de ello. Y de paso informar a familiares y amigos, sobre todo por petición expresa de los primeros, que todo va estupendamente, que como a mis horas, que cocino cosas ricas con bocha de proteínas y minerales, que me alcanza la plata, y que vivo bien, en resumidas cuentas.

Como creo que he pecado de desorganizado, vamos a empezar por la geografía. Mi lugar de residencia, ahora mismo, es la región patagónica de los lagos, situada en la franja occidental de la provincia de Río Negro y separada de Chile por la cordillera de los Andes, aunque el noroeste de Chubut (inmediatamente al sur de El Bolsón) comparte muchas características geológicas, así como las inmediaciones de la ciudad de Neuquén (al norte). Bariloche es el centro urbano más importante y por ello he intentado evitarlo; por ello y porque es el destino de todos los viajes de fin curso de los argentinos y las argentinas en edades púberes.

Los pueblos que se esparcen al norte y al sur del paralelo cuarenta y dos, a lo largo de valles y a lo ancho de inicios de estepa, gozan (o eso dicen) de un microclima especial que favorece el cultivo. De ahí que mucha gente haya proyectado su futura chacra en algún lugar de los alrededores, con todas las consecuencias positivas y negativas que esto genera. Si nos quedamos con las primeras, El Bolsón y el área al que pertenece es una buena base para aprender principios básicos de agricultura sostenible y economías alternativas. Tal vez no la más original, pero una igualmente válida y que arropa considerablemente a aquél que necesite empezar de cero. Yo, como buen europeo de la era de la información y el desarraigo, me incluyo en ese grupo.

Mi situación actual, como ya adelantaba antes, es incierta. No gasto mucho. Tampoco genero ingresos. Estuve a punto de empezar a trabajar en un camping hasta que tuve la intuición de que eso iba a acabar bastante mal. Las intuiciones no necesitan una justificación racional, por eso son intuiciones, así que no hay mucho más que decir al respecto. A estas alturas muchos ya sabréis que duermo gratis en un albergue muy lindo y a menudo tomado por turistas nacionales e internacionales con buena o mala onda, según luzca el sol. También sabréis que no tengo que currar demasiado para obtener ese privilegio, y que eso me atormenta, porque adoro estar realmente ocupado, y porque tanto la música pseudo-reggae como el gentío y las instalaciones propias de un estructura tan comunitaria no dan mucho pie a la concentración. Eso se traduce en que escribo bastante menos de lo que me gustaría. No hay excusa. Debería poder escribir en cualquier parte. Pero eso es un nuevo conflicto entre teoría y práctica.

A excepción de mis incursiones en montaña y bosque, el mes pasado no dio mucho de sí, pero fue la lenta preparación de lo que me sucede a día de hoy. En muchos aspectos, podría haber sido más perseverante y haber preguntado más y haberme movido más. Hay muchas cosas que siempre se pueden hacer mejor. No obstante, y siendo justos, las ofertas de empleo remunerado no le llueven a un ilegal aun en temporada alta (a la zona todavía le queda un mesecito para empezar a recibir plata del sector turístico). Y hasta hace poco no contemplaba la opción del voluntariado como una posibilidad, tal vez porque lo que realmente quería era ganar dinero rápido y largarme a un sitio más cálido donde pudiera acampar a gusto y gastar menos que en el prohibitivo sur. Bueno… esa percepción de mis necesidades ha cambiado notablemente.

Ahora echemos la vista atrás. Cuando llegué a Australia tuve uno de los momentos más críticos del viaje en tanto que me vi realmente hostigado por las circunstancias. Se hacía cada vez más difícil moverse de la forma en que lo estaba haciendo, y la experiencia india no me había preparado en nada para ese aterrizaje en un Primer Mundo amable y habitable, pero Primer Mundo, al fin y al cabo. Y atascado en una vida de albergue mochilero, no muy distinta a la actual, fui invitado de una hora para otra a introducirme en territorio aborígen, en mitad de una jungla tropical que sólo había llegado a intuir. Y esa misma noche llegaría a un lugar en mitad de la nada, un claro en el bosque, aunque hablar de ‘claro’ cuando mi primera impresión fue la de una oscuridad impenetrable no es muy acertado. Ya entonces os hablé de una ‘visión de futuro’. Aquella visión nació de ver a CJ caminar por el bosque y acariciar con dulzura / severidad el lomo de sus perros. El tono de voz narcótico de su esposa, Helen. El espacio que ambos habían concebido en aquel claro: la cama, el fuego, los libros, la chapa del techo, las lombrices californianas devorando desechos en el retrete externo, las estrellas.



La calma de CJ viene a mi mente
en numerosas ocasiones.


Empecé a darme cuenta de que no sé absolutamente nada.

No sé cortar leña, y soy lento haciendo fuego de ella.
No sé mirar una huerta y distinguir qué es ajo, qué es puerro, qué es papa, qué es zapallo.
No sé aplicar cada tipo de pala a su uso correspondiente.
No sé pescar.
No sé devolver a la tierra lo que he tomado de ella.
No sé hacer pan, ni sidra, ni cerveza.
No sé leer el cielo, los perfiles de la roca o el suelo que piso.

Y al saber tan poco sobre estas cosas, sé aún menos sobre mí mismo porque yo soy todas ellas.

¿Cómo es que separé tan drásticamente mi cabeza de mi cuerpo? Cuando era pequeño, no quería ponerme en peligro o exponerme por nada del mundo (el exhibicionismo intelectual iría en dirección opuesta, se entiende). Así es que nunca aprendí a andar en bicicleta, hasta este año. No tengo un gran equipo conmigo, la verdad sea dicha: mis muñecas son débiles y lo serán siempre y no tengo brazos ni hombros resistentes. Pero tampoco he hecho gran cosa con ellos. Es como si hubiera renunciado a una parte importantísima de la intimidad con uno mismo. Si en vez de ir a una psicóloga hubiese ido a la huerta con mi padre, tal vez hubiera sido distinto. Era la edad de ser tonto y no hay que preocuparse demasiado por los árboles que ya están caídos. Y además, soy consciente de que hay razones bastante más complejas que regían mi comportamiento. Pero ahora ya no hay excusa y tampoco muchas más alternativas, ya que creo que he descubierto lo que quiero para mí mismo y lo que deberían ser las historias que necesito contar. Pero ¡cuánto me queda todavía por aprender para llegar a ello! ¡Y qué extraño camino me ha llevado hasta aquí! (Parafraseo, semi-inconscientemente, el final de ‘Pickpocket’; que Bresson me perdone).

En mi circuito irregular por diversas oportunidades de laburo, remunerado o no, acabé re-conectando con un tipo muy curioso llamado Alex. Me dieron su contacto en el ‘Crisol de Micael’, un centro educativo a las afueras de El Bolsón que sigue las doctrinas de la pedagogía Waldorf y que intenta poner en práctica eso de no alterar el desarrollo natural de la personalidad del niño… en la mayor parte de los casos, una combinación desafortunada de buenas intenciones y una sarta de sandeces. El tal Alex se pasaba por allí para iniciar a los chiquillos en prácticas de responsabilidad medioambiental, y hablamos de esto y de aquello y de su programa de voluntariado en una chacra a orillas del Río Azul. Lamentablemente, no iba a necesitar gente hasta el próximo mes de enero. Pero un buen día me harté de mi inactividad y me presenté allá sin ser oficialmente invitado. Sólo Alex y un bonaerense llamado Fede se afanaban en un campo de trigo en potencia. Nadie más en todo el lugar (hermoso como lo más hermoso que os podáis imaginar; las hojas rojas de los notros chillaban en las laderas). Yo pensé ‘a lo mejor sí que necesitan gente’. Y no sé lo que pensó Alex, porque es un tío muy hermético. Pero con Fede hubo buena onda y puede que nazca algo de ese encuentro tan especial.

Poco después de mi llegada al ‘Valle Pintado’, Alex me invitó a una cantina levantada con barro y estiércol. Allí comimos los tres en un silencio tan ceremonioso que me resultaba incómodo. La bendición del almuerzo resultó ser la apoteosis del día, con un recordatorio adorable hacia el clima, el aire, la tierra, el sol y, finalmente, la vida. Luego los chicos durmieron una siesta de diez minutos mientras yo lavaba los platos y espiaba por los rincones.





Alex no dijo nada, pero dejó abierta la oportunidad de que empiece a trabajar y a aprender de él. Si prefiere no pillarse los dedos conmigo es porque está sujeto a una estructura muy organizada que trae y devuelve voluntarios de muchas partes del mundo. No puedo pretender ir por libre y obtener lo que busco por mi cara bonita, pero tampoco voy a dejar de intentarlo.

Fede y yo tomamos mate y paseamos y hablamos toda la tarde mientras empezaba a lloviznar y el día se recogía en grises. Este buen muchacho con el pelo manchado de tierra tiene veintitrés años, y nunca he conocido a nadie con las ideas tan claras. Es sereno y responsable y consecuente, y además tiene un sentido del humor muy infantil, como si no hubiese perdido la ingenuidad irrecuperable de la niñez. Si os digo que discutimos temas como el rol del artista en la revolución social y la economía del auto-abastecimiento me vais a decir que me vaya a tomar por culo. Suena tópico, ¿no? Chico blanco europeo que pasa por todas las facetas previsibles del viaje (dioses indios y auto-stop incluidos) terminando en una utopía natural que no va a durar ni dos telediarios. Tal vez sí, queridos petreles. Pero tal vez no.

Inútil hablar de lo que puede suceder a continuación. Sólo sé que será lento, como todo en este país. Y que ahora tengo una guía (y no es la Santina… o bueno… un poco sí, que la Santina es mucho).

Ahora que Juan Cruz me habla de compartir una tierra, o incluso de tomarla (en un país donde la toma de tierras está a la orden del día), y ahora que lo aprendido a lo largo del año parece que se concreta en torno a una idea, una suerte de filosofía e incluso un caldo de cultivo para tantas y tantas historias, respiro tranquilo. No sé exactamente por qué, pero respiro tranquilo. Desde que llegué a Argentina, ésta es la primera vez que siento que las cosas están siendo como deberían ser.

Salud.


Sergio. 07/11/10.

sábado, 6 de noviembre de 2010

179. Hoy el tino lo tiene... Sergei Parajanov.



El mejor de los ciclos de cine que me tocó ver en la Filmoteca Española fue el dedicado a los Nuevos Cines de Europa del Este, en el que se habían incluido, felizmente, las dos obras maestras del artista armenio Sergei Parajanov. No creo que las apreciase en su justa medida, pero tampoco se me olvidaron sus imágenes. Ahora me doy cuenta de que eso hubiera sido imposible.

Parajanov, por tanto, no es un descubrimiento actual. Sin embargo, por un azar tan misterioso como irrelevante, me acordé de él hace unos días y busqué sus películas. Tanto ‘Shadows of our forgotten ancestors’ (Ucrania, 1964) como ‘Sayat nova’ (Armenia, 1968) están disponibles en Youtube con una calidad de imagen inusualmente buena (para los estándares de Youtube). No puedo colgarlas aquí en su integridad por problemas varios, pero sí puedo mostraros unas imágenes sueltas y aburriros con tres o cuatro párrafos más.

Sayat nova’ no pretende ser una biografía sobre el poeta-trovador del mismo nombre sino un poema visual y sonoro sin corsés de ningún tipo. Las imágenes poseen una mística turbulenta y piden ser sentidas con la generosidad de un niño. No hay nada que se le parezca, pero su lugar aislado y excepcional en la historia del cine apenas le hace justicia; más que una rara avis es uno de los regalos más bellos que se le haya dado nunca al ser humano. Por eso, entre otras cosas, Parajanov tuvo problemas para seguir dirigiendo cine y sería encarcelado por el régimen soviético seis años después.













La película tal vez esté concebida como una serie de tableaux vivants inspirados en la iconografía ortodoxa, pero lejos de quedarse en el experimento pictórico, Parajanov exprime las posibilidades oníricas del cine y la sencillez narrativa de los rótulos para crear una obra de una lucidez demencial. En ninguna otra película siento que se me está abriendo el paso al interior de una mente, con su arquitectura antojada y sus colores imposibles. De verdad que hay pocas películas en color que tengan tanto poder de sugestión como ‘Sayat nova’.


Shadows of our forgotten ancestors’ se realizó cuatro años antes y de ella puede deducirse una trama sin dificultad. Eso sí, el desarrollo de la historia es de todo menos convencional y al menos su pesimismo se ve hinchado por una exuberancia estética inigualable. No sé cómo habrán podido filmar planos subjetivos de troncos de árbol en plena caída, o el maravilloso plano de la margarita que abre el episodio que viene a continuación. Si ‘Sayat nova’ es rigor y (aparente) estatismo en el uso de la cámara, ‘Shadows…’ es el movimiento más libre, indiferente a las torpezas del entusiasmo, como si fuera la naturaleza misma la que estuviera espiando/filmando todos los acontecimientos.





Para mí no hay nada que supere a Parajanov. Él es el cine en su expresión más absoluta, y una víctima de quienes instrumentalizan el medio audiovisual y el resto de facetas de la vida humana. El documental sobre su vida y obra también anda disponible por ahí y es muy recomendable.

Un abrazo.

martes, 2 de noviembre de 2010

178. El manso.




Caminé por sendero de ripio a orillas del río Manso. No había una sola nube que no estuviese extrañamente vinculada a otra, dibujando un panal blanco en el cielo al que las horas de caminata restaban encanto. Mi incertidumbre también tenía mucho que ver: casi dos meses en este país y nada parecido a un laburo en el horizonte. Sólo nubes y mucha espera. Una espera incómoda de la que hasta hace poco pensaba que no podía extraer nada positivo. Ahora ya sé que no es así. Porque la gente que he conocido ha moldeado mi vivencia de este país hasta convertirla nuevamente en algo íntimo, irrepetible, y que seguramente no podría haber sucedido de otra manera.

El rincón andino que me tocaba inspeccionar (y que podéis intuir en las imágenes) era donde, supuestamente, podría haber entrado a laburar. Se trata de un proyecto de cultivo ecológico que un muchacho presentó al multimillonario Joe Lewis, el discutible y discutido propietario de unas cuantas hectáreas de terreno al norte de El Bolsón. Si sacudes de la mente tus ideas acerca de la privatización de espacios públicos y las escandalosas compras que los ricos hacen de las reservas acuíferas de la Patagonia, el lugar podría llegar a resultar el paraíso para un buen trabajador y un amante de la naturaleza. De hecho, lo es. Pero yo soy un ilegal, un ilegal inquieto en un lugar manso e inabarcable. Y no podían tenerme allí. De nuevo el trabajo en negro es un asunto escurridizo, y yo miro al cielo y sus nubes en El Manso y digo ‘sería realmente bueno que vuestras formas no tuvieran sentido, y aún mejor que Joe Lewis me pagase una película’.




Las huertas de 'El Manso'.
Ian, arriba del todo, hace el saludo peronista.


Este intento fallido de curro estuvo patrocinado por un chaval increíble, ‘una masa’ (como dicen por acá). Habla mucho lunfardo y siempre tiene un ‘boludo’ en la punta de la lengua. Su facilidad para la conversación agota todos los pronósticos, pero aún más interesante es la seriedad huidiza de su rostro, atributo de quien ha vivido mucho en poco tiempo, de quien se mueve habitualmente entre contradicciones. Ian Loiotile (posiblemente el nombre más descomunal que he oído nunca) tiene diecinueve años recién cumplidos, juega al rugby, juega al metegol, bebe Fernet, escucha a Charly García, habla de minas, piensa en voz alta sobre las circunstancias de la vida y luce un tatuaje en el brazo: NO HAY PAREDES. Yo le dije que el punto final a esa frase ya es una pared, no como una crítica a su tatuaje, sino como una apreciación honesta. Él no lo cree así. Y si lo creyera, tampoco pasaría nada. No es una persona que pierda el tiempo arrepintiéndose de cosas porque él va rápido y directo. No es un manso.

A Ian lo conocen como ‘El Facha’. Nótese que ‘facha’ no es ‘facho’ (el término argentino para designar al sujeto de tendencias fascistoides). Uno que tiene ‘facha’ es un tío con percha, atractivo, con un físico llamativo. A Ian le apodaron así por llevar a los entrenamientos de rugby una remera con flores rosas estampadas, la que usaba cuando jugaba en París. Sí, ‘El Facha’ ha corrido mucho para lo joven que es, y no tiene intención de detenerse, aunque sueña con una casa y una chacra donde recostar su cabeza. Ése el sueño comprensible de muchos argentinos, porque la tierra que han heredado estimula ese proyecto de vida. Una casa modesta, una chacra con huerta, un manzano en flor, un perro, un gato que se coma los ratones, y el cielo. El sueño del manso y del que quiere serlo.

El señor Loiotile no podía dejarme indiferente y por eso le dedico este episodio. Fue en parte gracias a él que me quedé más tiempo del previsto en El Bolsón. Preparaba mate con Emiliano en la cocina del Refugio Patagónico y empezó a referirse a mí como ‘el gallego’ (algo que nunca me ha molestado, aunque otros españoles en estas tierras se impacientan bastante con esta costumbre, tal vez porque aquí se cuentan chistes de gallegos como nosotros contamos chistes de Lepe, lo que sigue sin ser para tanto). Después jugamos al metegol (futbolín) y perdí. Creo que perdí siempre. Y así, a golpes de bola y de vaso y tras varias noches frías con rock nacional de fondo, alcancé a conocerle un poco y empecé a echarle de menos cuando no llamaba por teléfono para preguntar por ‘el gallego’.

Emiliano, Facha y un servidor, encajonados en la
chimenea del Refugio Patagónico (mi casa en El Bolsón).

Ian lamentó mucho que no pudiese entrar a trabajar en El Manso, pero hizo todo lo que pudo y yo no puedo estarle más agradecido. Ahora que se ha ido de este valle patagónico, me hubiera gustado darle algo que pudiese llevar consigo, pero mis posesiones durante el viaje son escasas. Espero que estas palabras le lleguen allá donde esté.

Recuerdo que cuando íbamos caminando de vuelta a El Bolsón, arrastrándonos por sendero de ripio a orillas del Manso, tuve una visión espeluznante. Ian me hablaba de distintos momentos de su vida con una generosidad insólita, sin filtros. Yo escuchaba, y por primera vez en mucho tiempo no me costaba nada hacerlo. Pasamos cerca de una casa con vistas al río, rodeada de una hermosa chacra con pasto recién cortado. Me imaginé a una familia cualquiera reuniéndose allí para charlar y devorar un asado. La calma, el rumor del agua, el fuego, las manos de un niño que gatea en la hierba. Acto seguido, vi cómo algo trágico podría suceder allí mismo, rasgando esa calma en un segundo. Un pequeño accidente, un descuido, algo realmente horrible. La gente que hasta hace poco estaba disfrutando del privilegio de sentirse vivo ya no podía mirar con los mismos ojos ese paisaje de maitenes, agua, sol y nieve. Y la naturaleza, sin embargo, sería la misma. Indiferente ante cualquier tipo de desgracia humana. Este pensamiento me conmovió profundamente. Decidí no compartirlo con Ian en ese momento porque no habría podido verbalizarlo. Lo hago ahora.



Próximamente haremos un repaso del mes que ha pasado y un pronóstico inútil de lo que podría pasar. Estén atentos a esa ventana informática que nos aleja aún más del mundo. Salud.

Sergio. 2/11/10.