domingo, 30 de agosto de 2009

LXXXI. Las venecias del Apocalipsis.



Agosto ha sido inquietante, como un mar en calma que esconde medusas bajo la superficie.

He dejado de trabajar a todas horas, en parte por petición propia y en parte por mi difícil relación con la legalidad internacional. Eso me ha permitido conocer un poco mejor mi barrio, compuesto por chabolas, establos, antenas telefónicas y casas deslucidas de estilo ‘oriente medio’. Para entender mejor el panorama es decisivo explicar que en Delhi no existe la canalización de residuos. Es por eso que cada barrio o distrito se ve rodeado por un riachuelo de mierda, un pestilente reguero de color petróleo cuyas orillas están inundadas de basura. Cerdos y vacas comen con gusto todo este desperdicio, mientras los seres humanos sensibles se tapan la nariz cada vez que tienen que pasar de lado. Eso no impide que mucha gente utilice ese agua para su uso personal, en el que prefiero no pensar. Los suburbios de la capital no podrían entenderse sin este reverso de los canales venecianos.

Uno, mientras camina, va pensando cosas como éstas:

a) Cómo cuerpos tan esmirriados y desnutridos pueden cagar tanto. (La vivencia del pis y la caca ajenas va inseparable con la experiencia india). El incomprable Jose, alias Peñuca, en una reciente visita a Delhi, me hizo pensar en esta triste paradoja.
b) Cuál es la esperanza de vida de una familia acampada sobre un lecho de residuos. Vivir al lado de la basura no llega al extremo de vivir “sobre” ella o “debajo de” ella. He oído hablar de lugares en los que algunas personas viven en iglús formados por masas compactas de desperdicios. Una vez más, la capacidad creativa del hombre ensombrece su degradación.
c) Cómo es posible que haya belleza en todo esto. ¿Es una psicosis occidental? ¿Un mecanismo de defensa? ¿Es frívolo deleitarse con la luz del atardecer sobre el caos? Seguramente. ¿Es inevitable? Sin duda.
d) De dónde sacan el sentido del humor. Cualquier lugar es bueno para un chai, una partida de ajedrez, un rezo musical, una sonrisa, un baile, una trifulca, un vuelo de cometa.

Este espectáculo sombrío nunca dejará de existir, siempre y cuando el hombre se aferre a su peculiar e insobornable ‘resistencia’. Por otro lado, tenemos el espectáculo oficial, el que se exhibe en las galerías de museos como el Nacional de India, a pocos metros de las oficinas del Gobierno, en Janpath. La historia de la representación nos enseña varias cosas:

a) Que no nos interesa lo que existe, sino lo que no existe.
b) Que vivir no es importante. Lo importante es morir.
c) Que somos infinitamente estúpidos.

En las lóbregas y mal cuidadas galerías del Museo Nacional hay una colección impresionante de ruinas de la civilización del Indo. Para entrar en materia, esta civilización, contemporánea a la egipcia y a la sumeria, tal vez la más avanzada de su época, tanto urbanística como humanísticamente, se extendió por el noroeste de India y el sureste de Pakistán, en las orillas del Indo y en sus afluentes. Mohenjo-Daro, Harappa y Dholavira son algunos de los enclaves descubiertos a principios del siglo XX. No sólo son una fuente de orgullo para la psique india, sino una vuelta de tuerca a los orígenes de la civilización, ésa que terminará en poco más de tres años. Las altas temperaturas de Gujarat me disuadieron de ir a visitar Lothal y otros enclaves fascinantes donde se puede encontrar, entre otras cosas, la dársena portuaria más antigua del mundo. Sin embargo, toda la potería, pedrería y escultura rescatada de esos años duerme en las vitrinas sucias del Museo Nacional. He aquí sellos y figuras de terracota en honor a la diosa madre y a otros dioses desconocidos de atributos agrarios.






La civilización del Indo no se libra de la especulación esotérica, ésa que tanto me gusta, ésa que argumenta que las pirámides de Egipto las hicieron los marcianos, así como el Ave Fénix que supuestamente se alza en un pico de Los Andes es una señal de que no estamos solos en el universo, así como las mil y una señales de la excepcionalidad del planeta no son más que llamadas del más allá. En las ruinas de Mohenjo-Daro se encontraron dados de cinco mil años de antigüedad, así como primigenias figuras de un juego extrañamente parecido al ajedrez, a pesar de que la invención del juego de mesa más emblemático de la historia se le atribuye a la dinastía Gupta, en la India clásica (siglo VI de nuestra era). Hay una extraña repetición de los mismos patrones que pone en tela de juicio la evolución del ser humano, o dicho de otra forma, sugiere que tal vez vivimos una ‘involución’. ¿Y si el conocimiento más sublime existe desde siempre? Cada vez que alguien excava algo, no deja de sorprenderse ante el aparente desarrollo de nuestros antepasados. ¿En qué hemos mejorado? ¿Qué hemos conseguido con el discurrir de los años y el desarrollo de la ciencia y el lenguaje? La historia de la inteligencia y la adaptación humana, observada a través del arte, conduce, tal vez, a un callejón sin salida, que no es sino el actual despropósito de la representación, generado por la malformación del hombre en una imagen separada de sí mismo. ‘Somos una historia que nos contamos desde que empezamos a desear lo que no tenemos’. ¿No os habéis fijado en que ya no se avanza en ninguna dirección desde hace, por lo menos, cincuenta años? ¿Qué nos puede decir todo esto?

Termina así una nueva entrega de ‘Mi gran teoría de la conspiración, los extrarrestres y la paranoia’. Gracias por no cambiar de canal.

Ismael, que ha venido a pasar unos días conmigo, se emocionó mucho con una escultura en piedra arenisca de la época Maurya. En ella, una mujer semidesnuda, rodeada de una nube de material rocoso sin pulir, esconde un rostro lloroso. Su actitud es un estereotipo notable de la tristeza. Un cartelito nos ofreció el título de la pieza, ‘Weeping girl’. ¿Por qué esculpir una escena como ésta, cuando el grueso de la producción artesanal era de contenido ritual o agrario? Incluso las escenas domésticas, como la famosa figurilla descabezada del niño aprendiéndose el alfabeto brahmánico, están alejadas de la introspección sentimental, más aún de la femenina. El descubrimiento de esta imagen supuso una conmoción para él. La verdad es que ninguno de los dos puede centrarse en más de dos salas sin que nuestros sentidos se saturen. No entiendo quién puede ver un museo entero en un día. Ismael, que apenas se hubo recuperado de la ‘Weeping girl’, se encontró con una maravillosa escena budista en la que una prostituta borracha era enderezada por su hijo. El pobre no pudo soportar tanta catarsis y se encerró en el baño de señoritas para leer el último número del arco argumental ‘La Reina Sofía y el yate encantado’. Este tipo de placeres menores le enfrían la cabeza y le disuaden de eyacular en lugares públicos. No me quiero imaginar qué hubiera sucedido en la sala de miniaturas mogolas, con tantas escenas jugosas entre Krishna y Rada y tanta fantasía de harem. He aquí un surrealista ejemplo de lo que sucede cuando dos culturas se encuentran.


Un rajá con una estampita de la Virgen María;
hay otra miniatura aún mejor con una Virgen
amamantando a un Niño Jesús diabólico.


La vida con Mike y los muchachitos indios sigue bien, gracias, aunque no puedo dejar de pensar que todo esto ya tiene fecha de caducidad. En cuanto al viejo del Indian Coffee House, he intentado evitarle desde que me quiere llevar a la Gandhi Peace Foundation para alistarme en una especie de Cuerpo de Voluntarios, cuyo objetivo es mediar en conflictos internacionales con la casi total seguridad de que van a morir en el intento. La idea del sacrificio es distinta para un hindú, porque ellos creen que las vidas se van perfeccionando en la rueda de las reencarnaciones. Si voy a sacrificarme por alguna causa espero que sea cuando sepa bien qué es lo que estoy haciendo y por qué, no ahora. Vivo mi etapa de inestabilidad y desconcierto lo mejor que puedo, y no por ello voy a entregarme a las filas de la no-violencia. Soy occidental, y me encanta la violencia. No puedo pretender lo contrario.

Disfruté mucho de la visita de unos asturianos, entre ellos el ya mencionado Peñuca, y Manu, un gran amigo de este blog (no confundir con Manu, mi hermano de Madrid). Con ellos bebí cerveza por primera vez en dos meses y me pillé un pedo muy hermoso. Llegué tarde y casa y las verjas estaban echadas, así como todos los teléfonos y timbres apagados. ¿Por qué? No lo sé. El caso es que salté la verja, como si nada. Es una de estas cosas que haces cuando vas ebrio, y sacas la destreza de lugares desconocidos hasta el momento. Qué bien lo pasé. Luego vi un capítulo más de Los Soprano, pero de eso hablaremos muy pronto, queridos amigos. Hasta entonces, namaskaar.

Sergio. 30/08/09.

sábado, 15 de agosto de 2009

LXXX. Let's go fly a kite.


Hace treinta capítulos que no cuelgo ninguna fotografía original, y no ha sido por pereza, sino porque uno no siempre encuentra la disponibilidad de una cámara ajena. Dejo ya de disculparme. Como ya comenté, el día de la Independencia se celebra a lo Mary Poppins: volando cometas. Las familias indias suben a sus azoteas y cubren el cielo con telas zarrapastrosas que no sólo inundan Delhi de una magia infantil insospechada, sino que espantan a todos los cuervos y demás ratas del aire por espacio de un par de horas. He aquí instantáneas harto cotarreras de este día festivo.






Por aquí ando yo, con mis caseros, que son muchos. Como veis, estoy muy fascinado con eso de volar cometas. Será porque se me da como el culo, como todo lo que conlleva algo de destreza o maña.




Mike (mi compañero de piso) y yo, mirando al cielo. Los cabrones de nuestros vecinos hacían peligrar seriamente nuestro intento de derribar sus cometas. Cómo no, perdimos.












La familia. Las niñas son hermosísimas, las madres también, y ellos tienen una fotogenia incuestionable.



El perro-velociraptor de Sam. Aquí no parece nada del otro mundo, pero es una bestia. De verdad. Tiene unos huevos negros del tamaño de dos guantes de boxeo.






Y por aquí ando yo otra vez. Así ya sabéis qué cara tengo, a punto de cumplir mi primer cuarto de siglo. Salud.

Sergio. 15/08/09.

LXXIX. Al salir de clase.



Hoy es el día de la Indenpendencia India. El cielo está encapotado y cientos de rústicas cometas danzan temerosamente bajo las nubes de lluvia. No tengo que trabajar, y aun así he decidido quedarme en Delhi. La sola idea de trasladarme a un centro de peregrinaje hindú me da dolor de cabeza, qué le voy a hacer. Soy consciente de que apenas escribo con el ritmo que he adquirido en los últimos meses, y siento que debo recuperarme de la resaca estudiantil. Por eso dedico un capítulo de ‘Miss Kalashnikov’ a mis chicos y chicas indios, esos bellos y resueltos políglotas (casi nadie habla menos de cuatro idiomas) que han protagonizado y siguen protagonizando este verano enajenante y vaporoso.

Mi grupo favorito es el de los martes y los jueves, en horario de mañana. Ellos fueron los componentes de mi primera clase, ésa en la que me temblaban la voz y las piernas en delirantes intervalos. Compuesto mayoritariamente por chicos a medio camino entre la adolescencia y la veintena, el grupo 1 es inteligente, divertido y competitivo, y me adoran, como yo a ellos. Tenemos a Aman, un delicado y sonriente jovencito pegado a su diccionario que intenta hacer frases complicadas como ‘Soy un chico emotivo al que le encantan los retos’. Se llevaba muy bien con su compañero de sitio, un afgano que tuvo que volverse a Kabul a mitad de curso, creando una baja muy notable. Sachin y Sandeep son dos amiguetes encantadores con muchos problemas para pronunciar la ‘c’ y casi cualquier palabra de más de dos sílabas. Luego tengo a dos repelentes que siempre contestan por sus compañeros. Una vez reprendidos, intentan controlar sus ansias de protagonismo durante unos cinco minutos, tras los cuales empiezan a chivar las respuestas por lo bajo mientras resoplan ansiosamente, como si fuesen caballos salvajes. Ya les he demostrado que esa actitud no me seduce nada. Devashri es una chica muy lista y apocada que siempre pide perdón por todo y que, a la postre, se ha convertido en mi ojito derecho por representar una inseguridad muy tierna. La pobre es una víctima más de este salvaje mundo educativo. Shweta es una artista que viste unos chándales horrorosos, y Priyanka es una muñequita que se enfadó mucho cuando relacioné su nombre con el de la actriz Priyanka Chopra. Completa el cuadro una profesora de inglés de cuarenta años que no se entera de nada, copia en los exámenes y se salta todas las clases que le da la gana. He tenido que suspenderla. Al resto les aprobé tras una última sesión de telerrealidad en la que les comuniqué las notas al más puro estilo ‘La audiencia ha decidido que debe abandonar la casa…’ Casi no lo cuentan. Son unos chicos muy nerviosos y tremendistas. Agradecidos por mi falsa benevolencia, me invitaron a comer y me preguntaron por mi vida privada.

El grupo 2 es mucho más discreto y menos divertido. Con sólo cinco pupilos, la atención se la lleva un chico con problemas de aprendizaje y una gran presión familiar a sus espaldas. A veces llega muy cansado a las clases y sólo muestra interés cuando organizo bingos de números, juegos de mímica y tonterías semejantes. Sus compañeros son, por el contrario, un selecto grupo de elitistas algo desconsiderados. El panorama no suele ser muy alentador, pero me he acabado enamorando de los hermanos Shema y Shalem, oriundos de Kerala. Gracias a la magnífica presentación que hicieron de su familia a través de fotografías antiguas y música de Tchaikovsky, acabé descubriendo su potencial fotogenia. Creo que me encantaría filmarles. En especial a ella, la serena Shema, de mirada profunda y extrañamente resignada, tan parecida a las heroínas indias del cine bengalí.

El grupo 3 no se ha rendido tan fácilmente a mis encantos. Una chica tuvo un ataque de histeria cuando les puse un vídeo turístico horrendo sobre España y sus reclamos turísticos. Nada que ver con la calidad artística del vídeo ni con las imágenes desalentadoras de las playas marbellíes (algo que hubiera entendido), sino con la dificultad de entender la voz en off orgásmica de la narradora. Intenté hacerle ver que lo importante era la ‘escucha selectiva’, pero la tía quiere entenderlo todo y quiere tener fluidez instantánea. Se me rebeló, y sus compañeros la secundaron de una forma callada. Mi respuesta fue programar para el día siguiente una selección de las mejores y más incomprensibles escenas de ‘La flor de mi secreto’, la infravalorada obra maestra de Almodóvar. Mi líder contestataria se quedó tan frustrada que ni siquiera pudo comunicarlo, con lo que conseguí bajarle los humos. ¿Recordáis a Chus Lampreave, soltando una de las grandes frases de la historia del cine?


“Cuando a las mujeres nos deja el marido,
porque se ha muerto o se ha ido con otra,
que para el caso es igual,
nosotras debemos volver al lugar donde nacimos,
visitar la ermita del santo,
tomar el fresco con las vecinas,
rezar las novenas con ellas, aunque no seas creyente,
porque si no,
nos perdemos por ahí como vacas sin cencerro.”






Los grupos 4 y 5 vienen los sábados y domingos de ciudades como Dehra Dun, Agra o Jaipur, pero la mayoría de alumnos siguen siendo delhiitas ricos, insolentes y entusiastas. Su edad media es más ecléctica, y muchos de ellos ya han entrado en la treintena y aspiran a ampliar horizontes profesionales con el manejo básico del español. Me lo paso bien con Sanjay, un joven de belleza y ardil indescriptibles que se me presentó de la siguiente forma: Soy Sanjay y estudias en Instituto de Cervantes y tengo dos años experiencia en trámite de visado y airline ticketing. Su autodidactismo es admirable. La competitividad crece a raudales durante el fin de semana, de tal forma que los listos de la clase no pierden oportunidad de demostrar lo rápidos que son, como si fueran forajidos a punto de desenfundar. Si pudiera lanzarles un verbo regular como quien lanza una chuleta sangrienta a un perro, lo haría. Por un lado, esto hace que las sesiones sean muy amenas, tal vez demasiado. Por el otro, mi deseo de aplastar ínfulas de superioridad de cualquier índole se ve peligrosamente motivado.

Uno de mis alumnos más destacados alegó que se había apuntado a los cursos de español porque le encanta la música de Enrique Iglesias. Sospechoso, cuanto menos. Luego se acercó a mí y, en un susurro muy afectado, me preguntó por el significado de los apellidos Villa y Torres. Yo le dije que no buscase nada en esos nombres, y mucho menos en aquellos relacionados a las penosas filas de la Galacticada madridista. Por suerte, éste también odia todo lo que el Real Madrid simboliza. Otro día, el mismo alumno me pidió consejo de forma críptica. Al parecer, el pobre no sabía qué responder cuando sus amigos le preguntaban por qué demonios estudiaba español. ‘¿No lo sabes tú?’, le dije, a la espera de que todas esas patochadas condujesen a algo realmente interesante. ‘No, pero me encanta España, y en mi luna de miel iré a Barcelona. A lo mejor podemos vernos allí. Porque tú vives en Barcelona, ¿verdad?’. En fin. Qué confundido está este chico. Qué confundidos están muchos indios que llevan con orgullo sus camisetas de ‘Tantas chicas, tan poco tiempo’. Qué complejo microcosmos de identidades difusas escondidas tras la pretensión cultural de una clase media sobornada por los encantos de un capitalismo primario. Hala.

Llego a casa fatigado y veo ‘The Wire’. A veces ceno con mis caseros, como el otro día, en el que celebramos el cumpleaños del hermano mayor de Sam, al que también enseño español en mis días libres. Las celebraciones familiares consisten en una desordenada galería de comida y regalos con una película bollywoodense de fondo. Nadie parece mostrar mucho interés ni mucho cariño; es más, todo parece barnizado con un desapego aparente muy incómodo. Golu, una de las niñas de la familia (no recuerdo quién es hija de quién), fue la encargada de cortar la tarta, para lo cual se entretuvo durante varios minutos con un cuchillo afilado que no paraba de acercar a su cara. A mí todo esto me produce mucho nerviosismo, pero sólo a mí. Eso de no reaccionar ante un peligro inminente es parte del carisma indio, y es por eso que yo no soy nada carismático para ellos.

Mike, por su parte, estuvo ausente durante muchos días, lo que me produjo el placer de cotarrear con mis fantasmas, bailar en el salón y cocinar ligero de ropa. Ahora que ha vuelto a casa, tengo la oportunidad de revivir mis conversaciones absurdas con él. He aquí un ejemplo:

Mike: ¿Vas a hacer patatas fritas?
Sergio: Sí. Me las regalaron al comprar hamburguesas vegetales.
Mike: Guaauuuu…
Sergio: Si.
Mike: Ja, ja… Genial… Hummm…. Guauuuu…
Sergio: También me regalaron unos yogures.
Mike: ¡Oh, Dios mío! ¿De verdad?
Sergio: Sí…
Mike: ‘Crazy’… ju,ju… Guauuuu…
Sergio: Bueno, voy a cenar…
Mike: Genial…

A veces me pregunto qué es lo que tiene en la cabeza. Qué más da. Mike es un hombre positivo, qué duda cabe.

(Nota: he recibido mensajes muy bienvenidos de un par de asturianos que están a punto de dejarse caer por la capital india. A Manuel le veré dentro de poco, si es posible. En cuanto a Cristina… mándame un mail y te cuento todos los cotarros necesarios. A mí también me haría mucha ilusión coincidir contigo, como comprenderás, pero te advierto que no me he vuelto ni un yogui ni un iluminado, por suerte o por desgracia. Sólo estoy un poco más moreno. Salud).

Sergio. 15/08/07.

LXXVIII. Citas célebres (I).


“Los iluminados saben que somos uno con Dios.
Por eso pueden crear su propio cielo
y su propio infierno”.


El viejo sin nombre del Indian Coffee House.

lunes, 3 de agosto de 2009

LXXVII. Ese amor ya sin ti me amará siempre.



Dabri Marg pam pam pam Dabri Marg pam pam pam



Logro sentarme en un resquicio metálico del mini-bus. Noto cómo el sudor hace carreras por mi pecho, ininterrumpidas, porque sigo sin tener pelos, muy a mi pesar, con lo que el sudor encuentra fácil su recorrido hacia la goma del calzoncillo. Muchos cuerpos, la mayor parte descuartizados por el día, tosen y manosean sus bolsillos, palpando la rupia pegada al muslo. No hay que hacer esperar al revisor, que es un intocable, y los intocables hablan con fuego y apenas comen, porque son así de chulos. (Secretamente: me gustan los intocables, serían unos perfectos maridos si no fuera por esos pantalones de chándal). La luz no pertenece a esta dimensión, de la misma forma que una rosquilla cuadrada no pertenece al mundo de las tarjetas de visita. Si la mujer gorda dejara de sudar, sería un alivio. Pero, ¿cómo iba yo a impedírselo, con tantos coches entre nosotros, tanto amor forzado, hinchado de hastío, tanta mano ensombrecida por el óxido de las barras de apoyo, tanto sudor perfecto, geométricamente implacable, casi pintado por un maestro, por Dios, cómo? Nos acercamos a mi parada. Buceo entre los pantalones de pitillo, oliendo el letargo sexual de las bolsas de tubérculos, y el 707 me devuelve a la calle, donde una brisa soplada por un destino aburrido me trae el cuerpo de vuelta, yo me lo pongo, camino, y llamo al timbre. Son las nueve y media de la noche, y por fin puedo sentarme en el sofá, beber el zumo escarchado, comer el mango, mirar el techo, imaginar el amor, tocarme los huevos, dormir bajo el ventilador.


Entonces, ¿está muerta?


Explico las diferencias entre el verbo ‘ser’ y el verbo ‘estar’: ‘El verbo ‘ser’ se utiliza en un contexto de amplitud en el espacio y en el tiempo: ‘yo soy Sergio’; ‘yo soy español’; ‘yo soy un ser humano’; ‘yo soy profesor/escritor/impostor’; ‘yo soy una persona ansiosa/tímida/generosa/mentirosa’… y así sucesivamente con todas las cosas que no son susceptibles de ser cambiadas. En cambio, el verbo ‘estar’ se utiliza en un contexto de inmediatez en el espacio y en el tiempo: ‘yo estoy eufórico’, ‘yo estoy enfermo’, ‘yo estoy tranquilo’… ya que nada nos asegura que seguiremos en nuestro estado de euforia, enfermedad o tranquilidad al final del día. Por ejemplo, ‘yo estoy vivo’. Nada nos asegura que, en las próximas horas, seguiremos estando vivos.’ Pregunta: ‘Entonces, nada nos asegura que en las próximas horas seguiremos siendo seres humanos indios, con lo cual, ¿por qué no utilizar siempre el verbo ‘estar’, ya que todo es tan transitorio?’ Respuesta improvisada: ‘La vida no tiene por qué tener sentido. Las lenguas que utilizamos para designar los hechos de la vida, tampoco’. Pregunta: ‘Entonces, ¿decimos ‘yo soy muerto’ o ‘yo estoy muerto’? Respuesta con la boca pequeña: ‘Yo estoy muerto’. Pregunta: ¿Por qué, si no hay nada más definitivo que la muerte? Respuesta: ‘Tal vez… porque no estamos preparados para utilizar el verbo ‘ser’ en una situación tan… definitiva’. Silencio.


Yo no soy nada
Tú no eres nada
Él / Ella no es nada
Nosotros / Nosotras no somos nada
Vosotros / Vosotras no sois nada
Ellos / Ellas no son nada



No recuerdo muchas cosas. De pequeño, uno se recrea en el suelo y en los pies y las piernas de quienes han crecido más que él. Uno de mis primeros recuerdos está relacionado con la muerte, aunque yo no lo sabía. Me habían puesto una cosa sobre la cara para que respirara y me quedase dormido. Algún tiempo después, cuando abrí los ojos, vi a mi hermana, no muy cerca de mí, más bien lejos, tal vez al otro lado de un cristal, y estaba llorando. Si lo soñé o no es algo que nunca sabré, como tampoco sabré si fue verdad que una bruja me visitó una noche a los pies de mi cama. Después de esta visión, volví a quedarme dormido. Mi vida podría haberse terminado a los cuatro años, y yo hubiera abandonado el mundo cargado de amor y de olvido. Pero no fue así. Cinco años después, mi padre avanzó rápidamente por el pasillo, con una misión urgente en sus ojos y en su voz. Yo todavía estaba fascinado por el suelo e interrumpía el paso de todo el mundo. Antes de cerrar la puerta de casa, como respuesta a mi curiosidad habitual, mi padre me susurró: ‘tu güelita ha muerto’. Lloré un poco porque pensé que eso era lo que debía hacer. Me quedé bastante perplejo durante los días siguientes (incluso vi un milagro; en la iglesia de Riaño, un polvo de estrellas amarillo cubrió por completo una estampa del Sagrado Corazón de María; estaba sentado con mis tías, pero no les dije nada al respecto). Las ceremonias que la muerte despliega se me aparecieron como un sonido distorsionado, casi inaudible, pero persistente, un cántico del que la gente se queda inevitablemente prendada, tal vez porque los senderos de la tragedia son más anchos, tal vez porque nadie nos ha enseñado a tomar otros, tal vez porque da más miedo ser feliz que ser desgraciado. Recuerdo este entierro, y no el de mi tía Sara. No sé por qué. Recuerdo el cementerio y los colores de la muerte. Recuerdo que, esa noche, mi hermana y yo vimos ‘¿Qué apostamos?’ con la familia materna, y Ana Obregón acabó duchándose al final del programa, y como todos le teníamos muchas ganas, reímos y coreamos a esa tía tan mala, y yo dije ‘este es un día feliz’, sin darme cuenta de que, realmente, no lo era.


Hace mucho que no te veo

¿Todo bien?
Sí… Bueno, un familiar mío ha muerto, y echo de menos a mi familia…
Ya veo…
(‘¡¿Ya veo?!’ Pensé que dirías algo más, viejo estúpido, un ‘lo siento mucho’, o algo así, ‘¿ya veo?’, ¿qué coño es eso?, ¿vas a seguir bebiéndote tu café como si nada?)
Ya veo. Bueno… Te he hecho unas fotocopias de mi manifiesto sobre la no-violencia. Léelas y las discutiremos.
Gracias.


No podemos tomar todos los caminos (de momento; ansío esperanzado la vivencia de todas las posibilidades, la alternancia de las mismas, la historia infinita, aunque tal vez la muerte sea precisamente eso). ¿Qué nos queda por hacer? ¿Jugar a que esto tal vez sea mejor que esto otro, y cruzar los dedos? ¿A eso se reduce la vida, a un juego de mesa? ¿Por qué tengo que esperar y arrepentirme? Si sabemos, de antemano, que todo cuanto hagamos conduce a la derrota del deseo y a la confirmación de nuestra ignorancia, ¿por qué persistimos tozudamente en el engaño? ¿Tan difícil es vivir antes de morir?


Tú que te mostraste,
siempre un silencio abierto en la habitación blanca.
Tú frente a un espejo,
hablando del más allá con la risa de las madres vírgenes.
Hoy intuyo en la noche
tu pelo iluminado por el relámpago verde.
Quiero olerte,
suavizante del peluche que te quité, ya sin cabeza.
Tú hermosa infinita,
en tu mar de piel y risa camino siempre.



Charo nos alquiló ‘El piano’. La vimos con una tonelada de palomitas, y aunque yo no entendía muy bien lo que pasaba, me bastaba con descubrir la película de la que todo el mundo estaba hablando, ya que no me habían dejado ver ‘Parque jurásico’. Creo recordar que nos quedamos un poco decepcionados con el final. Llovía, o estaba nublado, como siempre en Asturias. Era la época en que mi tía iba a ver el rugir de las olas en Llanes, y yo deseaba hablar con ella y que me contase cosas.

Apenas puedo escribir cómo es Charo. ¿Quién podría? Sus discos de música heavy y su lenta conversión a Silvio Rodríguez. Un universo de rocas marinas y de islas perdidas en mitad del sueño. Su letra y sus diarios. La noche cerrada e íntima de Tremor. Las luces rojas de la antena telefónica en el horizonte, y ella en derredor. Risa aguda, contagiosa, y una marea de unicornios blancos en su proximidad. No somos tanto lo que vivimos sino el reflejo que permanece en los demás. Hoy Charo ya no está conmigo ni con la gente que la ha querido y la quiere. Fue un poco difícil de creer al principio y, sin embargo, hoy es un hecho más en la cadena de sobresaltos de la vida. Centuriones y músicas me conducen a su rostro, una y otra vez, y sólo puedo verla sonreir. Charo, esté donde esté, no hace más que sonreir.


Cuando estemos todos juntos de nuevo bailaremos, y cantaremos, y nos reiremos de todo esto.


No paran de nacer niños en este país. Algunos tendrán vidas miserables, y otros conservarán algo más de cordura y felicidad hasta el final de sus días. Todos ellos y ellas serán únicos y excepcionales, pero nada más que eso. No conquistarán el cielo y las estrellas, ni entenderán por qué la persona que más les amó terminó traicionándoles. No podrán guardarse las lágrimas, aunque corran por dentro. Se harán, cada uno en su lenguaje, las mismas preguntas inevitables sobre los vivos y los muertos. Y sólo en el núcleo del caos, en la cercanía y la indiferencia de los cuerpos, algunos verán la desaparición inminente, y se alegrarán de no ser más que una nada, una nada redundante en el espacio y en el tiempo.


Sergio / Ismael. 03/08/09.