domingo, 30 de agosto de 2009

LXXXI. Las venecias del Apocalipsis.



Agosto ha sido inquietante, como un mar en calma que esconde medusas bajo la superficie.

He dejado de trabajar a todas horas, en parte por petición propia y en parte por mi difícil relación con la legalidad internacional. Eso me ha permitido conocer un poco mejor mi barrio, compuesto por chabolas, establos, antenas telefónicas y casas deslucidas de estilo ‘oriente medio’. Para entender mejor el panorama es decisivo explicar que en Delhi no existe la canalización de residuos. Es por eso que cada barrio o distrito se ve rodeado por un riachuelo de mierda, un pestilente reguero de color petróleo cuyas orillas están inundadas de basura. Cerdos y vacas comen con gusto todo este desperdicio, mientras los seres humanos sensibles se tapan la nariz cada vez que tienen que pasar de lado. Eso no impide que mucha gente utilice ese agua para su uso personal, en el que prefiero no pensar. Los suburbios de la capital no podrían entenderse sin este reverso de los canales venecianos.

Uno, mientras camina, va pensando cosas como éstas:

a) Cómo cuerpos tan esmirriados y desnutridos pueden cagar tanto. (La vivencia del pis y la caca ajenas va inseparable con la experiencia india). El incomprable Jose, alias Peñuca, en una reciente visita a Delhi, me hizo pensar en esta triste paradoja.
b) Cuál es la esperanza de vida de una familia acampada sobre un lecho de residuos. Vivir al lado de la basura no llega al extremo de vivir “sobre” ella o “debajo de” ella. He oído hablar de lugares en los que algunas personas viven en iglús formados por masas compactas de desperdicios. Una vez más, la capacidad creativa del hombre ensombrece su degradación.
c) Cómo es posible que haya belleza en todo esto. ¿Es una psicosis occidental? ¿Un mecanismo de defensa? ¿Es frívolo deleitarse con la luz del atardecer sobre el caos? Seguramente. ¿Es inevitable? Sin duda.
d) De dónde sacan el sentido del humor. Cualquier lugar es bueno para un chai, una partida de ajedrez, un rezo musical, una sonrisa, un baile, una trifulca, un vuelo de cometa.

Este espectáculo sombrío nunca dejará de existir, siempre y cuando el hombre se aferre a su peculiar e insobornable ‘resistencia’. Por otro lado, tenemos el espectáculo oficial, el que se exhibe en las galerías de museos como el Nacional de India, a pocos metros de las oficinas del Gobierno, en Janpath. La historia de la representación nos enseña varias cosas:

a) Que no nos interesa lo que existe, sino lo que no existe.
b) Que vivir no es importante. Lo importante es morir.
c) Que somos infinitamente estúpidos.

En las lóbregas y mal cuidadas galerías del Museo Nacional hay una colección impresionante de ruinas de la civilización del Indo. Para entrar en materia, esta civilización, contemporánea a la egipcia y a la sumeria, tal vez la más avanzada de su época, tanto urbanística como humanísticamente, se extendió por el noroeste de India y el sureste de Pakistán, en las orillas del Indo y en sus afluentes. Mohenjo-Daro, Harappa y Dholavira son algunos de los enclaves descubiertos a principios del siglo XX. No sólo son una fuente de orgullo para la psique india, sino una vuelta de tuerca a los orígenes de la civilización, ésa que terminará en poco más de tres años. Las altas temperaturas de Gujarat me disuadieron de ir a visitar Lothal y otros enclaves fascinantes donde se puede encontrar, entre otras cosas, la dársena portuaria más antigua del mundo. Sin embargo, toda la potería, pedrería y escultura rescatada de esos años duerme en las vitrinas sucias del Museo Nacional. He aquí sellos y figuras de terracota en honor a la diosa madre y a otros dioses desconocidos de atributos agrarios.






La civilización del Indo no se libra de la especulación esotérica, ésa que tanto me gusta, ésa que argumenta que las pirámides de Egipto las hicieron los marcianos, así como el Ave Fénix que supuestamente se alza en un pico de Los Andes es una señal de que no estamos solos en el universo, así como las mil y una señales de la excepcionalidad del planeta no son más que llamadas del más allá. En las ruinas de Mohenjo-Daro se encontraron dados de cinco mil años de antigüedad, así como primigenias figuras de un juego extrañamente parecido al ajedrez, a pesar de que la invención del juego de mesa más emblemático de la historia se le atribuye a la dinastía Gupta, en la India clásica (siglo VI de nuestra era). Hay una extraña repetición de los mismos patrones que pone en tela de juicio la evolución del ser humano, o dicho de otra forma, sugiere que tal vez vivimos una ‘involución’. ¿Y si el conocimiento más sublime existe desde siempre? Cada vez que alguien excava algo, no deja de sorprenderse ante el aparente desarrollo de nuestros antepasados. ¿En qué hemos mejorado? ¿Qué hemos conseguido con el discurrir de los años y el desarrollo de la ciencia y el lenguaje? La historia de la inteligencia y la adaptación humana, observada a través del arte, conduce, tal vez, a un callejón sin salida, que no es sino el actual despropósito de la representación, generado por la malformación del hombre en una imagen separada de sí mismo. ‘Somos una historia que nos contamos desde que empezamos a desear lo que no tenemos’. ¿No os habéis fijado en que ya no se avanza en ninguna dirección desde hace, por lo menos, cincuenta años? ¿Qué nos puede decir todo esto?

Termina así una nueva entrega de ‘Mi gran teoría de la conspiración, los extrarrestres y la paranoia’. Gracias por no cambiar de canal.

Ismael, que ha venido a pasar unos días conmigo, se emocionó mucho con una escultura en piedra arenisca de la época Maurya. En ella, una mujer semidesnuda, rodeada de una nube de material rocoso sin pulir, esconde un rostro lloroso. Su actitud es un estereotipo notable de la tristeza. Un cartelito nos ofreció el título de la pieza, ‘Weeping girl’. ¿Por qué esculpir una escena como ésta, cuando el grueso de la producción artesanal era de contenido ritual o agrario? Incluso las escenas domésticas, como la famosa figurilla descabezada del niño aprendiéndose el alfabeto brahmánico, están alejadas de la introspección sentimental, más aún de la femenina. El descubrimiento de esta imagen supuso una conmoción para él. La verdad es que ninguno de los dos puede centrarse en más de dos salas sin que nuestros sentidos se saturen. No entiendo quién puede ver un museo entero en un día. Ismael, que apenas se hubo recuperado de la ‘Weeping girl’, se encontró con una maravillosa escena budista en la que una prostituta borracha era enderezada por su hijo. El pobre no pudo soportar tanta catarsis y se encerró en el baño de señoritas para leer el último número del arco argumental ‘La Reina Sofía y el yate encantado’. Este tipo de placeres menores le enfrían la cabeza y le disuaden de eyacular en lugares públicos. No me quiero imaginar qué hubiera sucedido en la sala de miniaturas mogolas, con tantas escenas jugosas entre Krishna y Rada y tanta fantasía de harem. He aquí un surrealista ejemplo de lo que sucede cuando dos culturas se encuentran.


Un rajá con una estampita de la Virgen María;
hay otra miniatura aún mejor con una Virgen
amamantando a un Niño Jesús diabólico.


La vida con Mike y los muchachitos indios sigue bien, gracias, aunque no puedo dejar de pensar que todo esto ya tiene fecha de caducidad. En cuanto al viejo del Indian Coffee House, he intentado evitarle desde que me quiere llevar a la Gandhi Peace Foundation para alistarme en una especie de Cuerpo de Voluntarios, cuyo objetivo es mediar en conflictos internacionales con la casi total seguridad de que van a morir en el intento. La idea del sacrificio es distinta para un hindú, porque ellos creen que las vidas se van perfeccionando en la rueda de las reencarnaciones. Si voy a sacrificarme por alguna causa espero que sea cuando sepa bien qué es lo que estoy haciendo y por qué, no ahora. Vivo mi etapa de inestabilidad y desconcierto lo mejor que puedo, y no por ello voy a entregarme a las filas de la no-violencia. Soy occidental, y me encanta la violencia. No puedo pretender lo contrario.

Disfruté mucho de la visita de unos asturianos, entre ellos el ya mencionado Peñuca, y Manu, un gran amigo de este blog (no confundir con Manu, mi hermano de Madrid). Con ellos bebí cerveza por primera vez en dos meses y me pillé un pedo muy hermoso. Llegué tarde y casa y las verjas estaban echadas, así como todos los teléfonos y timbres apagados. ¿Por qué? No lo sé. El caso es que salté la verja, como si nada. Es una de estas cosas que haces cuando vas ebrio, y sacas la destreza de lugares desconocidos hasta el momento. Qué bien lo pasé. Luego vi un capítulo más de Los Soprano, pero de eso hablaremos muy pronto, queridos amigos. Hasta entonces, namaskaar.

Sergio. 30/08/09.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Sin tiempo para profundizar; Esta ha sido de las entradas que más me han gustado, sino la mejor..
No dejes de escribir... Una a la semana, sabe a poco..
Espero que todo BIEN.. Besín
Pelayo