lunes, 27 de abril de 2009

LIII. Así que quieres trabajar en India, ¿eh, tunante? (Parte I).


Suena el Canon de Pachelbel en el móvil de algún ejecutivo indio. Estoy en mi habitación del Greenlands Lodging y el tráfico se las arregla para mezclarse con la sintonía del ventilador. Estoy sudado y cansado, pero hoy ha sido un día de traka y, aunque no llegue a ninguna parte en mis aspiraciones laborales, tampoco tengo muchos motivos para sentirme triste. Los indios siempre acaban alegrándote el día, de alguna extraña forma.


Cuando llegué, hace casi una semana, volví a Chalachitra Academy, sólo que esta vez no coincidí con la bella Parvathy. Allí me tomaron por galo y me enviaron a la Alliance Française, donde tampoco tenían ni idea de cómo ayudarme (a todo esto, yo tampoco tenía mucha idea de que me creyeran francés; si no, me hubiera ahorrado el viajecito). No hay nada parecido a un consulado español en el sur de la India, así que tuve que acudir al Señor Google y a su vasta sabiduría. En Trivandrum hay varios estudios de cine repartidos por las colinas circundantes, pero llegar a ellos es una odisea y una pérdida de tiempo. De modo que visité otros sitios más corporativos, y me siguieron mareando, y volví a parar en Chalachitra, donde dije, vamos a ver, dadme sólo alguna dirección donde acepten mi bello curriculum traducido al inglés, por favor, trabajáis con películas, directores y técnicos, organizáis festivales de cine, ALGO TENÉIS QUE SABER, ¿NO? Todo esto en un inglés cada vez más torpe. Prometieron ayudarme y me enviaron a una especie de estudio roído y maloliente donde un amigo de un amigo de un amigo trabaja en la edición de tráilers y comerciales. No me ofreció curro, pero sí clases gratuitas de Premiere. Se agradece.


En algún momento de mis recorridos por el asfalto levantado de Trivandrum me encontré con un hombre que me puso en contacto con un amigo suyo que me invitó a una fiesta donde habría muchos extranjeros a los que podía comentarle mis cuitas. Así, como caído del cielo. El sitio era un hotel llamado Molly’s, y el lugar era ni más ni menos que Kovalam, la Costa del Sol de Kerala, más concretamente en la playa de Samudra, un sitio bastante deprimente en temporada baja. Allí tuve que vérmelas con un indio empeñado en que esnifase polvos de dudosa calidad y procedencia. Tardé casi una hora en escapar de sus garras. El pobre necesitaba que yo tuviese alguna adicción, y yo necesitaba, realmente, que me dejasen en paz. La cosa terminó bastante bien. Me inventé una vida paralela a la mía para estimular mi tedio y me fui a Molly’s, donde la compañía no iba a ser mucho mejor.


Todo el mundo allí pertenecía al club Overseas. Yo, como no era un chico Overseas, tuve que abonar pasta, para ni siquiera probar la piscina (no llevaba bañador, así que no me iba a poner a correr en calzoncillos delante de un puñado de escoceses homosexuales entrados en años). Una chica muy rubia y muy canadiense se puso a hacer versiones de esas canciones ñoñas que tanto me gustan; en pocos segundos, detesté toda mi discografía de cabecera. La comida era occidental, o mejor dicho, británica, que viene a ser un refrito mal hecho de todos los platos europeos. Me sentaron con los viejos de los que intentaba huir, y con un alemán tenebroso que decía cosas harto incómodas, como ‘le gustas a Bill’ o ‘¿tú eres gay?’. Menos mal que yo iba a lo que iba, y conseguí contactos.


Uno de ellos se llama Rajiv, un indio de pelo blanco y cara infantil, un cruce entre el muñeco diabólico y el padre de Laura Palmer en su etapa canosa.



La familia política de este hombre es una insigne dinastía cinéfila: su suegro y sus tres cuñados son directores de cine. Todos bastante conocidos en India. Al suegro le llamaremos Calzador, un anciano director de renombre al que conocí apenas unas horas, en su mini-despacho pegado a la Mahatma Ghandi Road (todas las ciudades indias tienen una MG Road). Si Rajiv ya me había inquietado con su forma de cambiar constantemente de conversación y de tono, canturreando y hablando y riendo sin ninguna lógica externa, Calzador no iba a ser menos: sentadito en su sillón de honor, con los ojos más pequeños del mundo y la mirada más inescrutable, parecía un sapo metido en una cámara frigorífica. El tío ha hecho mucho, pero no sabe dónde está Madrid. Gente menos preparada sabe quiénes son Saura, Buñuel y Almodóvar. Dijo que él hacía art films, películas que ganaban premios en festivales. Lo decía con orgullo. Es una cosa muy típica del carácter indio y no hay que prestarle mucha atención, pero me hizo gracia: ‘yo hago películas que ganan premios…’ Ay, Calzador. No sé si me ayudará o no, pero me dijo que le enseñase mis historias y se podría hablar de futuras colaboraciones. En fin, las palabras se las lleva el viento. Por lo menos se quedó con mi curriculum y ya sé dónde encontrarle.


Otro de los contactos surgidos de la noche etílica en Molly’s (había que amortizar la entrada; luego me enteré que las bebidas iban aparte…) fue una española, María. Bueno, su historia es particular. María es la nieta del último monarca de las Islas Maldivas. Cuando llegó la república, el descuidado rey no sabía donde caerse muerto, así que la familia real dio tumbos por todo el mundo hasta establecerse en la Ciudad Condal. Ahora María vive con un indio en Trivandrum, desde hace diez años, y todavía tiene visado de turista. Es una tía muy fuerte. Lo importante es que tengo posibilidad de alojarme en alguna de las habitaciones vacías de su mansión. Ayer tantée el terreno y me auto-invité a una sesión de pasta y cricket con ella y con su marido. Los Mumbai Indians destrozaron a los Kolkatta Knight Riders por 93 puntos de diferencia. María ha sido la primera en explicarme la fascinación del cricket, y también en ofrecerme una interpretación objetiva y coherente de la guerra civil en Sri Lanka. Os tendré al tanto de mis nuevas redes sociales, entre las que se encuentra, además, Sasi, un indio que también quiere gestionarme un alojamiento gratuito, y que se ha ofrecido a pagarme algunas clases de español en cuanto me establezca, y también a conseguirme varios alumnos. Añadió que le falla la memoria y que debo llamarle todos los días.


Shahrukh Khan abrazando a los Kolkatta Knight Riders.


Todo es muy caótico e informe, y mi número de teléfono indio está pululando por toda la ciudad a un ritmo vertiginoso. Me llama gente que no soy capaz de distinguir y las paso canutas. Pero, como dije al principio, siempre hay una sonrisa o una broma que endulza los sinsabores de la jornada (el portero del hotel, deseándome dulces sueños y meneando su bigotito…). En los ratos libres, sigo escribiendo y viendo cine. Os tengo que hablar de John Abraham, pero prometí brevedad. Salud a todos. Y, ya que el Sporting nos está poniendo al borde del delirio, por lo menos que pierda el Madrid.


Sergio. 27/04/09.

domingo, 26 de abril de 2009

LII. De lo que encontré en Bhimapalli.


Estoy buscando un trabajo en Trivandrum. Esa actividad ha devuelto el acné a mi rostro y merece un capítulo o varios capítulos aparte. Es demasiado sórdido, surrealista y patético. A veces, incluso divertido. Pernocto en el mismo hotel en el que quisieron atribuirme una mancha de tinta en una sábana, básicamente porque es el mejor y el más barato. Se acuerdan de mí, no obstante. Puedo soportarlo, ya que mi primera opción hostelera me salió un poco rana (demasiados mosquitos y cortes de agua al mismo tiempo).

¿Qué es Bhimapalli? Es el nombre que recibe ese suburbio musulmán del que ya os hablé el mes pasado, donde me he enterado que se puede conseguir cualquier película. Y con eso quiero decir, literalmente, ‘cualquier película’, por extraño que parezca. Ya había visitado Bhimapalli en mi búsqueda de películas malayalis y de otras cosas más pedantes. Recién llegado a Trivandrum, estaba febril y ansioso por ver cine y adquirirlo a ese precio tan ilegal. Bhimapalli sufre una redada policial una vez al año, más que nada por costumbre; nadie puede derribar el mini-imperio cinéfilo que ha germinado en la miseria costera. No es el mejor sitio para pasear de noche, desde luego, pero a la luz de la tarde, con un mar revolucionado, unas cuantas capillas católicas, mezquitas fosforescentes, canchas de fútbol improvisadas, raudales de basura y millones de películas latiendo en sus estanterías y cajas de cartón, Bhimapalli es un asalto a los sentidos. Junto con el East Fort, es mi parte favorita de Trivandrum, una ciudad-horno con muy poco que hacer y, aun así, muchos sitios adonde mirar en busca de consuelo, compañía, distracción o desesperación. Aquí cocinan un biryani muy rico y me gusta cenar masala dosa en un Indian Coffee House en forma de torre de Babel, con las mesas vertiginosamente inclinadas y repartidas en un pasillo en espiral algo lúgubre.

Echo de menos a todo tipo de gente que mezclo grotescamente en mi memoria, indios y españoles, familiares y amigos. En mis sueños, a veces, organizo fiestas con unos y otros y nos decimos cosas que olvido antes de poner un pie en el cuarto de baño y recibir el nuevo día. Estamos condenados a no comprender los mecanismos de la memoria, tan aleatorios y sorprendentes como son.

Vuelvo al cine. Me he hecho una pequeña filmoteca con copias de calidad muy alta. Estoy encantado con ellas. Espero sobrevivir así a los largos parones entre las expectativas de empleo y las expectativas creativas, aún peores. Éstas son algunas de las películas que estoy viendo, seguidas de las conclusiones pertinentes, aplicadas al análisis y desarrollo de mi guión maldito. Esto puede no despertar mucho interés. Lo asumo.

‘Francesco, giullare di Dio’ es una película que me vuelve loco. Ya he comentado alguna vez que me gustan mucho las monjas y los frailes. También me gusta mucho Rossellini, pero nunca como en esta obra maestra. Hay muchas cosas que aprender de ella: la humildad de los personajes aplicada a la puesta en escena, por ejemplo; el trabajo inteligentísimo con actores no profesionales, y el diálogo mudo que tiene el único actor profesional, Aldo Fabrizzi, con el maravilloso fraile que pone rostro al padre Ginepro, toda una lección de interpretación; el guión, que a partir de viñetas sencillas alcanza unas metas profundísimas; lo divertida que es, en resumidas cuentas. Adoro el episodio del leproso, como es natural. Especialmente cuando éste se gira con incredulidad y mira San Francisco, como cerciorándose de que su abrazo no ha sido una ilusión provocada por la luna llena. Soy muy fan de lo que le dice San Francisco a un pájaro mientras está orando entre unos matorrales: ‘canta un poco más suave’. Cuando la serenidad, la sencillez y la hermosura de esta película dejen de anonadarme, intentaré aprender de ella.


‘The river’ de Jean Renoir es una película que ya había visto, doblada al español. Luego la grabé en VHS, subtitulada, pero no sé qué fue de la cinta. La tenía muy viva en mi memoria, o eso es lo que pensaba, y aún así necesitaba verla más veces por eso de ser una historia occidental rodada íntegramente en la India y entroncada en la filosofía y las costumbres bengalíes. Renoir parte de las experiencias y la educación sentimental de una escritora británica criada a orillas del Ganges, co-escribe con ella el guión y se empapa de la seducción india con una facilidad pasmosa para crear una de las películas mejor dirigidas que he visto nunca. El salto del documental a la ficción es casi invisible y los dos géneros se retroalimentan con la ayuda de una voz en off nada artificial y que no se impone sobre el resto de voces, músicas y sensaciones que se abren mágicamente en cada uno de los planos. Y qué planos. Vuelve a sorprender, como en Rossellini, la sencillez, que mucha gente podría confundir con comodidad. Por ejemplo, el comportamiento de la familia protagonista ante la muerte de su único hijo varón podría ser tildado de superficial. Lo difícil es dejarse llevar, como espectador, por el estoicismo y la sabiduría de unos personajes que siguen adelante con sus vidas, sorteando los clichés del melodrama sin que, además, se note en ningún momento. Es una película de su tiempo (1950) que, a su vez, demuestra una personalidad impropia de su tiempo. Pienso en lo fácil que es abrazar el sentimentalismo cuando escribes sobre hechos traumáticos. A menudo, se desea inconscientemente el punto de vista más morboso, más efectista, debido a una rapidez emocional que no hace más que dilatar y devaluar el mensaje. Luego piensas en el porqué de esas películas que te devuelven a la vida con la sensación de ser mejor persona. ¿Cúal es su secreto? ‘The river’, en su manejo del dolor, de la felicidad efímera y del recuerdo, es digna de todas las atenciones. Como para verla día tras día.


‘Le journal d’un cure de campagne’ de Bresson es otra película de 1950. Las tres películas que estoy comentando lo son, y no me había dado cuenta hasta ahora. Las tres son altamente religiosas (el género que más me tira ahora, qué lo voy a hacer). Yo quería que mi personaje se pareciese al cura de Bresson, a San Francisco de Asís: un personaje de bondad manifiesta que se atormentase por su pecado original. En cambio, me ha salido un seminarista pedante, muy lejos de la humildad necesaria para conseguir una identificación (o, al menos, el tipo de identificación que yo estoy buscando). El cura de Bresson muestra su debilidad y el muro que le separa del mundo desde la primera secuencia. Enseguida le vemos seguir una dieta estricta de vino de mesa azucarado con pan. Es evidente que está precipitando su propia muerte por cáncer estomacal, muerte que abraza secretamente y no sin un acusado sentimiento de culpa. Paradójicamente, intenta predicar lo que él no es capaz de conciliar. La voz en off constante se justifica por el género epistolar. Sorprende que, a pesar de subrayar descaradamente lo que ya vemos en la imagen, no caiga en la vacuidad o en el ridículo. Bresson nunca da demasiado, pero tampoco se queda corto. El equilibrio milagroso de Bresson es uno de los enigmas más fascinantes que se puedan conocer.

Sigo instruyéndome en Adoor Gopalakrishnan, al que se la unido uno de los mitos de Kerala, el insigne John Abraham, que acabó tirándose desde la azotea de un edificio, completamente alcoholizado. Muchos directores de cine se suicidan en India. Alegan estrés por parte de los productores. La verdad es que mucha gente se suicida aquí, no sólo los directores de cine. El caso de Abraham era una historia de auto-destrucción manifiesta; el pobre nunca se lavaba, ni comía, ni se apartaba de su ebriedad cotidiana. Me muero por ver dos de sus cuatro películas, joyas importantes del cine de autor de los setenta y los ochenta.

Como algunos habréis adivinado, vivo una etapa en la que todos mis demonios están por ahí fuera. Reconducir mi guión es una pesadilla alternada con momentos de calma. La incertidumbre laboral no ayuda mucho. He retardado el momento más comprometido de mi estancia en India, que viene a ser la estabilidad económica, y eso tiene sus consecuencias. De ello hablaremos en breve, queridos amigos. De momento, no me voy a convertir a ninguna religión ni me voy a abandonar a la meditación, aunque a veces me sorprendo acariciando las raíces de algunas higueras imponentes, o contemplando el sorprendente puja (ofrenda) a la diosa Ganaphaty, consistente en romper cocos contra la piedra de una fuente (son su fruto favorito). Todo bastante inofensivo, de momento. Salud.

Sergio. 26/04/09.

lunes, 20 de abril de 2009

LI. Padmini.

Estamos que lo tiramos. Yo que me he pasado semanas sin poder acceder a ninguna imagen original, y ahora hago dos post seguidos de lo mismo. Estoy intentando comercializarme, por si no os habéis dado cuenta.






Esta no es mi casa, pero es el edificio central. Aquí es donde desayuno, como y ceno, donde pago mis facturas y donde observo las tácticas culinarias del sur sin ningún provecho (me temo). La mujer india que domina el porcentaje de fotografías es Padmini, la chef. Decir que Padmini tiene tino es una redundancia. Padmini es el tino. He de reconocer que hasta hace poco no sabía su nombre. La afluencia de turistas me aisló en mi casa y me hizo pernoctar más tiempo allí que en el edificio central. Con la temporada baja, Padmini y yo hemos estrechado nuestra relación, a pesar de que no nos entendamos nunca. El otro hombre que cocina es Linu, que compite en simpatía con Binoi.

Y ahí tenéis al famoso Kurien. Ambos vestimos mundu, el doti blanco con el que podemos ir a cualquier recepción formal. Padmini al fondo.



Éste es el lugar de reunión del Teto’s Brothers Club. Hoy me despediré aquí de mis amigos, casta y sobriamente, aunque tal vez me convenzan y vuelva para la boda de la hermana de Kiran. Recuerdo cuando crucé ese puente por primera vez. Esta imagen es muy significativa para mí.



Algunas instantáneas playeras e imágenes de los alrededores, entre las que se encuentra la pesca de mejillones y la música ambulante.






Kannur, esa ciudad que tanto me asustó al principio, reivindica ahora un lugar de honor en este repaso. La verdad es que tiene todo el bullicio y el color de cualquier urbe india, y bastante menos pobreza de lo habitual. No aparecerá en ninguna guía como el destino turístico a visitar. Tal vez por eso tenga tanto encanto.







Mi última boda hindú (se ve que voy de enlace en enlace y tiro porque me toca; pues sí). Me hace mucha gracia la cara de susto de los novios. Están sentados en un templete y lo único que tienen que hacer es dar tres vueltas a un altarcillo doméstico y permanecer quietos mientras toda la familia les tira arroz. Las mujeres de la zona arriman el hombro y cocinan para cientos de personas del pueblo y para cualquiera que pase por allí, como es mi caso. En la última imagen, el inefable padre de la novia con su nieto. No hay imágenes de la comilona posterior, que es un sinfín de cotarreos, arroz, eructos y agua hirviente.







Había una imagen de la serpiente, que apareció por segunda vez, la cabrona, dibujando unas eses espantosas sobre el terreno. Pero era casi inapreciable y no quise darle más importancia de la que merece un reptil. Aun así, se la doy. Y con esto y un bizcocho… no sabremos el resultado de las últimas elecciones indias hasta mediados de mayo. Pero esto es un culebrón, y parece que el parlamento es un destino irrevocable para todo aquel con un gran historial de crímenes y violaciones. Por lo menos, no he oído que mataran a nadie en el pueblo durante la primera vuelta, lo que ya es un logro. Kerala se comporta. Salud.

Sergio. 20/04/09.

L. Makkam, Bhairavan, Shasthappan y otras chicas del montón.


He intentado recopilar nombres y mitos para acabar dándome con un canto en los dientes. Nadie se pone de acuerdo sobre quién es quién. Pequeños matices en el maquillaje y los detalles del vestido son definitivos, pero los píxeles imponen su indefinición sobre el mensaje final. De cualquier manera, disfrutad de un resumen fotográfico de tres meses de theyyam. Hay imágenes muy hermosas.















Sergio. 19/04/09.

XLIX. “Mis Kalashnikov” es un coñazo.


Últimas noticias polesas: Sergio, tu blog es un coñazo. Se lo consulté a Ismael inmediatamente. Éste, por su parte, estaba muy decepcionado consigo mismo. Dijo que sólo sabía escribir sobre sexo, vómitos y esputos. Yo le dije, claro, ¿cuándo has escrito sobre otra cosa? Ése eres tú. Estas declaraciones no le subieron los ánimos, la verdad. Hablamos sobre la longitud de los artículos y el contenido de los mismos. Como siempre que queremos llegar a alguna conclusión, acabamos desviándonos. Ismael se puso cachondo y se encerró en el baño. No puedo contar con él para las decisiones importantes, de momento. Así que he decidido por los dos y nuestras nuevas aventuras van a ser breves. Pequeños vistazos. La otra cara de la moneda es que cada vez van a tener menos sentido. Me parece un trato razonable.

El otro día celebramos Vishu. Viene a ser como el año nuevo hindú, o eso quise entender. Los habitantes de Kerala encienden bengalas y tiran petardos durante toda la noche sin cansarse. Luego se levantan a las cuatro de la mañana, rezan a Krishna y siguen lanzando petardos. Uno de ellos me dejó sordo durante una hora. Vishu era un niño que jugaba con una encarnación de Krishna. Como todos aquellos que juegan con un dios, nadie le creía cuando lo contaba. Un día, su madre le pilló zarandeando una cadena de oro, se la quitó y la lanzó al aire. La cadena se enganchó en las ramas de un árbol y el árbol floreció de repente, afirmando el milagro. La madre se arrepintió de su incredulidad al ver al dios de piel azul revoloteando sobre su cabeza. A día de hoy, Vishu es honrado con petardos y alcohol a raudales. Como dicen los indios, es un día de full enjoy. Por mi parte, presencié alguna escena bastante patética y degradante. Luego me fui a casa y decidí que el fin había llegado.


El 21 de abril me voy a Trivandrum y tal vez ya no vuelva a Adi Katalayi. No se lo he dicho a nadie todavía porque si ya es difícil concluir una conversación, imaginaos lo que puede ser concluir una estancia de tres meses. Intentaré encontrar un trabajo allí o donde sea. La geografía india es amplia. Más amplia todavía es la geografía mundial.

Por fin vi una serpiente. Contra todo pronóstico, no me asusté, y eso que apareció a pocos metros del porche de mi casa. El equilibrio difícil entre el asco y la belleza me dejaron bastante insensible. No sé si es cosa del calor atronador de abril pero, de repente, hay muchas serpientes. Creo que van a por las ratas, no a por mí. Por lo menos, esto no es el norte, en el que hay que dar toques en el suelo con un palo para no confundirlas con el follaje y no pisarlas. Mientras no las pises, no pasa nada. Qué animales tan terribles. Cuánto dramatismo encierran.

He traído a la India algunos de mis peores vicios, como intentar complacer a todo el mundo y no decepcionar a nadie. Ismael se ríe de mí, ¿cuándo te has preocupado por otra cosa que no sea gustar a los demás? Ése eres tú. Estas declaraciones, lúcidas a la par que inútiles, han tenido alguna que otra consecuencia positiva, tanto en mi guión, al que estoy muy lejos de dar por zanjado, como en otras cosas más banales. Desear y correr son una misma cosa. A ver si a fuerza de moverme un poco más corro un poco menos. ¿Tiene esto algún sentido? Espero que no. Ya lo advertí.

Un saludo muy especial a mi amiga La Mori. Disfruta mucho de esta nueva experiencia.

Sergio. 19/04/09.

XLVIII. El demonio.

¿Es posible que Dios no sea más que un sueño del demonio?
¿Un anhelo, tal vez?

Ismael. 19/04/09.

XLVII. Cotarros del 5x13 de ‘Lost’. / Qué podemos esperarnos de esta recta final.


¡ATENCIÓN! ¡SPOILERS PARA QUIEN

NO HAYA VISTO LA QUINTA DE ‘LOST’!


Bueno, ahora que uno de nuestros contertulios estrella se ha unido al ritmo de visionados que exige todo buen seguidor de esta bendita serie, tal vez no haga falta poner el cartelito de los spoilers. Pero lo hago por si acaso.


Me gusta mucho Some like it Hoth, capítulo que parodia tanto a Star Wars como al título original de ‘Con faldas y a lo loco’, ‘Some like it hot’ (siempre me ha hecho gracia el título italiano de esta película, ‘A qualcuno piace caldo’). No es que pasen cosas muy intensas en él, pero por lo menos no te venden el humo negro en los primeros cinco minutos para luego marearte con la sopa boba. Me gusta mucho Miles y también el actor que lo interpreta, Ken Leung. Los productores ya habían anunciado un capítulo para él, y si mis pesquisas a raíz de los títulos (el único spoiler que me permito) no fallaban, sabía que su momento tendría que venir en esta segunda tanda. La gran sorpresa del episodio se revela ya en el primer minuto, y por el ritmo pausado de los acontecimientos el espectador, a eso del primer tercio, se empieza a acomodar en su silla con la intención de disfrutar de una entrega más que no deparará la información esperada, pero que ofrecerá lo que sólo ‘Lost’ y algunas otras series privilegiadas pueden hacer: un entretenimiento sólido y bien hecho.


Miles es el hijo de Pierre Chang / Marvin Candle / el chino de los vídeos. Nació en la isla. Sus poderes perceptivos están, entonces, ligados a nuestro muy querido jardín del Edén, piedra filosofal o lo que coño sean esos matorrales dimensionales. Pero la razón real por la que el señor Chang abandona (o no) a su esposa y a su hijito, con los que Cuse y Lindelof han abierto esta temporada, todavía es una incógnita. A partir del primer flashback (en el que Miles encuentra una llave debajo de un ¡conejo blanco!), descubrimos el periplo afectivo del cazafantasmas y la construcción de una personalidad borde, esquiva y materialista. Oh, la ausencia del padre. Cuántos estragos ha hecho en todos los personajes de la serie. ¿Quién no ha tenido problemas con sus progenitores? Hagamos memoria… Jack denuncia a su padre por negligencia médica (y se lo lleva con él a la isla); Locke no sabe nada del suyo hasta que éste lo encuentra, le roba un riñón y le tira por la ventana (y también aparece en la isla, cómo no); Ben sufre malos tratos físicos y psicológicos (no hay que añadir que Roger Linus pertenece a la isla, qué tío más pesado); Hurley se reencuentra con su padre después de ganar la lotería; Kate asesina a su padrastro y su madre la desprecia… La lista es interminable. Miles y Hurley hablan de papás en este episodio, utilizando la célebre ‘Yo soy tu padre’ de ‘El imperio contraataca’ de una forma muy original: hay que comunicarse con el viejo, que si no te enfrentarás con un final de trilogía muy inferior a la segunda parte. Genial.


Lo que me gusta de ‘Some like it Hoth’ son los detalles, responsabilidad de los guionistas pero también, cómo no, del muy eficiente Jack Bender, que sigue subiendo la cámara al cielo en cuanto le dejan los de producción. Por ejemplo: Miles suelta las manos de su madre moribunda cuando ésta le confiesa que su padre está muerto; Miles finge no prestar atención a la conversación entre Hurley y su padre pero se indigna cuando éste alega que prefiere el country al jazz (no me extraña); Sawyer deja KO a Phil, el hombre con cara de rata que sirve para todo tipo de papeles secundarios, y cuando le pide a Juliet que le dé algo de cuerda para atarle, ésta pone una cara (si es que alguna vez puede poner cara de algo debajo de esa capa rígida de porcelana) que evidencia el morbo que le da tener una pareja tan resuelta y al margen de la ley como el señor La Fleur (a mí también me daría mucho morbo). La descripción de la rutina Dharma, con sus salas de control, sus cocheras, sus juegos de llaves, la lista en la que hay que apuntarse cada vez que se coge un auto… están muy bien pensadas. Hacen que uno se pregunte a qué coño sabe la cerveza Dharma (a Finkbrau o peor, seguro). Y detenerse en Miles y Hurley durante quince de los cuarenta minutos que dura un episodio nos hace reencontrarnos con unos personajes muy vinculados al espectador, con el que éste se puede identificar a través de unos diálogos simples pero con enjundia. La dialéctica de poderes es muy divertida (‘tienes envidia porque mis poderes son mejores que los tuyos’) así como la visión de Miles sobre cómo puede o no puede ser la comunicación con un muerto. Vale, hay momentos en los que desearías que pasase algo más. Pero, ¡caray!, es el capítulo del chino, vamos a dedicarle unos minutos.


Y, para terminar de convencerme, Miles protagonia dos momentos que a mí, personalmente, me emocionan mucho. El primero es el flashback en el que engaña a un padre arrepentido ante la prematura muerte de su hijo. Un pequeño e intenso cortometraje emana de las imágenes eficaces de este encuentro doble. Además, el accidente en cuestión define muy bien la turbulencia interna de Miles. El segundo es la poética convivencia de Miles con su pasado a través de la ventana de la casa de sus padres, donde se ve a sí mismo allá donde la memoria de todos los mortales no puede acceder. ¿Quién no ha tenido los pelos de punta con esta secuencia? Y, ¿qué es lo que pasará cuándo Miles hable con su padre y le diga que viene del futuro? Porque eso es lo que va a hacer, estoy seguro. Y él mismo ocasionará que el doctor Chang le abandone, o algo peor. Espero que se cumpla mi trágica profecía. Por ahí anda, también, un nuevo personaje llamado Bram que me cae casi peor que Radzinsky. Al parecer, el hombre que ayuda a Illana en su revolución armada sabe lo que se esconde en la sombra de la estatua (qué equivocado estaba al respecto del significado de esta frase) y juega en el bando contrario al de Widmore. El bando que va a ganar. Uno no acaba de acostumbrarse a las medias tintas. Y tampoco a la aparición de nuevos personajes. Por favor, que ya la tenemos bastante liada.



El retorno altamente sugestivo de Faraday en el submarino cierra‘Some like it Hoth’, un episodio muy bien hecho que no apasionará a los adictos de la adrenalina, pero que revela algunas cosas importantes y que hace justicia a un actor más que correcto. Ahora… No sé si estáis como yo, pero las rectas finales siempre sacan lo mejor y lo peor de mí. Lo mejor es que mi imaginación y fantasía se desbordan y componen tramas alambicadas que nunca coincidirán con las de los creadores de ‘Lost’. Lo peor es que le dedico demasiada atención a esta fantasía, y es por eso por lo que la aprecio tanto, y esto es la pescadilla que se muerde la cola. Tres capítulos, señores, uno de ellos doble, y la mecha no ha explotado todavía. ¿Qué es lo que tiene que suceder en esta recta final?


a) Dharmaville tiene que iniciar una guerra contra los elementos infiltrados, es decir, los losties. Las consecuencias han de ser terribles, espero, y deben influir a la estación The Swan, The Orchid, al tratado con los Otros… y dar algo de información, por favor, sobre lo que significa Dharma, en última instancia.

b) Pierre Chang debe hacer algo más destacable, además de revelarse como el padre de Miles.

c) Juliet y Kate deben tirarse de los pelos y quedarse calvas.

d) Faraday tiene mucho que explicarnos. Creo que lo hará.

e) Locke, Ben y Sun deben viajar a 1977. O no. A lo mejor Sun acaba sodomizada por ellos hasta que ésta se rebele y los mate, a lo que seguiría una década de locura en la soledad de la jungla, interrumpida por la visita de su hija Ji Yeon a la isla, a la que Sun no reconocería y mataría accidentalmente… En fin, no sigo.

f) Locke debe resucitar públicamente y erigirse como líder, lo que contará con la oposición de Ben, Jack y Sawyer, como poco, o tal vez no… El calvo tiene al humo negro de su lado, y eso es una ayuda poderosa.

g) Jack debería reencontrarse con su padre de una puñetera vez. Y, puestos a hablar de familia, Claire debería tener una secuencia, al menos.

h) Algo de interés tiene que pasarle a Desmond.

i) Algo se esconde en la sombra de la estatua. Lo dejo ahí. Muchas cosas que no podemos imaginarnos deben pasar. Y sería aconsejable que fuese así, porque la season finale de la quinta es la última antes de la sacrosanta series finale. Espero que Cuse y Lindelof se lo curren. Sólo han guionizado cuatro de los trece episodios emitidos hasta ahora, así que han tenido tiempo para sorprendernos. O a lo mejor han estado fumando porros y leyendo Daredevil.


Bueno, queridos. Nos veremos después del parón. Os dejo con una cita de ‘La invención de Morel’ de Adolfo Bioy Casares, que va de una isla mágica y de muchas cosas relacionadas indirectamente con ‘Lost’ (no en vano, el libro aparece en algún episodio que ahora no recuerdo). Sé que esto es muy pedante. Lo siento. La única justificación es que el párrafo me parece, sencillamente, formidable.


“¿No debe llamarse vida lo que puede estar latente en un disco, lo que se revela si funciona la máquina del fonógrafo, si yo muevo una llave? ¿Insistiré en que todas las vidas, como los mandarines chinos, dependen de botones que seres desconocidos pueden apretar? Y ustedes mismos, cuántas veces habrán interrogado el destino de los hombres, habrán movido las viejas preguntas: ¿adónde vamos? ¿En dónde yacemos, como en un disco músicas inauditas, hasta que Dios nos manda nacer? ¿No perciben un paralelismo entre los destinos de los hombres y de las imágenes?”


Sergio. 18/04/09.

jueves, 16 de abril de 2009

XLVI. La gran desaparición.

Justo cuando había abortado mi búsqueda de lo divino,
una fantástica confirmación del alma de los árboles
o una palabra destinada a morir en mí, revelada como en un sueño
(yo, no esclavo de una palabra, sino de “la palabra”),
justo en plena apertura del mundo racional, por el que no sentía más que vergüenza y una falsa empatía, estéril de toda creatividad,
se me presentó un hombre, sudaba como el trabajo,
nepalí, eso dijo, con alguna reserva, tal vez una secreta inferioridad que no le hizo, en ningún caso, aparentar menos autoridad,
compartimos un auto y no dijimos nada,
yo miré el triste exterior, el agua espumosa, marrón, algunas bocas inesperadas, desaprobaba la expectación pasada,
cuando el nepalí dijo, ‘usted lo que necesita es una gran desaparición’,
‘¿disculpe?’, ‘una gran desaparición,
los chamanes de mi país olvidaron cómo invocarla, tampoco en Ecuador han evolucionado al respecto desde lo de la eterna juventud,
pero cerca de aquí, lo sé, existe la posibilidad de experimentar una gran desaparición’,
‘¿qué es una gran desaparición?’,
‘el propio nombre lo indica, y si me lo pregunta es porque ya lo sabe’
y no lo supe, pero el milagro del nombre, antesala de un misterio más grande que el primer fuego, atormentó mi cabeza ya podrida con imágenes de prestigio internacional
(¿la muerte entendida como farsa?; ¿la conversación postergada que acaba con un hoyo cavado en el jardín trasero?),
‘¿adónde debo dirigirme?’,
‘a ninguna parte’, y el nepalí de piel ridículamente abierta se apeó, ‘me quedo aquí,
aquí es donde ha de volver dentro de cien noches’,
‘¿aquí?’, y el paraje, burdo a la luz del día, privado de perspectiva mágica e incluso de una poesía arbitraria, me devolvió a la sombra,
‘aquí tendrá lugar la gran desaparición’,
el auto arrancó y el nepalí quedó quieto en aquella esquina gris y roja, ni siquiera un punto destacable en la sordidez del bosque, ni un gato negro,
y aunque en principio yo no tenía más intención que la de drogarme en una ciudad de cierto renombre,
decidí esperar en una pensión, a quince kilómetros por un camino hecho de tripas de insecto, un agujero excesivamente respetable,
allí la espera se convirtió en un resumen traicionero del letargo de mi vida, promesas de lo increíble apenas asomaban en sueños,
‘usted lo que necesita es una gran desaparición’
(la tía Irene, una cachonda, murió sin ser vista y nadie creyó en la veracidad de su cadáver, tanto así que mientras la cubrían de tierra sus hijos no podían contener las risas, ‘¿hasta cuándo va a seguir con este teatro, la jodida?’),
‘¿qué es una gran desaparición?’,
pregunté en la pensión y a la gente de los alrededores, poco temerosos de Dios, pero lo suficiente como para evocar demonios con los ojos, y no hallé respuesta,
el lento sudor del nepalí apareció en mi y dificultó tareas básicas como el comer y el dormir, únicas actividades gratificantes en la ausencia de fe,
y la noche noventa y nueve llegó, y estando yo en un porche de cristales empañados, dudé, ‘¿habré contado bien los días?’, y lamenté no haber llamado a un auto, por si acaso, temblé y pensé en los fantasmas improcedentes que abrían mi culo durante la fiebre,
duro amanecer cuando no sabes si el rosa imberbe del cielo es de pérdida,
lentas horas, bebí un poco y fui al cine, la película fue más o menos premonitoria, hablaba de invasiones extraterrestres y de una civilización oculta, soñé otro poco y me quedé a verla por segunda vez, a la espera de que alguien me pudiese calmar, pero mi sudor era repugnante y un niño me gritó ‘¡piel de sapo!’,
tormento líquido,
el auto llegó después de la cena y comprobé que el conductor, poco interesado en disimular un enfado propio de quien es interrumpido cuando va a meter el dedo en el tarro de la miel,
se perdió, a propósito, creo , y tardamos casi dos horas en hallar el místico portal, donde no había nada, nadie, una luciérnaga pasó, dos culebras dejaron de aparearse,
me apée, el conductor me pidió trescientos, yo le di doscientos veinte y un beso, se fue,
yo, solo,
acomodé mi visión a la no visión, siluetas ordinarias y líneas paralelas, nada imprevisto,
mi sudor penetró en el oído, donde una ceniza aventurera se vio obligada a naufragar,
pasaron tres horas, un deseo más en la noche,
y de los árboles surgió el nepalí, tan mojado como escupido por un mar subterráneo, y me miró, sin sonreir,
‘gracias por esperarme’,
y yo le miré, ahogado en mi propia cobardía, y le supliqué, ‘quiero ver la gran desaparición’,
‘muy bien’,
y el nepalí, ante mis ojos, desapareció.

Ismael. 12/04/09.

viernes, 10 de abril de 2009

XLV. Cotarros del 5x12 de ‘Lost’.


¡ATENCIÓN! ¡SPOILERS PARA QUIEN

NO HAYA VISTO LA QUINTA DE ‘LOST’!


‘Dead is dead’, o ‘Benjamin Linus en el templo maldito’, es la duodécima entrega de esta temporada confusa y preñada de medias revelaciones, y también el capítulo más estridente, musicalmente hablando, de toda la serie. Está dirigido por Stephen Williams, otro de los grandes empleados de la casa, y escrito por Brian K. Vaughan y Elizabeth Sarnoff; del primero hay que decir que no es sólo un famoso guionista de cómics (‘Y: el último hombre’, tebeo que se lee Hurley en la sala del aeropuerto, antes de coger el Ajira 316), sino uno de los productores que más poder ha ido ejerciendo en el discurrir de ‘Lost’ desde que ésta perdiera el rumbo y se viese necesitada de nuevos cerebros. Pero ‘Dead is dead’ no es lo que nadie se espera de una entrega centrada en el icono televisivo ‘Ben Linus’. Nos enfrentamos a un episodio polémico que puede gustar tanto como frustrar. Yo mismo no tengo ni la menor idea de qué es lo que me parece. Por ello, voy a recurrir a la vieja táctica ya utilizada con ‘Jughead’.

Éstas son las cosas que aprendemos al terminar de ver el 5x12:


a) La isla demandaba la muerte de Danielle Rousseau y Alex. Como podemos comprobar, ambas mueren a manos de las milicias de Charles Widmore tras una prórroga de dieciocho años en la que la primera se vuelve loca y la segunda… bueno… retoza un poco con un chico llamado Karl… discute con su padre… poco más… Ben se negó a ejecutar las órdenes de la isla (o las de Widmore) y el destino se cobró su recompensa. Pero como, al fin y al cabo, la decisión que Ben tomó en The shape of things to come fue en beneficio de la isla, ésta le ha perdonado la vida. Esto es lo que creo entender de la línea argumental principal. Destripar las motivaciones de Ben es un ejercicio enloquecedor y, tal vez, inútil.

b) Widmore es exiliado por abandonar la isla repetidas veces y engendrar a Penelope fuera de la misma. Esas escapaditas tuvieron que darse antes de que se apoderasen del submarino, supongo. De cualquier manera, es una escena muy breve para tan magno acontecimiento, y sólo nos muestra un necesario apoyo para la trama principal, es decir, el ajuste de cuentas por el asesinato de Alex.

c) John Locke es Dios. Esta vez lo digo literalmente. Su resurrección ha amplificado la conexión natural que siempre ha tenido con la isla, y ahora camina por ahí como Pedro por su casa. Después de las constantes humillaciones que el calvo sufre durante la cuarta temporada, es extraño verle tan crecido y tan seguro de sí mismo. Pensándolo bien, si yo reviviese delante de mi verdugo también me sentiría el rey del bambo.

d) Caesar muere. A todo cerdo le llega su San Martín. Y este cerdo estaba ya muy gordo. Puede que sea la mejor escena de todo el episodio, y la que mejor refleja la ambigüedad que Ben ha elevado a la enésima potencia.

e) Algo se esconde en la sombra de la estatua. Para empezar, yo pensaba que la estatua estaba en la isla principal. ¿O se trata de otra estatua? ¿Tendrá ésta siete dedos, en lugar de cuatro? Illana y un nuevo lostie merecedor de una muerte violenta han tomado el relevo de Caesar y creen que las armas les van a ayudar en su propósito de desentrañar la isla. Pobrecitos. Y qué mal se desmaya Lapidus.

f) Al humo negro se le llama como quien desatasca un desagüe. Las cosas han cambiado desde ‘The shape of things to come’, y aquella compleja sala de operaciones se ha vuelto un pelín más básica, y chabacana, como toda gruta que se precie en esta serie.

g) El humo negro es un demiurgo. ¿O no? Algunos ya habíamos visto rostros de gente y voces atrapadas en el monstruo de la isla. Esta vez, no cabe duda: nuestro viejo amigo es un portador de las vidas de todos los personajes, y se lleva con él todos los flashbacks y flashforwards pertinentes. ¿Será el humo negro el auténtico narrador de Lost? ¿Es el juicio final? ¿Es Dios? ¿Soy el único que ha echado de menos un presupuesto algo más elevado para esta secuencia?

h) Sea lo que sea la isla, está relacionada con la civilización egipcia. No se pueden dar más confirmaciones al respecto. Que si jeroglíficos, que si Hurley dibujando la esfinge en Santa Rosa, y ahora una inscripción inquietante: un dios del Antiguo Egipto (lamento no saber de quién se trata, de momento) recibiendo la visita de algo parecido al humo negro. Es una imagen poderosa y escalofriante. Y todo en esa gruta nos trae ecos del interior de las pirámides faraónicas.




Como ya he formulado algunas de las preguntas sin respuesta de ‘Dead is dead’, voy a ir a lo principal: ¿quién es Ben? ¿Quién es Widmore? ¿Y qué pretenden ambos? ‘The life and death of Jeremy Bentham’ nos ofreció a un Charles buenecillo y a un Ben psicótico; ahora las tornas vuelven a cambiarse. Aunque no hay que desvelar las verdaderas cartas de Linus antes de tiempo, pienso que muchos se decepcionarían si el maligno Ben resultase ser, finalmente, el good guy. La cuarta temporada intentó redimirle de algunos de sus pecados, pero al comienzo de la quinta vimos que Ben era infinitamente más interesante si culebreaba en la sombra. Pues bien, no hay que estar tan seguros de que esto vaya a ser así. ‘Dead is dead’ no podría ser más contradictorio al respecto, en tanto que Ben no quiere desvelar por qué mató a John Locke y qué es lo que esperaba que sucediese con su cadáver una vez llegados a la isla. ¿Tiene sentido que mienta a Sun cuando le confiesa que la perspectiva de un Locke vivito y coleando le asusta profundamente? La isla, a través de Alex, le advierte que un nuevo intento de matar al elegido acabará con él. ¿Por qué iba a volver a hacerlo? ¿Es Ben, en el fondo, un personaje tan acomplejado como para querer rematar a Locke durante todos los días de su vida? Sin embargo, le salva la vida en la magnífica secuencia del bote (hay que ver, qué juego están dando esos chismes). No entiendo nada. Pero nada de nada. Y lo más probable es que tampoco Michael Emerson tenga ni pajolera idea de quién es. Su interpretación, siempre a la altura, se resiente un poco en esta nueva entrega de su persona. La derrota y la humillación no le sientan bien a Ben Linus.


Pero los personajes deben evolucionar, ¿no es así? Dije al principio del post que ‘Dead is dead’ podía gustar o frustrar. Me explico. Mi corazón me dice que Ben no puede ser un padre cariñoso que columpia a su hija. ¿Y por qué no? No hay ninguna razón de peso, pero pienso que al malo de la película no le sobran matices, precisamente. ¿Por qué íbamos a querer redimirle de nuevo? El auténtico jarro de agua fría viene con el intento de asesinato de Penelope a bordo del ‘Our mutual friend’ (la novela de Dickens que salvó a Desmond del suicidio, qué bonito). Los guionistas intentan justificarlo con la aparición del pequeño Charlie, haciendo uno de sus manoseados paralelismos pasado-presente, pero esta vez no cuaja del todo. Vale. Ben debe tener su corazón por ahí escondido, y puede que necesite una dimensión más humana. Pero los que nos esperábamos que la sangre de su rostro no fuese la suya nos hemos quedado con ganas de más… ¿o no?…



Por lo demás, Sun se une a la pareja más fructífera de la serie y no veo la hora de ver en qué termina el periplo de estos tres personajes tan insignes. ‘Dead is dead’ es un buen episodio que contiene más revelaciones de las que aparenta, cuya primera mitad es excepcional, y cuyo final nos plantea preguntas difíciles y decepciones para aquellos que no estaban preparados (como yo) para ver a Ben lidiando con unos traumas que ya creíamos superados o, sin dar más rodeos, para ver a un Ben vencido por las circunstancias. Eso hace que este episodio no sea tan regocijante como otros del señor Linus, sin decir con ello que la calidad sea baja, que no lo es. Desconcertado me hallo, compañeros. Y recordemos que la sorpresa y la incertidumbre son algunas de las cosas que nos enamoraron de esta serie. Termino con un John Locke en su salsa, siempre con una sonrisa de revancha asomándole en el rostro y un aura de superioridad bien disimulada. Atención a su gran frase: ‘Well, Ben, I was hoping that you and I could talk about the elephant in the room’. ¿Se puede tener más clase? Admito que, en esta escena, Michael Emerson está grandioso. En el fondo, lo está a lo largo de todo el episodio; el problema es que no encuentra o no le dan un clímax de envergadura, y cuando parece que éste ha llegado, las palabras de su hija son contundentes: “tu hora ha terminado, sigue a John Locke”. En ésas estamos. Bienvenidos a la era John Locke.


Sergio. 10/04/09.