lunes, 27 de abril de 2009

LIII. Así que quieres trabajar en India, ¿eh, tunante? (Parte I).


Suena el Canon de Pachelbel en el móvil de algún ejecutivo indio. Estoy en mi habitación del Greenlands Lodging y el tráfico se las arregla para mezclarse con la sintonía del ventilador. Estoy sudado y cansado, pero hoy ha sido un día de traka y, aunque no llegue a ninguna parte en mis aspiraciones laborales, tampoco tengo muchos motivos para sentirme triste. Los indios siempre acaban alegrándote el día, de alguna extraña forma.


Cuando llegué, hace casi una semana, volví a Chalachitra Academy, sólo que esta vez no coincidí con la bella Parvathy. Allí me tomaron por galo y me enviaron a la Alliance Française, donde tampoco tenían ni idea de cómo ayudarme (a todo esto, yo tampoco tenía mucha idea de que me creyeran francés; si no, me hubiera ahorrado el viajecito). No hay nada parecido a un consulado español en el sur de la India, así que tuve que acudir al Señor Google y a su vasta sabiduría. En Trivandrum hay varios estudios de cine repartidos por las colinas circundantes, pero llegar a ellos es una odisea y una pérdida de tiempo. De modo que visité otros sitios más corporativos, y me siguieron mareando, y volví a parar en Chalachitra, donde dije, vamos a ver, dadme sólo alguna dirección donde acepten mi bello curriculum traducido al inglés, por favor, trabajáis con películas, directores y técnicos, organizáis festivales de cine, ALGO TENÉIS QUE SABER, ¿NO? Todo esto en un inglés cada vez más torpe. Prometieron ayudarme y me enviaron a una especie de estudio roído y maloliente donde un amigo de un amigo de un amigo trabaja en la edición de tráilers y comerciales. No me ofreció curro, pero sí clases gratuitas de Premiere. Se agradece.


En algún momento de mis recorridos por el asfalto levantado de Trivandrum me encontré con un hombre que me puso en contacto con un amigo suyo que me invitó a una fiesta donde habría muchos extranjeros a los que podía comentarle mis cuitas. Así, como caído del cielo. El sitio era un hotel llamado Molly’s, y el lugar era ni más ni menos que Kovalam, la Costa del Sol de Kerala, más concretamente en la playa de Samudra, un sitio bastante deprimente en temporada baja. Allí tuve que vérmelas con un indio empeñado en que esnifase polvos de dudosa calidad y procedencia. Tardé casi una hora en escapar de sus garras. El pobre necesitaba que yo tuviese alguna adicción, y yo necesitaba, realmente, que me dejasen en paz. La cosa terminó bastante bien. Me inventé una vida paralela a la mía para estimular mi tedio y me fui a Molly’s, donde la compañía no iba a ser mucho mejor.


Todo el mundo allí pertenecía al club Overseas. Yo, como no era un chico Overseas, tuve que abonar pasta, para ni siquiera probar la piscina (no llevaba bañador, así que no me iba a poner a correr en calzoncillos delante de un puñado de escoceses homosexuales entrados en años). Una chica muy rubia y muy canadiense se puso a hacer versiones de esas canciones ñoñas que tanto me gustan; en pocos segundos, detesté toda mi discografía de cabecera. La comida era occidental, o mejor dicho, británica, que viene a ser un refrito mal hecho de todos los platos europeos. Me sentaron con los viejos de los que intentaba huir, y con un alemán tenebroso que decía cosas harto incómodas, como ‘le gustas a Bill’ o ‘¿tú eres gay?’. Menos mal que yo iba a lo que iba, y conseguí contactos.


Uno de ellos se llama Rajiv, un indio de pelo blanco y cara infantil, un cruce entre el muñeco diabólico y el padre de Laura Palmer en su etapa canosa.



La familia política de este hombre es una insigne dinastía cinéfila: su suegro y sus tres cuñados son directores de cine. Todos bastante conocidos en India. Al suegro le llamaremos Calzador, un anciano director de renombre al que conocí apenas unas horas, en su mini-despacho pegado a la Mahatma Ghandi Road (todas las ciudades indias tienen una MG Road). Si Rajiv ya me había inquietado con su forma de cambiar constantemente de conversación y de tono, canturreando y hablando y riendo sin ninguna lógica externa, Calzador no iba a ser menos: sentadito en su sillón de honor, con los ojos más pequeños del mundo y la mirada más inescrutable, parecía un sapo metido en una cámara frigorífica. El tío ha hecho mucho, pero no sabe dónde está Madrid. Gente menos preparada sabe quiénes son Saura, Buñuel y Almodóvar. Dijo que él hacía art films, películas que ganaban premios en festivales. Lo decía con orgullo. Es una cosa muy típica del carácter indio y no hay que prestarle mucha atención, pero me hizo gracia: ‘yo hago películas que ganan premios…’ Ay, Calzador. No sé si me ayudará o no, pero me dijo que le enseñase mis historias y se podría hablar de futuras colaboraciones. En fin, las palabras se las lleva el viento. Por lo menos se quedó con mi curriculum y ya sé dónde encontrarle.


Otro de los contactos surgidos de la noche etílica en Molly’s (había que amortizar la entrada; luego me enteré que las bebidas iban aparte…) fue una española, María. Bueno, su historia es particular. María es la nieta del último monarca de las Islas Maldivas. Cuando llegó la república, el descuidado rey no sabía donde caerse muerto, así que la familia real dio tumbos por todo el mundo hasta establecerse en la Ciudad Condal. Ahora María vive con un indio en Trivandrum, desde hace diez años, y todavía tiene visado de turista. Es una tía muy fuerte. Lo importante es que tengo posibilidad de alojarme en alguna de las habitaciones vacías de su mansión. Ayer tantée el terreno y me auto-invité a una sesión de pasta y cricket con ella y con su marido. Los Mumbai Indians destrozaron a los Kolkatta Knight Riders por 93 puntos de diferencia. María ha sido la primera en explicarme la fascinación del cricket, y también en ofrecerme una interpretación objetiva y coherente de la guerra civil en Sri Lanka. Os tendré al tanto de mis nuevas redes sociales, entre las que se encuentra, además, Sasi, un indio que también quiere gestionarme un alojamiento gratuito, y que se ha ofrecido a pagarme algunas clases de español en cuanto me establezca, y también a conseguirme varios alumnos. Añadió que le falla la memoria y que debo llamarle todos los días.


Shahrukh Khan abrazando a los Kolkatta Knight Riders.


Todo es muy caótico e informe, y mi número de teléfono indio está pululando por toda la ciudad a un ritmo vertiginoso. Me llama gente que no soy capaz de distinguir y las paso canutas. Pero, como dije al principio, siempre hay una sonrisa o una broma que endulza los sinsabores de la jornada (el portero del hotel, deseándome dulces sueños y meneando su bigotito…). En los ratos libres, sigo escribiendo y viendo cine. Os tengo que hablar de John Abraham, pero prometí brevedad. Salud a todos. Y, ya que el Sporting nos está poniendo al borde del delirio, por lo menos que pierda el Madrid.


Sergio. 27/04/09.

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