jueves, 9 de abril de 2009

XLIII. Come on. Easy. One more.


No sólo voy a los templos y me descargo episodios de ‘Lost’. También voy a un gimnasio llamado Rachana, un santuario abarrotado de máquinas con apenas un pasillo estrecho para caminar entre tanta mole. Rachana no es el último grito en musculación, es el primero. En las paredes acristaladas, me sonríen fotos de aquellos muñecos rotos que poblaban Pressing Catch y subproductos parejos. La banda sonora corre a cargo de Aqua, y nadie está a salvo de Madonna, ni siquiera en el pueblecillo miserable de Chala. Los chavalitos se ayudan los unos a los otros, y mientras uno levanta pesas y sueña con la actriz de Bollywood del momento, el otro corea: ‘One… come on… Two… easy… Three… one more…’ Bellísimo. Todo en Rachana me parece muy entrañable y divertido. Tiene que ser así, porque me levanto antes que el gallo. Últimamente, más temprano incluso, ya que ando evitando las apariciones sorpresa de un niño psicótico que quiere aprender inglés conmigo a fuerza de preguntarme por mis experiencias vitales, tanto las memorables como las amargas. Como comprenderéis, las cinco de la mañana no es una hora para hacer balance de lo bueno y de lo malo. O tal vez sea la hora perfecta.

A una entradilla frívola le siguen cotarros más importantes.

a) Terminé el guión.

Es difícil saberlo. Del theyyam siempre se aprenden cosas, y no se puede dar nada por zanjado. Estoy contento de verme con la paciencia suficiente como para reescribir una y otra vez. Pero me parece que ha llegado el momento de parar. También soy consciente de que me he metido en camisas de once varas. A pesar de eso, he intentado no complicarme con filosofía pseudo-religiosa (un peligro en acecho constante). El resultado me hace bastante gracia, me gustan mucho todos los personajes y puede que algún loco decida, algún día, darle luz verde. Aguardaré ese momento con toda la perseverancia de la que me pueda proveer. Tengo todo el tiempo del mundo.

b) Terminan, por tanto, los días de theyyam y rosas.

No tengo muy claro en qué día concreto abandonaré Adi Katalayi, pero creo que será antes de finalizar el mes. Me espera una estancia prolongada en Trivandrum y luego… a saber. Esta incertidumbre es excitante, y relativamente nueva, ya que, si recordáis, me asenté con mucha premura en un sitio concreto y apenas he husmeado por los alrededores. Voy a echar mucho de menos a Kurien y a Binoi, mis dos aliados diarios. A uno, por ser inteligente, humilde y servicial más allá de toda expectativa. Al otro, por ser, simplemente, adorable. Mis compañeros del Teto’s Brothers Club también van a ser echados en falta. Kiran me la tiene jurada desde que hago ejercicio y bebo menos brandy, pero no llegó la sangre al río. Otras caras nuevas se han incorporado al club: la de Samir, con el que me gustaría levantar una granja, tener cuarenta niños y cantar en malayalam durante todos los días y todas las noches de mi vida; la de Agish, el único del pueblo con coche / discoteca móvil; y las de muchos otros a los que apenas puedo distinguir si no hay luna llena.

La hermana de Kiran encontró, finalmente, a un mozo de su conveniencia. O mejor dicho, lo encontraron por ella. Su intercambio de anillos fue una excusa más para que Kiran y Aaron (su hermano de seis dedos) celebrasen una fiesta con sus colegas, entre los que estaba yo. Lo del enlace parecía ser lo de menos. La casa de Kiran se llenó de alcohol, tabaco y biryani durante dos días, y nadie le dijo a la pobre chica eso de ‘Felicidades’. ¿Para qué? Aunque esto me perturba bastante, el espíritu de colectividad mostrado por el pueblo es increíble y les redime de su insensibilidad en otros menesteres. Después de comer, la marea masculina me arrastró debajo de unas palmeras y allí me quedé, tan a gusto. La hora de la siesta era una proliferación de comentarios jocosos acerca de las prostitutas que trabajan en los alrededores de la estación de trenes. Son todos una panda de niñatos, la verdad sea dicha. Y tanto frote y refrote excede, a veces, el sentido común. ¿Alguien se imagina a todos los hombres de una fiesta tirados por el suelo, abrazados, acariciándose y bebiendo y llamándose ‘puta’? Bueno, tal vez alguno sí que se lo pueda imaginar. Pero no como parte de una celebración matrimonial. Y, por supuesto, no como parte de un rito heterosexual. No tengo que decir que añoraré estas siestas tan estimulantes.

Todavía no me he ido pero ya lo miro todo con ojos de despedida. Estos meses han pasado muy rápido, pero me las he arreglado para dormir poco y hacer muchas cosas a lo largo del día, aunque no haya salido mucho de mi desván – horno. Me gusta tomar té con los tenderos, cortarme el pelo en una barbería pequeñita como una ratonera, asistir a las funciones teatrales de los hijos de mis conductores de rickshaw favoritos, y todas esas cosas a las que accedes cuando te sientes más o menos integrado en una comunidad. Alguien corrió la voz y se dice por ahí que voy a hacer una película en la zona. Ojalá. Sería un sueño contar con una ayuda de este calibre. Sólo me falta el beneplácito de los sacerdotes, para lo que espero que Pradeep quiera interceder por mí. Ayer fui a verle, nuevamente. Después de muchos días pensando en él, escribiendo sobre él, me di cuenta de cómo lo había deformado en mi imaginación. No sabría decir por qué, pero le vi más viejo, incluso más calvo. Distinto. Los intérpretes de theyyam cargan con el misterio de no comprometerse nunca con una identidad concreta. Pradeep, que se estaba preparando para interpretar a una nueva Bhagavati, famosa por sus favores hacia la fertilidad, me saludó brevemente y repitió mi nombre por lo bajo mientras se dejaba maquillar. Pradeep me ha hecho soñar con tantos mundos que es imposible que lo puedan arrancar de mi memoria. Él es el mejor resumen de esta temporada en Adi Katalayi.


Pradeep, convertido en Gulikan theyyam.


Por lo demás, hay dos cosas insoportables: el calor y los turistas. Del calor ya he hablado y sólo diré que justo cuando empiezas a pensar que no puede ir a más, que ha agotado todas sus reservas para amilanarte, te azuza con un nuevo día en el infierno. Si puedo soportar esto, que me den temporadas en el desierto. No puede ser mucho peor. De los turistas… Ufffff. Echo de menos al Señor X, porque ando escaso de imaginación para ponerles un nombre que les haga justicia. Durante las últimas dos semanas, los peores especimenes se han puesto de acuerdo para detener su trasero en este pequeño paraíso. Cuanto más bobos son, más tiempo se quedan. Estos son algunos de los comentarios que me matan:

a) “¿Qué tal, artista? ¿Te has portado bien hoy? ¿Has escrito mucho o poco?”
b) “Mi madre me preguntó si los retretes indios eran como los de ‘Slumdog millionare’, ja,ja,ja…”
c) “El Sporting ha perdido contra el Racing. ¿No eran los cántabros vuestros peores enemigos? Eso tiene que doler, ¿verdad?” (A la hora del desayuno).
d) “Uy, yo estuve una vez en el norte de España. Lo odié. Prefiero a la gente del sur. Son más abiertos”.

Sobran las palabras. Por suerte, conocí a Tim, un británico de ojos hundidos que, tras hacerme las mismas preguntas que me hacen todos, se dio cuenta de lo tedioso que debía ser todo eso para mí y se portó con mucho tino y ardil. Gracias a él, por fin sé jugar al backgammon. Y también me regaló archivos musicales para mi ordenador, gracias a los cuales conocí a Anna Ternheim. Yo no sé cómo de conocida es esta chica, porque soy un inculto musical y mis descubrimientos os pueden pillar un poco de vuelta. Pero me da igual. Compartiré una canción suya con todos vosotros, además de unos bonus tracks que levantan el ánimo.

(Nota: voy a andar liado haciendo la traducción al inglés del guión. Será de todo menos divertido. Dudo que esto dé pie a cotarros de interés, pero si es así, lo sabréis de primera mano. Y siento si se desprende una pequeñísima tristeza en este post. Los momentos de transición tienen esta naturaleza melancólica. Salud).

Sergio. 08/04/09.








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