domingo, 1 de agosto de 2010

161. Season finale: “El océano y las rocas.”



Me despierto en mitad de la noche y escucho el silencio. Ni una sola bocina o motor enfermo rasguñando la calle. Todo está desdibujado y silencioso como en el fondo de un mar de aceite. A los diez segundos vuelvo a dormir. No lo he disfrutado. Si tuviera a mano una tetera llena podría incorporarme y beber de ella y abrazar conscientemente esa calma en comparación con la agresividad diurna de cualquier ciudad india, tantos elementos vertidos sobre el asfalto o lo que queda de él. Pero llego demasiado cansado a la noche como para vivirla. La humedad y la realidad se pegan a mi cuerpo y me encadenan a un sueño sin sueños. Me despierto brevemente y escucho el silencio. ¿Cómo es posible? ¿Adónde va el mundo? En la interminable sucesión de calles vacías y calles llenas me despido de una etapa más del viaje y bostezo. Siento estupor. No he aprendido nada. No me siento realizado ni más feliz que antes por haber visto el océano contra las rocas y sentir que la vida sólo es eso.

Me gustaría mirar un momento al pasado. Es la tónica de las season finales, al menos las de ‘Miss Kalashnikov’. Para algunas más electrizantes, recúrrase a la ficción tradicional, o a la que escribí el año pasado (Post nº108: ‘El planeta bajo el impacto de un meteoro’) en la que un número considerable de monos amenazaron con llevarme al otro barrio. Eso es un clímax y no lo que viene a continuación.


Katherine: “Well, like they say… I see you when I see you”.

Podría ser el lema de las amistades fugitivas, las breves conversaciones entonadas a orillas de la autopista australiana con un desconocido o una pareja de desconocidos o incluso un grupo de desconocidos en el menos atractivo de los casos. Katherine iba y venía sin ningún objetivo aparente. Me cuesta entender que eso es algo muy valioso. Su energía era tal que había consumido su cuerpo reduciéndolo a poco más que un esqueleto bajo una capa de pintura a modo de piel. La voz de Katherine había pasado por muchos sitios - tal vez rodeos en algún espectáculo etílico del outback, ranchos, carreteras, zonas de acampada que se atreven a ser hogares de prestado para tantas almas libres y solas – y se había endurecido ante semejante crisol de vivencias. No puedo olvidar su deambular frenético por la cocina comunal, amarrada a una taza de té. Su despedida fue franca, inmejorable. Porque la vida no se detiene ni se disculpa. Alrededor, eucaliptos de corteza levantada, canguros curiosos, grillos, mil ruidos incógnitos, la tos mortecina de Bob, el sueño tranquilo de la familia itinerante de Cindy, las duchas, las ranas, las estrellas y un cocodrilo que no hacía daño, sólo dormía.


CJ: “This is Helen… my love, mi life, my wife, my sweetheart, my one and only”.

A uno le gustaría escuchar algo así de vez en cuando. A mí, en particular, me gustaría llevar una vida como la de CJ y ser capaz de disfrutarla. Ése es el regalo que me ha hecho Australia: una visión poderosa de futuro (pero como todas las visiones, engañosa). Así que este recuerdo es algo construido a medias entre el pasado y el futuro. La parte del pasado corresponde a ese viaje por los confines selváticos de Cape Tribulation, donde intuí por primera vez la espiritualidad inconcebible de la naturaleza australiana. La parte del futuro corresponde a la semilla que CJ y Helen, mi anfitrión aborígen y su mujer, plantaron en mí en el apenas día y medio que estuvimos juntos. Me veo en mitad del bosque. Me veo aprendiendo a levantar una casa modesta, una cabaña rústica. Me veo allí con mi familia. Pero de momento, eliminando esas dos coordenadas que no existen, no han existido ni existirán nunca (pasado y futuro), me veo aquí, en una habitación de hostal en Mysore, y soy lo que soy. Nada más.


Matt: “I’m not worried about you, Sergio. I’m worried about them. What they’re missing”.

Nadie se ha perdido nada. Ni yo tampoco. La ausencia de cotarros sentimentales en estas páginas es sólo una circunstancia más del viaje, y no hay que olvidar que me permite, en gran medida, moverme de la forma en que lo hago. Pero las preocupaciones del señor Shaw eran más amplias. De hecho, no había cosa que no le preocupase. Me vi a mí mismo en muchas de sus palabras o miradas ansiosas, y nunca podré olvidar esa complicidad surgida de un marco laboral para el que no estaba preparado y en el que, sin embargo, no lo hice mal del todo.


Bob: “Don’t tell Cindy.”

Y se encendió un cigarro tras otro. Tal vez una muestra de que todavía tenía control sobre su vida (parafraseando libremente a Sydney Pollack en un capítulo de ‘Los Soprano’). El viaje en coche que hice con Bob fue el más fascinante / preocupante / irritante en una galería variada de experiencias autoestopísticas. Tal vez porque nunca he visto a nadie tan enfermo y, al mismo tiempo, tan obstinado en vivir.


Johnny: “You’re gonna love this.”

Lo amé, pero no en el sentido que él se esperaba. La cara más detestable de Australia (aparte de los rednecks y de un tipo de ignorancia pueblerina que se puede tornar altamente peligrosa en cualquier momento) fue la primera con la que tuve la suerte de encontrarme: la del negocio de los mochileros, el empleo de los mismos para un trabajo ingrato y las largas noches de alcoholismo y sudor en dormitorios colectivos. Británicos, alemanes y casi todos aquellos que puedan conseguir con una working holiday visa se zambullen en ese inframundo y dicen de sí mismos que tienen muchos cojones al hacer lo que están haciendo. Yo creo que el ochenta por ciento son imbéciles y el resto posiblemente huyen de algo aún peor. Me alegro de haberlo vivido y de haberme dado cuenta de que una vida más digna es posible y deseable. ¡Pardiez!, acampar en mitad de la nada y volcar alubias de la lata a tu boca es mucho mejor que eso.


Penny: “Sergio, what do wise men say?”

El juego consistía en extraer una pregunta de la letra de una canción y esperar a que el otro o la otra supiesen contestarla. Así transcurrió gran parte de mi estancia en el número siete de Wilson Street: ‘Sergio, do you know the way to San Jose?’; ‘Penny, what did the KKK do?’; ‘Sergio, why do birds suddenly appear every time you are near?’. Tal vez la canción de Elvis fue la más sorprendente porque había estado escuchándola todo el día y, mientras fumaba en el jardín, Penny se asomó a la puerta y me preguntó qué es lo que dicen los hombres sabios. ‘Only fools rush in’.


Wayne (cantando): “Lawn-mower man… he cut his hand…”

No ha sido un incidente del que haya querido hacerme mucho eco desde aquí pero sí que tuvo guasa en el mercado, y provocó la cara de susto más exagerada que le haya visto nunca al pobre Matt. Al vaciar la cortadora de césped (con el motor todavía en marcha) me vi golpeado por una de las hélices sumamente cortantes de la base. Elevé mi mano derecha y vi sangre correr por mis dedos. Era incapaz de saber si me había cortado uno o dos o ninguno. Tampoco podía mover la mano. Matt me vendó y me preguntó una y otra vez ‘Are you in shock?’. Por suerte, sólo fue una uña. Podría haber sido mucho mucho peor. Mi dedo negro causó risa entre mis compañeros de ‘Garden Organics’ porque tuve que darme de baja durante dos días y porque al volver me dolía mucho teclear en la caja registradora y hacía pequeños ‘uyuyuy’ todo el tiempo. Tenía a las clientas consternadas con la cosa negra gris roja que abultaba bajo la tirita. Ahora tengo una nueva uña a medio crecer y una bonita advertencia para mis hijos. (Nota: los accidentes con cortadoras de césped son muy habituales y al preguntar a mis workmates todos habían pasado al menos por uno; eso no quiere decir que no sea un cretino, pero siempre se le puede ir a uno la mano, nunca mejor dicho).


John Chambers: “Thanks for not giving up.”

Tal vez una de las frases más significativas de este viaje me la dijo mi primer jefe, el siempre falto de respiración John Chambers. En el día en que decidí abandonar Yungaburra por las tierras inundadas del Northern Territory, John vino al albergue a pagarme lo que me debía. Habían sido días de trabajo duro, torpezas varias y trato familiar, y le estaba muy agradecido. No podía intuir que él lo iba a estar tanto, a su vez. Su ‘thanks for not giving up’ fue un soplo de esperanza que barría parcialmente el daño de haberme rendido tantas veces en el pasado. Había una cosa que quería aprender de esta etapa: constancia. Y John me hizo ver que tal vez iba por el buen camino.


Penny: “It’s always worse for the one who stays behind”.

Pues sí. A mí me esperaba un lamentable (pero divertido, en el fondo) paréntesis en Singapur y un retorno breve a la monzónica India, pero ella se quedaba en el invierno de Melbourne, con un espacio vacío en su salón y muchos, demasiados recuerdos. Penny ha sido la persona más extraordinaria que he conocido desde que empecé a viajar. Y me ganaría en una pelea callejera (aunque corro más rápido que ella).


Padmini: “Sergi. Come. This is my house. My sister. You like? Ok. Goodbye”.

No hay palabras para esta mujer. Sí, hay una: TINO.


Ayer subí a la azotea del hostal para fumar el único cigarro del día, el de buenas noches. Al sur de la ciudad vislumbré por primera vez la colina de la diosa Chamundi bajo unas nubes fosforescentes que recortaban su silueta con una magia tétrica. Las luces del camino que sube al templo parecían moverse cual linternas de queroseno alzadas por peregrinos fantasma. Me quedé prendado de esa imagen fantástica, flotando sobre las azoteas naranjas de Mysore como si fuese una ilustración desprendida de un libro. Hasta que me cansé de mirar. En ese momento abandoné la colilla a la suerte de una chimenea en desuso, me di la vuelta y bajé a mi cuarto a dormir.

Todo esto ya se ha ido. Hay un extraño optimismo en esta idea.


FIN DE LA
SEGUNDA
TEMPORADA
DE
‘MISS KALASHNIKOV’.




Sergio / Ismael. 01/08/10.