miércoles, 21 de abril de 2010

137. “All we see and all we seem”: historia de un picnic en Hanging Rock.



Era el día de San Valentín del año 1900. Las hijas adolescentes de Albion descubrieron la turgencia de un mundo muy anterior al suyo (rocas volcánicas como penes erectos en mitad del valle). Sus nombres eran Miranda, Marion e Irma. A ellas se les uniría Miss MacGraw, una profesora de matemáticas obsesionada con la hipotenusa. Salvo la pobre Irma, expulsada del paraíso por razones que a todos se nos escapan, las tres restantes no volvieron a habitar nuestro mundo. Hanging Rock se las tragó. Los aborígenes australianos vuelven a estar en lo cierto al decir que este lugar tiene “asuntos pendientes”.

Joan Lindsay rescató del olvido la leyenda popular de Hanging Rock, o tal vez dio vida a algo que habitaba secretamente en cada uno de los vecinos de Victoria (y de la humanidad en general). Muchos aseguran que algo pasó allí, aunque nadie es capaz de encontrar una sola referencia escrita del suceso; ni un recorte de prensa ni tampoco un acta policial de la desaparición. Pero todos atribuyen propiedades misteriosas a ese conjunto de rocas tan singular. No es el único que destaca en la planicie australiana, pero sí está lo suficientemente cerca de la civilización (una hora en coche desde Melbourne) como para picar la curiosidad de las mentes más urbanitas. Al fin y al cabo, pocos son los que verán ciudades enteras de rocas en los confines de Kakadu. Pero es difícil no hacer un picnic en Hanging Rock. Es el lugar ideal para pasar la tarde de un domingo. A pesar de lo sucedido con Miranda, Marion y Miss MacGraw.




Penny y yo somos grandes amantes del misterio de Hanging Rock, de la novela de Joan Lindsay y, sobre todo, de la obra maestra de Peter Weir. Creo que tenía diecinueve años cuando compré la película por Amazon. Aficionado desde siempre al cine de terror y a las tramas paranormales, ‘Picnic en Hanging Rock’ era demasiado estimulante como para dejarla escapar. Sin embargo, hubo algo que me desencantó tras un primer visionado. Puede que fuera su final abierto, o la arriesgada estructura que situaba gran parte de la espectacularidad en el primer tramo. Es una peli rara, de música desconcertante, geografía violenta y diálogos que parecen extraídos de una pesadilla callada. Pero, ¡cómo gana con el tiempo! Creo que nunca hubiera apreciado la sensibilidad extraordinaria de Weir si no hubiera conocido las rocas que configuran esta isla. El alma de la película son sus rocas, símbolo de la fascinación/miedo por lo desconocido o metáfora de lo que a cada uno le apetezca, y las rocas son asimismo el alma de Australia. ‘Picnic en Hanging Rock’ podría ser la gran película australiana en tanto que dibuja con precisión el contacto entre dos culturas, la occidental y la aborígen, sacando a la superficie la historia de un continente y su conflicto. Es el punto en el que el cuento gótico inglés se encuentra con la inasibilidad del mundo natural en su estado más salvaje, cristalizado en las formaciones tubulares, galerías y agujeros sin fondo de Hanging Rock. Hasta que no visité algunos rincones de Cape Tribulation o Kakadu, no entendí del todo la fuerza que empujaba a Miranda, Marion e Irma a través de las laderas rocosas. Sin embargo, es imposible no sentirlo cuando se está aquí, porque, y ya lo he dicho varias veces en este blog, las rocas están vivas. Y tanto Lindsay como Weir lo entendieron a la perfección.

Suyas son dos versiones de la misma historia, y que la desaparición sea real o ficticia no importa demasiado. Estamos muy acostumbrados a oír de gente que se extravía y de la que no se vuelve a saber nada más. Incluso hubo un caso de un pueblo entero que se evaporó, dejando intactos sus hogares y puestos de labranza, como llevados por el viento o engullidos por una nube invisible (los mismos elementos que transportaron al sanguinario profeta Elías al otro lado, el mismo al que Cristo llama desde la cruz).

Lo que hace relevante el mito de Hanging Rock es su síntesis elemental. Un grupo de alumnas receptivas, soñadoras, paradójicamente enamoradas de una vida que se les niega (al ser alumnas de un estricto internado de tradición británica), reciben una llamada de la naturaleza y dejan atrás todo lo que las ligaba al mundo físico. Precisamente en la edad de la vida en la que deberían ser más sensuales y más físicas. Su ascensión a “la roca” es la eterna búsqueda del sentido, el relato más importante de la historia de la humanidad. Lo que me fascina hasta la obsesión es que un personaje tan opuesto, el de Miss MacGraw, también escuche la misma llamada. En el mítico último capítulo que Lindsay decidió no publicar, ése en el que descubrimos lo que pasa con las desaparecidas, el rol de Miss MacGraw es muy destacado y aún más desconcertante si cabe. ¿Quién está preparado para pasar al otro lado del espejo? ¿Por qué Irma no pudo hacerlo? ¿Qué sabía Joan Lindsay sobre todo esto?

(Nota: la Lindsay es una tía muy curiosa. Ella misma disfrutó de un picnic en Hanging Rock en 1920, y su primer impacto con esas rocas tuvo que ser determinante en la gestación de la novela, que no sería publicada hasta casi cincuenta años después. Su editor le aconsejó que no incluyese el capítulo aclaratorio, sabia decisión que alimentaría el poder de sugestión tanto de la novela como de la película de Peter Weir. No obstante, y por petición de la propia Lindsey, el capítulo saldría a la luz después de su muerte, y yo pude leerlo en una sala ominosa de la biblioteca estatal. No dice nada que no pudiera imaginarme, pero me sorprendió lo bien escrito que está y lo terrorífico que resulta. No es, en absoluto, el final postizo que prometía ser. Lindsay, siempre reservando un aura de misterio en todo lo relacionado a Hanging Rock, afirmó haber visto una vez a un grupo de monjas correr a través de una campiña desierta. Posiblemente las mismas monjas que tuvieron que escapar de un convento en llamas veinte años atrás, en aquella misma campiña. Esta mujer sabe lo que es romper el tejido espacio-temporal).




La llamada.


Penny y yo no desplegamos nuestro mantel de cuadros en las faldas de Hanging Rock. Comimos nuestro dulce de vainilla en el pueblo vecino, y luego ascendimos por la gran roca. De no haber habido familias con niños en todas direcciones, lo hubiéramos disfrutado mucho más, qué duda cabe. Por suerte, vimos dos promontorios que parecían comunicarse entre sí, y allí encontramos galerías extrañas que nos devolvían al mito. Me metí por agujeros como si fuera un reptil, dando brazadas a lo largo de una roca erosionada y fría como el pasado de los siglos. Penny escudriñaba el horizonte (ahora mucho más poblado, granjas y carreteras de asfalto por doquier) desde los pináculos, sembrados de vegetación arisca. Paseamos, resbalamos y nos perdimos por el sendero de nuestra imaginación. Uno no quiere volver de un sitio de así. Uno quiere desaparecer en él.

Si no habéis visto ‘Picnic en Hanging Rock’ (Peter Weir, Australia, 1975), aquí tenéis un muestrario de lo que os estáis perdiendo.






Y, como bonus track, dos piezas musicales ACOJONANTÍSIMAS de Gheorghe Zamfir que dicen tanto de la película como sus imágenes. ¡Esa flauta de Pan! Saludos a todos desde este hemisferio. Ismael y yo agradecemos muchísimo todos los comentarios cálidos que nos dejáis. Son muy buenos compañeros en nuestro viaje.


All we see
and all we seem
are but a dream.
A dream within a dream.












Sergio. 22/04/10.

martes, 13 de abril de 2010

136. El pasajero separado.



Hoy es catorce de abril. Llevo casi un mes en Melbourne y no os he contado gran cosa sobre este sitio. En parte se debe a que las ciudades disuelven mi energía socializadora en su barreño anónimo de gente y metacrilato. Detesto las ciudades y, no obstante, las necesito en muchos momentos.

Podría hablaros de mi trabajo en el mercado, pero es mejor caerse en el agujero de Alicia y asomar la cabeza en otro tiempo. Una vez fui azafato en un congreso de cirugía médica. Las enfermeras iban por un lado y los doctores por el otro. Una chica fue despedida porque no quería comprarse unos tacones para el trabajo. Antes de abandonar el recinto, me preguntó si tenía Facebook. Yo me pregunté si ella estaría al tanto de que Facebook es un instrumento del diablo, y no precisamente el más sutil. Los doctores iban por un lado, las enfermeras sonreían en el comedor. Nada servía para nada. Nos esterilizaron y nos durmieron y nos robaron los colores. El traje me quedaba grande.

Jump in the line!

Dina era la cocinera. Lo había sido siempre. No sé por qué esa tarde empezamos a hablar de Dios (me consideraba ateo por aquella época). Dina estuvo desafortunada al decir que le era más fácil creer en Dios que creer en las personas. En primer lugar, separar lo uno de lo otro es una contradicción. En segundo lugar, nuestra percepción está equipada para viajar de las personas a Dios, y no a la inversa; si no crees en la persona, ¿qué puedes llegar a esperar del inútil creador que duerme y llora en silencio?

Jump in the line!

Un vino blanco de la casa. No recuerdo la nacionalidad de aquel hombre, ni siquiera su aspecto, sólo los tres vasos de vino barato. Me dijo que se iba a una boda a Sudáfrica. Que había decidido pasar unos días en España hasta que le llegase la hora de marchar para allá. Que vivía en otra parte (¿Japón?, ¿Australia?), pero no por mucho tiempo. Era un nómada. Podía estar en cualquier sitio, mirar a los ojos de cualquier persona y olvidarla como la circunstancia que es. Yo, detrás de la barra, envidiaba esa vida y quería desperdigarme como un mar de cenizas en el aire. La ciudad se llamaba Gijón.

Los agujeros te transportan, literalmente. Construimos nuestro presente con ellos. Lo contaminamos.

Hay un castillo en ruinas a orillas del Mediterráneo, apenas una torre y una terraza en forma de L que se abre al mar. Hoy la habitan hippies alemanes exiliados del frío, tal vez de la seriedad, y estoy casi seguro que de la vida en general. En uno de mis viajes en el tiempo vuelvo a ese lugar donde me vestí de negro. Es allí donde contraigo matrimonio. No sé con quién. Un ruso, tal vez, porque bebo mucho vodka ese día, y hablo en una lengua irresistible de Europa del Este, que seguramente he aprendido a base de pasar mucho tiempo en una cama mientras la nieve se agolpa fuera. Bailo el “Shake, shake, shake!” de Harry Belafonte. Los amigos de “Miss Kalashnikov” bailan conmigo, porque a todos les gusta Harry Belafonte, y Louis Prima, y las Shirelles. Hacemos comida en grandes potas, dormimos en tiendas de campaña, caminamos por los senderos que la ladera de la montaña permite. Hasta que la serpiente muerde el pie de Eurídice, y Orfeo baja cantando al infierno.

De vuelta al presente, Penny y yo hacemos la cena. Estoy genuinamente deprimido. Le digo que tengo miedo de no ser lo suficientemente bueno.“Well, there’s nothing you can do about that”, dice ella, ligeramente incómoda ante la confesión. Enseguida me arrepiento de lo que acabo de decir. Ha sido inmaduro. Bueno, qué vas a esperar. Al fin y al cabo, son veinticinco años, una edad adorable para ser todo lo insensato que te propongas.



Penny: ¿No has conocido a nadie en todo este tiempo?
Sergio: No.

Penny no se lo cree. Por eso baja la cabeza. Eso es información.

Sergio: Antes de empezar a viajar conocí a una persona, en Madrid. Nunca sabré del todo cómo hubiera sido… de no haberme marchado.

Ahora es Sergio el que lanza información visual con su mirada perdida. Es sexo lo que viaja de sus ojos a las manos que pican cebolla. Penny no hace preguntas.

Sergio: No nos hacíamos preguntas. Nunca supe en qué trabajaba, ni creo que necesitase saberlo.
Penny: ¿Seguro?
Sergio: Era como “El último tango en París”.
Penny: Sergio… Nadie era feliz en esa película.




Otro agujero. Los dieciséis años son los peores. Tantas expectativas y tanto aislamiento. Llegué a casa y me puse a escuchar el ‘Claro de luna’ de Beethoven. Era un niño muy repelente. Luego llamé por teléfono a mi amiga Sara. ‘¿Estás escuchando música?’. ‘Sí’, dije con mi tono lastimero, a la espera de un consejo, una salida, la salida del Edén, ¿el este del Edén? ‘¡No escuches música! ¡Es malo para ti!’.

Me pasa algo curioso con la música. Sólo la disfruto como elemento dependiente de otra cosa. Si no puedo ponerle una escenografía, no vale la pena. La música tiene que conducirme a una historia. ¿Es posible que pueda ser de otra forma? ¿Puedo vivir en una emoción sin historia? Eso debe ser la felicidad absoluta.


A life, a life, Jimmy. Do you know what that is?

It’s the shit that happens while you’re waiting for moments that never come.


Lester Freamon, “The Wire”.



Podría hablar de la biblioteca del estado de Victoria, de sus techos e instalaciones apabullantes, de la cantidad de libros que apunté en mi agenda y que nunca leeré porque soy todo intención y muy poca resolución. Pero la biblioteca de Pola de Siero es el precedente absoluto. Allí iba a leer el periódico, a las tres menos veinte de la tarde (en el fondo era una excusa para acompañar a Rubén Covelo, que vivía tan solo a una manzana del edificio; la actualidad internacional y las críticas de cine eran algo secundario). Allí estrené dos obras de teatro. La segunda se llamaba ‘Los funerales de Rogelio Ros’ y era bastante divertida, con muchos chascarrillos y nombres delirantes como Martin Woodward o Soraya Durbin. El día del estreno lancé un grito ensordecedor a todos los actores, demasiado nerviosos como para escucharme. Naturalmente, se quedaron paralizados. Recuerdo a mi amigo Diego (protagonista de la obra) negando con la cabeza. Desaprobaba mi táctica para llamar la atención. Aquel grito decía tanto de mi incapacidad como de mi angustia. Vuelvo a él muchas veces aunque no sé muy bien lo que quiero encontrar en ese pequeño incidente que seguramente todos han olvidado menos yo. Es sólo un agujero.

Podría hablar de Melbourne, pero un muro se ha levantado desde que llegué, un muro de irrealidad semejante al que no me dejaba verme a mí mismo cuando vivía en Delhi. Viajo al pasado y al futuro cuando el presente es escurridizo, hipnotizante, aterrador, un desafío que no tiene nombre y que se introduce con silencio bajo tus párpados.

Por lo demás, y aunque mis divagaciones tengan el color del invierno, soy tremendamente feliz. Veo el Daily Show de Jon Stewart con Penny y Michael, lucho por escribir algo hermoso y original al lado de un radiador eléctrico, huelo el membrillo, cruzo el césped, bailo el ‘Shake, shake, shake’ de Harry Belafonte, amo todo lo que puedo.






Sergio / Ismael. 14/04/10.

135. “Lost”: balance del segundo tercio de la 6ª.


SI NO HAS VISTO HASTA EL 6X12 DE 'LOST', LEERÁS COSAS MUY PERCALERAS QUE TAL VEZ NO QUIERAS SABER.


‘Lost’ no necesita probar nada más. Ni siquiera tiene por qué darnos el final apabullante que todo el mundo espera. La historia de los supervivientes del Oceanic 815 ya es un mito moderno con independencia de la frustración que genere esta última temporada. Estas palabras suenan a decepción, aunque sólo es una manera de hacerme eco de la polémica desproporcionada que están teniendo los episodios de la sexta. Intentaré analizarla como mejor pueda y, de paso, engrandecer y ridiculizar algunos aspectos de la serie más apasionante de la historia de la televisión. Sí, me he posicionado muy a favor de esta temporada. Porque si el primer tercio nos daba una de cal y otra de arena, el segundo ya nos ha atragantado con episodios míticos que serán recordados como piezas clave de la saga. Hablo de Alpert, Sun, Desmond y Hurley. De las pequeñas respuestas. Del horror y el drama que se intuyen en cada escena. Bienvenidos al comienzo del fin. Si en el post anterior tenía que hacer un ejercicio de fe, ahora ya sólo tengo que seguir el ejemplo de Jack Shephard y “dejarme ir”.

- Respuestas a grandes misterios.

Algo que el espectador medio siempre ha exigido como parte de la interacción buscada por los creadores de ‘Lost’. En este tramo de la sexta ya sabemos, grosso modo, qué es la isla (el tapón que guarda al demonio en su botella); qué son los susurros (las almas en pena de los condenados, los que murieron en la isla tras un historial de corrupción, como el injustamente odiado Michael); por qué Alpert es eterno; y más importante, qué significado tiene la línea temporal alternativa en relación con la trama isleña. Todo muy choricero, todo muy pillado por los pelos. Pero yo, al menos, nunca esperé otra cosa. De hecho, rezaba secretamente para que no me soltasen un monólogo del tipo “Muy bien, Hugo, pues resulta que los susurros vienen de una propiedad electromagnética de la isla producida por la fusión de blablablatirolitiroli… y ése es el origen de los susurros, ¿contento?”. A quien le gusten este tipo de cosas, ya puede empezar a tirarse de los pelos o a enviar sus paquetes bomba a Cuse y Lindelof, porque si la eternidad del tinerfeño Ricardus es el salario por los servicios ofrecidos a Jacob (tan simple como eso), ¿qué no serán el resto de misterios de la isla? Pues eso, trucos, magia, espectáculo, deus ex machina.

La metáfora del vino, síntesis perfecta
entre cristianismo e iconografía romántica.


Leo por la blogosfera que ahora todo el mundo se siente traicionado por las soluciones que implican a un ser superior interviniendo en la acción. Sinceramente, no sé en qué momento la serie prometió ser rigurosa y científica. ¿Seré muy conformista? Tal vez, pero recuerdo ver la segunda temporada, hace cuatro años ya, y darme cuenta de que aquello era demasiado grande como para no estallar en mil pedazos. Pues bien, la cosa ya lleva bastante tiempo explotando y pitando por todos lados, gracias a las metáforas visuales de la escotilla, la rueda de la fortuna, los flashes blancos que te transportan por el espacio-tiempo o las rubias que se dan de hostias con cabezas nucleares para crear una dimensión paralela. Y nunca consideré dejar de ver la serie, porque su compromiso con el entretenimiento es mayor que su compromiso con la realidad, la coherencia e incluso el sentido del decoro, y eso es algo tremendamente valioso. He dicho.

- Not Penny’s boat.

La línea temporal alternativa, auténtico problema para algunos seguidores de la serie, ha empezado a cobrar sentido. Primero nos maravilló la sorprendente historia de Benjamin Linus, por fin funcionando como eco del Ben que todos conocíamos y de su caída y redención actual. Luego nos percatamos de que todos los personajes se miran en un espejo, ligeramente aturdidos por su apariencia, si es que eso no le sucede a cualquiera que se mire en un espejo (por algo son los objetos domésticos más aterradores). Sun y Jin elevaron el interés de esta línea temporal a la estratosfera, en parte porque resucitaron el humor y la acción imprevisible que hicieron de la fórmula de ‘Lost’ un éxito. Y Desmond nos trajo de vuelta a la serie sus IloveyouPennys, y la polémica de la sexta temporada empezó a dibujar algunos claros en el cielo. Desmond es el portador de la esperanza.

A través del espejo...

El momento en que Charlie crea un símil de su muerte (por amor) en la otra vida, apoyando la palma de su mano contra un cristal (espejo), es el momento en que la línea temporal agarra al espectador para no volver a soltarlo. Ambas historias están entrelazadas y condenadas a entenderse en algún momento del final de la serie, y Cuse y Lindelof entendieron que esta confirmación no podía hacerse de rogar por más tiempo. Desmond, el hombre de la constante entre dos mundos, tal vez el único personaje que entiende el sentido de las vidas de los losties, (all you need is love, brotha), es ahora la llave maestra de ‘Lost’ tras “violar las reglas” de la realidad a la que pertenece. Mientras un Desmond pretende desarmar la percepción de los pasajeros del Oceanic 815, el otro entiende los planes de Widmore (al que creo que podemos empezar a considerar como uno de los buenos) y se adentra en el corazón de las tinieblas. Sin miedo. Que no sin alma, como el estático Sayid. Perfecta fusión de las dos realidades.

La última entrega de ‘Lost’ nos ha dejado el mejor cliffhanger de la sexta temporada, con Desmond atropellando al inválido John Locke en el aparcamiento del instituto. No sólo es una respuesta al ataque del Hombre de Negro en el pozo (nueva interrelación entre las dos realidades) sino el descubrimiento de un mapa de intenciones mucho más complejo del que nos habíamos imaginado. ¿Qué sabe Desmond? ¿Qué sabe Eloise? ¿Qué deben hacer los losties con su recuerdo recobrado? ¿Qué pasa si Locke o Sun mueren? ¿Quién dijo que esta línea temporal no era apasionante?

- La isla te da, la isla te quita.

La arbitrariedad aparente o, por qué no decirlo, la crueldad de la isla, es uno de los temas clave de esta negrísima última temporada. Tenemos ya muchos ejemplos del absurdo y sinsentido que simboliza la intervención de Jacob. El más goloso es la conversión de Illana en carne picada y chamuscada, algo totalmente impredecible y patético. Necesitábamos que Ben verbalizase sus sentimientos encontrados frente a esta tremenda ironía:

“Illana… though she was hand-picked by Jacob, trained to come and protect you candidates, no sooner that she tells you who you are, then she blows up. The island was done with her. Makes me wonder what’s gonna happen when it’s done with us.”

Todos nos preguntamos lo mismo. ¿Qué pasará con los losties cuando la isla empiece a repartir leña? Porque, al fin y al cabo, Illana nos la suda un poco. Pero Hurley y Sun y tantos otros, no. Ya vemos cómo los regalos de Jacob pueden acabar convirtiéndose en un auténtico horror, los estragos y muertes qué provocan su política de no-intervención o la forma que tiene de hacer de rabiar a su prisionero. La isla es una hija de puta. “Estamos muertos y esto es el infierno”, dice Ricardo. Aunque ya sabemos que no es exactamente así, está claro que la isla (y sus creadores) no van a tener clemencia. Y yo lo celebro. Sólo ansío que Jacob y el Hombre de Negro sean dibujados con un poco más de precisión; creo que el pleno disfrute del final de la serie depende, en gran parte, de lo claras que tengamos las intenciones de estos dos entes.

- Balance y distribución del tablero.

Tras una pequeña joya de la casa (‘Doctor Linus’) y un episodio menor (‘Recon’, que cargará con el sambenito de tener uno de los peores últimos minutos de la serie), la sexta ha pisado el acelerador y nos ha regalado cuatro capítulos prodigiosos, tras los cuales ya no tengo ninguna duda de que tanto la recta final como la última entrega van a ser traqueras y dinamiteras. ‘Ab aeterno’ es la historia romántica y romanticista de cómo Richard Alpert llegó a la isla en el Black Rock y jugó con los dos entes hasta decantarse por el bando del vigilante, y no el del vigilado. Los logros artísticos, el temazo musical de Michael Giacchino y la impresionante secuencia de la playa tras el tsunami avalan la importancia de un capítulo que, no obstante, me parece algo sobrevalorado. La histeria provocada por ‘Ab Aeterno’ (votado el segundo mejor episodio de la serie después de ‘The constant’) se debe no tanto a los descubrimientos bastante previsibles en torno a Richard Alpert sino a los impagables Mark Pellegrino y Titus Welliver, las estrellas invitadas más fascinantes de la televisión.

'Happily ever after'. ¿Mejor episodio de la sexta?


Estoy más a favor de lo que estaba por venir. ‘The package’ y ‘Happily ever after’ nos reconciliarían con esa dimensión tan extraña y tan gris en la que los losties parecían actuar en contra de su naturaleza (ahí estaba la gracia). No tengo ninguna duda de hablar del primero como el mejor episodio centrado en Sun y Jin, escrito con una precisión milimétrica y, al mismo tiempo, con la soltura y espontaneidad tan típica de esta serie. Y Desmond tal vez nos ha ofrecido el capítulo con más carisma de esta temporada… por el momento. De ‘Everybody loves Hugo’, que acabo de ver hace apenas dos horas, también tengo bastantes elogios y una queja muy personal acerca del maquillaje atroz que le ponen a Cynthia Watros (Libby) en el momento estelar de su reaparición. Este episodio reúne a los personajes en un mismo lugar de la isla y nos deja, corazón en puño, con el reencuentro esperadísimo entre Jack y Locke, o entre Matthew Fox y Terry O’Quinn. Que salten las chispas, por favor.

Tres personajes relativamente ajenos al corazón de la serie (Ben, Alpert y Miles) se dirigen a Dharmaville para recoger dinamita y volar el Ajira 316 que pretende utilizar el Hombre de Negro. Con lo cual, tenemos a los importantes (los del Oceanic, o los candidatos) en un espacio compartido, listos para definir quién está del lado de quién y cómo va a ser esa guerra tan anunciada. ¿Qué me llama la atención de este nuevo tablero? En primer lugar, el liderazgo enternecedor de Hurley, cuyo avance frente al Calvo casi me hizo llorar por su temor y sensibilidad. Y también la iluminación de Jack: frente a su tendencia general a arreglarlo todo y a intervenir en todo, opta por lo más sabio, que es dejarse ir. Dejarse guiar. “You have no idea how hard it is for me to sit back and listen to other people telling me what I should do”. Pero lo hace, en beneficio de Hurley. Eso no quiere decir que Jack no vaya a ser el sustituto de Jacob, sino que su personaje ha aprendido a lo largo de las últimas temporadas, ha evolucionado, y es por eso que ahora lo siento inesperadamente cercano. Jack se me hace querer y no doy crédito. Pero no nos hagamos pajas, porque Terry O’Quinn sigue siendo el mejor actor de la serie. O si no, volved a darle a vuestro reproductor en el momento en que Desmond le dice que no sirve de nada tener miedo. He ahí un dominio sobrecogedor del gesto.



Follow the leader, dude.


Disfruten, amigos. Un episodio, un parón, otro episodio, otro más, el penúltimo y la SERIES FINALE. Parece mentira que hayamos llegado hasta aquí. Aprovechémoslo al máximo. Y recordad que lo que se lleva ahora es parar a desconocidos atractivos en la calle y preguntarles “Oye, ¿yo no te conozco de una línea temporal alternativa?”.

Sergio. 14/04/10.

martes, 6 de abril de 2010

134. ¡Huid! Este post huele a cine.



Había perdido la costumbre de hablar de películas. Siempre me veo extrañamente obligado a hacer una redacción escolar sobre cómo me van las cosas en Oz, cuando en realidad mi vida no suele ser tan apasionante. Me muevo y me detengo a intervalos variables, y casi siempre pasan las mismas cosas. La vida es sabiamente repetitiva, y cuanto más viaja uno, más obvia se hace esta condición.

Hay pocas cosas que me hagan tan feliz como ver cine. De todos es sabido, y si por alguna casualidad cibernética remota algún lector de estas líneas no me conoce personalmente, le confieso ahora lo que los amigos de Miss Kalashnikov ya saben: es lamentable cómo el cine me ha regalado más orgasmos que el sexo.

Melbourne tiene el honor de contar con la perdición de cualquier cinéfilo, un lugar llamado “Video dogs” donde las carátulas de las películas de alquiler vienen decoradas con este texto explicativo / declaración de principios / onanismo intelectual:


“At Video Dogs, we stock a complete range of new release titles.

We apologise for the very poor quality of most of them, but there is nothing we can do about this.

The distribution of cinematic material is controlled in large part by the Hollywood machine which favours the mediocre, the predictable, the unadventurous. Only occasionally, and quite by accident, does a good film slip through the net. (When they do, we put them on our recommended shelf and mark them ***).

At Video Dogs, all we can do about this risible state of affairs is warn our customers that most new release videos may damage their minds with the influence of mediocre ideas, poor storylines and patronising stupidity.

We cannot refund monies paid when customers come back and complain that the film they just watched was rubbish. That is why, at Video Dogs, we strongly recommend as an antidote that our memebers mix their diet of new releases with some good healthy roughage.

To this end, we have helpfully arranged on the back wall of the back room hundreds of the greatest films ever made.

In fact, at Video Dogs you will find the largest collection of great films in Australia, and very possibly in the southern hemisphere. (
No creo que exageren; nunca he visto una colección de cine así, en ninguna parte, ni siquiera en los cajones de sastre de algunos bazares indios).

At Video Dogs, we believe that the people of Australia deserve to have access to the finest films ever made, that they deserve more than the rubbish that is customarily served up by the profit-hungry distributors who make no distinction between mind-rotting nonsense and ouststanding mind-nourishing cinema…”



Este texto me parece muy gratuito y divertido. Video Dogs tendría más encanto si se diera a sí misma menos importancia, pero no se le puede hacer ascos a una tienda que te ofrece casi todo lo que ha sido editado en dvd desde la aparición del mismo. Las obras maestras rescatadas por Criterion, Second Run o Kino son, cómo no, los platos fuertes ante los que se me cae la baba.


1) Intimate lighting (Ivan Passer, Checoslovaquia, 1965).

Es difícil que una película me haga reír. Reír de verdad. Sonrío casi con cualquier cosa, pero como instrumento de defensa. Por eso aprecio mucho el descubrimiento de una comedia que realmente me haga interactuar de la manera que esta obra maestra lo hace.




La vieja historia ya conocida: no sucede gran cosa y, sin embargo, sucede de todo. Dos amigos músicos se reúnen en la casa de campo de uno de ellos. La novia del primero colisiona con la familia del segudno y, entre medias, un buen puñado de situaciones insólitamente reconocibles, dolorosas, imaginativas. La percepción de Passer para el humor (fue guionista de las primeras y mejores películas de Milos Forman) no sabe nada de convencionalismos, y su hallazgo consiste en emocionar y divertir con una galería de extravagancias tan verosímiles que están a punto de inventar un nuevo subgénero dentro de la comedia. Dueña de su propio ritmo y en absoluto atada a un universo que no el sea el suyo propio, ‘Intimate lighting’ es, tal vez, la película en la que me gustaría vivir. Donde la muerte no es seria, la ebriedad es inevitable, las faltas son perdonadas y la vida es tan irónicamente trágica que no queda más que reírse de ella. No sé si prefiero el metafórico gag final sobre la fugacidad o cualquiera de los diálogos improvisados durante una larga noche de alcohol y música. “Mi mujer no es muy intelectual’ dice uno de ellos, ‘pero mira… (alza un tarro de mermelada) … es casero…”

Viendo esta película me acordé mucho de Rubén, un trombonista que vive en Lyon. Siempre que nos vemos acabamos hundidos en ese tipo de absurdo que sólo dan la comunión de la amistad y el paso del tiempo. No he visto reflejada esa sensación tan peculiar en ninguna otra película, y por eso “Intimate lighting” me ha resultado tan especial, tan fácil de amar y de recordar.

2) Jeanne Dielman, 23 Quai du Commerce, 1080 Bruxelles (Chantal Akerman, Bélgica / Francia, 1975).

¿Son éstos los doscientos minutos más austeros de la historia del cine? No he visto tanto como para juzgarlo, pero para mí figuran entre los más fascinantes y radicales que se han filmado. Bienvenidos a la épica de lo banal, a un juego que te matará del aburrimiento o te hará recobrar la fe.



Jeanne Dielman, ama de casa, viuda, vive con su hijo en un piso pequeño e industrial. A eso de las cinco de la tarde, Jeanne recibe la visita de un hombre con el que hace el amor a cambio de dinero, tal vez una respuesta al prototipo godardiano del ama de casa prostituta como reflejo del capitalismo (no obstante, tal vez éste sea el aspecto menos convincente de la película, y eso que de él depende el clímax final). Cuando su hijo llega del colegio, Jeanne y él ponen la radio y se dedican a sus labores durante diez minutos. Luego salen a la calle, pero el espectador nunca sabe adónde van. Por las mañanas, Jeanne prepara café, lustra los zapatos de su hijo, cocina, hace la compra, cuida del bebé de una vecina, toma un café. Así es su rutina, y así es como la percibe el espectador. A tiempo real. Si no te pone demasiado ver a una mujer pelando patatas durante diez minutos en plano fijo, puede que ésta no sea tu película. Sin embargo, quiero creer que puede resultar significativa para mucha gente porque su riesgo y compromiso lo merecen. “Jeanne Dielman…”, el más extremo de los estudios de personaje que yo haya visto nunca, es una agotadora exploración del vacío a través de los detalles y de las mínimas variaciones que éstos sufren. La puesta en escena de Akerman exige mucho, pero si uno quiere dejarse llevar por ella se descubrirá a sí mismo sobresaltado por las acciones más intrascendentes (un cepillo que se cae al suelo, unas patatas recalentadas, una sopera a la que no se le ha puesto la tapa).

Prefiero verla como un intento de reeducar la mirada, una forma de aproximar la narración fílmica a esos personajes anónimos para los que nunca se escriben historias. ¿Por qué la vida de Jeanne Dielman no iba a ser una película? Muchos hablarán de la alienación social, del feminismo, de toda la grandeza moral que suele acompañar al experimento minimalista. Hay mucho de todo ello, desde luego. Pero para mí “Jeanne Dielman...” celebra la observación, el milagro cotidiano y el cuento que nos contamos a nosotros mismos para sobrevivir, un cuento que no pide a gritos ser observado porque se camufla en objetos sin vida, en actos anónimos, en burocracia compulsiva.

No me parece perfecta. Algunos (de los pocos) diálogos me parecen demasiado psicoanalíticos para una película que se defiende mejor sin explicaciones ni categorizaciones de ninguna clase. Tampoco veo que el final sea realmente necesario. Pero doscientos minutos dan para mucho, por suerte. Hay estética irresistible para hipnotizar al más entregado, y un constante flujo de información en el rostro de Delphine Seyrig, la valiente protagonista. Verla bañarse, rebozar filetes, o caminar por las calles grisáceas de la capital belga es todo un privilegio. Espero poder comentar el tino de estas dos mujeres (Akerman y Seyrig) con alguno de vosotros.

3) Un prophéte (Jacques Audiard, Francia, 2009).

Lo más elogiable de esta película es su ritmo, que me recordaba a obras maestras tan fáciles de ver como ‘La jungla de asfalto’, ‘Le trou’ y muchos otros ejemplos impagables de thriller. Me esperaba algo menos de género, y estoy encantado de que ‘Un prophéte’ sea tan poco discursiva y, sin embargo, tan elocuente e intensa en sus acciones. Le sobra un poco de onirismo, la única disonancia formal en todo el metraje, pero el resto es inolvidable. Será que el subgénero de prisiones es mi favorito junto con el de monjas (ambos tienen mucho en común, y no precisamente la reclusión).



Con dos de las secuencias más bonitas y mejor escritas que he visto en cine actual, de las que no hablaré, ‘Un prophéte’ refleja la naturaleza irreligiosa del líder (una idea en la que Audiard no quiere profundizar del todo pero que deja muy al alcance de la discusión). Tahar Rahim es ese tipo de actor al que se le ve pensando poco y, por lo tanto, fingiendo poco. Su trabajo es extraordinario, algo indispensable para el funcionamiento de la película, puesto que él es la pieza maestra de todo el engranaje. Nunca resulta previsible y se resiste a ser juzgado a pesar de sus acciones y reacciones, nacidas de una lógica intuitiva muy apegada a la circunstancialidad del momento. Rahim, tras ciento cincuenta minutos, ha conseguido sorprender continuamente al espectador y mostrarle en el último momento una evolución que había pasado casi desapercibida. Desde luego que esto también es un mérito del guión y la realización, pero Rahim les ha dado vida a ambos sin llamar apenas la atención sobre su hazaña. Como buen profeta.

4) Ladoni / Palms (Artur Aristakisyan, Rusia, 1993).

No puedo hablar de esta película. Llegó a mí por casualidad, y me ha regalado las dos horas y media más desconcertantes de mi experiencia como espectador. Esto es lo que el cine debería haber hecho más a menudo cuando empezó a encontrar callejones sin salida.

El comentario verbal yuxtapuesto a las imágenes es altamente perturbador, profundo, delirante y, si no lo manejas con cuidado, devastador. Las imágenes arrasarán contigo. La música (utilizada muy puntualmente) también. Apenas sabrás qué pensar del conjunto o cómo observar la vida durante los minutos inmediatos al fin del metraje. Y hasta aquí puedo leer, porque no tengo el bagaje de un crítico ni un don especial para la palabra. Tengo fe en que lo mío son las imágenes y con ellas intentaré dar explicación a lo que esta película ha hecho conmigo. Y no es poco.





El margen de la sociedad no es su pesadilla, es su salvación.
Pero para entenderlo hay que estar loco.

Por favor, no me toméis a la ligera sólo porque piense que hay más obras maestras que películas malas o porque abuse del término 'maravilloso'. Esta película está, realmente, más allá de los límites del cine vanguardista. Es uno de los poquísimos reflejos audaces de nuestra civilización, y su alcance político y poético es tan abrumador como intangible.


5) Chopper (Andrew Dominik, Australia, 2000).

Y en una entrega más sobre cine australiano, ‘Chopper’ es la recreación teatralizada de la vida de uno de los criminales más famosos de Victoria, Mark ‘Chopper’ Read. Su bajo presupuesto es evidente tanto en los decorados, no mucho mejores que los que utilizábamos en las prácticas de la escuela de cine, como en casi cualquier apartado técnico, todos tan feamente desaprovechados que casi parece algo deliberado (a lo mejor lo es y yo no me enteré). Lo mejor es el reparto y el guión, dos bazas importantes que acaban por salvar la película, y de hecho hicieron algo más que salvarla, dado el inmenso éxito que ‘Chopper’ tuvo en toda Australia. La temática es la razón principal de este éxito, y es que a los australianos les encanta ver cómo su cultura del crimen es reflejada en la pequeña y la gran pantalla, como Michael Hart me explicó a raíz de la serie televisiva ‘Underbelly’, una ficción sobre la mafia italoamericana de Melbourne. Existe en este país una fascinación generalizada por la truculencia, los psicópatas y el inframundo, pero con una inequívoca empatía hacia el verdugo, y no hacia la víctima. Nosotros nunca invitaríamos a los causantes de la matanza de Puerto Hurraco a un talk show (todavía no, nuestra basura es mucho más rosa). En Australia, el criminal tiene una imagen que cuidar. Y Mark ‘Chopper’ Read fue y sigue siendo uno de ellos, un típico macho ‘aussie’ que hace mucha gracia a los jovenzuelos y vejetes desdentados de este inmenso y atávico país.

Eric Bana encarna a ‘Chopper’, con unos cuantos kilos de más y unos dientes de plata bien hermosotes. Es lo mejor de la película (casi lo único), lo cual no deja de sorprender, dada la discreta apreciación que se tiene de él en Hollywood, donde no creo que muchos hayan visto esta faceta cómica suya (rescatada el año pasado en ‘Funny people’, una nueva obra maestra de Judd Apatow). Pero si esta película no ha traspasado fronteras es porque no lo pretende; de hecho, su regodeo localista la hace bastante más atractiva de lo que en realidad es.

Sí, éste es Eric Bana.

Quien haya llegado hasta aquí ha aguantado un chaparrón de cinefilia tan mal escrita que me da vergüenza, pero creo que de momento no sé hacerlo mejor. Veo mucho cine como respuesta compulsiva a la carencia que tengo de él cuando viajo. Y esto es un reflejo de ello, supongo. Porque el cine no ha dejado nunca de ser mi herramienta para encontrar sentido, aunque mi aversión a la tecnología y mis ocupaciones actuales sugieran que me he ido por otro camino. En el fondo, no me he ido a ninguna parte.

Sergio. 05/04/10.