martes, 13 de abril de 2010

136. El pasajero separado.



Hoy es catorce de abril. Llevo casi un mes en Melbourne y no os he contado gran cosa sobre este sitio. En parte se debe a que las ciudades disuelven mi energía socializadora en su barreño anónimo de gente y metacrilato. Detesto las ciudades y, no obstante, las necesito en muchos momentos.

Podría hablaros de mi trabajo en el mercado, pero es mejor caerse en el agujero de Alicia y asomar la cabeza en otro tiempo. Una vez fui azafato en un congreso de cirugía médica. Las enfermeras iban por un lado y los doctores por el otro. Una chica fue despedida porque no quería comprarse unos tacones para el trabajo. Antes de abandonar el recinto, me preguntó si tenía Facebook. Yo me pregunté si ella estaría al tanto de que Facebook es un instrumento del diablo, y no precisamente el más sutil. Los doctores iban por un lado, las enfermeras sonreían en el comedor. Nada servía para nada. Nos esterilizaron y nos durmieron y nos robaron los colores. El traje me quedaba grande.

Jump in the line!

Dina era la cocinera. Lo había sido siempre. No sé por qué esa tarde empezamos a hablar de Dios (me consideraba ateo por aquella época). Dina estuvo desafortunada al decir que le era más fácil creer en Dios que creer en las personas. En primer lugar, separar lo uno de lo otro es una contradicción. En segundo lugar, nuestra percepción está equipada para viajar de las personas a Dios, y no a la inversa; si no crees en la persona, ¿qué puedes llegar a esperar del inútil creador que duerme y llora en silencio?

Jump in the line!

Un vino blanco de la casa. No recuerdo la nacionalidad de aquel hombre, ni siquiera su aspecto, sólo los tres vasos de vino barato. Me dijo que se iba a una boda a Sudáfrica. Que había decidido pasar unos días en España hasta que le llegase la hora de marchar para allá. Que vivía en otra parte (¿Japón?, ¿Australia?), pero no por mucho tiempo. Era un nómada. Podía estar en cualquier sitio, mirar a los ojos de cualquier persona y olvidarla como la circunstancia que es. Yo, detrás de la barra, envidiaba esa vida y quería desperdigarme como un mar de cenizas en el aire. La ciudad se llamaba Gijón.

Los agujeros te transportan, literalmente. Construimos nuestro presente con ellos. Lo contaminamos.

Hay un castillo en ruinas a orillas del Mediterráneo, apenas una torre y una terraza en forma de L que se abre al mar. Hoy la habitan hippies alemanes exiliados del frío, tal vez de la seriedad, y estoy casi seguro que de la vida en general. En uno de mis viajes en el tiempo vuelvo a ese lugar donde me vestí de negro. Es allí donde contraigo matrimonio. No sé con quién. Un ruso, tal vez, porque bebo mucho vodka ese día, y hablo en una lengua irresistible de Europa del Este, que seguramente he aprendido a base de pasar mucho tiempo en una cama mientras la nieve se agolpa fuera. Bailo el “Shake, shake, shake!” de Harry Belafonte. Los amigos de “Miss Kalashnikov” bailan conmigo, porque a todos les gusta Harry Belafonte, y Louis Prima, y las Shirelles. Hacemos comida en grandes potas, dormimos en tiendas de campaña, caminamos por los senderos que la ladera de la montaña permite. Hasta que la serpiente muerde el pie de Eurídice, y Orfeo baja cantando al infierno.

De vuelta al presente, Penny y yo hacemos la cena. Estoy genuinamente deprimido. Le digo que tengo miedo de no ser lo suficientemente bueno.“Well, there’s nothing you can do about that”, dice ella, ligeramente incómoda ante la confesión. Enseguida me arrepiento de lo que acabo de decir. Ha sido inmaduro. Bueno, qué vas a esperar. Al fin y al cabo, son veinticinco años, una edad adorable para ser todo lo insensato que te propongas.



Penny: ¿No has conocido a nadie en todo este tiempo?
Sergio: No.

Penny no se lo cree. Por eso baja la cabeza. Eso es información.

Sergio: Antes de empezar a viajar conocí a una persona, en Madrid. Nunca sabré del todo cómo hubiera sido… de no haberme marchado.

Ahora es Sergio el que lanza información visual con su mirada perdida. Es sexo lo que viaja de sus ojos a las manos que pican cebolla. Penny no hace preguntas.

Sergio: No nos hacíamos preguntas. Nunca supe en qué trabajaba, ni creo que necesitase saberlo.
Penny: ¿Seguro?
Sergio: Era como “El último tango en París”.
Penny: Sergio… Nadie era feliz en esa película.




Otro agujero. Los dieciséis años son los peores. Tantas expectativas y tanto aislamiento. Llegué a casa y me puse a escuchar el ‘Claro de luna’ de Beethoven. Era un niño muy repelente. Luego llamé por teléfono a mi amiga Sara. ‘¿Estás escuchando música?’. ‘Sí’, dije con mi tono lastimero, a la espera de un consejo, una salida, la salida del Edén, ¿el este del Edén? ‘¡No escuches música! ¡Es malo para ti!’.

Me pasa algo curioso con la música. Sólo la disfruto como elemento dependiente de otra cosa. Si no puedo ponerle una escenografía, no vale la pena. La música tiene que conducirme a una historia. ¿Es posible que pueda ser de otra forma? ¿Puedo vivir en una emoción sin historia? Eso debe ser la felicidad absoluta.


A life, a life, Jimmy. Do you know what that is?

It’s the shit that happens while you’re waiting for moments that never come.


Lester Freamon, “The Wire”.



Podría hablar de la biblioteca del estado de Victoria, de sus techos e instalaciones apabullantes, de la cantidad de libros que apunté en mi agenda y que nunca leeré porque soy todo intención y muy poca resolución. Pero la biblioteca de Pola de Siero es el precedente absoluto. Allí iba a leer el periódico, a las tres menos veinte de la tarde (en el fondo era una excusa para acompañar a Rubén Covelo, que vivía tan solo a una manzana del edificio; la actualidad internacional y las críticas de cine eran algo secundario). Allí estrené dos obras de teatro. La segunda se llamaba ‘Los funerales de Rogelio Ros’ y era bastante divertida, con muchos chascarrillos y nombres delirantes como Martin Woodward o Soraya Durbin. El día del estreno lancé un grito ensordecedor a todos los actores, demasiado nerviosos como para escucharme. Naturalmente, se quedaron paralizados. Recuerdo a mi amigo Diego (protagonista de la obra) negando con la cabeza. Desaprobaba mi táctica para llamar la atención. Aquel grito decía tanto de mi incapacidad como de mi angustia. Vuelvo a él muchas veces aunque no sé muy bien lo que quiero encontrar en ese pequeño incidente que seguramente todos han olvidado menos yo. Es sólo un agujero.

Podría hablar de Melbourne, pero un muro se ha levantado desde que llegué, un muro de irrealidad semejante al que no me dejaba verme a mí mismo cuando vivía en Delhi. Viajo al pasado y al futuro cuando el presente es escurridizo, hipnotizante, aterrador, un desafío que no tiene nombre y que se introduce con silencio bajo tus párpados.

Por lo demás, y aunque mis divagaciones tengan el color del invierno, soy tremendamente feliz. Veo el Daily Show de Jon Stewart con Penny y Michael, lucho por escribir algo hermoso y original al lado de un radiador eléctrico, huelo el membrillo, cruzo el césped, bailo el ‘Shake, shake, shake’ de Harry Belafonte, amo todo lo que puedo.






Sergio / Ismael. 14/04/10.

4 comentarios:

Ludy dijo...

El pasado no existe y el futuro tampoco, asique solo nos queda el presente. Decia tu tio Floro, que a mañana no hemos llegado ni mi familia ni yo...Un beso en este instante preciso con mucho cariño para ti.

Manuel J. Greciano dijo...

Hola canijo
Te debo mails y mails, sorry. Ya empezó el proceso hospitalario y ando de aquí para allá.
Te siento cerca no obstante

Besos

Manu

CAROLINA GRECIANO dijo...

escribo mientras escucho
"shake, shake, shake..", a mí me trae recuerdos de pelis en blanco y negro en casa de mí tía, c/san eugenio.
Ahora desde c/sierra de jabalambre, vallecas, en un apartamento lleno de papeles de opositor, libros y un proyector de 16mm, se te echa de menos; me gustaría encontrar ese
Dios tan personal que encontraste en Delhi para pedirle un par de respuestas. También se te echa de menos porque me gustaría que me estuvieras contanto todas estas palabras en directo, con un cordón entre las manos como el tuyo, unas cuantas cervezas, y una sonrisa de las tuyas de vez en cuando.
No te arrepientas de lo que digas, tú no.
Escuché en una peli una frase que decía que los errores no existen, solo las cosas que se hacen y las que no se hacen.

Anónimo dijo...

en efecto, no me acordaba de tu grito, ni recordaba mi cara, aunque algo sí se me viene.

un abrazu