sábado, 15 de agosto de 2009

LXXIX. Al salir de clase.



Hoy es el día de la Indenpendencia India. El cielo está encapotado y cientos de rústicas cometas danzan temerosamente bajo las nubes de lluvia. No tengo que trabajar, y aun así he decidido quedarme en Delhi. La sola idea de trasladarme a un centro de peregrinaje hindú me da dolor de cabeza, qué le voy a hacer. Soy consciente de que apenas escribo con el ritmo que he adquirido en los últimos meses, y siento que debo recuperarme de la resaca estudiantil. Por eso dedico un capítulo de ‘Miss Kalashnikov’ a mis chicos y chicas indios, esos bellos y resueltos políglotas (casi nadie habla menos de cuatro idiomas) que han protagonizado y siguen protagonizando este verano enajenante y vaporoso.

Mi grupo favorito es el de los martes y los jueves, en horario de mañana. Ellos fueron los componentes de mi primera clase, ésa en la que me temblaban la voz y las piernas en delirantes intervalos. Compuesto mayoritariamente por chicos a medio camino entre la adolescencia y la veintena, el grupo 1 es inteligente, divertido y competitivo, y me adoran, como yo a ellos. Tenemos a Aman, un delicado y sonriente jovencito pegado a su diccionario que intenta hacer frases complicadas como ‘Soy un chico emotivo al que le encantan los retos’. Se llevaba muy bien con su compañero de sitio, un afgano que tuvo que volverse a Kabul a mitad de curso, creando una baja muy notable. Sachin y Sandeep son dos amiguetes encantadores con muchos problemas para pronunciar la ‘c’ y casi cualquier palabra de más de dos sílabas. Luego tengo a dos repelentes que siempre contestan por sus compañeros. Una vez reprendidos, intentan controlar sus ansias de protagonismo durante unos cinco minutos, tras los cuales empiezan a chivar las respuestas por lo bajo mientras resoplan ansiosamente, como si fuesen caballos salvajes. Ya les he demostrado que esa actitud no me seduce nada. Devashri es una chica muy lista y apocada que siempre pide perdón por todo y que, a la postre, se ha convertido en mi ojito derecho por representar una inseguridad muy tierna. La pobre es una víctima más de este salvaje mundo educativo. Shweta es una artista que viste unos chándales horrorosos, y Priyanka es una muñequita que se enfadó mucho cuando relacioné su nombre con el de la actriz Priyanka Chopra. Completa el cuadro una profesora de inglés de cuarenta años que no se entera de nada, copia en los exámenes y se salta todas las clases que le da la gana. He tenido que suspenderla. Al resto les aprobé tras una última sesión de telerrealidad en la que les comuniqué las notas al más puro estilo ‘La audiencia ha decidido que debe abandonar la casa…’ Casi no lo cuentan. Son unos chicos muy nerviosos y tremendistas. Agradecidos por mi falsa benevolencia, me invitaron a comer y me preguntaron por mi vida privada.

El grupo 2 es mucho más discreto y menos divertido. Con sólo cinco pupilos, la atención se la lleva un chico con problemas de aprendizaje y una gran presión familiar a sus espaldas. A veces llega muy cansado a las clases y sólo muestra interés cuando organizo bingos de números, juegos de mímica y tonterías semejantes. Sus compañeros son, por el contrario, un selecto grupo de elitistas algo desconsiderados. El panorama no suele ser muy alentador, pero me he acabado enamorando de los hermanos Shema y Shalem, oriundos de Kerala. Gracias a la magnífica presentación que hicieron de su familia a través de fotografías antiguas y música de Tchaikovsky, acabé descubriendo su potencial fotogenia. Creo que me encantaría filmarles. En especial a ella, la serena Shema, de mirada profunda y extrañamente resignada, tan parecida a las heroínas indias del cine bengalí.

El grupo 3 no se ha rendido tan fácilmente a mis encantos. Una chica tuvo un ataque de histeria cuando les puse un vídeo turístico horrendo sobre España y sus reclamos turísticos. Nada que ver con la calidad artística del vídeo ni con las imágenes desalentadoras de las playas marbellíes (algo que hubiera entendido), sino con la dificultad de entender la voz en off orgásmica de la narradora. Intenté hacerle ver que lo importante era la ‘escucha selectiva’, pero la tía quiere entenderlo todo y quiere tener fluidez instantánea. Se me rebeló, y sus compañeros la secundaron de una forma callada. Mi respuesta fue programar para el día siguiente una selección de las mejores y más incomprensibles escenas de ‘La flor de mi secreto’, la infravalorada obra maestra de Almodóvar. Mi líder contestataria se quedó tan frustrada que ni siquiera pudo comunicarlo, con lo que conseguí bajarle los humos. ¿Recordáis a Chus Lampreave, soltando una de las grandes frases de la historia del cine?


“Cuando a las mujeres nos deja el marido,
porque se ha muerto o se ha ido con otra,
que para el caso es igual,
nosotras debemos volver al lugar donde nacimos,
visitar la ermita del santo,
tomar el fresco con las vecinas,
rezar las novenas con ellas, aunque no seas creyente,
porque si no,
nos perdemos por ahí como vacas sin cencerro.”






Los grupos 4 y 5 vienen los sábados y domingos de ciudades como Dehra Dun, Agra o Jaipur, pero la mayoría de alumnos siguen siendo delhiitas ricos, insolentes y entusiastas. Su edad media es más ecléctica, y muchos de ellos ya han entrado en la treintena y aspiran a ampliar horizontes profesionales con el manejo básico del español. Me lo paso bien con Sanjay, un joven de belleza y ardil indescriptibles que se me presentó de la siguiente forma: Soy Sanjay y estudias en Instituto de Cervantes y tengo dos años experiencia en trámite de visado y airline ticketing. Su autodidactismo es admirable. La competitividad crece a raudales durante el fin de semana, de tal forma que los listos de la clase no pierden oportunidad de demostrar lo rápidos que son, como si fueran forajidos a punto de desenfundar. Si pudiera lanzarles un verbo regular como quien lanza una chuleta sangrienta a un perro, lo haría. Por un lado, esto hace que las sesiones sean muy amenas, tal vez demasiado. Por el otro, mi deseo de aplastar ínfulas de superioridad de cualquier índole se ve peligrosamente motivado.

Uno de mis alumnos más destacados alegó que se había apuntado a los cursos de español porque le encanta la música de Enrique Iglesias. Sospechoso, cuanto menos. Luego se acercó a mí y, en un susurro muy afectado, me preguntó por el significado de los apellidos Villa y Torres. Yo le dije que no buscase nada en esos nombres, y mucho menos en aquellos relacionados a las penosas filas de la Galacticada madridista. Por suerte, éste también odia todo lo que el Real Madrid simboliza. Otro día, el mismo alumno me pidió consejo de forma críptica. Al parecer, el pobre no sabía qué responder cuando sus amigos le preguntaban por qué demonios estudiaba español. ‘¿No lo sabes tú?’, le dije, a la espera de que todas esas patochadas condujesen a algo realmente interesante. ‘No, pero me encanta España, y en mi luna de miel iré a Barcelona. A lo mejor podemos vernos allí. Porque tú vives en Barcelona, ¿verdad?’. En fin. Qué confundido está este chico. Qué confundidos están muchos indios que llevan con orgullo sus camisetas de ‘Tantas chicas, tan poco tiempo’. Qué complejo microcosmos de identidades difusas escondidas tras la pretensión cultural de una clase media sobornada por los encantos de un capitalismo primario. Hala.

Llego a casa fatigado y veo ‘The Wire’. A veces ceno con mis caseros, como el otro día, en el que celebramos el cumpleaños del hermano mayor de Sam, al que también enseño español en mis días libres. Las celebraciones familiares consisten en una desordenada galería de comida y regalos con una película bollywoodense de fondo. Nadie parece mostrar mucho interés ni mucho cariño; es más, todo parece barnizado con un desapego aparente muy incómodo. Golu, una de las niñas de la familia (no recuerdo quién es hija de quién), fue la encargada de cortar la tarta, para lo cual se entretuvo durante varios minutos con un cuchillo afilado que no paraba de acercar a su cara. A mí todo esto me produce mucho nerviosismo, pero sólo a mí. Eso de no reaccionar ante un peligro inminente es parte del carisma indio, y es por eso que yo no soy nada carismático para ellos.

Mike, por su parte, estuvo ausente durante muchos días, lo que me produjo el placer de cotarrear con mis fantasmas, bailar en el salón y cocinar ligero de ropa. Ahora que ha vuelto a casa, tengo la oportunidad de revivir mis conversaciones absurdas con él. He aquí un ejemplo:

Mike: ¿Vas a hacer patatas fritas?
Sergio: Sí. Me las regalaron al comprar hamburguesas vegetales.
Mike: Guaauuuu…
Sergio: Si.
Mike: Ja, ja… Genial… Hummm…. Guauuuu…
Sergio: También me regalaron unos yogures.
Mike: ¡Oh, Dios mío! ¿De verdad?
Sergio: Sí…
Mike: ‘Crazy’… ju,ju… Guauuuu…
Sergio: Bueno, voy a cenar…
Mike: Genial…

A veces me pregunto qué es lo que tiene en la cabeza. Qué más da. Mike es un hombre positivo, qué duda cabe.

(Nota: he recibido mensajes muy bienvenidos de un par de asturianos que están a punto de dejarse caer por la capital india. A Manuel le veré dentro de poco, si es posible. En cuanto a Cristina… mándame un mail y te cuento todos los cotarros necesarios. A mí también me haría mucha ilusión coincidir contigo, como comprenderás, pero te advierto que no me he vuelto ni un yogui ni un iluminado, por suerte o por desgracia. Sólo estoy un poco más moreno. Salud).

Sergio. 15/08/07.

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