domingo, 7 de noviembre de 2010

180. Luz les esclareció.



Me he adelantado al balance anual. Todavía con la alergia al polen en mi nariz y en mi garganta, tranquilo en la incertidumbre de una primavera desapacible (ayer llovió sin descanso pero hoy el sol regala verdes fantásticos en el pasto), quiero relataros con prudencia algunas de las visiones que he tenido esta semana. Ejercitar mi mente desnudándola, a ver qué saco de ello. Y de paso informar a familiares y amigos, sobre todo por petición expresa de los primeros, que todo va estupendamente, que como a mis horas, que cocino cosas ricas con bocha de proteínas y minerales, que me alcanza la plata, y que vivo bien, en resumidas cuentas.

Como creo que he pecado de desorganizado, vamos a empezar por la geografía. Mi lugar de residencia, ahora mismo, es la región patagónica de los lagos, situada en la franja occidental de la provincia de Río Negro y separada de Chile por la cordillera de los Andes, aunque el noroeste de Chubut (inmediatamente al sur de El Bolsón) comparte muchas características geológicas, así como las inmediaciones de la ciudad de Neuquén (al norte). Bariloche es el centro urbano más importante y por ello he intentado evitarlo; por ello y porque es el destino de todos los viajes de fin curso de los argentinos y las argentinas en edades púberes.

Los pueblos que se esparcen al norte y al sur del paralelo cuarenta y dos, a lo largo de valles y a lo ancho de inicios de estepa, gozan (o eso dicen) de un microclima especial que favorece el cultivo. De ahí que mucha gente haya proyectado su futura chacra en algún lugar de los alrededores, con todas las consecuencias positivas y negativas que esto genera. Si nos quedamos con las primeras, El Bolsón y el área al que pertenece es una buena base para aprender principios básicos de agricultura sostenible y economías alternativas. Tal vez no la más original, pero una igualmente válida y que arropa considerablemente a aquél que necesite empezar de cero. Yo, como buen europeo de la era de la información y el desarraigo, me incluyo en ese grupo.

Mi situación actual, como ya adelantaba antes, es incierta. No gasto mucho. Tampoco genero ingresos. Estuve a punto de empezar a trabajar en un camping hasta que tuve la intuición de que eso iba a acabar bastante mal. Las intuiciones no necesitan una justificación racional, por eso son intuiciones, así que no hay mucho más que decir al respecto. A estas alturas muchos ya sabréis que duermo gratis en un albergue muy lindo y a menudo tomado por turistas nacionales e internacionales con buena o mala onda, según luzca el sol. También sabréis que no tengo que currar demasiado para obtener ese privilegio, y que eso me atormenta, porque adoro estar realmente ocupado, y porque tanto la música pseudo-reggae como el gentío y las instalaciones propias de un estructura tan comunitaria no dan mucho pie a la concentración. Eso se traduce en que escribo bastante menos de lo que me gustaría. No hay excusa. Debería poder escribir en cualquier parte. Pero eso es un nuevo conflicto entre teoría y práctica.

A excepción de mis incursiones en montaña y bosque, el mes pasado no dio mucho de sí, pero fue la lenta preparación de lo que me sucede a día de hoy. En muchos aspectos, podría haber sido más perseverante y haber preguntado más y haberme movido más. Hay muchas cosas que siempre se pueden hacer mejor. No obstante, y siendo justos, las ofertas de empleo remunerado no le llueven a un ilegal aun en temporada alta (a la zona todavía le queda un mesecito para empezar a recibir plata del sector turístico). Y hasta hace poco no contemplaba la opción del voluntariado como una posibilidad, tal vez porque lo que realmente quería era ganar dinero rápido y largarme a un sitio más cálido donde pudiera acampar a gusto y gastar menos que en el prohibitivo sur. Bueno… esa percepción de mis necesidades ha cambiado notablemente.

Ahora echemos la vista atrás. Cuando llegué a Australia tuve uno de los momentos más críticos del viaje en tanto que me vi realmente hostigado por las circunstancias. Se hacía cada vez más difícil moverse de la forma en que lo estaba haciendo, y la experiencia india no me había preparado en nada para ese aterrizaje en un Primer Mundo amable y habitable, pero Primer Mundo, al fin y al cabo. Y atascado en una vida de albergue mochilero, no muy distinta a la actual, fui invitado de una hora para otra a introducirme en territorio aborígen, en mitad de una jungla tropical que sólo había llegado a intuir. Y esa misma noche llegaría a un lugar en mitad de la nada, un claro en el bosque, aunque hablar de ‘claro’ cuando mi primera impresión fue la de una oscuridad impenetrable no es muy acertado. Ya entonces os hablé de una ‘visión de futuro’. Aquella visión nació de ver a CJ caminar por el bosque y acariciar con dulzura / severidad el lomo de sus perros. El tono de voz narcótico de su esposa, Helen. El espacio que ambos habían concebido en aquel claro: la cama, el fuego, los libros, la chapa del techo, las lombrices californianas devorando desechos en el retrete externo, las estrellas.



La calma de CJ viene a mi mente
en numerosas ocasiones.


Empecé a darme cuenta de que no sé absolutamente nada.

No sé cortar leña, y soy lento haciendo fuego de ella.
No sé mirar una huerta y distinguir qué es ajo, qué es puerro, qué es papa, qué es zapallo.
No sé aplicar cada tipo de pala a su uso correspondiente.
No sé pescar.
No sé devolver a la tierra lo que he tomado de ella.
No sé hacer pan, ni sidra, ni cerveza.
No sé leer el cielo, los perfiles de la roca o el suelo que piso.

Y al saber tan poco sobre estas cosas, sé aún menos sobre mí mismo porque yo soy todas ellas.

¿Cómo es que separé tan drásticamente mi cabeza de mi cuerpo? Cuando era pequeño, no quería ponerme en peligro o exponerme por nada del mundo (el exhibicionismo intelectual iría en dirección opuesta, se entiende). Así es que nunca aprendí a andar en bicicleta, hasta este año. No tengo un gran equipo conmigo, la verdad sea dicha: mis muñecas son débiles y lo serán siempre y no tengo brazos ni hombros resistentes. Pero tampoco he hecho gran cosa con ellos. Es como si hubiera renunciado a una parte importantísima de la intimidad con uno mismo. Si en vez de ir a una psicóloga hubiese ido a la huerta con mi padre, tal vez hubiera sido distinto. Era la edad de ser tonto y no hay que preocuparse demasiado por los árboles que ya están caídos. Y además, soy consciente de que hay razones bastante más complejas que regían mi comportamiento. Pero ahora ya no hay excusa y tampoco muchas más alternativas, ya que creo que he descubierto lo que quiero para mí mismo y lo que deberían ser las historias que necesito contar. Pero ¡cuánto me queda todavía por aprender para llegar a ello! ¡Y qué extraño camino me ha llevado hasta aquí! (Parafraseo, semi-inconscientemente, el final de ‘Pickpocket’; que Bresson me perdone).

En mi circuito irregular por diversas oportunidades de laburo, remunerado o no, acabé re-conectando con un tipo muy curioso llamado Alex. Me dieron su contacto en el ‘Crisol de Micael’, un centro educativo a las afueras de El Bolsón que sigue las doctrinas de la pedagogía Waldorf y que intenta poner en práctica eso de no alterar el desarrollo natural de la personalidad del niño… en la mayor parte de los casos, una combinación desafortunada de buenas intenciones y una sarta de sandeces. El tal Alex se pasaba por allí para iniciar a los chiquillos en prácticas de responsabilidad medioambiental, y hablamos de esto y de aquello y de su programa de voluntariado en una chacra a orillas del Río Azul. Lamentablemente, no iba a necesitar gente hasta el próximo mes de enero. Pero un buen día me harté de mi inactividad y me presenté allá sin ser oficialmente invitado. Sólo Alex y un bonaerense llamado Fede se afanaban en un campo de trigo en potencia. Nadie más en todo el lugar (hermoso como lo más hermoso que os podáis imaginar; las hojas rojas de los notros chillaban en las laderas). Yo pensé ‘a lo mejor sí que necesitan gente’. Y no sé lo que pensó Alex, porque es un tío muy hermético. Pero con Fede hubo buena onda y puede que nazca algo de ese encuentro tan especial.

Poco después de mi llegada al ‘Valle Pintado’, Alex me invitó a una cantina levantada con barro y estiércol. Allí comimos los tres en un silencio tan ceremonioso que me resultaba incómodo. La bendición del almuerzo resultó ser la apoteosis del día, con un recordatorio adorable hacia el clima, el aire, la tierra, el sol y, finalmente, la vida. Luego los chicos durmieron una siesta de diez minutos mientras yo lavaba los platos y espiaba por los rincones.





Alex no dijo nada, pero dejó abierta la oportunidad de que empiece a trabajar y a aprender de él. Si prefiere no pillarse los dedos conmigo es porque está sujeto a una estructura muy organizada que trae y devuelve voluntarios de muchas partes del mundo. No puedo pretender ir por libre y obtener lo que busco por mi cara bonita, pero tampoco voy a dejar de intentarlo.

Fede y yo tomamos mate y paseamos y hablamos toda la tarde mientras empezaba a lloviznar y el día se recogía en grises. Este buen muchacho con el pelo manchado de tierra tiene veintitrés años, y nunca he conocido a nadie con las ideas tan claras. Es sereno y responsable y consecuente, y además tiene un sentido del humor muy infantil, como si no hubiese perdido la ingenuidad irrecuperable de la niñez. Si os digo que discutimos temas como el rol del artista en la revolución social y la economía del auto-abastecimiento me vais a decir que me vaya a tomar por culo. Suena tópico, ¿no? Chico blanco europeo que pasa por todas las facetas previsibles del viaje (dioses indios y auto-stop incluidos) terminando en una utopía natural que no va a durar ni dos telediarios. Tal vez sí, queridos petreles. Pero tal vez no.

Inútil hablar de lo que puede suceder a continuación. Sólo sé que será lento, como todo en este país. Y que ahora tengo una guía (y no es la Santina… o bueno… un poco sí, que la Santina es mucho).

Ahora que Juan Cruz me habla de compartir una tierra, o incluso de tomarla (en un país donde la toma de tierras está a la orden del día), y ahora que lo aprendido a lo largo del año parece que se concreta en torno a una idea, una suerte de filosofía e incluso un caldo de cultivo para tantas y tantas historias, respiro tranquilo. No sé exactamente por qué, pero respiro tranquilo. Desde que llegué a Argentina, ésta es la primera vez que siento que las cosas están siendo como deberían ser.

Salud.


Sergio. 07/11/10.

1 comentario:

Anónimo dijo...

¿Cómo es que separé tan drásticamente mi cabeza de mi cuerpo?

Con este calado.. me recuerdas, que aunque los hay peores, castigo mi cuerpo a diario, porque no le he dado el respeto que a mi mente le tengo. Sí le di la falsa percepción de incorruptible..

QñaO