miércoles, 28 de enero de 2009

XVII. Michael.

Sabía que uno de los retos más complicados iba a ser la convivencia breve y sorprendentemente intensa con los huéspedes del piso de abajo. Y es que resulta que, finalmente, vivo en un desván muy majo, con cama doble, mosquitera, escritorio, baño y silla típica de Kerala incluida (o sea, una silla con los brazos largos como estacas para poner las piernas en alto y darte cuenta de que, te sientes como te sientes, el culo siempre te queda en pompa). Tengo todo el piso para mí, lo que no lo convierte en un apartamento de vacaciones, pero casi. Abajo, sin embargo, hay otras tres habitaciones por las que circula gente de todas las nacionalidades, entre las que se puede contar un número curiosamente alto de lesbianas centroeuropeas, solas o en pareja, alguna que otra familia y, en el otro extremo, almas solitarias como la mía que intentan o bien encontrar la tan cacareada espiritualidad india o bien contemplar las múltiples (o mejor dicho, demasiadas) posibilidades que ofrece la vida mientras se abandonan al provechoso ejercicio de no hacer absolutamente nada. Demasiado tentador para mí, en todos los aspectos.

Como indica el título de este post, hay un huésped que merece ser destacado sobre los otros. Pero voy a empezar diciendo que también la bella Harleen me abandonó, hace seis días, dejando ese magnífico interrogante en el aire acerca de si conseguiré filmarla recitando algo escabroso en su lengua natal. Espero que sí. Todos deberíamos hacer piña para conseguirlo, de la misma forma que todos deberíamos mandarle mensajes y llamadas perdidas a Bebe (este punto lo explicaré en otro momento). Después de Harleen vino una australiana rubia y pecosa, oriunda de Melbourne, conversadora nata y cineasta amateur: la incomparable Penny Harris. Penny vino acompañada de una pareja estadounidense, habitantes liberales demócratas de San Francisco (qué redundancia), Mark y Christina. Pasé buenos momentos con ellos, especialmente con Mark, al que me gustaba mirar por razones que el lector adivinará sin que entre en detalles. Los americanos estaban muy interesados en seguir en directo la investidura de Obama, lo mismo que yo estaba muy interesado en saber si acabarían nominando a Richard Jenkins (el irónico patriarca de ‘Six feet under’) a los Oscar, como así ha sucedido. Felicidades, grande. Por suerte o por desgracia, nada nos comunica aquí con el exterior, sólo un periódico sensacionalista con menos contenido que una bolsa de patatitas de treinta céntimos, así que no pudimos seguir en directo ninguno de los dos eventos.

Mark había hecho campaña por Obama y no perdió la oportunidad de seguir haciéndolo, tal vez por costumbre. Era gracioso ver cómo todos los indios que nos encontrábamos en los theyyam tampoco perdían ripio a la hora de corear el nombre del presidente negro, a lo que él contestaba: ‘sí, es un buen hombre, habrá grandes cambios’. Educadamente, intenté decirle que, en el supuesto de que existiese tal buena voluntad más allá de la campaña de imagen, eso no significaba absolutamente nada. Al ‘hombre que toca el botón’ no se le elige en las urnas, ni da discursos, ni vive en semejante palomar. De la misma forma, a un Guantánamo cerrado le seguirá otro, igual o peor, y no lo digo por mero cinismo (que también) sino por lógica histórica. En fin, supongo que un poco de esperanza, e incluso de ingenuidad, no viene mal a nadie, y Mark y Christina se me acabaron antojando como un James Stewart y una Jean Arthur modernos, pulcros abanderados de justicia e igualdad en una película de Frank Capra. Me dio mucha pena que se fueran. Como ya me advirtió otra familia de paso, he de hacerme cuanto antes con un grupo de amigos locales que no me quieran sólo por el tabaco.

Y luego llegó Michael, el asombroso físico/programador informático londinense de cerebro superlativo y perfecta flema británica. Alto y escuálido, con cara y pelo de guardería, modales exquisitos y una gran cicatriz surcándole casi todo el brazo derecho, Michael no da una primera impresión inquietante, a pesar de ser, sin duda alguna, la persona más oscura que he conocido, y una de las más fascinantes en tanto que ha despertado en mí la llama de la magia. Al principio, insistió mucho en cuál era mi interés especial en el theyyam, lo que no dejaba de ser una pregunta de difícil respuesta. Bromeé y le dije que me encantaba la magia negra, sin darme cuenta de que era eso lo que él quería escuchar. Michael nos contó a Penny, los americanos y a mí sus experiencias con las posesiones, su filiación al mundo de la alquimia y su particular visión del mundo de raíces taoístas. Lo que puede sonar a soberano coñazo y a pedantería sin par fue, no obstante, un gran descubrimiento personal por la cantidad de información que pude obtener de mí mismo y del objeto de mi viaje gracias a mis conversaciones con él.

Michael y yo no seguimos hablando de posesiones por mucho tiempo, aunque compartimos la idea de que estamos siendo constantemente invadidos por fuerzas (uno de los puntos que quiero tratar en mi futuro guión). Aunque él fue poseído por un rabino, una alimaña del bosque y un ser indeterminado del que no recuerda nada porque perdió la conciencia durante el trance, eso no nos llevó ni dos minutos. Más importante fue, sin duda, lo originado a partir de un theyyam en el que yo sentía cómo mi interés y mis energías naufragaban por todas partes. Michael estaba fascinado con la posesión que estábamos presenciando, en la que uno de los sacerdotes, no pudiendo resistir la mirada viperina de la diosa, se colapsó y desmayó para asombro de todos los asistentes. De vuelta a casa, me puse a fumar en el porche, incapaz de esconder mi frustración con una sonrisa cortés o con un rictus relajado. ¿Y si estaba equivocado en todo y este sitio no era, digámoslo así, mi destino? ¿Y si no encuentro una historia que pueda conducirme al theyyam, o viceversa, y todos mis intentos de escribir son cabezazos rotundos contra una pared que yo mismo levanto?

Michael me tranquilizó y me dijo que continuara con mi búsqueda hasta el final, no sin meter el dedo en la llaga, satisfaciendo así tanto su curiosidad como su intelecto. Agarraos fuerte: podría decirse que mi viaje hindú hacia la felicidad, es decir, a un periodo fértil en el que pueda escribir con relativa facilidad y no pedir a la vida más de lo que ésta esté dispuesta a ofrecerme, tiene mucho que ver con la búsqueda de dios, entendiendo ‘dios’ como ‘perfección’. He llegado a la conclusión de que no soy capaz de aprender plenamente de las cosas porque quiero llegar enseguida a las altas esferas o, como dice Michael en términos más profesionales, quiero pasar a mi etapa activa sin haberme dejado penetrar por la naturaleza ni haber aceptado mi ignorancia durante la etapa pasiva, que es la que me ayudaría a asimilar que, por mucho que intente encontrar lo que me hace particular y especial en este mundo, ese deseo (como todos los deseos) nunca será satisfecho porque no somos seres estáticos y, en algún momento feliz, aceptaré que todos somos lo mismo y que el mundo en su complejidad está interconectado y que sólo tengo que dejarme llevar y actuar en consecuencia porque, al fin y al cabo, todo está determinado y lo que tenga que suceder, sucederá. ‘La isla se hará cargo del resto’. UFFFFF! ¿Qué os parece este tema? Leedlo otra vez y llamadme hippy de mierda. En mi defensa, sólo diré que sufrí mis hemorroides creativas en silencio y Michael ha sembrado algo que todavía no tiene una forma definida, pero que me induce a hacerme preguntas y a aceptar, dolorosamente, mis limitaciones, o como él dice, el tamaño real de mi jaula, y vivir con ello. No me parece un mal ejercicio previo a la escritura.

Acto seguido, hablamos de que los japoneses usaban parte de su tecnología en solucionar su pudor a la hora de ir al baño; vamos, que para que no se oiga el chapoteo de la mierda al caer, han inventado una banda sonora para esos momentos tan íntimos en los que no quieres que tus invitados se den cuenta de que estás cagando, aunque la propia música sea tan elocuente como el ‘splash’, lo que lleva a los pobres japoneses a un callejón sin salida del que sólo puede salvarles el harakiri. Eso me recuerda que uno de mis aparatos indios favoritos es una simple y útil escobilla para el váter en forma de grifo a presión, manejable gracias a una manguerita la mar de salada. Le he cogido mucho cariño a esos chismes.

Michael está obsesionado con la estructura dual del ser humano y con nuestra obsesión por diferenciar unas cosas de otras, a pesar de que la estructura del universo sea unitaria. También le encantan Laplace y David Lynch, desvanecer su esquelético cuerpo en el mar y hacer apariciones sorprendentes por detrás de ti, como cuando una mano misteriosa toca el hombro del protagonista en la enésima película de terror adolescente. Si alguna vez me meto en el género del suspense, el horror o los fenómenos paranormales, le contrataré con los ojos vendados. Su forma de expresarse es tan nítida, delicada, profunda y pagada de sí misma que da mucho miedo. Lo bueno de conocerle es que yo también me metí en la boca del lobo de la especulación filosófica, ya que, cualquier chorrada que se me pasase por la cabeza, él la recibiría sin más y le sacaría el partido conveniente o la defecaría, pero sin hacer del momento algo necesariamente incómodo. Fue como tener a mi lado a alguno de mis buenos amigos a los que tanto echo de menos.

El caso es que yo había leído, esa mañana, un pasaje de ‘Il gattopardo’, de G. Tomasi di Lampedusa (que el bloguero llamado ‘gato’ se permite citar de la forma más burda posible, haciendo alarde de un intelectualismo de palo con el que quiere convertir a Gran Hermano en algo que no es ni será nunca), en el que su protagonista, el príncipe Fabrizio, ve un cortejo fúnebre a través de la ventana de su palacio y piensa “mientras haya muerte, hay esperanza”. Se trata de una cita que invierte el contenido de otra más conocida y optimista, pero, ¿es realmente ésta menos optimista? Lo que en la novela no deja de ser una recreación en la melancolía y la pérdida de lo vivido por parte del príncipe, esconde, si lo descontextualizamos, un pensamiento magnífico según el cual la muerte daría no sólo esperanza, sino sentido a la vida. Tal vez sea la única respuesta posible, de hecho, al sentido de la vida. Es la eternidad, no obstante, lo que haría de la vida algo informe, sin cambios, un infierno indigno y, por tanto, algo temible en el supuesto fantástico de que, efectivamente, fuera posible. Alan Moore sí cree en la eternidad de cada uno de los momentos que vivimos, así como que la muerte no es más que una ilusión de la tercera dimensión, escondiendo lo que no deja de ser una transición más. ‘Mientras haya muerte, hay esperanza’. Pero, a pesar de esta efusividad acerca de la muerte, y de su consideración como algo bastante más relativo de lo que parece, ¿qué pasa con el sufrimiento, con la humillación, qué sucede con las muertes que degradan la vida de una persona hasta el último segundo de su existencia? ¿Qué sentido último tiene el sufrimiento en nuestra vida? Para Michael, no hay dos tipos de sufrimiento idénticos y, mal que nos pese, no podemos ponernos en la piel del otro porque no podemos adivinar algo tan íntimo como su sufrimiento. Al no ser tangible, ni transferible, el sufrimiento se hace necesario como parte de la vida y, de la misma forma, se ve limitado por el cerco de la muerte, reverso cruel pero indispensable para que una vida merezca la pena.

Michael se marchó y le di un abrazo insuficiente. Todos continúan viaje, rumbo a otras partes de Kerala, Karnataka, o al inabarcable y misterioso Himalaya (algo que yo también haré a su debido tiempo). Es más que probable que no vuelva a ver a ninguno de estos seres, como también es probable que mi percepción de su excepcionalidad tenga mucho que ver con la caducidad de mis encuentros con ellos. Mark y Christina me ofrecieron su casa en San Francisco y Michael y Penny seguirán en contacto por algún tiempo. Pero eso son quimeras del momento, hasta que alguna de ellas desvele, sorprendentemente, alguna continuidad en el tiempo. Por el momento, aprovecharé con cautela mi condición de inquilino que vive en el desván y ve, a través de la ventana, el trajín confuso y excitante de humanidad. Sin encariñarse, porque hay demasiado trabajo pendiente y un guión maldito taladrando mi cabeza. Por último, siento lo largo y espeso de este post, os compensaré con una buena ración de Lost y cotarros varios. Me despido, mientras observo dos insectos siameses, unidos por el culo. Qué intrigante.

Sergio. 25/01/09.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Te disculpas, por lo ..largo y espeso, de este post...?!..
Pues yo tengo que decir; Gracias.. Cuenta mucho más de lo que dice, y ya que dice bastante.. pues sugiere mucho más. Tocando varios temas, desde tres perspectivas; 2 sujetos, y un escenario contextualizante, que seguro, transforma la reflexión individual.. y sugiere al lector, participar del "tema" en la medida y línea que se le antoje...
[No me dejaré llevar, que tengo un exámen de "Trastornos de la Conducta y la Personalidad".. (que "apropiado" jajaja]... pero un sincero "GRACIAS por ESTE POST".. ya voy conociendo(te) un poco, como escribes..
Besín.. Pelayo