miércoles, 18 de febrero de 2009

XXVIII. Dios, ¿por qué me has abandonado?


Voy a hablar de cine y de religión. Qué le voy a hacer. Por si acaso, ya lo anuncio de entrada, como en los comentarios de ‘Lost’. ‘Miss Kalashnikov’ también se nutre de este tipo de desvaríos, y de algunos mucho peores que están por venir.

Estoy simultaneando dos lecturas maravillosas: La Biblia y Las veinte jornadas de Sodoma del Marqués de Sade. Saltar de un libro a otro puede volverte majara, básicamente porque no son tan distintos como podría parecer. La trata de blancas, el incesto y la violencia de género son bastante recurrentes en ambas obras, lo que me deja bastante perplejo, pero no lo suficiente; a las veinte páginas, uno ya se cura de espantos y se espera cualquier cosa. Hay una justificación de la pena de muerte en el capítulo noveno del Génesis que no tiene desperdicio:

“El que derramare sangre de hombre,

por el hombre su sangre será derramada;

porque a imagen de Dios es hecho el hombre”.

No pongo versículos porque bastante pedante es ya hablar de La Biblia como para hacerse el gracioso con los numeritos. Seguro que en muchos centros penitenciarios se hace uso de esta cita para dignificar ese momento tan difícilmente dignificable llamado ‘ejecución’. O lo que es peor, tal vez sea esto lo último que escuche un hombre antes de que una descarga eléctrica le deje tieso. Gran desgracia, sin duda. El caso es que, según esta cita, matar a un hombre es lo mismo que matar a Dios, porque estamos hechos a su semejanza. Intuyo que lo que se consigue con la pena capital es restituir a Dios de su muerte con un sacrificio humano. Eso da fe de la resistencia infinita de Dios, siempre muriendo y reviviendo por nosotros.

Hace poco que hablé de lo significativa que me parecía ‘Como en un espejo’ de Bergman. Lo saco de nuevo a colación porque, buscando películas en malayalam en una tienda de Kochi, me topé con toda la trilogía del silencio de Dios, editada por una firma india bastante desastrosa llamada Palador. Fue como una providencia, ya que también me encontré con otra película en la que, curiosamente, había estado pensando, por pura casualidad, tan solo unos días antes. Lo que puede parecer una tontería enorme me resultó, en cambio, bastante perturbador. No tengo posibilidad de ver mucho cine y es extraño encontrarte, de pronto, con películas muy inaccesibles en un contexto inaccesible. Más extraño aún es encontrarte con el cine que de verdad quieres ver en momento concreto, porque crees que te puede ayudar a salir de una crisis, emocional o creativa o del tipo que sea. Esto es lo que me ha sucedido. Las ediciones son muy chungas y no hacen justicia ni a la fotografia de Sven Nykvist ni al maravilloso trabajo de sonido, pero pude rescatar la segunda parte de la trilogía, Los comulgantes. Después de un nuevo visionado, no creo que haya película más perfecta que ésta. Es lo máximo a lo que se puede aspirar, todo un compendio de lo realmente importante, contado en ochenta minutos, ocho actores, cinco decorados y apenas dos localizaciones de exteriores. Se me ocurren muchas películas que, para mí, podrían ser las mejores jamás hechas, pero no veo por qué ‘Los comulgantes’ no pueda ser la mejor de todas ellas. Sin duda, lo merece.

Hay tres secuencias tan increíbles que podrían ser cortometrajes en sí mismos, dada la cantidad de información y la magnífica resolución con que están hechas. Los primeros diez minutos describen un oficio religioso con una mirada punzante y una sucesión de gestos que ya cuentan toda la película. Está muy bien eso de contar la película al principio, porque te evitas la tensión propia del desarrollo y las odiosas expectativas del final y te limitas a profundizar en los matices y a agrandar lo que ya no puede ser narrado de forma más clara. Mucho después, hay un diálogo entre los dos protagonistas en el que a Ingrid Thulin le dicen de todo menos bonita. No se puede tratar peor a un personaje, pero, qué duda cabe, Bergman se quita unos cuantos demonios de encima y la escena es poderosa como pocas. Más cerca del final, el clérigo interpretado por un monumental Gunnar Björnstrand escucha las reflexiones que hace su tullido monaguillo acerca de la Pasión de Cristo. Este diálogo es, y no me quemo al decirlo, el mejor que se ha escrito, y Bergman también ha escrito chorradas y sensiblerías. Pero esto es harina de otro costal. La idea es que el sacrificio de Jesucristo no es para tanto, al menos en el sentido físico, ya que, según el monaguillo, él en su persona ha sufrido mucho más y durante mucho más tiempo que el hijo de Dios a lo largo de sus cuatro horas de crucifixión. Lo que le embarga al pobre hombre es la traición de todos los apóstoles, que salen corriendo y reniegan de Jesús cuando éste es prendido en el huerto de Getsemaní; y peor aún, su soledad en la cruz, cuando Cristo siente que su padre, el Dios Todopoderoso, le ha abandonado, que no existe reino de los cielos ni más allá, que todo ha sido una farsa, y que su sacrificio no sirve para nada. Posiblemente, el momento más intenso de La Biblia, de la película y de la cultura occidental, en suma, es ése en el que Jesús duda de sí mismo y de todo lo que ha predicado. ‘Dios, ¿por qué me has abandonado?’. O, dicho de otra forma: ‘Padre, ¿por qué me has traído aquí, por qué nadie me enseñó a enfrentarme al horror, por qué no me enseñaste tú, por qué no me dijiste que la vida era esto?’ Fascinante. El cristianismo nos ha convertido en una civilización de huérfanos.

Éstas son las reflexiones previas a la reescritura de todo lo que tengo hecho, que no es mucho, pero es lo que hay. Me he dado cuenta de que no puedo hacer una película sobre Dios con tan poco bagaje a mis espaldas (¿he dicho en algún momento que quería hacer una película sobre Dios? Creo que no. Por si acaso, lo digo ahora. Sigue siendo la misma historia de antes, pero más sencilla, a pesar de todo lo complejo y ambicioso que pueda parecer el tema Dios a primera vista). Así pues, me documento, a un mismo tiempo, sobre el cielo y el infierno, aunque sólo sea para descubrir que son la misma cosa. Y resulta muy entretenido, además.

‘Los comulgantes’ figura, ya, como la película fetiche de un servidor, sin menospreciar otras obras que me hacen soñar y que, por qué no, voy a apuntar aquí a pesar de lo ridículo que resulta hacer una lista de preferencias cinematográficas. Lo hago por mí, y porque es gracioso ver cómo van cambiando los gustos con el paso del tiempo.

- ‘El evangelio según San Mateo’. Pasolini.

- ‘Saló o los 120 días de Sodoma’. Pasolini.

- ‘Ha nacido una estrella’. George Cukor.

- ‘La vida y la muerte del coronel Blimp’. Michael Powell, Emeric Pressburger.

- ‘El árbol de los zuecos’. Ermanno Olmi.

- ‘Five fingers’. Joseph L. Mankiewickz.

- ‘Persona’. Bergman.

- ‘Pasión’. Bergman.

- ‘[SAFE]’. Todd Haynes.

- ‘La ventana indiscreta’. Hitchcock.

- ‘La prima Angélica’. Carlos Saura.

- ‘Viridiana’. Luis Buñuel.

- ‘Mary Poppins’. Robert Stevenson.

Y tantas otras que ya me estoy arrepintiendo de la selección anterior. Como veis, echo mucho de menos el cine, y a las siete películas que he visto en lo que llevamos de año les estoy intentando sacar todo el partido. Me da vergüenza reconocerlo, pero hacía tiempo que no me sentía tan próximo y tan vinculado al cine. Han sido unos años muy ajenos a mí, éstos últimos. Vuelvo a sentir, al fin, que no creo que pueda ni quiera dedicarme a otra cosa, aparte de las incontables satisfacciones del teatro. Necesito, más que nunca, crear imágenes, aunque me lleve todo el tiempo del mundo darles vida en mi cabeza. No tengo prisa.

Sergio. 15/02/09.

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