miércoles, 18 de febrero de 2009

XXVII. Un sueño.

Debo romper una pareja,

me lo acaban de poner en un mensaje de texto.


Nunca lo hubiera esperado de él, aunque sé que

no suelen esperar en la sombra por mucho tiempo.


Me entretengo.

Hay ropas nuevas, y música, y accesos fáciles.


Entran los rebeldes y me enseñan su canal de televisión

pero no por eso dejo de tocar el culo de mi acompañante.


Cuando vuelvo, sólo quedan escombros;

nunca pensé que ese local fuera de izquierdas.


Cruzo el parque y confundo a unos pelados con los rebeldes.

Sentados, burlan mi cuerpo que se duerme y se pega al viento.


Es imposible moverse. No miraré tras de mí,

como hizo la mujer de Lot, curiosa de las cenizas de Sodoma.


Reacciono, y llevo a una parapléjica en brazos. No pesa.

Tengo tiempo hasta de bromear con los familiares.


Llego al portal, donde él espera, y me disculpo,

digo:


es que tuve una erección muy breve

es que me incendiaron el bar

es que dejé de moverme

es que fui gentil con una mujer discapacitada


y antes de obtenerlo, su perdón ya no importaba

pequeños avances de lo que podría haber sido, tardíos.


Sólo hubo tiempo para la violencia.


Ismael.

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