viernes, 30 de julio de 2010

159. “Fuel”, o el mes de los demonios.



Un generador eléctrico empezó a emitir desastrosas ondas sonoras, roncas, interminables, a eso de las seis menos cuarto de la mañana. Suerte que ya estaba despierto. Había recibido un mensaje de texto una hora antes, uno de esos mensajes que a uno le cuesta creerse y que le hacen sentirse menos solo. La llamada a la oración desde al menos cinco mezquitas distintas prolongó mi vigilia. Escribo esto en la habitación de un hotel baratísimo y hogareño en Hassan, Karnataka. Entra directo en mi lista de hoteles económicos y recomendables en los que tirarse días y noches escribiendo, viendo películas, bebiendo, fumando, tirándose pedos, mirando por la ventana. El retrete es a la turca, pero algún músculo se acabará ejercitando de tanto agacharse a ras del suelo.

Arun y Shafi me llevaron a una ciudad-estado muy curiosa llamada Mahé. Es como una peonza de terreno en la costa de Kerala pero dependiente del estado de Pondicherry, y la bajada de precios en el licor hace que los malayalis lleguen en riadas y se vuelvan a sus casas con botellas escondidas en el pantalón. Ay, el encanto del contrabando. Arun y Shafi me habían hablado de una bella iglesia (no lo es tanto) y de encantadoras playas (ahora totalmente cubiertas por un mar revuelto), pero el verdadero motivo por el que querían ir a Mahé conmigo era para que les comprase vodka. En concreto, un vodka de botella trapezoidal y letras rojas como un infierno pulp, llamado ‘Fuel’. Está bueno no, lo siguiente. Bebimos ‘Fuel’ y comimos curry de pescado en un restaurante oscurísimo (los antros alcohólicos de India no tienen precio) y entre el ardor del picante y el alivio discreto que ofrecía el licor nos tiramos un par de horas muy divertidas. Arun se puso a programar mi próxima visita. Seguramente alquilaré una choza para estudiar malayalam por el día y cocinar cosas ricas por la noche. Sé que mis amigos vendrán a verme un día sí y otro también para gorronear cosas y quedarse a dormir conmigo, que siempre será mucho mejor que dormir con sus madres, abuelas o hermanas. Veremos. No creo que eso suceda hasta una cuarta o una quinta temporada. De cualquier manera, estoy haciendo esfuerzos horribles para dejar de vivir en el pasado o en el futuro.

Y luego de vuelta a Kannur, con una botella enorme de Fuel dentro del vaquero y hasta de mis calzoncillos (a petición de mis traviesos amigos, que no podían arriesgarse a que la policía les pillase ‘a ellos’ con semejante mercancía). Parecía que estaba muy contento de ver a todo el mundo. Las muchachas preferían mirar para otro lado, los muchachos no podían dejar de mirar. El autobús saltaba con cada arruga de la carretera y la botella me machacaba los huevos. ‘Shafi, no creo que pueda aguantar todo el camino con esto dentro’. ‘Sí que puedes. Mira al conductor. Diviértete’. La verdad es que el conductor merecía un reconocimiento por su apabullante habilidad para adelantar camiones cisterna, hacer zigzag con rickshaws y autobuses varios y no matarnos a todos en el acto. India y su salvaje asfalto han parido a los mejores conductores del mundo.

Me olvidé del escozor genital al vaciar nuestra mercancía a orillas del mar Arábigo, bajo la luz de una luna casi llena. De verdad que no hay nada más bonito en el mundo que la luna reflejada en las hojas de palmera. Shafi y Deepak desaparecieron en las dunas tras advertirme de que este mes monzónico es el llamado ‘devil’s month’, momento propicio para encontrarse con ánimas en cualquier rincón del bosque. Qué fascinadas están todas las culturas con la muerte. Arun y yo nos quedamos charlando hasta la medianoche. El mar no estaba demasiado agitado. La luz del faro todavía se adivinaba a pesar de la niebla. Palabras y palabras, algunas más previsibles que otras. Arun hizo un símil muy afortunado entre el mar y la vida, que aunque sea un tópico poético, en su boca sonaba como una idea nueva, en parte meditada a raíz de su soledad, en parte espontánea por esa extraña clarividencia que se le adivina cuando te mira en la oscuridad. ’A veces fría, a veces cálida; a veces rabiosa, a veces en calma’.

Y hasta aquí mi breve visita. Kurien y yo, que de tan solos que estábamos nos habíamos quedado secos en conversación, nos despedimos emocionadamente una vez más, y Padmini se saltó las reglas de la convención al estrecharme la mano cuando me alejaba en el rickshaw de Santhosh. Ese traqueteo de vuelta a la estación de trenes o autobuses… cuántas veces lo he hecho y qué bien recuerdo cada giro en el trayecto, cada letrero, fachada y rostro precipitándose sobre la calle. En ningún lugar del mundo, con la excepción de Pola de Siero, conozco tan bien al sastre, al peluquero, a la oficinista de correos, al dependiente del ultramarinos, a los miembros sonrientes y corruptos del Partido Comunista… a toda la estela de seres humanos que conforman un pueblo con sus altibajos y sus glorias. ¿Cómo puedo no intentar vivir y filmar una historia aquí?

Karnataka me traerá poco a poco de vuelta a Bangalore, y de Bangalore a España, de nuevo por un mes. Debido al aluvión irracional de comentarios que Ismael y yo hemos recibido últimamente en este blog, me veo obligado a explicar que septiembre iniciará una nueva hoja de ruta por Sudamérica, en concreto Argentina. Aunque haya algo parecido a un plan que me orientaría en dirección a Tierra del Fuego, donde intentaría trabajar en uno de esos carísimos cruceros que te llevan a la Antártida, nunca se sabe qué es lo que puede pasar, y desde luego que yo no quiero saberlo hasta que no llegue el momento de esparcirse por el tablero. Argentina es tan ridículamente extensa como India o Australia, así que puedo esparcirme por muchos lugares (parafraseando a uno de mis personajes televisivos favoritos; véase a continuación).



Mi primera parada en Karnataka fue Madikeri, capital administrativa de la región de Kodagu. Montañosa y bella hasta el límite de los adjetivos, el hogar de los kodavas y de muchos refugiados tibetanos duerme en el letargo del monzón. De haberme dejado caer en otro momento del año hubiese hecho senderismo, a salvo del barro y las sanguijuelas del mes de los demonios. Me tocó resguardarme en un cuarto anónimo de hostal y ver al viento y la lluvia hacer círculos con la hierba. Entré en uno de esos habituales bloqueos creativos que te obligan a leer más, y así abrí los ojos a Alan Watts, Hannah Arendt y Tim Winton, con el que todavía sigo admirado y enganchado porque su novela ‘Dirt music’ es extensa como la envidia. Tengo que empezar a leer más libros que no terminen en la página doscientos.

Madikeri, por lo alta que está, las expresiones huidizas de la gente y el diseño de sus hogares (ese feísimo ladrillo gris con tejado rosa), me recordó a Nepal como ningún otro sitio de la geografía india. Por todo eso y porque una ducha fría es difícil de digerir en este clima. Indudablemente, el monzón lo cambia todo. O los demonios.

Cómo no, me resisto poderosamente a seguir una línea recta y, si se dibuja sobre el mapa, mi trayecto a Bangalore parece más bien el perfil de una montaña rusa. La única razón para venir a Hassan era la proximidad de dos templos que estudié hace años. Ambos pertenecen a la época de la dinastía Hoysala y fueron levantados en el siglo XII siguiendo una curiosa planta arquitectónica en forma de estrella. De hecho, la estructura de los templos me fascinó aún más que la afamada escultura de las fachadas. Nada que no os haya contado antes: bailarinas en posturas irresistibles, dioses en decenas de avatares distintos, horror vacui, simbología desconcertante. Sin embargo, hay algo en las obras de los Hoysala que no me espanta. (Nota: siento una especie de repulsa por la saturación ornamental del arte indio; obviamente, no de TODO el arte indio, pues ya os hablé de muchos ejemplos, como Ajanta, que son en sí mismos la perfección de la representación, pero sí noté desencanto tras la visita a templos exuberantes que debían haberme arrebatado y, en cambio, sólo me provocaron confusión y mareo, como en Khajuraho). Puede que sea la proporción de sus ángulos puntiagudos, la atmósfera diáfana y amable de sus interiores o tal vez las imágenes femeninas más extraordinarias que he visto nunca en piedra… todo ello sumado a una mejor comprensión de la mitología, que siempre ayuda.

En Belur, donde se erige Channekeshava en honor a Vishnu, contraté a un guía local. Después de alguna pelea conmigo mismo al respecto, ya que nunca hago visitas guiadas, decidí probar por primera vez y contribuir con ello al turismo de la zona. Mal que me pese, no siempre ejerzo un turismo responsable, aunque tampoco sea un turista en el sentido estricto de la palabra. Aunque no necesito saber todos los nombres de Brahma, hay muchas cosas interesantes que se te pueden pasar por alto. Eso sí, los guías indios son chillones e indescifrables, en el mejor de los casos, así que, como todo en este país, lo mejor es tomárselo con sentido del humor y dejarse seducir. En el fondo, estaba harto de pensar que lo entendía todo cuando realmente no entiendo ni la mitad de lo que veo. Pero no siempre puedes pagar doscientas rupias para que te lo expliquen, bien o mal (la intención es lo que cuenta, y un indio siempre va a dar lo mejor de sí). Halebid, donde duerme plácidamente el otro templo Hoysala del distrito, es menos visitado y aún más hermoso. He sentido una conexión instantánea con estos edificios. Me han hecho sonreír y pensar y poco más se le puede pedir a una obra de arte.





Ayer por la noche, antes del mensaje de texto, la llamada a la oración, el ruido del generador, me preparé para una sesión de cine que llevaba muchos años evitando: ‘Irreversible’ de Gaspar Noé. No entiendo cómo los conceptos de ‘tortura’ y ‘violencia’ son tan importantes para mí y para las historias que me gustaría contar, y aún así me resisto a hacer una documentación seria al respecto. Muchos sabréis qué es lo que tiene ‘Irreversible’ de escandaloso y difícil de ver. Me preparé mentalmente (es curioso el miedo que tengo a darle al play con según qué películas), di vueltas y vueltas a la cuerda en mis manos y tras cinco minutos me di cuenta de que el sonido estaba desfasado. ¿Excusa perfecta para dejarlo todo y permanecer a salvo del trauma? No lo sé, pero no se puede ver algo en esas condiciones. Tanta preparación y tanta hostia para nada. Llegados a este punto de no retorno, he de ver esta película nada más llegar a España o no podré quitármela de la cabeza.

Mi recomendación veraniega se llama ‘Bad Boy Bubby’, es una película australiana dirigida por Rolf de Heer en 1993 y preferiría no tener que decir nada más para que os sorprenda (y lo hará, sin duda) desde el primer minuto. Si la hubiera pillado con once o doce años en una de esas sesiones de madrugada rarunas de La 2 me hubiera conmocionado seriamente. Entra dentro de la categoría reservada para estomágos fuertes. Tanto la interpretación de Nicholas Hope (magistral) como el escaso miedo al ridículo de sus creadores la convierten en lo que, lamentablemente, es: una obra interesantísima destinada a ser escondida del gran público por lo inclasificable y molesta que resulta. Los australianos han creado cosas realmente perversas.




Última parada en Mysore para hacer la montaña rusa completa. Salud, gasolina, demonios y lugares, muchos lugares.


Sergio. 29/07/10.

1 comentario:

Maestrando dijo...

Ciertamente, dan ganas, de probar esa gasolina, en ese contexto.. muchas ganas.. (envidia sana)