La desconcertante vuelta a la Vieja Decrépita Europa, y de cómo nuestro protagonista Bicéfalo se atrincheró en el Bierzo, tomó aire y saltó una vez más a Madrid en un giro tan significativo como convulso. Todo sobre el amor, el horror, las democracias reales e irreales de nuestro planeta mental y el cometa Ajenjo, ése que nos invita a vivir. Ya. Ahora. Así que no leas, tunante, y vive.
martes, 6 de julio de 2010
149. El océano.
Viví en una parte pequeña del océano.
Por la mañana andaba tres metros de agua, y luego volvía.
La copa de un árbol sumergido rozaba la superficie.
Un poco de lluvia, no muy a menudo.
Cuando me cansé, cogí un cuaderno y tres frascos de crema hidratante y me mudé a una parte más grande del océano. Paredes pintadas con la arena que antes no veía.
Aunque llovía con frecuencia, un coro de madres cantaba por las noches.
Las olas traían desayunos, comidas y cenas.
Y entre medias, café.
Un día recibí una llamada telefónica desde la parte pequeña del océano; ‘Te echo de…’; se cortó; tienen muy poca cobertura allí.
Domingo de tarde, y quise investigar más; eché la culpa a la música y al cielo; prometí volver, y sin nada a la espalda y con las manos vacías me mudé a una parte aún más grande del océano.
Y hermosa. Peces blancos y ciegos viven entre las raíces; los expertos en fauna marina les llaman ‘peces fracaso’ y calculan su mortalidad en dos días.
Me pasó una cosa curiosa, y es que todo lo que allí hablaba se escribía solo; obras de arte sin esfuerzo, y árboles gigantescos socavando un cielo estúpido.
Nunca volví atrás.
Un día seguí a dos niñas que iban camino del colegio y caí en la inmensidad agotadora del océano.
Ismael. 5/07/10.
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