jueves, 23 de junio de 2011

227. Season Finale (Parte III y última): ¡Inlakesh Alaken!



“Todo lo que es consciente se desgasta.
Lo que es inconsciente permanece inalterable, pero una vez liberado,
¿no cae a su vez en ruinas?


Sigmund Freud.


Mi última noche en Sachawasi fue noche de luna llena, y como todas las noches de luna llena se hizo un gran fuego con troncos traídos de la chacra que quedaba al otro lado del río. Yo estaba muy cansado y no quise unirme a la celebración. Como ya había desmontado la carpa me tapé con varias frazadas y me tiré en una de las hamacas de la casa de Bruno, pero el frío era demasiado intenso y, como he tenido oportunidad de comprobar durante este viaje, no soy capaz de dormir cuando tengo frío. Así que me incorporé a eso de la medianoche y me uní a la gente que bailaba alrededor del fuego. No quedaban muchos. Bruno, el Jaguarcito, un salteño muy simpático llamado Juan Blas, una belga absolutamente loca, Romi y otro hombre que no conocía de antes pero que se hacía llamar Pez y que, entre vaso y vaso de chicha, acabó por ofrecernos ayahuasca en polvo. No había suficiente para que todos pudiésemos volar por los aires y las venas del conocimiento así que supuse que este regalo de la Pachamama iba a ser algo tranquilo. Me puse cómodo. Bailé un poco, ejercitando mi pelvis maltrecha y vinculando las llamas de la hoguera con el centro de energía que tengo (y tenemos) debajo del ombligo. Luego miré a la luna entrando en coloridas fortalezas de nubes y escapándose de ellas. Romi y Pez hablaban a mi lado. Me sentí cuidado y querido por Romi, una peluquera argentino-catalana con muchísimo tino. Descansé sin dormir. Al amanecer, o durante ese trance invisible que es el paso de la noche lunar al día, me tocó a mí hablar con Pez. Él llevaba diez años intentando ‘saber’, intentando ‘conocer’. Hacía cosas mágicas con su flauta. Le di un gran abrazo de agradecimiento antes de dirigirme a la casa y a la cocina, donde seguí dando abrazos de agradecimiento y de despedida a todos (fue especialmente duro decirle adiós a Victor, a Bruno y a Hugo, un marino/granjero cordobés que se convirtió en figura paterna para todos nosotros). A las ocho de la mañana ya no estaba allí.

Emilio y Matu se vinieron conmigo, o yo me fui con ellos. Los tres teníamos que estar en otra parte, ellos en Brasil y yo en el lugar desde el que escribo esto, en Guayaquil (Ecuador), de donde saldrá mi vuelo de vuelta a España. El camino de Santa Cruz del Valle Ameno a Apolo, y el de Apolo a La Paz, se hicieron muy amenos gracias a esta pareja de Grenoble (Francia), los dos muy jóvenes y al mismo tiempo valientemente abiertos a lo que el mundo tiene que ofrecer. Emilio tocaba la zampoña y desfiguraba, o configuraba, el paisaje altiplano-amazónico con él. Ya en La Paz, les invité a cenar y bebimos vino y nos tiramos toda la noche en una habitación de hostal hablando y escuchándonos. Con Emilio y con Matu me sentí ligeramente transportado a otros lugares que, curiosamente, confluían en aquel exacto lugar, nacían y morían en él.

Y, nuevamente sin dormir, abandoné Bolivia. No tenía muchos días para llegar a Ecuador así que tenía que hacer uso del transporte público, y ni siquiero esto era fiable (las fronteras por carretera entre Bolivia y el Perú llevan más de un mes cerradas por huelga). Tuve que pasar a Chile a través de la cordillera, a través de los oníricos paisajes desérticos del Altiplano, y luego descender abruptamente entre dunas interminables hasta llegar a Arica, horrendo lugar como pocos, para poder acceder al Perú desde allí. Lo que más pereza me daba eran las aduanas chilenas, donde te manosean todo y te preguntan demasiadas gilipolleces. Una vez en Tacna, ya dentro de la geografía costera peruana, tomé un colectivo que salía esa misma tarde para Lima y avancé, en día y medio, mucho más de lo que me hubiera podido imaginar. Por mucho que deteste moverme así, era el precio que tenía que pagar por haberme quedado más días en Sachawasi.

Es difícil rasgarse las vestiduras con Lima, porque Lima es realmente fea. La niebla marina que parece apoderarse de la urbe durante gran parte del otoño y el invierno no ayuda en nada al sentimiento opresivo que despiertan sus calles (respaldado por el sucio y sobrecogedor desierto que las circunda). Dormí en un hospedaje donde un buitre disecado de proporciones fantásticas sobrevolaba la recepción. Era la primera vez en dos meses que probaba una cama, así que no merece la pena resaltar lo bien que dormí.

A la mañana siguiente partí rumbo al norte del país. El colectivo avanzaba por nuevas rutas tragadas por la niebla. Toldos y casetas olvidadas en las planicies de arena. Pueblos que parecen más soñados que reales bajo la protección discutible de una duna aguijoneada por antenas de telefonía móvil. Tapias enteras pintadas con la propaganda electoral que recién acaba de desembocar en la victoria del (ejem) izquierdista Ollanta Humala. A Keiko (Fujimori) le pesó demasiado la sombra corrupta de su padre, y eso que pintó y empapeló una costa entera con su nombre en letras naranjas, y seguro que parte de la cordillera y de la selva también. Ahora Ollanta visita a todos los mandatarios sudamericanos antes de su investidura, y todos se congratulan de la magnífica tapadera progresista que han regalado a la opinión pública.






He visto muchas películas malas durante estos viajes en autobús, desde fantasías redentoras y orgías de sangre protagonizadas por La Roca hasta moralejas con el boxeo o el fútbol americano como telón de fondo, por no hablar de la racista y homófoba saga de ‘Loca Academia de Policía’ (me la pusieron enterita, desde la primera hasta la última entrega). Nunca antes había sentido tanta vergüenza y preocupación por el medio al que quiero dedicar (parte de) mis esfuerzos creativos. Se trata, sin lugar a dudas, del lavadero de cerebros oficial del régimen. Mi amiga Penny decía que no veía la hora de que llegase la muerte de los medios de comunicación en su manifestación actual. Ella se refería, más bien, a la prensa. Pero es más urgente la muerte del cine, porque las películas alcanzan a más gente.

Cuando llegué a Tumbes, localidad cercana al paso fronterizo peruano-ecuatoriano, me sumergí en un breve infierno de casi dos horas. Se trata de un lugar muy peligroso y no puede uno bajar la guardia, porque vienen a buscarte en el momento en que estás bajándote del colectivo, todavía con legañas en los ojos y los sentidos adormilados. A mí, entre un taxista y un supuesto agente de comisiones, me timaron unos cuantos soles de camino a la oficina de inmigración. Desde allí, decidí desembarazarme de ellos como pude antes de que la cosa se pusiera fea. La parte negativa de esto último era que tenía que cruzar toda la calle y el puente que separan Aguas Verdes (Perú) de Huaquillas (Ecuador) por mi cuenta, con todo mi equipaje y documentos encima. El lugar no es muy agradable. Aunque los estafadores funcionan en base a generar una sensación de miedo y alarma que no siempre tiene por qué ser real, la verdad es que esta frontera es jodida. Recuerdo que el taxista me decía (para asustarme), ¡Mira el contrabando!, ¡Mira el contrabando!, mientras señalaba a unos jóvenes que portaban bidones de plástico por un descampado miserable bajo un cielo opaco. Yo no sé lo que se movía por allí o no. Tampoco vi nada particularmente violento (por suerte). Pero no lo necesitaba, porque los chalecos y las escopetas de la policía hablaban por sí solos. Prostitución, narcotráfico y desesperación en uno de esos agujeros negros que, si bien merece la pena conocer, no existe urgencia alguna por volver a frecuentar. Así que, queridos amigos, eviten este paso fronterizo siempre que puedan. Es uno de los mejores consejos que puedo dar.

Ecuador, en general, no es mucho más seguro que su frontera. Después de un par de días en Guayaquil me siento en el estado más policial en el que haya estado nunca. Los medios se hacen eco de cualquier barbaridad, desde asesinatos entre bandas de narcos hasta linchamientos a homosexuales (que ni siquiera son tomados en serio por los periodistas, a juzgar por los atroces titulares que se pueden leer en los kioskos), hinchando la realidad para crear escándalo y justificar así cualquier abuso de poder del gobierno supuestamente progresista de Correa. Estoy más que seguro de que la zona cordillerana no tiene nada que ver con las ciudades, donde se vomita y se caga toda la inmundicia que el sistema neo-liberal ha exportado a este rincón tan frágil y hermoso del planeta.

Fin de esta etapa. En un tiempo récord he llegado al escenario final de mi primer periplo por Sudamérica, y me marea echar la vista atrás. Visto el escaso interés que tenían otras conclusiones que escribí en el pasado, no creo que me moleste en hacer lo mismo. Ya tendré tiempo de recapitular cuando hable con mis amigos y con mi familia y con la gente a la que hace casi un año que no veo.

Pero sí voy a hacer otra cosa.





Si éste es el viaje más relevante que he hecho nunca no es sólo por lo impredecible del mismo. Cuando llegué a Argentina me llevó mucho tiempo, dos meses para ser exactos, encontrar lo que tenía que encontrar, y consideré muy seriamente volverme a España y dejar de pasearme por el mundo porque todos los sitios me estaban empezando a parecer el mismo (en cierto sentido, es posible que lo sean). También tenía mucho miedo de estar aplazando demasiado mi vuelta a la actividad cinematográfica en Madrid. Y también me había enamorado un poco, pero sólo un poco, de un Quebrantahuesos, un ave de rapiña al borde de la extinción. Conocer a Lugrin, y a otras personas que antes y después de nuestro encuentro me soplaron unas cuantas verdades a la cara, transformaron mi viaje y mi vida entera. Nunca un recorrido me había cambiado tanto por dentro.

Es más o menos sencillo adivinar lo que uno no quiere. Pero tener la claridad suficiente para ver lo que uno quiere depende mucho la forma en que se mire y se escuche, de las preguntas que uno esté dispuesto a hacerse y, por qué no decirlo, de la casualidad. Ahora sé lo que quiero, y el tiempo me dará algunas herramientas o me mandará a bailar cueca al otro mundo antes de que pueda funcionar con ellas. La vida no nos debe nada. Esa es la verdad.

Como todos, he sido feliz e infeliz. De ninguna forma puedo escapar del dolor creando un paraíso para mí mismo y para la gente con la que viva, y tampoco quiero hacerlo. El meollo de todo el asunto está en el viaje, en el movimiento constante. El viaje es un modo de vida y, al mismo tiempo, también puede ser una forma de vincularse con la tierra. El viaje no es desapego, es apego a todo lo que existe.

Quiero hacer unas pocas películas, pero, sobre todo, quiero hacer una serie de cuarenta episodios, ‘El pasajero separado’. Es el trabajo creativo principal que deseo llevar a cabo. Cuando termine de hacerlo, haré huerta, y nada más. Ni nada menos. E intentaré vivir lo más al margen que pueda del sistema monetario, en caso de que éste no sea devuelto a su ceniza originaria por los cambios planetarios que puedan o deban producirse. Eso lo veremos pronto. De todas formas, estas palabras enuncian planes, futuros hipotéticos, y por eso carecen de peso. No voy a despreciar los sueños por el mero hecho de ser sueños, pero sólo quiero dejar que en este momento presente se limiten a marcarme un sendero, una dirección.

En el valle del Río Azul abracé y empecé a creer en un destino. En Chile dejé mi corazón y vi lo importante que era estar “donde las papas queman”. En Bolivia… todavía no sé lo que pasó en Bolivia. Y ahora vuelvo a la Madre Patria (una madre grotesca y enferma, pero algo más divertida que sus hermanas europeas) para seguir haciendo lo que creo que es lo mejor que puedo hacer: vivir.

INLAKESH ALAKEN, COMPAÑEROS.
(En lengua maya, “Yo soy tú, tú eres yo”; un saludo, o una despedida, en toda regla).




FIN
DE LA
TERCERA
TEMPORADA
DE
“MISS
KALASHNIKOV”.


3 comentarios:

pez con delay dijo...

enormemente satisfactoria entrada de pronto amable pensadora temporada.

vuelve pronto

Sergio / Ismael dijo...

Señorita Pez

Pronto una nueva temporada, no sé si igual de amable-pensadora, espero que igual que satisfactoria, pero de momento desde aquí, desde España...
Tengo que escribirte pronto para contarte las nuevas, que siempre son mejor contadas en persona. Te pienso y te extraño siempre. (Ya conseguí 'El obsceno pájaro de la noche', de Donoso!).

Sergio

Anónimo dijo...

q lindo leer lo q escribis ,q estes bien amigo ,ojala q nuestro camino se vuelva a unir en algun momento
montse y juan cruz