jueves, 23 de junio de 2011

224. Hoy el tino lo tiene… ‘La mamain et la putain’, de Jean Eustache.



“Hablar con las palabras de otros… eso es lo que me gustaría. Eso debe ser la libertad.”


Marie se ha ido a Londres por el fin de semana. Alexandre aprovecha para llevarse a Veronika al apartamento de Marie. Alexandre quiere follársela. Sin darse cuenta, empuja con su pene el Tampax que ella tiene siempre puesto por costumbre, por precaución, por olvido. Veronika se queja. Ahora vas a tener que ayudarme a sacarlo. ¿Cómo? Mete el dedo y, cuando lo encuentres, empuja. Sácalo de ahí. A Alexandre todo esto le parece muy gracioso. Llama por teléfono a un amigo suyo para narrarle el incidente del Tampax. A Veronika le da igual. Como el amigo no contesta a la llamada, Alexandre y Veronika se ponen a follar. Fundido a negro.

‘La mamain et la putain’ se estrenó en el año 1973 durante el festival de Cannes. El revuelo que causó fue notorio. Antes de esa fecha, pocas mujeres hablaban en pantalla sobre su vida sexual, y, que yo recuerde ahora, sólo Bibi Andersson en ‘Persona’ (Ingmar Bergman, 1966) había verbalizado el orgasmo femenino. Seguro que me equivoco. Seguro que hay muchos otros ejemplos. Pero eso no reduce el impacto real que causó la rotunda obra maestra de Jean Eustache, la película llamada a dinamitar la Nouvelle Vague, Mayo del 68, el arte cinematográfico y el pensamiento occidental. Desde entonces, muchas mujeres han hablado de sexo y escatología frente a una cámara, pero el testimonio de Françoise Lebrun todavía es insuperable. Me atrevo a decir que todavía nadie ha superado la madurez de forma y fondo que ‘La mamain et la putain’ representa.

Jean Eustache no creía que el cine (o el arte) pudiesen cambiar nada de nada. Y si hizo películas, fue por darse cuenta de que nadie más podía contar sus historias, o al menos no de la manera en que él las podía contar. Era infinitamente mejor que Godard y, desde luego, que Truffaut. En 1981 se mató pegándose un tiro en su apartamento de París.

‘La mamain et la putain’ es la película definitiva sobre la condición humana. Es retórica, y al mismo tiempo no lo es, porque “usa” conscientemente la retórica, se ríe de ella. Es artificial porque el cine es artificial. Es redundante y patética porque la materia prima de la extrae sus imágenes y palabras, es decir, la vida, también es redundante y patética. Es larga. Es sincera. Es consecuente. Es dolorosa. Es muy divertida. Es extraordinaria.





Cuando Victor me dejó acceder a los archivos de su computador y descubrí que tenía una copia de esta película lancé un grito exagerado pero sentido. Llevaba mucho tiempo queriendo verla (quién me iba a decir que el deseo postergado se vería resuelto en la selva boliviana). No sólo no estoy decepcionado, sino que me sorprende que sea tan buena. Me sorprende que, pese a las expectativas, me haya quedado tan estupefacto. Porque, ¿qué se ha hecho después de esto? ¿Adónde hemos ido? ¿Qué se ha investigado desde que Jean Eustache nos dijera que el cine y la vida que vivimos (o creemos vivir) son sólo proyecciones de una mente incapaz de estar sola, incapaz de estar acompañada?


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