miércoles, 22 de junio de 2011

223. Hoy el tino lo tiene… Jorge Sanjinés.




En este viaje he tenido amplia oportunidad de reflexionar sobre la condición social del artista. Mucho he discutido con Lugrin a ese respecto. Ayer mismo, recién llegado a Guayaquil y con sueño y calor en el cuerpo, me pasé por la Casa de la Cultura Ecuatoriana para ver si pasaban alguna película, y me encontré con que iban a proyectar media hora después ‘The fountainhead’, un clásico de King Vidor protagonizado por Gary Cooper, Raymond Massey y la bellísima Patricia Neal. El “manantial” del título se refiere a la visión creativa (la del arquitecto Cooper en este caso, basado en la figura de Frank Lloyd Wright) y a cómo ésta debe ser incorruptible o, en cambio, debe someterse al gusto de la sociedad que lo concibe como artista en primer lugar.

Argumentos para defender la integridad del creador hay muchos. Exagerar la importancia del mismo hasta excesos dictatoriales (como sucede en la película) es algo menos defendible. En ‘The fountainhead’, Gary Cooper dinamita una serie de viviendas residenciales porque no fueron construidas tal y como él las había diseñado. Jorge Sanjinés, uno de los pocos cineastas de culto bolivianos, o a efectos prácticos el único, ha apartado de la circulación sus películas al no considerar que éstas merezcan estar en manos de la distribución y exhibición imperantes. Dos ejemplos de cómo el artista legitima su rol en la sociedad. Ni al uno ni al otro les importa su público, amparándose en la negación de la servidumbre moral del creador. La paradoja es que tampoco así llegan a público alguno y, lo que más me importa a mí (porque, ¿quién quiere estar en un circuito mayoritario, y para qué?), pueden acabar siendo víctimas de su propia visión creativa al pensar que ésta tiene alguna importancia.


'The fountainhead' (King Vidor, 1949).



El arte ilumina la mente y los corazones de la gente, pero también las de los animales, las rocas y las plantas. La naturaleza es la única y verdadera artista. Los que creamos o fabulamos sólo “descubrimos” las historias que están ahí. No las inventamos. No somos propietarios de ninguna idea. Y sólo somos artistas porque vemos el comportamiento y el fluir natural de la vida y decidimos llamarle a eso ‘ARTE’.

Durante semanas estuve buscando infructuosamente alguna película de Jorge Sanjinés. Me corrijo. Alguna ‘copia de buena calidad’. No me resultó fácil, ni siquiera en La Paz, y cuando conocí a alguien en Sachawasi que sí tenía algo de Sanjinés en sus archivos, me vino a decir que sólo los compartía con la gente que se lo merecía. Hubiera insistido, pero no me apeteció en ese momento. La conducta de ‘elegidos y no elegidos’ le ha hecho un flaco favor al ya de por sí corto alcance que tiene el arte como herramienta para el cambio social.

Sanjinés tiene todo lo que un rojo podría tener: no le hace ascos a la práctica comunista o comunera o comunitaria (como quieran llamarlo), da voz a los habitantes originarios del Altiplano andino y ni los gringos ni el ejército ni los políticos citadinos ni casi cualquier citadino en general salen muy bien parados en sus historias. Él ha decidido hacer insurgencia socio-política con su don de creador. Ha decidido SERVIR a su pueblo poniéndose, al mismo tiempo, fuera de su alcance. Porque, ¿quién admira y sigue la trayectoria de Sanjinés? Muchos intelectuales bolivianos, seguro, sobre todo paceños y cochabambinos. ¿Y qué más? ¿Sabe algo de Sanjinés la chola vendedora de coca que duerme en la calle para que no le quiten el puesto de venta? ¿Y el minero y el conductor de micros y la vendedora de salchipapas? Sanjinés les rinde pleitesía a todos ellos, pero ellos nunca sabrán de él ni tampoco les importa. Sólo les importa a un puñado de listos que tienen tiempo y, tal vez, una percepción entrenada para el arte. Y esta gente no cambia el mundo. La mayoría de las veces, son el principal obstáculo para que se dé cambio alguno.

Finalmente, en mi último día en La Paz, encontré en una tienda una copia de ‘La nación clandestina’, la película más famosa de Sanjinés, realizada a finales de los años ochenta. La compré sin pensarlo dos veces, con la esperanza de poder ver en algún otro momento obras míticas como ‘Para recibir el canto de los pájaros’ (de la que, supuestamente, ‘También la lluvia’ habría tomado muchos elementos de su argumento, quiero creer que a modo de homenaje).

‘La nación clandestina’ es una obra excepcional de un observador único. Cuenta la historia de Sebastián, un aymara que abandona y traiciona repetidamente a su comunidad hasta que no le queda más remedio que auto-destruirse para expiar sus culpas, resucitando al mismo tiempo una tradición de su etnia que parecía perdida. La lucha de clases y la historia contemporánea están ahí, pero lo que me parece más valioso es el análisis que Sanjinés hace del modo de vida comunitario de los aymaras, para el cual el castigo de la expulsión, que convierte a un hombre o mujer en errantes, es lo peor que le puede pasar a alguien en su vida.

En uno de los muchos planos secuencia de la película, todos magníficamente concebidos, un joven revolucionario salido de la universidad paceña huye por las estepas del Altiplano, perseguido por los militares; unos aymaras se cruzan en su camino, pero la barrera cultural es tan grande que el estudiante no consigue obtener ayuda alguna; al final, a pocos segundos de ser ametrallado por sus perseguidores, grita “¡Indios de mierda!”, dinamitando cualquier posibilidad de luchar con el pueblo aymara en un frente común y dejando patente la dificilísima identidad socio-cultural boliviana.





En otra secuencia memorable, Sebastián vuelve a su comunidad para bailar hasta morir, vestido como el Tata Danzante. Es una forma de pagar por todo lo que ha hecho y de re-equilibrar el daño con un último sacrificio. Pero una marcha fúnebre se cruza en su camino (tres mineros insurgentes han sido asesinados) y varias personas se enfrentan con él, lo insultan, le piden que respete a los muertos, incluso quieren matarle. El anciano de la comunidad intenta arrojar luz sobre la confusión. ‘Déjenlo bailar’ dice, ‘escuchen la música, comprendan su dolor…’

El arte es una forma espontánea de vivir con los demás, y Sanjinés debe saberlo, porque sus películas hablan de eso. No soy quién para juzgar la contradicción que reside en el hecho de que sus películas sean el privilegio de unos pocos, porque también entiendo la postura anti-sistema que está detrás de esta decisión. Me siento muy afortunado de haber visto ‘La nación clandestina’, y espero poder compartir ese placer con todos vosotros. Salud.

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