sábado, 4 de junio de 2011

220. Tata Huachuma y el parlamento de árboles.




El Huachuma es un cactus que crece en la puna andina y es considerada una de las doce plantas sagradas del planeta…
¿Cuáles son las otras doce?
El tabaco, el cannabis, el yajé… bueno, qué más da ahora, no me interrumpas.
Perdón.
Su principio activo es la mezcalina, como en el ácido lisérgico, pero el ácido lisérgico es una puerta ancha a otros dominios de la percepción, una droga fácil, mientras que el Huachuma es una entrada con vigías, un acceso que exige un compromiso y que siempre castiga el cuerpo del tomador.
¿Vamos a vomitar?
Sí. Incluso si no coméis nada durante el día. Por supuesto, cuantos más días ayunéis, más intensa será la experiencia. Pero es casi seguro que vomitaréis porque el líquido es muy amargo.
¿No se perderá todo con el vómito? Quiero decir, si echas el cactus fuera…
No. Los alcaloides se absorben con rapidez. Pero el Huachuma no surte mucho efecto sin un pequeño sacrificio, una abstinencia del cuerpo.
¿Es compatible con la marihuana?
No. Si vais a fumar marihuana, mejor ni os molestéis en participar en un ritual con Huachuma.
¿Cuánto tardan en aparecer las visiones?
No tiene por qué tratarse de visiones. Normalmente, el espíritu que habita el cactus, Tata Huachuma, podría aparecerse a la media hora de ingerir la planta hervida.
¿Vamos a ver un espíritu?
Sí o no. Todas las plantas sagradas son habitadas por una entidad espiritual. Pero ésta se puede manifestar de muchas maneras, o no hacerlo.
¿Cuánto dura el efecto?
Diez, doce horas. Empezaremos haciendo un fuego al anochecer y, después de un ritual de purificación con tabaco, cantaremos el ícaro de Tata Huachuma y beberemos de él. A partir de ese momento, todo es posible. Yo os recomiendo que os déis una vuelta por la chacra y que habléis con las plantas. Ésta es una experiencia muy vegetal.



Uno de mis números favoritos de ‘La cosa del pantano’ se llama ‘El parlamento de árboles.’ En él, Alec Holland viaja a la selva amazónica para consultar a sus antepasados, árboles milenarios con toda la sabiduría de la naturaleza y del cosmos corriendo por su savia. A pesar de que él es uno de ellos, es decir, una planta, no es recibido con estima y el parlamento tampoco le reconoce como alguien digno de su confianza. Decepcionado, confuso, la cosa del pantano se aleja del corazón y los pulmones del mundo, consciente de que ha sido tocado por seres superiores, pero también de que ha sido inequívocamente despreciado por éstos.





La noche que tomé Huachuma por primera vez no era una noche especialmente bonita, yo llevaba ayunando tres días y estaba demasiado débil para hacer otra cosa que no fuera vigilar el fuego en el que el cactus se cocinaba lentamente y hablar con Laugen y Stina de música chilena, luego nos sentamos todos alrededor del fuego, hacía frío, las nubes tapaban la luna llena, cantamos a Tata Huachuma, unos sin ganas, otros creyendo que las tenían, otros con fe, otros con miedo, yo con ambas cosas, el tiempo pasó y el sueño, un sueño poderoso nacido de un alejamiento progresivo con respecto a los demás me hizo posar mi cabeza sobre un leño y quedarme quieto durante un rato, quieto y silencioso, a pesar de que algunos me dirían que dije muchas cosas, eso no lo sé, la noche seguía deslizándose y el primer vómito llegó con las alarmas propias del momento, a nadie le gusta vomitar, algo salió de mi boca y se quedó enlazado a los rastros de lluvia y al rocío temprano sobre las hojas, luego me sentí muy bien, Bruno me pidió cantar, yo canté algo sobre subir al cielo como suben las llamas del fuego y las ascuas y también algo más sobre que nadie podía ver mi verdadero rostro, Bruno me dio un abrazo, yo le di un abrazo a Bruno, le di varios abrazos a la gente y a los árboles, Philippe me dijo que me fuera a pasear y yo paseé por las chacras, por el pequeño pedazo de selva en el que vivimos todos nosotros, los plátanos se agitaban con el viento, todo se agitaba dulcemente con el viento, y a pesar de la belleza y de la brillantez de mis percepciones no veía al Tata Huachuma por allí, no veía a Dios, o no quería verlo, Emilio y El Jaguarcito estaban subidos a los árboles, desde donde veían formas y fantasmas, yo no veía nada, las plantas en esplendor lunar, no es poco, pero qué esperaba, volví al fuego, conversaciones hilarantes iban y venían, El Jaguarcito me dijo que tenía que ver ‘El imaginario del doctor Parnassus’, en esa película, me contaba, aparecía un doctor muy inteligente, y qué lo hace tan inteligente, pregunté yo, y Reynaldo observó que yo era muy analítico, y yo observé que nada de eso tenía ninguna importancia, y luego alguien me dijo que mi presencia era muy preciosa, yo me levanté y vomité todo lo que llevaba dentro con el ardor de un guerrero y agarré el tambor y y di golpes de tambor precisos, uno tras otro, y me perdí por un sendero, alguien me seguía, no le reconocí ni aun teniéndolo delante de mí, quería escuchar el tambor, la naturaleza entera quería escuchar el tambor, yo quería tocarlo, la naturaleza había estado tocando ese tambor todo este tiempo, yo no era más que un intérprete, el desconocido que me seguía me pareció, por un momento, mi amigo Daniel Álvaro, pero no, era Emilio, que se sentó en el suelo a escuchar, yo me fui al río y a un pastizal y luego al río otra y vez y luego de vuelta al fuego tocando el tambor en un éxtasis y poco a poco vendría el hambre y la hoja de coca sirvió para engañarlo y para convencerme de que la coca es la mejor de todas las hojas, qué hoja, cuánto tino encerrado en una hoja, maceré incansablemente en mi boca hasta que, desde una hamaca tuve una serie de sensaciones incomprensibles sobre lo que la Unidad había hecho conmigo, y durante un tiempo pensé que la noche no había sido gran cosa, que mi ayuno y compromiso con la planta se habían perdido como arena viajera en el río, pero resulta que unos días más tarde me iría con Philippe y El Jaguarcito a Tuichi, y Philippe es un místico, y Philippe quiso hablar conmigo de algo que yo ya sabía pero que no había puesto en práctica, es decir, que esperar algo, que querer algo, es al mismo tiempo perderlo, y entendí algunas cosas, entre ellas mi experiencia con el Huachuma, la indiferencia hermosa e inteligente que me dedicó lo elemental.





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