domingo, 28 de marzo de 2010

133. El mercader de Victoria.



“Have a purpose!”

Eso me dijo mi nueva jefa cuando ya estaba a punto de llevarme las manos a la cabeza en mi típico gesto de chimpancé nervioso. Eran las cinco y media de la mañana. Es difícil tener un objetivo a esas horas insanas.

Trabajo en un mercado de fruta orgánica, el mítico Queen Victoria Market del centro de Melbourne donde italianos, indios, coreanos y risueños australianos amantes de la dieta sana se reúnen para comprar jengibre, jarabes y tomates cherry. Es una de las cosas más divertidas que he hecho nunca, aunque no sepa el nombre ni el precio de las verduras que basculo. Es por eso que le echo morro y le pregunto a los clientes que han tenido la mala fortuna de caer en mi mostrador, “Oye, ¿cómo se llama esto?”, “Eggplant (berenjena)”, “Ah, vale… pues son tres dólares con noventa”, “No, es uno con setenta”, “Oh, perdón. Y esto se llama…”, “Zucchini (calabacín)”, me dicen, pero no con impaciencia, sino con la gracia serena y el cotarro de la gente de este país. ¡Qué distinta sería esta situación en Europa! Se aprende mucho con un trato amable, y tras dos días de prueba ya sé cómo se llaman algunas cosas que ni siquiera sé nombrar en español, y las cobro un poco como me da la gana, y miro a las marujas con la más indefensa de mis sonrisas. Una cosa sí que sé: el ajo italiano es carísimo y se vende a treinta y cinco dólares el kilo. ¡Cómo está la vida!

Ver a gente haciendo la compra a las seis de la mañana de un sábado me sorprende, me enerva y me hace gracia.

Me encanta tocar fruta para adivinar la calidad de la misma, y me encanta rascarme la nariz. Como son dos actos incompatibles en el espacio y en el tiempo, estoy aprendiendo a separarlos.

Fue Penny (a la que podríamos llamar, a partir de ahora, IloveyouPenny, en homenaje a la línea de diálogo más famosa de Lost) la que me dio la idea de pasarme por el mercado. Es imposible corresponder lo que IloveyouPenny está haciendo por mí, y sólo puedo decir que es el descubrimiento femenino más importante desde que empecé a viajar. Puedo hablar con ella horas y horas en mi inglés esforzado sin sentirme ridículo. Por poner un ejemplo, el otro día vimos ‘Ordet’. Para mí era la quinta vez, y para IloveyouPenny la primera. Al día siguiente, después de haber reposado las imágenes y los sonidos de la película, me lancé a comentar las cosas que me gustan de ella, sus diálogos, el sentido que intuyo en ellos, el porqué de mi obsesión casi irracional con los personajes y la historia. ¿Por qué esta linda muchacha no me me manda al carajo? No lo sé. Se limita a escucharme y a añadir cosas como “Veo que esta película es muy importante para ti”. Me gustaría saber escuchar de esa forma, ser capaz de ofrecer una compañía tan cálida y desinteresada. Pero yo soy mucho más cretino.

IloveyouPenny es cinéfila y me anima a ver películas todo el tiempo. Así acabamos viendo una sesión doble de Agnés Vardá (‘Daguerrotipes’) y Ross McElwee (‘Bright leaves’) en la fabulosa filmoteca de Melbourne, donde se proyectan cosas muy serias para gente muy popera. La mirada de Vardá es una de las mejores cosas que le han pasado al cine en su corta historia. Cuando veo una película suya no paro de hacer muecas. Algo así me sucedía en las grabaciones de los cortos en los que participé, o en los estrenos de las obras teatrales. Mis manos y mi boca en movimiento constante, como si un montón de gente imaginaria estuviera repartiéndose mis funciones locomotoras.

La búsqueda de empleo por esta ciudad increíble (puede que una de las más interesantes del hemisferio sur, y seguramente muy superior a Sydney) tuvo sus momentos buenos y sus momentos menos buenos, como era de esperar. A los primeros les debo un conocimiento íntimo de Melbourne, de sus barrios bajos, sus glorias céntricas, alguna urbanización detestable y millones de tonalidades de ladrillo en avenidas suculentas. Incluso hubo una mañana en la que acabé jugando a la petanca con un montón de jubiladas para la televisión local. Pero también hubo pérdida de tiempo y una sensación notable de inutilidad. El peor día fue aquél en que me acerqué al rodaje de una película de Bollywood. Muchos demonios salieron despedidos ante la gran maquinaria del cine. Supongo que eso es lo que tenía que pasar. Ahora tengo un empleo inestable (no sé cuántos días de la semana voy a trabajar, o si lo haré de una forma regular), pero la satisfacción de haber hecho algo, acentuada si el trabajo en cuestión es físico, no se puede comparar con nada más. El cuerpo está feliz, y la mente brilla con lo que tiene alrededor.

IloveyouPenny tiene muchos amigos para los que cocina en su tiempo libre. Me gusta estar con ellos y escuchar su maravilloso slang, con el que aprendo todo lo que perdí chapurreando un idioma inventado en la campiña india. Son todos bastante intelectuales y amanerados, pero ni siquiera el intelectual australiano es capaz de ser pedante. Sí, queridos lectores, me he reconciliado con este país y su carácter. Se nota, ¿no?

Os prometí algún comentario sobre cine australiano. Muchos de vosotros desearías que nunca me hubiese acordado de ello, pero la verdad es que necesito hacer una introducción al episodio dedicado a ‘Picnic at Hanging Rock’, que escribiré cuando haya vuelto a ver la película y haya visitado las rocas que le sirven de inspiración y de título. De momento, he conseguido ver una cosa que llevaba persiguiendo meses. Esa cosa se llama “Samson and Delilah” (2009).





Con dos jóvenes aborígenes como protagonistas absolutos, la película de Warwick Thornton habla de esperanza y desesperanza sin hacer apenas uso de diálogos, pero cargando de relevancia todas y cada una de las minúsculas acciones que componen la trama. La ironía de la Australia profunda explota en la cara del espectador porque Thornton es un director cojonudo y escoge siempre el espacio adecuado y el punto de vista más lamentable y comprometedor. Tal vez la he sentido más porque ya he vivido algunas de las cosas que cuenta la película; ya sé cómo trabajan las galerías de arte aborígen, ya sé en qué tipo de barriadas viven estos personajes y qué inmensa desolación transmiten, y hasta los detalles más insignificantes del guión me retrotraen a alguna experiencia surreal, especialmente en el Territory. Creo que entiendo por qué Samson y Delilah hacen lo que hacen, y no es sólo por la carencia de oportunidades, sino por su herencia cultural, extraordinariamente ajena a la nuestra. Thornton no se compadece ni victimiza a nadie; es más, lo único que quiere contar es una historia de amor. Una terrible y violenta y gratificante historia de amor. Tal vez la mejor que he visto en mucho tiempo. “Samson and Delilah” es el tipo de película que me encantaría ser capaz de concebir y poner en imágenes, y eso sin hablar (porque no se puede) del talento natural de Marissa Gibson y Rowan MacNamara, las dos miradas más incendiarias del cine reciente. IloveyouPenny, gran entusiasta de esta obra maestra, piensa que es la mejor película que se ha hecho en este país desde los clásicos setenteros de Peter Weir.

Estoy espeso en este domingo de Fórmula 1. Mis nuevos amiguitos me llaman para que me ponga a cocinar un pan mexicano, y he de cumplir, que para algo gorroneo hogares que no me corresponden. Salud.

Sergio. 28/03/10.

4 comentarios:

Loli dijo...

Hola chati!
Me alegro mucho de que hayas conseguido ya un trabajo!!
Estás muy guapo en la foto, siempre se agradece ver imágenes tuyas...
Un besazo*

Anónimo dijo...

Que pasa sergio, asi que currando de frutero eh?? esta de puta madre, me parece que melbourne puede resultar muy interesante y cotarrero eh? por cierto cuando comentaste lo de la filmoteca para gente muy popera, no te referiras a que hay una buena cantidad de popis por alli no? por que vamos vendo el coche pa ir a verte si me dices que aquello esta lleno de chicas con flekillos y gafas de pasta jajajaja.

Ciudate y voy a empezar a mandarte un mail que lo tengo abandonao.

Ludy dijo...

Guapeton, empezaremos a ahorrar para ir a visitarte.....

Un besazo

Manuel J. Greciano dijo...

Que pasa con tu vida canijo!?!?!?!?

En Madrid sin novedad de momento, rutina agotadora.

Da señales cuando puedas

Besos