jueves, 4 de marzo de 2010

123. A través del espejo (VII): Tom Fontana.



Es la primera vez que hablo de una serie de televisión que me parece, por lo general, bastante mala. Debería hacerlo más a menudo, ya que por torpe, excesiva y ridícula que “OZ” sea, es indudable que se puede aprender mucho de ella.

“OZ” es un serial carcelario que empezó a emitirse en 1997, apostando desde el principio por un tratamiento realista y doctrinario, en el que las palabras pesan más que las imágenes. Su larga andadura terminaría en febrero del 2003, tras cincuenta y seis episodios, seis temporadas y una evolución prodigiosa hacia el culebrón homoerótico. ¿Qué sucedió con el planteamiento crítico inicial? Nada. Hasta los últimos capítulos, el guionista Tom Fontana nos recuerda que está en contra de la pena de muerte, del apartheid, del código penal y de prácticamente todo lo imaginable (y todo lo previsible). Pero sabe que el espectador de su serie no busca una segunda lectura en sus imágenes, y juega con el morbo que sus criaturas han conseguido despertar a lo largo de los años. Un morbo fácil, pero sugerente, y muy revolucionario para el medio en el que se había concebido.

En “Oz” hay ocho protagonistas y dos docenas de secundarios que mueren como moscas (a veces en medio de una divertida sobreactuación) y son rápidamente reemplazados por otros. Por las celdas de la penitenciaría pasan algunos rostros conocidos de ‘Lost’, ‘Los Soprano’, ‘Dexter’ y casi todo el que sería el futuro elenco de ‘The Wire’. No todos los personajes son atractivos; es por eso que Fontana sitúa las tramas más interesantes en el punto álgido de todo episodio, es decir, sus últimos diez minutos. Por el camino tienes que ver cómo los negros discuten con los arios y se matan entre sí, cómo los latinos discuten con los motoristas y se matan entre sí, cómo los sicilianos discuten con los musulmanes y se matan entre sí. Por poner un ejemplo, porque el mapa de complicidades de “Oz” es como una veleta, y al final poco importa quién está con quién. Los personajes de difícil categorización son los mejores: Ryan O’Reilly, el más sabio de todos, aunque detesto el maquillaje de buena persona que se le intenta poner a medida que avanza la serie; los viejos Bob Rebadell y Agammenon Busmalis (grandísimo nombre); y Tobias Beecher, el verdadero héroe moral de la serie, uno de los mejores actores de todo el elenco y, tal vez, el más verosímil, dentro de la poca verosimilitud que posee la serie. Beecher es un eje de conflictos, y tanto su enfrentamiento de proporciones míticas y consecuencias bestiales con el nazi Vernon Schillinger, como su romance con esa musculada psicópata llamada Chris Keller, acaparan casi todo el interés que esta serie puede llegar a ofrecer. Sólo la historia de Ryan con su hermano Cyril y, por momentos, la vida desgraciada de Miguel Álvarez, compiten con el torrente de emociones y violencia que desencadena Beecher desde el episodio piloto. Con esa carita de mosquita muerta, nadie en la primera temporada podía sospechar lo que acabaría sucediendo con el triángulo Beecher-Schillinger-Keller. De hecho, creo que es la razón por la que me tragué seis temporadas de despropósitos. Bueno, por eso y porque “Oz” es muy graciosa, indiscutiblemente transgresora y, de vez en cuando, también puede ser coherente.

La estructura de la serie sigue una línea democrática: cada personaje tiene su minuto de gloria en algún tramo del episodio, precedido de un cutrísimo flashback con el que Fontana parece querer ponerte en antecedentes. (Nota: Civera, uno de los amiguitos de este blog, odia este tipo de recursos narrativos, razón por la cual nunca aguantaría un episodio completo de esta serie-contenedor de flashbacks, que además de innecesarios, tienen un criterio estético basado en filtros de color rosa y movimientos de cámara que parecen la visión subjetiva de un simio narcotizado). Entre continuación y continuación de la vida de cada uno de los internos de Oz, el espectador también sufre el ataque verbal de un narrador, Augustus Hill (interpretado por Harold Perrinau, el Michael de ‘Lost’). Creo que nunca he prestado atención a lo que este tío tenía que decir, mucho menos cuando Fontana decide disfrazarlo con pelucas y trajes de época. Los únicos insertos que me han gustado en esta serie fueron los números musicales del 5x06, especialmente el dueto entre, nuevamente, Beecher y Schillinger. Pero es que a mí me gusta mucho el musical.

Keller y O'Reilly, conspirando.


Siendo una de las pocas series que me he permitido ver sin dedicarle mis cinco sentidos, ¿qué tiene realmente de buena, además de la sucesión de tíos cachas en pelota picada y de los morreos entre Beecher y Keller? Pues, por si todo ello fuera poco, “Oz” es el germen de lo que sería la HBO a principios de la década pasada, sobre todo en el contenido temático. La homosexualidad sería tratada con más conocimiento e inteligencia en ‘Six feet under’. La política no podía llegar más lejos de lo que llegó en ‘The Wire’. Y la violencia encontraría una justificación narrativa modélica en ‘Los Soprano’. En ‘Oz’, la abuela de estas tres obras maestras, homosexualidad, política y violencia conviven sin control, pero al menos encuentran visibilidad por primera vez (recuerdo a uno de los comentaristas de “El celuloide oculto”, el cual, acerca de las primeras apariciones de personajes gays en la historia del cine, dijo “prefiero el estereotipo a la invisibilidad”). Puede que el producto estuviera sin pulir, pero su ánimo de cambio fue el tubo de ensayo de la revolución narrativa que dio la vuelta a la ficción norteamericana. Nadie le podrá quitar a Tom Fontana ese mérito. Su megalomanía (es el guionista de los cincuenta y seis episodios) puso en peligro lo que podría haber sido un clásico demoledor. Sin embargo, sería David Simon, con personajes y ambiciones temáticas muy similares, el que no dejaría pasar esa oportunidad. Pero a “Oz” y a la gente que estuvo detrás de ella se le debe mucho. Sobre todo, los cojones de toro que hay que tener para emitir algo así. Tanto lo bueno como lo malo.

Dicho lo cual, me siento con el deber de mencionar lo mejor de esta serie, ya que lo peor es bastante obvio.

El terrible Schillinger, absolutamente capaz de todo.


a) Vernon Schillinger, maravillosamente interpretado por J.K. Simmons, un actor al que todo el mundo conoce pero al que muy pocos ubican. Para mí él ha creado al malo malísimo por antonomasia, porque no se puede ser más malo que Schillinger. Es uno de los pocos que se libra de la redención moral en esta serie tan redentora, aunque a punto está de caer en el mismo hoyo de O’Reilly. Ya lo he dicho, y lo repito, porque soy así de bobo: los productores, los espectadores, los actores, Fontana, todo el mundo sabía que lo más interesante e intenso de ‘Oz’ era el odio exacerbado entre Schillinger y Beecher. Y lo explotaron. Hasta la insensatez.
b) Rita Moreno. La jerarquía eclesiástica está admirablemente representada por un cura que fuma a escondidas y una pseudo-monja muy cotarrera, a veces un pelín insoportable, pero casi siempre con tino. Interpretada por la inolvidable Rita Moreno de ‘West Side Story’, su subtrama estrella es, posiblemente, aquélla en la que sueña con Chris Keller tocándole las tetas. La tía se pone muy cachonda con este hombre. Soy fan.
c) El repaso, no siempre agradable, a todos los recovecos de la anatomía masculina.
d) La ordinariez. Desde un preparado de mierda, semen, pis y vómito tirado a la cara de uno de los guardas, hasta el magnífico momento en que uno de los nazis es violado por otro con una cuchara. Y seguro que me dejo en el trastero algún momento mejor… ¡Claro que sí! Beecher cagándole a Schillinger en la cara después de dejarle casi tuerto… ¿Cómo olvidarlo? O Beecher arrancando un prepucio con los dientes… ¿Cómo es Beecher, cari?
e) El corredor de la muerte. A menudo, los mejores reclusos de “Oz” se agrupan en estas celdas. El momento más escalofriante de la serie es, posiblemente, la ejecución de Shirley Bellinger a principios de la cuarta temporada. Shirley era mucho. Y con todos estos personajes, Fontana no hace más que descargar su fascinación hacia la maravillosa película “I want to live!”, de Robert Wise.
f) Claire. Ni siquiera esta malvada mujer se salva de la hipócrita redención de su creador. Desagradable como pocas cosas que hayan desfilado por una pantalla, lo de Claire (interpretada con valentía y muy poco sentido del ridículo por Kristin Rhode) es digno de verse. No os perdáis las caras de celos que pone, la cara de cerda que pone… las caras que pone, en general. Todavía no he podido quitarme de la cabeza el momento en que enseña las tetas.

Me despido con la mejor frase de toda la serie, cortesía del gran Busmalis, adicto a los programas de televisión de Miss Sally:

“This is the best Miss Sally ever!”

Salud.

Sergio. 01/03/10.

1 comentario:

Eduardo Guize dijo...
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