domingo, 7 de marzo de 2010

126. Inútil pedir consejo a un hombre errante.


O al menos, eso dice el dicho. Si quieres construir una casa, nunca pidas consejo a un hombre errante. Te será imposible terminarla.



Darwin sigue la estela de Cairns, pero tiene una mezcla algo más sugerente de cultura aborígen y chabacanería. Me gusta todo lo que me puede gustar una ciudad pequeña de la geografía australiana, condenada a flotar en la burbuja turística. Darwin se abre a un mar verde que relampaguea bajo el sol, un mar de medusas mortíferas en el que nadie mete el pie, un mar que se contempla con asombro y al que se deja dormir en paz.

Mis últimas palabras han delatado miedo. Soy una persona llena de miedos. “El hombre con miedo” sería un buen título para muchas cosas.

En letras de rotulador rojas sobre cartulina plastificada, mi apellido, “Martínez”, balanceándose bajo el ventilador como un picaporte desconchado. Sólo así me aseguro, teóricamente, de que nadie va a ocupar la cama en la que duermo, aunque un borracho se sentó en mi espalda hace dos noches. Tres hombres más ocupan el dormitorio, de los cuales dos han sido llamados. Michael, un holandés afincado en Suecia, tiene flechas y ecuaciones tatuadas en brazos y piernas. No recuerda habérselas hecho. A veces, nuestros pies se tocan en la noche, pero eso es porque Michael tiene los pies muy grandes y las piernas muy largas.

Dos edificios destacan en Darwin, no por su exterior sino por lo que contienen: el juzgado y el museo. En el primero, el mosaico de la Vía Láctea (“The milky way Dreaming”) palpita en un contexto insospechado. Las siete hermanas que muchos aborígenes veneran de forma sutilmente distinta, huyeron de un espíritu masculino que las quería violar. Así por toda la eternidad, transformándose en todos los elementos posibles, incluidas esas estrellas que surcan el firmamento. La Vía Láctea es un camino en un borde aprehendido del infinito, y como tal, el aborígen lo recorre cantándolo. El nomadismo hace al habitante original de esta tierra. El camino, la huída o el viaje son sus contraseñas.




El museo es pequeño y sensacionalista. Una galería permanente recrea la devastación del ciclón Tracy, que en la Nochebuena de 1974 destruyó la práctica totalidad de Darwin. Me encantó el cuarto oscuro en el que se reproduce una grabación de la magnitud del viento en aquella noche terrorífica. Fue orgásmico.

Muchas similitudes entre el theyyam y el arte ritual aborígen, aunque éste anda rodeado de mucho más secretismo. No todo en esta actitud ha de ser tomado en serio, porque en la vida espiritual de los aborígenes hay mucha contaminación occidental, a día de hoy. Algunos de ellos, movidos por una ¿lógica? venganza, privan al extranjero de entender y apreciar su cultura. Los más radicales, odian al blanco. Yo mismo me he sentido atacado en un par de ocasiones. Pero es muy habitual encontrar a gente abierta y entusiasta (entiéndase “entusiasmo” en su traducción del griego: “el que está poseído por el dios, o el que se comunica por él”). Ellos te hablarán de la extrema polarización entre fuerzas benignas y malignas. Al no tener máscaras para esconderlas, su modo de vida nos resulta feísta e inaceptable.

El arte ritual siempre sirve para ponerte en contacto con quien te puso aquí. ¿A ti, quién te puso aquí?

Los habitantes originales de Darwin son los Larrakia. Luego llegó el alcohol.

Aborígen: ¿Puedo pedirte una cosa? Seguro que me vas a decir que no.
Bob: Probablemente. Pero dime.
Aborígen: ¿Puedes comprarme una cerveza?
Bob: No.
Aborígen: …no es que no tenga dinero…
Bob: Lo siento. Tengo otras cosas en la cabeza…
(Sonriente, cansado). A mí también me gustaría tomar una cerveza.

Me tomé una cerveza en Throb. Dos empleados de seguridad, mortalmente aburridos, inmovilizaron los brazos de un alborotador y le echaron fuera de su jardín de espejos. Fue tan gratuito y heroico que me apetecía vomitar sobre la cabeza de alguna rubia. Como colofón, dos chavales de gimnasio se quitaron la camiseta, seguidos de otros con menos abdominales pero idéntico afán de llamar la atención. La bandera del arco iris (aunque antes vino la serpiente, no lo olvidéis), enrollada a una columna, me lanzaba una promesa que no existía. El engaño de esperar a que algo suceda. No me agrada caer en el mismo error una y otra vez. Me deprime cazar con la mirada, y además creo que ya no sé hacerlo. Es un motivo de alegría, porque pienso que me limita enormemente.

Darwin como Cairns, avenida de cemento entre césped cortado, formas simples en colores de azúcar.

Me vuelven loco las pinturas aborígenes, como ya suponía que sucedería. Es bueno que no supiera gran cosa de ello. Sus colores ocres y su horrible convergencia de líneas crean un mundo abstracto tras el cual siempre hay una explicación y un misterio. La explicación está hecha a la medida del espectador occidental, demasiado impuro para penetrar en el misterio.

El camino, en la pintura aborígen, es una línea entre dos puntos circulares que suelen indicar el lugar en el que hay un pozo natural, un “waterhole”. Furiosas estructuras de líneas y círculos rojos, malvas, marrones, blancos, negros, son mapas de Australia que hablan del camino tomado por los Ancestros. Inundaciones, quema estacional de la hierba, constelaciones, surcos de serpiente en la arena del desierto. Para todo ello hay una geometría árida. Los animales más figurativos, por su parte, pueden estar representados en el ‘estilo de rayos X’, con todos sus huesos y cartílagos en danza. La columna vertebral es importantísima.

Ngalyod, la serpiente del arco iris.

Y su autor, John Mawurndjul.


He visto ‘The reader’. Ver a personajes alemanes hablando en inglés me produjo mucha risa. Por lo demás, es timorata y absurda.

En un miedo comprensible a equivocarse se pierden muchas cosas, menos el miedo. Sigo caminando, hasta donde pueda. Primeros síntomas de cansancio en el Primer Mundo, no obstante necesarios. El sol es angustioso, como el ronquido melancólico de este país tan trágico como cualquier otro.

Por cierto, la ciudad no es para mí.


Sergio / Ismael. 08/03/10.

2 comentarios:

Manuel J. Greciano dijo...

Me recuerdas a malos momentos en malos meses en Berlín... no te dejes

En esta aventura somos muchos los que estamos tras de ti, simplemente porque eres un crack y no se te tiene que olvidar

Paso a paso, si ahora tienes que hacer hucha se imaginativo y confía en tu estrella...disfruta del camnino

Fácil de decir desde este frío Madrid, siempre acogedor; pero espero que de algo te valga

Te quiero canijo

Manu

Anónimo dijo...

Ánimo amor!Tiene que haber días malos para que luego los buenos los saboreemos mejor. Tiene razón Manu, somos muchos los que estamos contigo, aunque sea en la distancia. Disfruta y recuerda que lo que estás haciendo es algo muy valiente(y de vez en cuando tendrás que demostrar esa valentía en la ruta, como ahora) y sobre todo algo maravilloso.
Disfruta, que no se te olvide,
Te quiero,
Barci.