miércoles, 21 de octubre de 2009

XCVII. Trevor ( I ).


Fue extraño dejar Varanasi y dejar a Atul. Como Diwali estaba por venir, Atul y todos los buenos hindúes como él pintaban las paredes de su casa para dar la bienvenida al héroe/dios Rama, simbolizada con la luz de las velas que su consorte Sita encendió en su día y encenderá mientras exista hinduismo y existan fieles locos por las velas, los petardos y la fanfarria. Atul no me dejaba participar en la renovación de color de su casa, así que le observé, sentado en el rellano que conducía a su azotea, mientras él teñía las paredes agrietadas de un rosa acuoso, barato. Hablamos de muchas cosas y me sentí realmente acompañado por primera vez en… no sé… mucho tiempo. A punto estuve de cancelar mi billete a Calcuta, ya que me tenía que ir esa misma tarde. Pero ahora sé que hice muy bien en seguir con mis planes, porque tengo un recuerdo breve pero consistente de ese maravilloso y digno brahmin de sonrisa cálida. Ya tengo un amigo en Varanasi al que ir a visitar en el futuro. De momento, ésta es la historia de mi semana y pico en Calcuta y alrededores y de lo que allí sucedió.

Calcuta entra de lleno en mi lista de ciudades predilectas, junto con Palermo, Berlín y Bilbao. Algo en mi interior sabía que sería así, aunque la urbe bengalí me recibió de una forma un poco desangelada, con el Cine Nandan en reformas (la única sala de cine alternativo de toda India) y una atmósfera muy relamida que me echó para atrás. Por supuesto que la alta sociedad de West Bengal es antipática (aunque menos gilipollas que la de Delhi), pero Calcuta tiene otros encantos. Siguiendo en mi tradición de no visitar los enclaves más representativos de cada ciudad, ignoré el Victoria Memorial como ya había hecho con el Taj Mahal y, en su lugar, callejeé por los contrastados distritos a primera hora de la mañana y a última hora de la tarde, cuando hacía menos calor. Lo que se abre a los sentidos es tan sobrecogedor como huidizo. Hay mucho donde mirar, y apenas puedes retener la vista un segundo sin que la marea de gente o de tráfico te lleve a otra parte o sin que un alarido, un color o un movimiento de gracia te lleven a otra esquina del lienzo. La realidad india es barroca y agotadora por naturaleza, como bien reflejan sus templos sobrecargados; tan seductora para los sentidos que es capaz de anularlos y dejarlos en blanco. Delhi se huele y Mumbai se escucha, pero Calcuta es más trágica todavía, porque se puede caminar y se puede ver. Con el ánimo abrigado de sentido del humor, uno sale a la calle y camina entre glorias coloniales, acarameladas e imponentes; árboles semi-humanos; ghats fétidos y su reverso, parques magníficos; casas modestas como naipes repartidos sobre un tapete; largas callejas donde lo privado siempre es público y donde todo es música; comida, té y moscas en generosa desproporción, como las sonrisas y los ojos atronadores de los intocables; la vida y la muerte, tan próximas, que casi son lo mismo.



Una mitad de los bengalíes se lo tiene un poco creído, sea por su prosperidad, sus estudios, su casta, o la idea que buenamente tengan de sí mismos. A ésos los ves por Park Street y alrededores y parecen llevarte a la reproducción londinense que Calcuta quiso ser en sus comienzos. La otra mitad tiene un tino muy bueno. Entre medias, varios turistas americanos y españoles, la mayor parte de ellos voluntarios, por eso de que en esta ciudad la Madre Teresa ejerció el oficio más antiguo del mundo (el de la caridad). Hay otros lugares de India en un estado mucho más lamentable y en los que nunca han oído hablar de un voluntario internacional. Todos ellos se concentran en el hospicio de la futura santa, en el barrio glorioso de Kalighat, una especie de Calcuta rural y despreocupada donde abundan la miseria y las ofrendas a Kali en su templo sacrificial. Yo fui a hacer puja una mañana y pude ver los tres ojos de la diosa y el altar donde se degollan cabras, en el que muchos fieles apoyan deliciosamente su cabeza, como esperando la espada de su madre destructora. Por mi parte, me conformé con regalar flores, quemar incienso y rezar por mis seres queridos.

Todo lo que resuena a colonial es fantasmagórico y necesario, y la Calcuta actual no podría prescindir de esa parte de su historia. Una tarde visité el Cementerio de Park Street y entendí mejor cómo debió ser la vida de esos ingleses tan alejados de sus campiñas dóciles. Todos murieron a una edad muy temprana, seguramente por las nuevas enfermedades a las que eran expuestos (¿compensación poética por las enfermedades que ellos trajeron aquí?). El número de niños muertos a los pocos meses de nacer es elevadísimo, así como el de jóvenes esposas recién entradas en la veintena y funcionarios / generales / médicos que, no pudiendo soportar la pérdida de sus familiares, murieron de pena (o se suicidaron; dicho sea de paso, en el metro de Calcuta hay muchas octavillas del teléfono de la esperanza para que la juventud no se suicide; la imagen promocional es la de un chico agarrado a las vallas de la línea ferroviaria, algo muy desalentador). El cementerio en sí es pequeño y de fácil recorrido, lo que no le resta un ápice de su fantasía romántica, esculpida en las cúpulas y templetes piramidales, como carcajadas de piedra en un camposanto creado para la literatura. Hay epitafios sorprendentes, como os podéis imaginar, pero ninguno tan currado y con tanta enjundia como el que permanece bajo la pirámide blanca más grande de todo el recinto. Lo reproduzco tal cual porque me maravilló:


HERE WAS DEPOSITED
THE MORTAL PART OF A MAN
WHO FEARED GOD, BUT NOT DEATH,

AND MAINTAINED INDEPENDENCE,
BUT SOUGHT NO RICHES,

WHO THOUGHT

“None below him but the base and unjust,

None above him but the wife and the virtuous”.

WHO LOVED
HIS PARENTS, KINDRED, FRIENDS, COUNTRY.
WITH AN ARDOUR

Which was the chief source of

All his Pleasures and all his Pains.

And who having devoted
HIS LIFE TO THEIR SERVICE

AND TO

THE IMPROVEMENTE OF HIS MIND

RESIGNED IT CALMLY

GIVING GLORY TO HIS CREATOR

Wishing Peace on Earth,

AND WITH
Good Will to all Creatures,

ON THE TWENTY SEVENTH DAY OF APRIL,

IN THE

YEAR OF OUR BLESSED REDEEMER

ONE THOUSAND SEVEN HUNDRED AND NINETY FOUR.






Me alojé en el Hotel Maria, una joya en lo que a sábanas sucias y paredes desconchadas se refiere. Compartía un patio con un buen puñado de voluntarios y algún que otro nacional, al que se le intuye fácilmente por el sonido de sus escupitajos de buena mañana. Allí conocí a Trevor, un canadiense de Montreal que ocupa el decimoquinto puesto de su país en bailes de salón. De momento, asiste a los moribundos de Kalighat hasta Navidades. Trevor es radicalmente amable y no rehúye las conversaciones entre expatriados como yo lo hago. Por si fuera poco, es harto bello. Y como os imaginaréis a raíz del título del post, “alguna importancia tendrá este chico en el devenir de la historia”. Pues bien, no tendría por qué. No me gusta contar gran cosa con los títulos. Pero en esta ocasión, sí que hay una historia; mínima, pero historia, al fin y al cabo. Lástima que tenga que concluir ahora, por los siguientes motivos:

a) Estoy en Chennai ahora mismo, un sitio que no os recomiendo, haciendo gestiones de un día antes de coger el tren que me llevará de vuelta a Kerala. Como ese tren sale a las diez de la noche, tengo que dejar mis cosas, ordenador incluido, en una consigna, si no quiero que me cobren un día más en el albergue católico desde el que escribo estas letras.
b) Quería continuar y hacer un relato larguísimo que abarcase Diwali, mi incursión en los manglares bengalíes, mi corta pero rotunda fascinación con Trevor y las conclusiones sobre mi persona que saqué a raíz de ello. Pero la recepción del albergue está llena de paisanos sin dientes que no paran de controlar lo que escribo, y así no hay manera de concentrarse. También tengo que ir al Consulado de Singapur antes de que cierren, con lo que se me ha echado el tiempo encima.

Seguiremos con todo este cotarro en pocos días. Hasta entonces, vigilen sus pertenencias, sobre todo aquellas que no se pueden hurtar.

Sergio. 22/10/09.

1 comentario:

Manuel J. Greciano dijo...

Vaya post misterioso, pareces un guionista de Lost enseñando cosas nuevas que tardarás semanas o temporadas enteras en responder. JOoooo
Disfruta del mes hindú que te queda y sigue deleitándonos con estas maravillosas historias, sabes que Madrid sigue esperándote
Un besote
Manu