viernes, 16 de octubre de 2009

XCV. A través del espejo (V): Carlton Cuse y Damon Lindelof.


Los que llevan varios meses leyendo este híbrido entre diario de viajes, crítica cinematográfica y televisiva, confesionario impúdico y chistes de la casa, ya saben mucho de ‘Lost’, tal vez la mejor serie de la historia. Su poderosa capacidad de adicción hace que un segundo puesto se le quede corto, pero tampoco estamos hablando de una obra perfecta, entre otras cosas porque ni siquiera ha finalizado su emisión en Estados Unidos.

¿Qué puedo decir de ‘Lost’ que no haya machacado ya con mis análisis pasionales de la quinta temporada? Todos sabemos que la historia de los tripulantes del Oceanic 815 debutó en septiembre del 2004, interesando a gran parte de la audiencia por su ejemplar episodio piloto, bien nutrido con líneas narrativas pedaleras y personajes inflamables. El cuarto episodio, titulado ‘Walkabout’, nos presentó un trasunto del milagro de Lázaro (“levántate y anda”), alterando la necesidad de respuestas de muchos televidentes. El milagro en cuestión no tarda en abanderar una serie de sucesos misteriosos que darían pie a lo que es ‘Lost’ hoy en día: el gran misterio del nuevo milenio, uno que ahonda tan profundamente en las cavernas del mito que se identifica plenamente con la histeria apocalíptica actual. La pregunta estrella, tras cinco temporadas, no deja de ser la misma: ‘¿qué es la isla?’. Para esta pregunta, al menos, habrá respuesta en la sexta y última temporada, casi con toda seguridad, y como medida de prevención para que no haya una pandemia suicida de fans. Para el resto de dudas, nadie sabe, y tal vez ni siquiera importe. Soy de los que creen que, si ‘Lost’ quiere acabar rematando el hito que ha supuesto para toda una memoria colectiva, no debe concluir todo lo que ha empezado. Sería un error exigir a esta serie lo que no deseamos en ninguna otra, es decir, que la historia no continúe, que la vida no se perpetúe después del último corte a negro. Las obras de arte han nacido para conquistar el infinito, y si son genuinas, dejarán que el agua siga brotando. David Chase y David Simon lo hicieron muy bien. ¿Conseguirán lo mismo Cuse y Lindelof?

Lo que hace que ‘Lost’ siga siendo una favorita tras una ristra considerable de episodios mediocres es la magia, eso tan difícil de invocar. Podemos soñar con sus imágenes, conquistar miles de alternativas antes de que la serie nos lleve por donde ella quiere, siempre dando una vuelta de tuerca inesperada. Podemos participar en ella hasta casi moldearla a nuestro antojo. Vive en las teorías que despierta, se reproduce durante horas en el imaginario de los espectadores y se reafirma, semana tras semana, con una lección magistral de suspense dosificado. Se trata del mejor ejemplo de ficción interactiva que se me puede ocurrir.

Como el juego de rol a gran escala que en realidad es, ‘Lost’ nos ofrece participar en dos bandos (la ciencia y la fe) y animar a nuestras fichas en la abrupta batalla que éstas lideran, salpicando el tablero de pistas falsas, o medias verdades, o espejismos del subconsciente. Y es cuando las cosas, poco a poco, empiezan a cobrar sentido, cuando uno acaba perdonando todas las derrotas personales, todo el desánimo que conlleva ‘el viaje’, para rendirse ante la construcción que se empieza a vislumbrar en el horizonte. Sí, creo que las piezas pueden encajar (de hecho, ya han empezado a hacerlo). Y también creo que ha merecido la pena.




J.J. Abrams fue el promotor de esta aventura, pero creo que Cuse y Lindelof son los auténticos padres del niño. Ellos están detrás de gran parte de la carga bíblica que resuena en la isla, y también han apostado por una línea fantástica que a mucha gente, en principio, no le convencía. Ya que estamos metidos hasta el cuello en una historia épico-religiosa, como todas las grandes historias que se han contado en el pasado (la guerra de Troya, la vida de Cristo, o la historia del mundo, sin ir más lejos), sólo queda agradecerles a estos genios que, milagrosamente, nos lo hayamos tragado. Porque hemos pasado de una playa a una escotilla, de una escotilla a una urbanización en mitad de la jungla, de ahí a una cabaña que aparece y desaparece, y por último a una estatua de un pie donde reside un dios, pasando por unos insignificantes viajes en el tiempo y en el espacio. Y nos lo hemos tragado. Gracias.

El desequilibrio en ‘Lost’ no es tan brutal como en ‘Twin Peaks’; la serie de Cuse y Lindelof nunca fue tan mala. Pero la segunda temporada, muy centrada en los personajes (cuando éstos todavía no estaban en el momento ideal para avanzar personalmente, sino para actuar más) y encerrada entre los muros de una escotilla, provocó la deserción de los indecisos. No hay que olvidar tampoco que, en la tercera, se darían algunos de los peores episodios de la serie, con una saturación de Jacks y Kates que no tenían nada nuevo que aportar (hasta le regalaron a Locke una subtrama en un invernadero de marihuana). La salvación, en forma de fecha de caducidad, resucitó a todos y cada uno de los personajes, nos trajo a otros nuevos, y nos sirvió, finalmente, una buena ración de fe, prescindiendo acertademente de los discretos encantos de la ciencia. Ahora todo es cuestión de concluir con valentía, acertar en la balanza de vidas y muertes y no renunciar a la calidad ni al estido por un final ‘bonito’. Ése es mi principal temor.




Locke enseña a Walt dos fichas de backgammon en el episodio piloto, y la serie ya queda definida. Cinco años después, afrontamos la última temporada como una lucha anunciada (por Charles Widmore, que algo sabrá de todo esto) entre el bien y el mal. Locke, previsiblemente, será el caballero oscuro, o lo quede de él, aunque todavía no lo tengo nada claro. Jack, casi con toda seguridad, será el caballero andante. Y los dioses, semidioses, seres normales, seres resucitados y hombres que no envejecen guiarán sus pasos hasta el último episodio, fecha clave para la historia de la televisión reciente. Quienes me conocen, saben que yo soy de Locke y del lado oscuro, ése que siempre ha simbolizado su fe kamikaze, aunque no tuviéramos los indicios necesarios para darnos cuenta. A menos que todo sea un truco más, observaré la lucha desde su lado, puesto que no puedo identificarme con un doctor empeñado en salvar vidas para salvarse a sí mismo. Pero mucha gente sí. Ahí está el encanto.




De ‘Lost’ hablaré mucho el año que viene, y voy a dejar el post aquí. Nos queda un escalón más. Porque si la saga isleña es a la televisión lo que ‘El mago de Oz’ es al cine, entonces ‘The Wire’ es el ‘Ciudadano Kane’ de la pequeña pantalla.

Sergio. 16/10/09

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