sábado, 3 de octubre de 2009

XCI. ‘Leh’ rima con ‘jejeje’ y con ‘acto de fe’.



Hola amigos. En anteriores episodios de ‘Miss Kalashnikov’:

- “¿Quién no echa de menos que le dén un abrazo de vez en cuando?”
- “El curso terminó, al menos para mí.”
- “Y después de muchas horas de extravagancia natural, de ésta que te hace sentir realmente insignificante, llegamos a Leh. Me uní a Adam en la búsqueda de una casa de huéspedes donde dormir…”

…y a la mañana siguiente le invité a inspeccionar conmigo ese inesperado pueblo llamado Leh. Era la primera vez en mucho tiempo que hacía algo con alguien, y me notaba desentrenado. Cada vez que quería tomar una dirección y no otra, miraba a Adam con gesto de culpabilidad. A él le pasaba un poco lo mismo. La verdad es que nos dimos cuenta enseguida de que no disfrutábamos mucho el uno del otro. Puede que yo tenga un carácter hosco, acrecentado por la soledad plena que he experimentado este año, pero la verdad es que me veo a mí mismo con un ardil que te cagas, así que a lo mejor no debo rayarme por esas cosas. Adam decidió volver a su cuarto y yo al mío, y ya no volveríamos a intentar hacer nada juntos. Duraron poco mis horas en compañía.

Leh me sirvió para introducirme en un mundo que apenas conocía, el del budismo tántrico del Himalaya. Me lo tomé con calma, puesto que todavía sufría un poco del mal de altura y me costaba respirar cuando iba por el casco antiguo calle arriba y calle abajo. Al día siguiente, no obstante, empezaría mi obstinada búsqueda del mejor monasterio. Se pueden tomar, por norma general, dos vías a la hora de visitar un enclave inaccesible: la fácil y la difícil. La fácil es tan fácil como alquilar un taxi por un día, lo cual no suele costar una cifra desorbitada en este país. La difícil es la que hice yo, la que siempre hago. Para ir al Hemis Gompa, cuarenta kilómetros al sur de Leh, debía coger un autobús, de ésos que salen de la estación sólo cuando están llenos, y luego tomar un desvío por mi propia cuenta. Ese desvío de unos cuantos kilómetros me lo hice andando a través de un desierto. Enseguida empecé a ver que aquello no era lo más cómodo, aunque sí resultaba incuestionablemente barato. Cuando llegué al monasterio de marras estaba exhausto, gracias a lo cual me dejé fascinar como un tonto por los colorines del patio interior y por las ruedas del dharma pintadas a la entrada de la sala de oraciones. Aún así, no fue suficiente; dicho mal y pronto, ‘no tenía el chichi para farolillos’. Menos mal que una francesa me invitó a comer porque le recordaba a su hijo. Me invitó a varias cosas, pero yo no me sentí culpable ya que, según sus palabras, ‘me vine a Leh porque no soportaba la atmósfera de París’. Vamos, una tía con pasta. Después de hablar de varias cosas muy francesas, nos despedimos. Ella se fue en jeep con su conductor ladakhi y su amiga lesbiana y yo me volví a través del desierto, que es lo mío. Por supuesto, intentando encontrar el camino más corto me perdí unas cuantas veces. No todo el mundo puede perderse en la falda del Himalaya. Es un buen cotarro, y no me quejo.

El vertiginoso e irreal 'Thiksey Gompa'.

Con esta tontuna perdí casi todo el día. Cuando llegué al sobrecogedor Thiksey Gompa estaba más preocupado por encontrar una celda en la que pasar la noche. Como vi que para ello tenía que desplazar a dos pobres campesinos de su alojamiento, volví a coger otro autobús hasta el pueblo de al lado y, ya casi de noche, me introduje en una casa de huéspedes muy raruna mendigando un cuartito para dormir o un puñado de paja, como en los cuentos medievales. La patrona fue bastante maja, ya que me dejó dormir en su alcoba, una maravillosa y cálida habitación con accesorios de abuela y vestidos típicos colgados de la pared. El viento movía los árboles amarillos que se yerguen a orillas del Indo, y yo intentaba pensar en mis historias antes de caer dormido. Como siempre, caí dormido antes de llegar a una conclusión impactante.

Me levanté al alba para unirme a la puja matutina en el monasterio de al lado, en el que sólo vivían un par de monjes y una especie de conserje loco encargado de dispersar incienso con una sartén. Fui muy majo y dejé una generosa donación para tan maltrecho y hermoso monasterio, pero nadie me invitó a un té (aunque no lo parezca, es lo suyo por aquí). Supongo que debo abandonar esa estúpida tendencia de esperar algo a cambio, o si no sufriré severas decepciones. El monje jefe recitó todos los sutras delante de una efigie grandiosa de Buddha, y yo cerré los ojos para intentar poner ese sonido enloquecedor en las imágenes de alguna película. Luego me deleité con las impagables vistas del valle del Indo, puesto que todos los monasterios están situados en lo alto de un peñasco. Respiré y respiré y aunque intenté no abarcar mucho, mi impaciencia me pudo y seguí buscando más monasterios a contrarreloj. Suerte que fui al Phyang Gompa, porque allí descubrí uno de los exponentes más lúgubres y carniceros del tantrismo, con pinturas murales absolutamente desconcertantes, buitres disecados colgados del techo, escopetas y machetes de guerra maniatados a los pilares de la sala de oraciones y, al fondo, esculturas iracundas con el rostro tapado por un velo como medida de protección. Increíble. El monje que había por allí no sabía contestar mis preguntas al respecto del sadismo de algunas de las imágenes allí expuestas (demonios cercenando hombres a golpe de sierra, perros comiéndose carne humana, dioses terribles follando y aniquilando al mismo tiempo a otros dioses) y su conexión con la doctrina de Buddha. Supongo que todo está relacionado con la religión animista de la que parte toda la escuela tántrica (la llamada Bön) y con la peculiar aridez de la geografía del Himalaya, espacio proclive a las soluciones extremas, tanto plásticas como de cualquier otra índole. Al parecer, la representación exacerbada del mal ahuyenta al propio mal y lo purifica. Es como si para conquistar el nirvana, la iluminación o el bien tuviéramos que agotar toda nuestra predisposición para hacer el mal. Es una ideología oscura y con muchas interpretaciones, de la que yo he cogido lo que más me ha interesado. Los budistas creen en el Buddha del futuro, o Maitreya, el que todavía está por venir y nos salvará a todos. Con la imagen de este profético salvador abandoné el monasterio, apresurado por un monje que no hacía más que cerrarme todas las puertas. Aquí sí que me dieron té, pero estaba salado.

Phyang es un valle muy fértil en un rincón de ese altísimo desierto que es Ladakh. El paisaje inhóspito y los rostros de la gente que viven por esos lares me han cautivado tanto como lo hizo Kerala o el Pequeño Rann de Kutchch. Leh, por su parte, a pesar de ser la capital no deja de parecer y de ser un pueblo grande, atestado de comercios turísticos pero también con el encanto rural de la zona. Las casas tradicionales de adobe son maravillosas, y la zona norte de la ciudad, libre de la presencia militar y de las británicas sonrosadas, depara muchas sorpresas, entre ellas el stupa más conmovedor que he visto nunca (ni siquiera los del valle de Kathmandú), en un recinto de stupas más pequeños que, al atardecer, se contagiaba de una magia asombrosa que ojalá pudiera reproducir con palabras. Hay fachadas, pasadizos, campos de labranza, bosques, senderos y vistas panorámicas con picos nevados a cada paso que das por Leh, sorprendente y silenciosa Leh, astutamente escondida del mundo. De noche, bebí cerveza y vi el partido de cricket India vs. Australia (¡qué paradoja!). Justo cuando quedaba un solo punto por batir y una sola tirada para la resolución final, se nos fue la corriente. Cosas que pasan.

El mejor 'stupa' del mundo, 'Gomang',
escondido en un callejón de Leh.


Para volver a Delhi tuve que coger un avión. Es la primera vez que hago un vuelo interno por India; no es muy caro y, al menos por una vez, podía y quería permitírmelo. El aeropuerto de Leh tiene cacheos de seguridad por cada metro andado, pero es pequeño y encantador. Como os podéis imaginar, las vistas desde el avión son únicas: a un lado ves la franja oriental del Himalaya, hasta donde la vista alcance; al otro, la franja que va más allá de la frontera con Pakistán, al final de la cual se puede contemplar con asombro la turbia efigie del K-2. Para ser un vuelo de una hora, da mucho de sí, y el desayuno vegetariano es la pera.

Ahora escribo esto en Delhi, desde la azotea de la que ha sido mi residencia de verano. En menos de veinticuatro horas la abandonaré para hacer una larga vuelta a Kerala con muchas paradas intermedias. Me doy cuenta de que no voy a echar de menos a Mike, y tampoco a mis caseros. Así de sencillo. Es una razón añadida para dejar esta ciudad en la que ya he pasado bastante tiempo, y de la que me siguen quedando muchas cosas por ver que, a lo mejor, ya no veré. Me duele no haber conseguido entablar ninguna relación de amistad en esta ciudad. Volviendo al inicio del post, no sé si padezco algún problema de comunicación, o es que simplemente las cosas son así y uno sólo tiene que dejarse llevar. Sé que no me he forzado a hacer algo que no me apeteciera, y de eso no me arrepiento. Al fin y al cabo, amigos ya tengo, a pesar de la desoladora sección de comentarios de este blog (touché). Sé que algo inusual y nuevo está a la vuelta de la esquina, así que me despediré de Mike deseándole lo mejor, y me escabulliré en la sombra tal y como llegué a esta maloliente y salvaje Janakpuri.

Estamos en octubre y aquí los días también se hacen más cortos. Disfrutad de la mejor estación del año para pensar. Salud.

Sergio. 03/10/09.

3 comentarios:

Maestrando dijo...

Salud, tio.. SALUD..
Algo tan básico.. que cuando tenemos no apreciamos.. y cuando nos falta, o le falta a alguien cercano.. nos hace llorar, y sentir impotentes.. insignificantes.. ..Salud..

Anónimo dijo...

Que pasa perraca, que aunque no firme normalmente, me leo el blog siempre, primero las columnas del abc y despues tu blog, Que tal todo? yo sigo como siempre, en breves te mandare un mail que ya toca.

Cuidate mucho, un beso.

Cazurro Conexion

Anónimo dijo...

Pelayin estoy contigo, salud, y que no nos falte. Lo demas siempre llegara si nosotros queremos. Sergio un besazo y cuidate corazon, que a veces qte leo y me dejas un poco preocupada.
Luudy