miércoles, 14 de octubre de 2009

A través del espejo ( IV ): David Chase.



Tony Soprano: Cuando estaba en Las Vegas, tomé peyote. Por curiosidad, no sé.
Doctora Melfi: Estaba buscando algo.
Tony: Bueno, vi algunas cosas, no… cosas, en sí, alucinaciones, mierda a lo Roger Corman… Fue muy decepcionante, no hubo nada de eso.
Dra. Melfi: ¿Qué hubo?
Tony: Cuesta describirlo. Usted lo ha usado, ¿no?. Ácido, cosas así.
Dra. Melfi: No.
Tony: Sólo puedo decir que vi, con bastante seguridad, que esto, todo lo que vemos y experimentamos, no es todo lo que hay.
Dra. Melfi: ¿Qué más hay?
Tony: Otra cosa. Pero sólo llegaré hasta ahí. Ni siquiera lo sé.
Dra. Melfi: ¿Universos alternativos?
Tony: ¿Ahora eres una maldita comediante?
Dra. Melfi: No lo soy.
Tony: Quizás. Esto sonará estúpido, pero vi en un momento que nuestras madres son conductoras de autobús. Son… no, ellas son el autobús, ellas son el vehículo que nos trae aquí. Nos dejan, y siguen su camino. Siguen en su viaje. Y el problema es que no dejamos de tratar de volver a subir al autobús, en vez de simplemente dejarlo ir.
Dra. Melfi: Eso es muy revelador.
Tony: Dios, no actúe tan sorprendida.


Los Soprano: “The Second Coming” (6x19).

A ‘Los Soprano’ se le suele atribuir gran parte de los logros de la ficción televisiva actual, cuando no es menos cierto que la obra maestra de David Chase fue posterior a Oz, también emitida por la HBO, y, sin ir más lejos, a ‘Twin Peaks’. Hace ahora diez años que el episodio piloto de esta serie salió a la luz, revelando a un villano nada convencional y a sus dos familias. Desde entonces, ‘Los Soprano’ ha sido percibida, a través de los comentarios de muchos críticos y televidentes, como la mejor serie de televisión de la historia, la más adulta y compleja, algo que le viene muy grande al equipo creativo de la serie, en tanto que su producto está lejos de ser perfecto y de guardar un equilibrio interno. Sin embargo, todo ese entusiasmo es comprensible, porque cuando ‘Los Soprano’ es buena, es difícil imaginar algo que la supere. Empezando porque tiene el mejor de los repartos, y esto es altamente difícil de rebatir (pero rebatible, desde luego). Siguiendo con que la precisión e inteligencia de sus diálogos (que no de sus guiones) son capaces de elevar una conversación a la cumbre de la significación. Y terminando con que hay una mitología coherente de personajes, situaciones y espacios en ‘Los Soprano’, que si bien es deudora de otras mitologías occidentales, no por ello deja de ser menos cautivadora. No hay más que experimentar la última escena de la serie para comprender hasta qué punto queremos a sus personajes.

Todo el mundo sabe que ‘Los Soprano’ lidia, en gran parte, con el submundo de la mafia italoamericana, algo que ya hemos visto en Coppola y Scorsese, a los que Chase no se cansa de homenajear (tampoco lo esconde). Sin menospreciar esta línea narrativa prioritaria para la serie (de donde vienen esas orgías de violencia tan celebradas), tal vez lo más interesante es lo que le pasa al capo Tony Soprano cuando no está “trabajando”, es decir, cuando está en su sobrecogedora mansión familiar o cuando está alternando con sus amigos o sus amantes o cuando se sincera con la Doctora Melfi, su psiquiatra. Puesto que la serie va sobre él, y Tony es el protagonista indiscutible de todos los episodios, es casi un milagro que no acabemos hartos de él después de seis temporadas. Por momentos, sí que cansa un poco. Pero Chase no ha hecho el tonto con su ‘alter ego’, y si Tony tiene un récord de minutos en la pequeña pantalla, ‘casi’ siempre están justificados. Yo le considero el personaje más rico que ha dado la televisión, lo que tal vez sea el mejor elogio que se le pueda dedicar a ‘Los Soprano’. Por un lado, Tony es un padre de familia y, de alguna forma, es el padre de todos nosotros (imposible no pensar en nuestro propio padre al ver a James Gandolfini en cualquiera de sus diatribas domésticas). Por el otro, es un criminal con más sangre fría de la que aparenta. De pronto, desvela una agudeza mental y un sentido del humor muy culto. Y, muy a menudo, se comporta de una forma grotesca y deleznable como el rígido conservador que en el fondo es. Y tiene depresiones. Y ataques de pánico. Y constantes sentimientos de culpa, aunque focalizados en hechos triviales, si los comparamos con las acciones que Tony lleva a cabo con su ‘familia’ criminal de New Yersey. Todo esto aderezado con sus dosis justas de racismo, machismo, infidelidad y pasión cinéfila, y tenemos a Tony Soprano, una bomba insatisfecha e impredecible que, incluso después de ochenta y seis episodios, no sabes nunca cómo va a detonar o si lo va a hacer siquiera. Lo más curioso es que, en el mismo capítulo del que extraigo el diálogo del comienzo, Tony se queja a su doctora (no puedo desvelar el porqué) alegando: No sé por qué me sucede esto a mí. Yo soy, esencialmente, una buena persona. Amo a mi familia. En plena recta final de la serie, una declaración así, saliendo de alguien con tanta mierda a sus espaldas como él, es toda una sorpresa. ¿Quién demonios es Tony y por qué hace las cosas que hace? Algunas veces lo entiendes, pero normalmente es el pesimismo de Chase y su visión de los misterios insondables del ser humano lo que acaba primando en el retrato de su criatura. Tony es inasible como personaje, y por ello fascinante. Gandolfini ya puede echarse a dormir porque ha hecho el trabajo más impresionante que puede ofrecer un actor.



Cuando la gente enfrenta ‘Los Soprano’ con ‘The Wire’, ésta sale ganando en construcción de tramas (evidentemente), pero la primera tiene, tal vez, los mejores personajes; y no sólo eso, sino actuaciones soberbias de todos y cada uno de los miembros del elenco. Aunque me sigo decantando por las mujeres, en una serie predominantemente masculina, soy muy muy muy fan de Corrado “Junior” Soprano, el tío de Tony. Cascarrabias inaguantable a la par que peligroso, Junior va decayendo en protagonismo aunque se le acaba dando lo que él merece. El dúo que mantiene con Bobby Baccalieri, el otro gran secundario de la serie, es tierno y cruel a partes iguales. Bobby encontrará otras tramas en el futuro que lo engrandecerán aún más, mientras que Junior tendrá una evolución triste e inadvertida, coronada por el excelente canto de cisne que es “Remember when” y su emotiva escena en “Made in America”. En cuanto a los demás, son todos chicos duros de pelos en los huevos, y me encantan todos, especialmente el villanísimo de New York John Sacrimoni. Comparto con muchos el talento de Michael Imperioli (ganador del Emmy por la quinta temporada) interpretando al débil gángster con ínfulas de cineasta Christopher Moltisanti; pero, sin saber muy bien por qué, no es mi favorito, a pesar de que su relación de amor fraternal con Tony es uno de los pilares de la serie. Paulie Gualtieri (genial trabajo de Tony Sirico) es otro personaje con una marca indiscutible, un tono de voz que acaba siendo maravillosamente familiar (‘Do you believe this fucking guy?’) y algunos de los arranques cómicos más descojonantes de ‘Los Soprano’, que siempre sabe ser divertida, al menos una o dos veces por cada episodio. Eso siempre se agradece. En último lugar, el papel de A.J., el hijo de Tony, no adquiere una gran relevancia hasta la última temporada. Siempre problemático, unas veces empatizas con él y otras veces quieres que una apisonadora se recree con su cuerpecito malcriado. Pero, si no habéis visto ‘Los Soprano’, no desesperéis, porque Anthony Junior tiene un as debajo de la manga que explica y redondea su personaje y, lo que es más importante, lo hace fundamental a la hora de entender la serie. Mención aparte merece Joe Pantoliano (otro ganador del Emmy, por la cuarta temporada) encarnando al personaje más desagradable de la historia de la televisión, Ralph Cifaretto. Increíble lo de este hombre.

Corrado 'Junior' Soprano, interpretado por Dominic Chianese.


Y ahora las chicas, que son de traka. Carmela, la mujer de Tony, es la protagonista femenina y, como tal, tiene conflictos muy interesantes que, normalmente, acaban siendo prometedores y poco más, como sucede en la frustrante cuarta temporada. Carmela es fascinante por su dualidad de buena cristiana (casi fundamentalista) que, secretamente, adora el dinero manchado de sangre que entra en su casa. Además, es la mejor anfitriona del mundo, sobre todo cuando hace sesiones de cine con sus amigas y, antes de la proyección, se pone a leer lo que Leonard Maltin tiene que decir acerca de la película. Por si fuera poco, Carmela también es un poco facilona y tontita, y se emociona con pinturas religiosas y estatuas de ninfas arrebatadas. Pero es el mal genio y el dramatismo hiperrealista de Edie Falco el que la ha hecho ganar tres Emmys. En ‘Whitecaps’, la season finale de la cuarta temporada, está inolvidable. Sin embargo, yo prefiero nuevamente a las secundarias: Jennifer Melfi, Janice Soprano y Adriana La Cerva. Lo de la Doctora Melfi no tiene nombre. ‘Los Soprano’ empieza en su despacho, y la verdad es que la tensa y maravillosamente escrita relación que mantienen ella y Tony era uno de los principales atractivos de la serie hasta que ésta llegó a su ecuador. A pesar de que Lorraine Bracco tocó el cielo con su acojonante interpretación en ‘Employee of the month’, la doctora Melfi empezó a ser un personaje muy poco habitual a partir de la cuarta temporada, y todos los que amamos su forma de hablar, como si tuviera un palo de escoba metido en el culo, la echamos muchísimo de menos. Lástima. Por su parte, amo a Adriana porque es patética y a Janice porque es lamentable. ‘Ade’, la novia de Christopher, es tan graciosa y chabacana que nunca tienes suficiente de ella. David Chase vio su potencial trágico a tiempo y la catapultó a la gloria en su debido momento. Janice, la hermana mayor de Tony, es harina de otro costal. Ni en cine ni en televisión han pasado personajes tan ridículos como el de la oronda y desquiciada Janice, siempre provocando momentos incómodos para elevar su maltrecho pero inagotable ego. Creo que la amo por lo divertida que es la interpretación de Aida Turturro. Gracias a ella, tenemos momentos magníficos en ‘Proshai Livushka’, ‘Cold cuts’ o ‘Soprano home movies’, por mencionar sólo algunas de las cimas de esta mujer insoportable, aunque no tanto como su progenitora, el no va más de las ‘monster mothers’, Livia Soprano. Con esta parentela es casi imposible que Tony se hubiese dedicado a algo distinto.

Aida Turturro es la grotesca Janice.
Drea de Matteo es Adriana La Cerva. Traka.

Lorraine Bracco ha inmortalizado a la doctora Melfi,
especialista en cruzar las piernas en momentos tensos.

‘Los Soprano’ habla un poco de todos nosotros, por extraño que pueda parecer eso al tratarse de una serie de mafiosos. Esa diversidad se cobra el interés que tan a menudo despiertan sus episodios. Por momentos, la serie se detiene en algunas tramas que ya están un poco gastadas, o en personajes que no son para nada vitales (como Artie Bucco). Otras veces marea la perdiz hasta los límites de la paciencia, como en algunas de las subtramas que protagonizan Carmela o Christopher o en el lento desarrollo de los conflictos entre las familias de la Cosa Nostra. A David Chase le han criticado por zarandear tan frecuentemente los valores y la cultura italoamericana (cuando en realidad la serie va de eso) y también por utilizar los sueños de Tony como material de relleno. Yo, que estoy muy a favor de los sueños, nunca escogería los de Tony en una maratón de cine onírico, pero hay algunos que están muy bien, y los episodios “The test dream” y “Join the club” son buenos ejemplos. Entiendo, no obstante, que en las primeras temporadas estaban un poco fuera de lugar y resultaban algo postizos, ya que la serie todavía necesitaba madurar más.

La primera temporada es la favorita de los nostálgicos, aunque para mí las mejores son la tercera y la quinta, con mención especial para ésta última (tomarse un año de descanso hace mucho bien), y las más flojas son la segunda y la cuarta. La sexta y última, no obstante, empieza con el pie izquierdo y termina por todo lo alto. Es todo un orgullo que una serie como ‘Los Soprano’ tenga unos últimos episodios tan redondos (‘Walk like a man’, ‘Kennedy and Heidi’, ‘The blue comet’… mucho caviar). En líneas generales, éstos son mis favoritos:

- “Employee of the month” (3x04). Tal vez mi capítulo favorito, a mayor gloria de Jennifer Melfi, y uno de los mejores de la década. Curiosamente, contiene la escena más violenta y angustiosa de toda la serie. Los últimos minutos son antológicos, y también la utilización de una canción de Britney Spears que, allá por el 2001, era todo un éxito.



- “The strong, silent type” (4x10). Precedido por el genial e imprevisible ‘Whoever did this’, este episodio centrado en Christopher es, para mí, uno de los más crudos de la serie. No hay más que ver cómo empieza.
- “Cold cuts” (5x10). No muy valorado, este episodio es el único dirigido por Mike Figgis, y tiene un estilo visual muy personal, con congelados de imagen y todo, pasando por una dirección de actores extraordinaria. El análisis de los sinsabores de la amistad es muy descorazonador, pero el final entre Tony y Janice se lleva la palma.
- “Long term parking” (5x12). Famosísimo epicentro de la quinta temporada y explicación de por qué los guiones de ‘Los Soprano’ han acaparado tanto reconocimiento a lo largo de los últimos años. Grandísimos Christopher y Adriana.
- “Live free or die” (6x06). Ni más ni menos que cuatro guionistas, entre ellos el propio Chase, para lidiar por primera vez con el tema de la homosexualidad. Por qué no decirlo, la historia de Vito Spatafore me conmueve muchísimo.
- “Johnny cakes” (6x08). La pelea entre Tony y su hijo es uno de los momentos más grandes de James Gandolfini, que ya es decir.
- “Made in America” (6x21). Podría decir cualquier episodio de la segunda mitad de la sexta temporada, porque todos son espectaculares. Ésta es la series finale, y aunque no me parece mejor que los otros, tengo que reconocer que sus últimos diez minutos dieron en el clavo. Por supuesto que son inesperados, pero no frustrantes. En absoluto. La celebérrima secuencia, de la que no diré nada para no ofender sensibilidades, está dirigida con la tensión y la sabiduría de quien está cargado de amor y responsabilidad ética hacia sus criaturas de ficción. Y qué coño, aunque sólo sea por lo polémica que resulta, me encanta.

Es difícil decir algo de ‘Los Soprano’ y no caer en lugares comunes. Si aún no la habéis visto, tomaros vuestro tiempo. Aunque se puede ver en cuatro días, durmiendo tres de cada veinticuatro horas y con constante suministro de comida y café que no implique el desplazamiento hasta la cocina, merece la pena dedicarle un par de meses o tres. Se merece la fama que tiene, pero no es la mejor serie de la historia. Es una de las mejores. En próximas entregas veremos qué dos series se merecen, en mi opinión, ese honor tan machaconamente atribuido al grandísimo David Chase. Hasta entonces, salud.

Sergio. 14/10/09.

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