sábado, 10 de octubre de 2009

XCII. El Taj Mahal, la Gran Madre y el astrólogo de Goldie Hawn.



Con un título tan apretadito parece que éste va a ser un post de emociones fuertes, aunque la última semana ha sido, más que nada, desconcertante.


Abandoné Delhi de milagro; la providencia quiso que me despertase una hora antes de que saliese el tren. El Taj Express me llevaría hasta Agra, esa ciudad cuyo nombre evoca olores estimulantes, ricos tejidos en seda y campanillas orientales. Tal vez quede algo de ese Agra. Para algunos, el Taj Mahal es precisamente ese algo, aunque no puedo evitar que el monumento indio por antonomasia me repatee. El barrio donde dormían los sufridos obreros que ayudaron a levantar el Taj todavía sigue en pie (es un decir); se llama Taj Ganj, y todos los mochileros como yo se agrupan entre esas callejuelas atestadas de picaresca y ciclorickshaws. Para ser un enclave turístico, es insólito que los extranjeros no salgan de una sola calle, como si la hubieran acordonado. Eso significa que la vida popular permanece casi incontaminada, lo que es un placer cuando el sol va cayendo, a eso de las cinco de la tarde, y la gente se relaja y mira con sus ojos de búho y los saris parecen levitar y algunos adultos prematuros salen a la calle descalzos con un lungi violeta a la cintura y una bandeja de dulces sobre la mano derecha. Y los niños practican su inglés. Y las fachadas pintadas de verde fosforescente sobrecogen. Y el mismo diálogo una vez, y otra, y otra…


Hello, my friend…

Namaste, bhaba…

Where are you from?

Spain.

Oh, nice country. Which place in Spain? Barcelona? (Lo siento por Madrid; Barcelona es la verdadera capital internacional).

No. You don’t know the place.

Why?

I’m from a small village. You don’t know the name.

Which place?

Pola de Siero. Do you know Pola de Siero?

No, sir… How do you like Agra?

You are the twentieth person who asks me that. You don’t know how annoying it can be.

Yes, I know.

Good for you.

Pashmina, rickshaw, camel, beer, hash, opium?


… y otra, y otra… hasta que a veces te encuentras a ti mismo con unos deseos bastante violentos en mente. Uttar Pradesh es un estado muy conflictivo, y gran parte de la mala fama que acuña este país viene del turismo mal concebido de algunos de sus lugareños. Lo curioso es que yo me acabé riendo bastante en Agra, gracias a los niños, sobre todo, y también a algunos saludos y miradas que te golpean el pecho. Sólo tenía pensado quedarme una noche para ver el Taj desde la azotea del hostal, ya que coincidía con la primera luna llena post-monzón. Pues bien, el cambio climático quiso que el monzón no terminase todavía, y nada más llegar a Agra se abrió la caja de los truenos. Dado que caían y caían goterones sin descanso, éste fue mi plan B:


a) Comerme un huevo muy grande y muy rebozado.

b) Jugar con un gato.

c) Ayudar a un viejo a subir su ciclorickshaw por una cuesta.

d) Confundir a un rubio con Mark Pellegrino (Jacob en ‘Lost’). Hice un poco el tonto hasta cerciorarme de que no era él.

e) Estudiar las posibilidades de que el cielo se abriese por arte de magia.

f) Dormir.


Me olvido. Sí que visité el Fuerte Rojo, infinitamente mejor que el de Delhi. En él vivió casi toda la dinastía mogola, desde Babur hasta el cretino de Aurangzeb (que encerró a su padre Sha Jahan en el ala sur del palacio cuando le arrebató el poder) y el rico contraste entre la piedra arenisca roja y el mármol blanco es un perfecto reflejo del cambio generacional en una familia de tal envergadura. Las mezquitas privadas se alternan con los patios de recreo, los miradores y las estancias para las audiencias públicas y privadas, puede que las más bellas de todo el recinto. La lluvia le dio un tono melancólico y casi cotidiano a la visita, como si fuera más fácil imaginarse la vida de Akbar y su prole con aquel clima sombrío de fondo. Muchas parejas se escondían bajo los arcos más oscuros para tocarse un poco las manitas y acercar un pelín las naricitas. Muy monos ellos. No se dan cuenta (o sí) de que antepasados suyos como Jahangir hacían lo mismo, pero en público, bañándose en una especie de tazón gigantesco de mármol con escalones externos, donde le aguardaba lo más selecto de su harem. El tazón del que hablo está expuesto, y las señoronas que pasan por allí prefieren imaginarse un uso alternativo para tan curioso objeto.


Entrar al Taj cuesta setecientas cincuenta rupias, y la cola es desesperante. Fue una razón más para conformarme con la vista de la azotea. Al día siguiente ya estaba cogiendo otro tren hasta Jhansi y, desde allí, un autobús local a Khajuraho. Para lo tonto que soy, he de decir que me defendí muy bien de toda la gente que me quiso engañar a lo largo del trayecto, y mira que lo hicieron muy bien y con mucha insistencia. Fue una lucha larga e igualada, y es justo reconocerlo. La lluvia seguía cayendo y un nuevo estado con idéntico apellido, Madhya Pradesh, nos abría sus puertas. La naturaleza era rocosa y exuberante y me recordaba a las praderas que recorría Shere Khan al final de ‘El libro de la selva’.


Khajuraho, antaño sede cultural de la dinastía Chandela, fue un jarro de agua fría. La culpa no la tienen los templos ni sus magníficas esculturas picantes, posiblemente de las mejores que se puedan encontrar en India. Fue el clima, la pesadísima humedad, el traqueteo en la cabeza, un ligero exceso de cafeína y una propensión anti-natural a exprimir los días como limones. Así fue que me creé una paranoia a tenor de haber visitado los templos de derecha a izquierda, y no al revés, tal y como las leyes del buen ‘karma’ exigen. Creo que los dioses se vengaron de mí, pero yo sólo quería evitar hordas de turistas, no desairarles. Sea como fuere, no me permitieron una visita antológica, y yo tenía muchas expectativas como gran amante de la iconografía erótica que soy. Khajuraho ya era un lugar mítico cuando estudiaba estos templos en mis clases magistrales de ‘Arte Indio’. Pero nada sale según lo previsto, desde luego. Quedan en mi memoria algunas imágenes hermosas de mujeres encaramadas a los sikharas, diosas o humanas, enseñando con lascivia sus culos o mirándose al espejo; también la célebre orgía del altar de Vishnu, con la erosionada escena de bestialismo entre un varón muy bien dotado y su caballo; o ese gran polvazo acrobático que echan otros dos jóvenes mientras la dama y el caballero que los enmarcan se masturban con una actitud casi imposible de concebir en piedra. Me vienen preguntas a la cabeza. Si los Chandela eran tan liberales, ¿por qué se preocuparon por esculpir mujeres que se tapan los ojos, asustadas ante el frenesí sexual de sus compañeros de escena? Eso quiere decir que la iluminación tántrica no era, tal vez, la práctica establecida. Más que tratarse de un grabado literal acerca de las costumbres de la época, yo creo que es más bien una paja monumental, aislada, rebelde, dispuesta a suscitar iras y a conducir los sueños de aquellos que la contemplan. Amparados en el poder, la corte de los Chandela construyó su loable pero excéntrica Sodoma en un escondrijo insospechado de la selva (todavía hoy es bastante inaccesible), y su misterio, algo devaluado con el marco turístico, reverbera en quien tiene tiempo y ánimo para dejarse seducir.





Khajuraho no me quiso demasiado. Agarré el transporte público una vez más hasta Mahoba y, tras cuatro horas de pampampamcranchplonkpam y mucha diversión viendo los ojos legañosos de los niños, me apeé en un andén ferroviario donde esperaría el tren nocturno a Varanasi… la Benarés de toda la vida. Y aquí estoy. Traka de ciudad. No me va a ser muy fácil hablar de ella, y de hecho creo que lo haré de una forma indirecta. Todos habéis visto fotografías o documentales de los ghats, y verlo en persona no supone una revelación especial, más bien la confirmación de que la vida en esos peldaños imponentes no es más que una coreografía mecánica y muy poco higiénica. Eso sí, muy colorida, como todo en India. Varanasi se aglutina con obstinación a las orillas de la Gran Madre Ganga para luego desparramarse escaleras abajo. Para un lugar tan visual como Varanasi, escuchar con los ojos cerrados es un buen ejercicio: motores en el río, cánticos lejanos, perros, la ropa contra la madera, alguien discute, un pedo largo y con sordina, campanas, remos que vienen a encallar al muelle… Luego abres los ojos y no sabes por dónde empezar: las fachadas descoloridas, con una historia distinta en cada capa superpuesta… los escalones por los que bajan aguas fecales y cabras perdidas… las mangueras a presión intentando desatascar la capa de tierra / mierda / arena que bloquea los peldaños inferiores… los santones, las santonas, y su alma tan frágil y desnuda como una llama… los ghats crematorios donde el cadáver abraza la madera que su casta le permite, y el fuego calcina su cuerpo, sea joven o viejo… los hostales ennegrecidos por el humo de las piras funerarias, donde van los moribundos a pasar sus últimas noches antes de disolverse en la Gran Madre… las vacas y los toros gigantescos, haciendo de las callejuelas un lugar aún más irreal y fabuloso… la policía corrupta, bloqueando pasos y robando cigarrillos… la sinfonía del dinero y la devoción, a menudo la misma… Varanasi siempre erecta como el lingham de Siva sobre las aguas nauseabundas y sagradas…



Me alojo en el Yogi Lodge, un lugar muy recomendable para una estancia breve en Varanasi, en cuya recepción se agolpan media docena de indios serviciales y cachondos. Preparan gran variedad de comidas de forma irregular, pero su bhang lassi (batido de marihuana) es excelente y me tuvo un día entero con una percepción muy brillante de la realidad. Los muchachos realizan pujas en la recepción, así que no siempre es posible que te atiendan, pero eso es lo de menos, porque tampoco son de los que se hacen necesitar. Cuando no estoy en mi cuarto escribiendo cosas como ésta, paseo por los callejones y me encuentro con gente como Atul, que tiene un año menos que yo pero que aparenta al menos diez más. El chaval vende tablas y sitares en su tienda, aunque no le veo con mucha dedicación e intuyo que se ocupa, principalmente, en lo que viene y va, como gran parte de los indios. Yo era uno que venía de un ciber-café, y él vino en mi dirección y me invitó a un té (qué pareado tan majo). Me sorprende lo fácil que fue hablar con él y la franqueza con la que le conté gran parte de mi vida y cuitas actuales. Él necesitaba menos palabras para definir las suyas, pero su vida no ha sido, precisamente, una elección, empezando por su esposa e hija. Atul es un buen hindú y le gusta la gente que habla con corrección se preocupa por su ‘karma’. Cree que es mejor no reír ni llorar mucho, porque ambos estados de ánimo se equilibran y siempre vas a tener lo mismo de ambos. A lo mejor me enseña a hacer puja en el Ganges, pero no estoy seguro porque es un tío muy impredecible.


Atul: “a un indio sin dinero más le valdría estar muerto”.


También conocí a un profesor de astrología de cuyo nombre no puedo acordarme. Acomodados en su pequeño catre-estudio, el buen hombre me enseñó las fotos y mensajes que le habían escrito clientes satisfechos (una práctica muy habitual entre los hosteleros de Uttar Pradesh). Con sorpresa, me encontré unas palabras firmadas por Goldie Hawn, y una foto en la que la recluta benjamín aparecía muy desmejorada al lado del professor. Mucha gente en Varanasi conoce a Goldie Hawn, y a su hija. Qué cosas.


Goldie Hawn, con tino.



Miré al profesor y le dije: ‘hazme mi carta astrológica o como quiera que se llame eso que haces’ y el tío me hizo una lista larga de cosas que sabía hacer y precios, y yo le atajé, ‘lo más barato, bhaba’. El profesor me cogió la mano, miró mis rayas y vio que no mentía. ‘Sé que no puedes gastar dinero, te leeré el pasado y el futuro igualmente’, lo que quería decir, en realidad, que me haría un precio. Ya puestos, me lancé a ver qué pasaba. Los hindúes creen mucho en estas cosas, y les gusta saber su destino porque, aunque no pueden cambiar nada de él, sí que pueden graduar un poco algunos hechos determinantes, porque para ellos el karma es un sesenta por ciento y la suerte un cuarenta. Por ejemplo, si vas a tener un accidente porque Brahma lo dice, está escrito. Pero puedes hacer que el accidente tenga repercusiones menos graves a través de una buena meditación y una limpieza espiritual pertinente. Es decir, que puedes buscar tu buena fortuna a través de la astrología, porque ésta te dice lo que te va a pasar y cómo puedes hacer que sea menos negativo o más positivo. A mí me parece más bien una especie de soborno al destino (‘Soborno al destino’, ¡qué pedazo de título!), pero lo respeto. Atul ya me había contado muchas historias sobre el destino y sobre cómo algunos hombres malos que adoran la parte oscura de Siva son capaces de controlar el alma de la gente. Hay muchas leyendas sobre magia negra en las calles de Varanasi.


- LA PARTE EN LA QUE A SERGIO LE LEE LA MANO EL ASTRÓLOGO DE GOLDIE HAWN.


Veo en tu mano que eres una persona muy independiente.


No era muy difícil de adivinar.


Eres un hombre romántico. No quiero decir homosexual. Sólo que tienes una parte femenina muy importante, una parte romántica. Pero no te preocupes. He visto dentro de ti, y no eres homosexual, ni bisexual, sólo romántico.


¡JA, JA, JA, JA!

En este momento tenía dos opciones: o no creerme ya más nada, o creérmelo todo. La razón para esto último es que un hindú estricto como él nunca reconocería a un homosexual como tal.


No has tenido suerte en el amor. Tuviste una novia, pero eso no funcionó.


Aceptamos barco.


Pero te casarás en el 2013. Con una extranjera.


¿Ah, sí? Es un poco pronto para mí, pero no voy a decirle que no al amor de mi vida, porque ya puestos en que soy un chico romántico… ¡Oh, maldición! Pero si el mundo termina en diciembre del 2012.


Tendrás un hijo. Sólo uno, no aspires a más.


Es la única cosa que hubiese pedido que me explicara. Curiosamente, me hizo bastante feliz.


Dejarás de trabajar a los 67 años y podrás ocuparte de tu familia y tus nietos.


¡Nietos!


Morirás a los 83 años.


No es una mala edad. Algo menos de eso me hubiera parecido un robo, la verdad. Ahora, si hubiese leído en mi mano que me iba a morir el año que viene, ¿me lo hubiera dicho? Al fin y al cabo, los ochenta y tres es una edad muy diplomática, como para contentar al personal.


Veo en tu mano que sois cuatro en tu familia, y os lleváis bien.


Dijo alguna cosa más de mi familia, la única que realmente me sorprendió, y la única que nadie podría haberle dicho o que dificílmente podría haber adivinado .


Te dedicas al arte, a la parte creativa de la vida. Pero no vives de ello actualmente. A partir del 2010 tendrás un trabajo más fijo. Pero siempre será en países distintos. Nunca trabajarás en España, al menos no por mucho tiempo.


La idea me agrada. El caso es que me ponía nervioso que sacase estos temas… A ver, las cosas del amor son cotarreras, pero las cosas laborales me las tomo más en serio, aunque sólo sea por esa inseguridad que trato de vencer.


Podrías tener éxito, pero tienes a Saturno mal alineado.


Jodido Saturno. El buen hombre se ofreció a hacerme un talismán tras tres días de meditación, pero rechacé la prohibitiva oferta. Otra alternativa era hacer más yoga o abrir un centro de meditación en España (¡!). Sin embargo, me dijo que no me apresurase a la hora de abrir mis chakras. Prisa no tengo. Si ni siquiera sé nada de yoga. Por no saber, no sé ni respirar, y mira que mi madre me lo tiene dicho.


Toda tu vida girará en torno a la religión. Serás una persona muy religiosa, y gran parte de tu trabajo tendrá que ver con la religión.


Hombre, si la cosa sigue así, no veo por qué no.


¿Alguna pregunta?

No sé, no… Creo que no.


Pues claro que no. Si en el fondo no quería saber mi futuro, sólo quería ver qué espiritualidades me hacía el hombre. Fue una experiencia corta y fría, y no me quedé nada rayado porque vi claramente dónde estaba su negocio. Hubo cosas curiosas, no obstante, que aparcaré en el cajón de las magias cotidianas.


Uno de los "ghats" crematorios de Varanasi:

madera y agua para los que se han ido.



Varanasi despide un día más y yo me siento en la penumbra de un ghat cualquiera. Estoy algo agitado. Veo lo precaria que es la llama de la ofrenda, flotando río arriba, y no puedo dejar de ver las velas como un reflejo móvil del firmamento sobre las aguas del Ganges. Pienso: mi gran problema es la ansiedad, desde siempre. Y que le pido demasiadas cosas a la vida cuando, tal vez, tengamos una idea demasiado elevada de lo que es la vida. No es de extrañar, puesto que un día moriremos y minutos antes seguiremos sin saber si nos recibirán o no al otro lado. Por eso queremos que nuestra vida sea inolvidable (y eso que nosotros seremos los primeros en olvidarla). Ahora veo que toda la mierda del ‘carpe diem’ es un comecocos, como echarle un pulso a la muerte con una doctrina que sólo genera tensión con el presente, y por lo tanto frustración. ¿Y si la vida no es para tanto? A lo mejor sólo hay que estar… asearse de vez en cuando para no oler mal… hacer lo que a uno le gusta… no morirse de hambre en la medida de lo posible… dormir poco y bien… y quererlo todo y a todos porque es lo más sencillo, y tal vez la vida, después de todo, sea sencilla. Imagínate.


Sergio. 10/10/09.

1 comentario:

Maestrando dijo...

Yo no me siento con fuerza.. que sí con ganas.. para hacer comentarios..
Todavía no me he explayado mucho, hasta ahora, en tu blog.. pero tengo pensado hacerlo.. (que no planeado) .. ya te improvisaré..

pero.. a lo que voy...

Me parece increíble que no nadie comente este post..!!!
Vagos lectores.. consumidores del esfuerzo ajeno!! Abrid un poco la mente.. y agradeced las palabras, que cuentan entre líneas, cosas del subconsciente, de alguien que "conocéis"..

Abrazu.. No pares de escribir