miércoles, 25 de marzo de 2009

XLI. Ritwik Ghatak y algunas reflexiones sobre el cine que no es “masala”.



¿Qué tal, majos? No sólo voy a hablar de cine en este post, aunque, en gran parte, sí. Lo aviso. Empezaré, no obstante, por mi segunda visita a Kochi, que no fue muy allá. Volví a Roots, aquel antro vegetativo donde me habían prometido una fuerte conexión con el inframundo cinéfilo. En fin. Eso me pasa por fiarme del primero que pillo. Todos allí tenían muy buena voluntad, pero una espesa nube de humo les impedía pensar con claridad y recordar nada de lo que habían dicho cinco minutos antes. Por suerte, reaccioné con rapidez y me busqué la vida yo solito. Mis visitas a las fundaciones de cine no fueron muy fructíferas y allí nadie tenía un archivo en condiciones. Tampoco aparentaron lo contrario, lo cual agradecí. Enseguida me di cuenta de que mi destino estaba en Trivandrum, donde gran parte de los realizadores locales residen, y donde un gran instituto llamado Chalachitra Academy me prometía algún que otro visionado esclarecedor. Por primera vez, no estaba confundido.


Doce horas después llegué a la capital del estado, sin hotel, sin mapa, tan sólo con el nombre del instituto escrito en un caótico papel. Sabía que en Trivandrum hay un templo y una playa muy famosos, aparte de los grandes destinos turísticos de Kovalam y Varkala en sur y norte, respectivamente. Pero no estaba pensando en eso, sino en ducharme y encontrar una cama razonablemente limpia, no lo que había encontrado en Kochi, que hubiese desafiado cualquier pronóstico sanitario. El Greenlands Lodging, a pocos metros de la estación de trenes, cumple las funciones básicas y, además, es barato. Tuve un pequeño percance con una mancha en una sábana que, por supuesto, no originé yo. Se me da muy bien poner voz lacrimosa y exagerar mi inocencia. Nadie se resiste a dejarme marchar ante semejante espectáculo. No me enorgullezco, pero, ¡pardiez!, es tremendamente útil si quieres que te devuelvan una fianza.


¿Qué hice en Trivandrum, pues? Ver pelis, algunas en compañía de Parvati, una chica de la que ya os hablé y que descubrí, sentada detrás de mí, gracias a un eructo que la muy cotarrera me soltó en pleno clímax dramático del filme. Me giré, y allí estaba: obscenamente hermosa, con un inglés sobresaliente y un gran conocimiento en cine independiente malayali, puesto que está haciendo una tesis doctoral sobre el asunto. Me vino como caída del cielo. Parvati hizo una lista de películas que tenía que ver y acordamos una segunda cita en abril, para la cual trataría de conseguirme el mayor número de subtítulos en inglés que le fuera posible. Qué encanto de chica. Qué solícita y qué bella es su forma de exponer el contexto socio-político de todas las cosas. ¿Cómo es Parvati, cari?


Aterricé en la Chalachitra Academy poco después de llegar a Trivandrum, y aunque no hay un archivo fílmico como el de Pune (una gran ciudad en el estado de Maharashtra donde hay un instituto de cine harto famoso en el que estudian todos los cineastas incipientes del país), lo que tenían no estaba nada mal como punto de partida. Empecé por Swayamvaram (One’s own choice), la ópera primera de Adoor Gopalakrishnan, un director de cine que muchos conoceréis porque se le tiene mucha estima en Europa. Hablé con alguien de su casa por teléfono y me dijo que estaba en Suiza, ejerciendo de jurado en un festival de cine. En mi próxima visita, intentaré verle, porque es un tío tremendamente interesante. De Gopalakrishan ya había visto Elippathayam (Rat-trap, en la foto de cabecera), una película maravillosa sobre la inoperancia de algunos cabezas de familia de la Kerala rural que todavía se creen señores feudales. Otros directores algo más actuales, aunque Gopalakrishnan todavía siga en activo, son Sukumaran Nair, Priyanandanan o T.V. Chandran, cuyos discursos pueden parecer algo pasados de moda en el fondo, pero no siempre en la forma. Su trabajo del sonido, a pesar de incurrir muchas veces en el doblaje de los diálogos, es muy audaz y expresivo. Casi todos ellos hacen un cine de denuncia, intensamente político, y sólo algunas películas consiguen construir una historia universal y actual al mismo tiempo. Es por eso por lo que Gopalakrishan trasciende fronteras locales, aunque de él y de todos ellos espero poder daros información más precisa y de primera mano.

Olavum Theevarum (1968).

Disfruté mucho de Olavum Theevarum (Wave and shore) de P. N. Menon, una película que se mira en la vanguardia soviética, a pesar de estar filmada cuarenta años después, y que está considerada la madre de todo el cine independiente malayali. Según Parvati, antes de esta obra fundacional la mayor parte del cine en Kerala estaba compuesto por números musicales y palabras, palabras, palabras. Hay mucho de eso en Olavum Theevarum, pero también hay una poesía ingenua e irresistible que es únicamente visual, y que recorre el paisaje de los backwaters de Kerala componiendo largos interludios que detienen sensiblemente la acción. Necesité traducción simultánea, cómo no, porque esto era toda una rareza. Narra una historia bastante prototípica de amor y honor, pero contada por una comunidad musulmana y con un realismo bastante feo y descarado. Los números musicales me enamoraron (soy muy facilón en ese sentido), y algunas imágenes todavía me hacen soñar y bailar.

Meghey Dhaka Tara (1959).


Y luego me salí de Kerala y me fui a Calcuta / Kolkata, a la edad de oro del cine bengalí, donde por fin encontré las dos obras maestras de un tipo absolutamente increíble, Ritwik Ghatak. A pesar de ser muy famoso en India, no pude encontrar nada suyo hasta que no llegué a Trivandrum. Se ha comparado a Almodóvar con Ghatak, y puedo entender los motivos, tanto técnicos como temáticos, aunque el español no abraza la fatalidad de la misma forma que lo hace el bengalí. Meghey Dhaka Tara (The cloud-capped star) es un melodrama terrible filmado en 1959 sobre una pobre maestra que sustenta a sus padres y a sus tres hermanos y que, como recompensa, sólo recibe desprecio, soledad, enfermedad y locura. Todo lo que os diga es poco. Ghatak se pasa cuatrocientos pueblos, pero no por ello la película deja de ser fascinante. Tiene un personal y muy arriesgado sentido de la estética, además de una sensibilidad muy musical. Las interpretaciones de todo el reparto son excesivas, muy fieles a cada uno de los arquetipos que representan, y a veces la película se asemeja a una función de marionetas cruel o a una pesadilla molesta y estridente. En ella podemos encontrar ramalazos musicales propios del serial televisivo y del producto bollywoodense, pero acompañados de un espíritu personal, tempestuoso y envolvente. La protagonista, en un momento de la película, siente que ella tiene la culpa de todo lo que le sucede. Que se lo merece, vamos. Su ex - novio, después de haberla traicionado de la forma más ruin imaginable, le dice: ¿pero cómo va a ser culpa tuya? ¿De qué eres culpable? Y ella remata: ‘soy culpable de no haber denunciado las injusticias que se hacían contra mí. Ahora debo pagar por ello’. Todo es política.

Subarna Rekha (1965).


Subarna Rekha (The Golden River, creo) fue realizada seis años más tarde y es algo menos conocida que la primera, pero me parece todavía más impactante, si cabe, y tiene uno de las finales más increíbles que he visto nunca, junto con los de Ordet o El intendente Sansho de Mizoguchi. Un destino implacable se va adueñando de todos y cada uno de los desgraciados que se asoman a esta película. Este discurrir es lento y, en principio, parece una historia mucho más anodina, aunque cargada de belleza y de lirismo. Un desertor de los movimientos anti-separatistas en Calcuta, posteriores a la independencia india, acepta un trabajo en una vasta y desértica plantación donde puede procurar la seguridad de su hermana pequeña y de un desgraciado huérfano. Los años pasan y muchas repeticiones simbólicas infectan las vidas de los tres personajes hasta degradarlas en un tercer y espantoso tercer acto que eleva el melodrama a cumbres insospechadas. Alucinante. Entre algunos de los logros se encuentra la transición mediante encadenado de imágenes más impresionante que he visto nunca. Por supuesto, también hay puestas en escena que desafían cualquier parámetro y que sólo rinden tributo a la emoción de la tragedia que se está contando. Eso es Ritwik Ghatak: pura y desbordante emoción, como un río lleno de miseria y suciedad que ahogase a una vasta población bajo sus aguas pestilentes. Qué tío. Menudo descubrimiento.


El cine terminó y con él vino una seria promesa de vuelta a Trivandrum, y una larguísima lista de películas con las que os bombardearé sin piedad. En los suburbios de la capital, frente a una mezquita rosa muy hortera, encontré también una tienda de cine donde vendían copias muy buenas de películas de arte y ensayo europeas, donde adquirí a un precio ridículo algunas obras de Bresson (Au Hazard, Baltasar; qué peliculón), Antonioni (L’avventura) y Dovzhenko (La tierra). Qué contento me puse y qué poco vi de la ciudad. Otra vez será. Lo que atisbé de Trivandrum me pareció grotesco y encantador y espero pasear y perderme por sus callejones muchas veces. Ahora debo terminar mi trabajo pronto si quiero hacer uso de todos los nuevos contactos que he hecho. No me queda otra. Salud.


Sergio. 22/03/09.

1 comentario:

Maestrando dijo...

..Bravo bello... cuanto conocimiento.. y que grado de inmersion en la materia... ponte a ello.. "acaba" el guion.. traducelo a todas las lenguas necesarias.. y mueve ficha ahi..

Un besote.. y otros muchos, con abrazo incluido, de parte de Lolina..