miércoles, 25 de marzo de 2009

XL. La piedra sobre la mesa.


Hola, chatas y chatos. Me he dado cuenta de que no he sido muy justo con las mujeres indias. Siempre que las he sacado a relucir, ha sido para hacer un comentario erótico - jocoso acerca de su reclusión. Lo siento. Soy consciente de lo frívolo que suena todo eso, y no lo utilizo para banalizarlas (aun menos para aprobar su situación), pero es una forma torpe de acercarme a una realidad que no me es permitido comprender, puesto que aquí no puedo tener ‘amigas’. Bueno, por poder, puedo tener una amiga y formar una familia con ella, lo que no entra dentro de mis planes, desde luego. Conocéis bien a algunos de los integrantes del Teto’s Brothers Club, todos varones, y a algún que otro lugareño. Meto a l@s extranjer@s en otro saco distinto, se entiende. Sólo Parvati, una chica de Mangalore, me ha ofrecido conversación con vistas a perpetuarse, aunque ésta sea de índole intelectual. De cualquier manera, no es el momento de hablar de esta chica encantadora de labios modélicos. Tampoco encaja en el universo de Kannur. ¿Qué me queda, entonces?

En primer lugar, he de decir que nunca pensé que la separación de sexos sería tan estricta en el sur de India. Me llegan noticias de las barbaridades cometidas en el norte, especialmente en las zonas del Gujarat y el Punjab. Aquí, aunque la convivencia es mucho más pacífica (de puertas para afuera), las mujeres y los hombres ocupan asientos distintos en los templos, autobuses y casi todo tipo de espacios públicos. En lo privado, su inferioridad queda más patente, como ya comenté en la presentación de Kiran y de su familia. Sin embargo, se ve a mujeres y hombres haciendo trabajos de igual esfuerzo físico (peones de construcción, por ejemplo) y tratándose con mucha camaradería, de igual a igual (aunque dudo mucho que perciban el mismo salario).

(Nota: el otro día, de camino a una boda, me encontré con Kiran y con su hermano lavándose los dientes y las axilas a pocos metros de la playa. Les pregunté por sus planes. Me dijeron que se unirían a mí en breve, pero que tenían que recibir a un visitante que venía a ver a su hermana, como quien va a comprobar las facultades de una res. Kiran lleva las riendas de todo el asunto desde que su padre vive en Kochi, intuyo, por problemas que no vienen al caso. Cuando pienso en un chaval de veintidós años, organizando y gobernando la vida futura de su hermana de veintiuno, y sometiendo la elección de su cuñado a su discutible juicio, tiemblo. Kiran es un muchacho de gran corazón, doy fe de ello. Y hace lo que cree que debe hacer, de acuerdo a lo que es la cultura matrimonial en las zonas rurales. Pero me gustaría saber qué es lo que piensa su hermana de todo eso. Su hermano, el pequeño, va por otro lado. Es encantador e insensato a partes iguales. El otro día descubrí que tiene seis dedos en la mano izquierda).

Una boda es un gran evento para acercarse a la realidad de las mujeres indias. Todavía no he visto la pompa y la circunstancia, puesto que me ha tocado vivir, tan sólo, un par de enlaces musulmanes, que son mucho más sobrios. Todo lo importante se lleva a cabo en el interior de la casa de la novia, ante los ojos de los familiares más cercanos y de las mujeres, y el resto nos repartimos por el exterior, donde nos sirven byriani de pollo y agua caliente teñida de rosa. El novio le regala a la novia un dormitorio (¡en la casa de ella!) donde pasar sus primeras noches. He de decir que la decoración de la misma responde a un gusto estético muy… muy… alejado al nuestro. Es en esa habitación donde todos los chicos nos acercamos, uno por uno, para abrazar al novio, que permanece de pie con un montón de collares de flores y cara de pelele, y desearle lo mejor en su nueva vida. Luego salimos afuera y espantamos moscas. Así es la celebración de día.
La celebración nocturna es algo más musical. Las mujeres siguen dentro de la casa, cómo no, pero entonando canciones y mirando al sexo opuesto a través de las rejas de su ventana, con una curiosidad infinita. Los hombres jóvenes y sin compromiso, por su lado, colocan una mesa a poca distancia de la ventana, se sientan en torno a la misma y tocan palmas o hacen percusión con lo primero que pillan. También cantan, y lo hacen maravillosamente bien, con una cadencia mágica en la que se podría bucear toda la noche. Me encantaría entender las letras. Shafi, el gran Shafi, al que le tocó ser conductor de esta entrañable orquesta, aporreaba la superficie de la mesa con una piedra invisible que guardaba entre sus dedos. Yo sólo podía dar palmas, evidentemente, y observar con avidez todo lo que sucedía a mi alrededor. Los ojos femeninos, brillantes y soñadores, recortándose en sus siluetas negras, atrapaban el ímpetu masculino desde el interior de un cuarto estrecho reservado para sus saris. A veces, Shafi se acercaba y se colgaba de las rejas con el descaro que le da su soltería (no su ebriedad, porque él era familiar directo y no podía alternar con nosotros en ese sentido).

No soy nadie para juzgar si las mujeres son felices o infelices con esta situación. No lo sé. Si me tengo que fiar de mi intuición y de lo que ven mis ojos, diría que se manejan bastante bien. Que me perdonen las que vivan esa separación de sexos como un yugo insoportable, que las habrá, sin duda, y es rotundamente comprensible. Pero, en la base de todo este entramado, yace un respeto muy profundo y muy acorde con el sistema de valores indio, del que ya he hablado, y que me parece envidiable. Sería de estúpidos negar la desigualdad que hindúes y musulmanes imponen a sus mujeres. También es justo recordar que no siempre ha sido así, y que las religiones orientales solían ser un paradigma de tolerancia y equidad, antes de que les diera por el imperialismo. Se ha dicho, y con bastante razón, que la represión de la mujer en la cultura islámica fue un hábito adquirido del cristianismo europeo (en especial, del ortodoxo) a raíz de las primeras conquistas árabes llevadas a cabo por los descendientes de Mahoma. En ese sentido, las costumbres orientales, antaño avanzadas en comparación con las nuestras, han involucionado, y mucho, de la misma forma que nosotros involucionamos a partir del horror del Imperio Romano en adelante, del que tardamos casi veinte siglos en salir. Todo en historia es una sucesión de ascensos y caídas, no es nada nuevo para nadie. Y los indios, en su momento de transición, no tenían colonias a las que explotar y con las que invertir en una revolución industrial y en una mejor educación para las futuras generaciones. Así están repartidas las cartas, de momento.

Siento que le debo mucho tiempo y una introspección más detallada a las mujeres, y sin embargo, no soy capaz. Tampoco es sencillo para mí, aunque me he topado con señoras admirables en estos dos meses y pico. Sin embargo, un nubarrón más importante se cierne sobre el distrito de Kannur, en tanto que se lleva vidas por delante. Es la ignorante disputa política entre los miembros del Partido Marxista y los del Frente Nacional, que vienen a ser los mismos bandos de siempre con distintos nombres, y en los que a veces también se meten las religiones de por medio. En mis viajes a Kochi y Trivandrum, cuando digo que vivo en Kannur, todos se sorprenden y me dicen ‘War Kannur’. No es para tanto. La peor parte se la lleva Thalassery, un pueblo a veinte kilómetros al sur de Adi Katalayi, en donde los asesinatos son frecuentes. Parece mentira, puesto que veinte kilómetros no son muchos y, sin embargo, señalan una gran diferencia de valores.

Muchos radicales, tanto hindúes como musulmanes (lo mismo da), con sedes en grandes ciudades del sur como Bengaluru, se dedican a reclutar adolescentes sin oficio ni beneficio, es decir, se aprovechan del paro, como hacen las mafias napolitanas y cualquier tipo de mafia, y les dan dinero para comprarse motos, iPhones y otros artículos distintivos de la sociedad de consumo. A cambio, organizan revueltas. Hace poco, comenzó una en el templo de Adi Katalayi, a cinco minutos de mi casa, en la que se abofeteó a una chavalito musulmán que estaba bailando en la calle. Poco después, a golpe de cadena de bici, le dejaron casi muerto. Cómo no, el contraataque no tardó en aparecer, y una puñalada en la pierna dejó a todo el vecindario paralizado. Kurien lo vio mientras se compraba cigarrillos, y lamentó que nadie hiciera nada por impedir que la locura no se propagase de aquí a Kannur. El resultado: varios comercios cerrados por vandalismo, unos cuantos heridos y un montón de policía en la calle desde entonces. El chico que lo empezó todo solía entregarle el pan a Kurien todas las mañanas. Triste, muy triste. Y las elecciones generales comienzan dentro de tres semanas. Habrá que abrocharse los cinturones.

Mis queridos amigos, mientras tanto, se mantienen al margen en nuestro paradisíaco retiro, y espero que sea así siempre. Irumban, en concreto, se perfila como un chico con una gran capacidad para sorprender. Hace poco, me llamó para que viera el atardecer con él, a pesar de que los indios no entienden por qué a los occidentales nos gusta tanto ver una puesta de sol. Yo le digo que es bonito, sin más. Tampoco veo que tenga ningún misterio, más allá de lo seductora que es la belleza. Juntos, en la playa, vimos el espectáculo de todos los días mientras hablábamos de tonterías y veíamos el discurrir de los cangrejos por la arena húmeda. Neutralicé todo pensamiento inútil gracias a su sonrisa generosa, al color cambiante del cielo, al mar cálido y en calma, con su estela de sol en la superficie. No hubo nada especial en ese atardecer. Y, sin embargo, no pienso en una estampa más cercana a la felicidad. Apenas unos pocos minutos de compañía frente al océano. Y a dormir.

Sergio. 22/03/09.

1 comentario:

Maestrando dijo...

..que hilo romantico.. del idealismo de un historiador, al de un literato descriptivo.. ..se me evocan solos, los comunicados,de los nacionalistas rusos, y la belleza imaginativa, de tantas descripciones a orillas del Moldava...