miércoles, 4 de marzo de 2009

XXXV. Teto’s Brothers Club.

Todos los indios tienen, casi sin excepción, un ‘good name’ y un ‘knickname’ o mote. No es muy distinto a España, desde luego. A mí se me intentó llamar La Chamana durante una época, pero aquello no cuajó. Si tengo un mote, de siempre, ése es Teto. Por extraño que parezca, no tiene nada que ver con el juego en el que tú te agachas y yo te la meto, no. Es mucho más sencillo que todo eso. Supongo que Sergio no es un nombre muy fácil de pronunciar para tus compañeritos preescolares, y de mis años de parvulario salió ese segundo nombre que, durante mucho tiempo, fue bastante socorrido. Otra explicación de su origen está en el juego del ‘esqueleto’, que consistía en que yo, el esqueleto del título (debido a mi envidiable físico del que ya hacía gala con tan solo cuatro años), perseguía al resto de los niños del recreo hasta caer rendido. ¿Cuál era la gracia? Ninguna, realmente. Yo conseguía llamar la atención (por suerte, esta manía se fue perfeccionando con el paso de los años) y el resto conseguía reírse a mi costa. De esqueleto, Teto. Aunque la primera hipótesis es la más viable de todas.

A día de hoy, sólo dos grupos de personas me llaman Teto: algunos amigos nostálgicos de Pola de Siero, y todos los indios de Adi Katalayi y el pueblo vecino de Tothallam. Maldita la hora en que les dije que el único knickname que había tenido en mi vida era ése, porque los muy cabrones no se han olvidado de él. A veces, mientras paseo por el bosque, me sorprende una voz lejana que chilla ¡TETO!, y he de decir que me hace gracia, por qué no. Sus motes no son mucho mejores, aunque no entiendo el chiste subyacente a casi ninguno de ellos. El caso es que aquí nadie tiene un good name a la hora de los cotarros importantes. Hace pocos días, decidimos que el solar que hay al lado de la playa, ese santuario de palmeras y estrellas donde intento pescar crustáceos y jugar al cricket sin lograr ninguna de las dos cosas (tiempo al tiempo), se llamaría ‘Teto’s brothers club’. Quién me lo iba a decir.

Un club indio es un enclave natural donde poder esconder los cigarrillos y las botellas de brandy sin que las madres y las abuelas se enteren. Éstos son los integrantes del ‘Teto’s brothers club’:

a) Kiran. De todos conocido. Su mote es Buri. Soy su protegido, y eso me gusta. Gobierna la costa como un emperador. Tiene más de doscientos amigos con los que habla de muchas cosas que algún día entenderé. Bebe como un cosaco. Le gusta cogerme de la mano, lo que no debería extrañar a nadie porque, para los indios, abrazarse y caminar de la mano es un gesto de masculinidad. Muchas veces te encuentras a muchos chicos durmiendo en el suelo, abrazados los unos a los otros, entrelazados en posturas imposibles. Otras veces se acarician el brazo y la entrepierna mientras hablan de chicas o de cricket. Esto podría confundir a algún visitante. Es muy habitual tener la impresión de que un indio te quiere comer la boca cuando en realidad está muy lejos de esa intención. Kiran lleva ese juego más allá. Cuando vamos en moto, me obliga a pegarme a su culo, diciendo, ‘I want to feel your little trumpet’ (‘quiero sentir tu pequeña trompeta’). Yo le digo que mi trompeta no tiene nada de pequeña, lo que él tiene la oportunidad de comprobar por sí mismo, puesto que los varones se arriman cebolleta como demostración de hombría, y yo soy todo un varón, qué duda cabe.

b) Shafi. Se pronuncia Shapi. Es uno de los jóvenes más conocidos de la zona. Casi siempre lleva un lungi verde estampado con dibujos de fresas. Es imposible ser más risueño y más simpático. Después de prestar sus servicios en el negocio maderero, juega al fútbol en el equipo de Tothallam y cotarrea en el ‘Teto’s brothers club’. Le gusta llevarme a beber todi, un licor extraído del coco que sabe a goma. Nos lo sirven unos amigos suyos que se dedican única y exclusivamente a los cocos en el interior de una fantasmagórica cabaña. Shafi es musulmán, pero también bebe lo suyo, aunque con más discreción. De hecho, este chico es muy discreto, irónico y avispado. Tiene una novia que se llama Tindu y que vive en Kochi. No se conocen todavía, pero hablan por teléfono todas las noches y nos la pasa a todos para que la saludemos y le digamos ‘Hola, Tindu’. El resto del tiempo, sintoniza con su móvil el dial 91.9 de la FM, Radio Mango. Puede escuchar música sin cansarse y sin hablar con nadie. ¿Para qué hablar? Está claro que la conversación está sobrevalorada. Si me preocupase por tener algo que decir (y está claro que, la mayor parte de las veces, no lo tengo), todo sería mucho más estresante. No hay necesidad de hablar con Shafi, ni con Kiran, ni con nadie. Sólo hay que mirarse, y sonreír.

c) Irumban. Todavía desconozco su verdadero nombre. Irumban es una desviación malayalam de ‘Iron Man’. Sí, así de tonto. Este guapo muchachote podría ser Míster Adi Katalayi, y por suerte, no conoce lo que es la vanidad. No tiene bigote, pero sí los dientes más blancos y más perfectos que he visto nunca, y la piel más hermosa. Le gusta mucho cantar, y el cine de hostias. Me despierta a las cinco de la mañana para ir al gimnasio. Durante los treinta segundos que tardo en apartar la mosquitera de mi cara y los otros treinta segundos que me lleva arrastrarme al baño para abrir la ducha, me cago en todo. Luego, todo va bien. Algún día explicaré con detenimiento eso del gimnasio, puesto que excede la línea narrativa de este post.

d) Deepak. Se pronuncia Deebak. Trabaja cerca de Kannur, arreglando piezas de automóviles. Está como una regadera. Cuando vio Titanic, creyó en el amor romántico, eterno, y sirve fielmente a esa idea. Está todo el tiempo recordando la canción de Céline Dion (¿qué más ha hecho esta chica?) y gritando ‘¡Rose!, ¡Jack!’ (he de decir que a los indios les entusiasma esta película). Nada le obsesiona más que encontrar a su chica ideal. Cuando vamos a los templos, escoge a una de ellas y la mira con veneración, imaginándose su posible matrimonio y las docenas de niños que podrían tener en común. Me cuesta mucho entender lo que dice, pero eso no es un problema, porque es un chico muy cariñoso. Le cuento historias que se me ocurren con el argumento de chico conoce a chica, intentando que el chico se llame como él, evidentemente. Nada le hace más feliz.

e) Amjath. El otro musulmán, pero éste es recalcitrante. Desde que se apoderó de mi número de teléfono, no para de mandarme mensajes de texto misóginos y cosas bastante extrañas que denotan una naturaleza bipolar o tripolar. Ni bebe ni fuma, pero se conoce todas las drogas habidas y por haber. Detesta que no utilice ni el messenger ni el Skype, y yo, para cabrearle, le pregunto qué coño es eso del Skype. En el fondo, tiene una profunda veneración hacia lo exótico, como el resto, y no para de hablarme y de hacerme preguntas y de pedirme que repita la palabra bodi (viene a ser como ‘follar’, aunque ellos lo matizan como ‘follar con prostitutas’). Amjath es el más diestro de todos con la lengua española, y pronuncia a la perfección expresiones harto complejas, como ‘echar un polvo’ (evidentemente, no tiene ningún interés en saber cómo se dice la hora). Completa su imagen una barba negra, unos dientes siniestros y un turbante blanco.

Hay más, y los hay muy buenos, pero sus nombres me bailan. Binoi no viene nunca al ‘Teto’s Brother’s Club’, porque tiene que quedarse cuidando de que los turistas no le saqueen la nevera. Si viniera, tendría mucho tino. Y Kurien no está para estos trotes, el pobre. Sin embargo, este hombre no puede dejar de asombrarme. El otro día estaba intentando escribir al inglés la mayor parte de mitos posibles concernientes al theyyam. Una de las cosas más atractivas de la cultura india es su desenfado, presente desde los primeros stupas (con las esculturas sensuales y graciosas de las diosas de la fertilidad pegando una patadita al árbol de la iluminación). A ese respecto, Kurien (que es cristiano ortodoxo) se asombra de que todas las historias protagonizadas por Siva, Krishna o Vishnu acaben en fornicio, pero no es un asombro moralizante; al fin y al cabo, no deja de ser indio, y a él todo eso le parece normal e incluso muy ocurrente. Da gusto hablar con él de religión. El caso es que quería traducir al inglés la expresión ‘eyacular’, para describir una situación en la que Siva, transformado en tigre, tenía tal calentón que no pudo esperar a consumar con Parvati, también convertida en suma tigresa, y se corrió abundantemente. Yo no entendía lo que me quería decir, hasta que él me lo aclaró: ¿cómo se dice cuando el semen sale fuera?, y yo le digo ‘coming out’, pero pienso para mí, como le digas eso a una pareja de ancianas lesbianas centroeuropeas (ya os comenté algún día que vienen muchas por estos lares) te van a poner una cara de asco de aquí a Lima. Se lo dije. Kurien me preguntó, por qué. Yo le contesté, porque en Occidente tenemos mucho miedo al semen.

Por lo demás, hace mucho calor. El bambú se inflama, propagando incendios por el bosque tropical. Los animales se vuelven agresivos porque no tienen qué comer. Sudo mañana, tarde y noche y mi cuerpo huele a pesticida. De una a cuatro de la tarde, el agua que sale de mi ducha está hirviendo, incomprensiblemente, así que tengo que aguantarme y sudar. De noche, caigo tan rendido en el catre que no importa estar pegajoso, aunque sí que me importa despertarme con la sábana pegada al cuerpo y una sensación de mareo totalmente alucinógena. La gente está sorprendida y cree que este año las lluvias llegarán antes. Eso espero. Deseo el monzón con todas mis ganas. Así, cuando llegue octubre, el país entero estará verde y cristalino como una joven doncella, y visitaré los tesoros naturales que ahora se pudren bajo el sol. Además, tengo mucha curiosidad por ver en qué se transforma el entorno bajo una condición climática tan distinta; seguro que la otra cara de India es tan fascinante como ésta primera, aunque mi descripción del calor sea un poco desalentadora. Pero es que hace mucho calor. Mucho.

Y os dejo un regalito: ‘O saathi re’, una de mis canciones favoritas, cortesía nuevamente del gran Kishore Kumar. Si no fuera tan tremendamente conocida en India, la integraría en la película, ya que no me resisto a escribir un número musical en la jungla, con los arrozales de fondo. No sé cuándo volveré a publicar, puesto que estoy un poquito atascado con la redacción del guión, y antes de moverme más y mejor por Kerala, necesito tener una base. O sea, que voy a estar muy centrado en escribir otras cosas. Es lo deseable, y lo necesito. Volveré con fotos y cotarros. Ismael volverá con un nuevo poemario compuesto únicamente por onomatopeyas. El trópico, turbio a la par que bello, desvelará nuevas facetas de su personalidad. Y yo, con suerte, obviaré el calor y trabajaré como una hormiguita hasta que, al atardecer, alguien me grite desde el exterior: ¡TEEETOOO!

Sergio. 04/03/09.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me alegro de ver que disfrutas.
Enternecedor lo de Teto, me mola tener algo en común con tus efebos.
Sé que te joderá mucho lo de que te cojan de la mano esos jovenzuelos y te amasen la liile trumpet, pero in Rome...
Hoy soñé contigo

Tu amigo,
el pirata Wimpy Zimpy