miércoles, 25 de marzo de 2009

XXXIX. Pradeep (y II).


Hola amigos. Nuestro relato se había visto interrumpido en el momento en que Santhosh me conducía, con los primeros rayos de sol, por las carreteras olvidadas de la campiña de Kannur, en dirección al templo donde Pradeep iba a actuar como Kali. Reanudemos, pues.




Es difícil empezar por algún punto, pero me temo que debo hacerlo. No eran las siete de la mañana y Santhosh, un muchacho muy risueño y extremadamente servicial, me dejó a mi suerte en una especie de valle desolado, bajo la luz gris de la aurora. Bajando por un camino llegué al templo en cuestión, muy pequeño, de carácter familiar, en el que había pocos devotos aparte de los sacerdotes, y en el que sólo Gulikan, el dios menor que se pone una corona de diez metros de altitud para conectar el cielo con la tierra, estaba danzando perezosamente al ritmo de los tambores. Yo me moría por un café, y lo que recibí fue té con cardamomo, que no está nada mal. Después de presentarme ante unos cuantos lugareños, busqué a Pradeep por todas partes sin encontrarle. Pensé que tal vez Santhosh me había dejado en el sitio equivocado. Sin embargo, Pradeep se escondía en un cuartito de honor, en el roncaba sonoramente mientras un maquillador le dejaba la cara a punto. Me gustó volver a verle, veinticuatro horas después de nuestro primer encuentro en su casa. Me moría por ver su transformación paulatina. Así pues, me senté a pocos metros del cuarto y me dispuse a esperar y a beber té como un poseso. Pradeep no comenzaría su delirio hasta las doce del mediodía. De las siete de la mañana, que era la hora prefijada, a las doce, hay cinco largas horas en las que se pueden ver tres películas, leer siete cuentos, aprender a coser, dejar a una pareja, llorarla y encontrar otra, conquistar países, destruir otros… Muchas cosas. Lo que es a mí, dejarme en un templo es como cuando mis padres me dejaban en la librería del Pryca mientras hacían la compra del mes: un tema muy divertido.

Pronto empecé a notar que la gente me miraba con mucha sorpresa y agrado. No era nada especial, puesto que el theyyam todavía está muy alejado de ser una cosa turística. De hecho, vayas a donde vayas, te van a mirar de arriba abajo. No obstante, me enteré de que yo era el primer extranjero que visitaba ese templo en concreto. Resultaría muy absurdo tratar de describir la bondad con la que fui tratado a lo largo de toda la mañana y parte de la tarde. Basta decir que a mí se me conquista con el estómago, y comí como una bestia. En primer lugar, tuve un desayuno en la casa de al lado, donde un buen número de mujeres de distintas edades me sacaron fotos y me dieron lentejas, frutas y otras birguerías. El exceso de atenciones me incomoda un poco, puesto que no hay manera posible de devolverlas. Supongo que ellos lo saben, y por eso nunca dan las gracias, y se ríen de ti si se te ocurre dárselas. Pero ese copioso desayuno, al parecer, no era suficiente. De vuelta al templo, me esperaban habas y coco. A la hora y media, el almuerzo, consistente en el ardiente curry vegetal típico de los templos y en un postre de arroz y plátano que te hace poner los ojos en blanco. No me pegaba esos atracones desde que mi bisabuela, que en paz esté, me ponía cara rara si no comía a todas horas o si no bebía jerez. Acabo de darme cuenta de que he dedicado un párrafo entero a la comida. Pero qué le voy a hacer, me gusta engullir.

¿Qué sucedía en el bando de los dioses, mientras tanto? Pues había una pareja cómica con mucho tino. Eran Siva y Vishnu, por todos conocidos, pero Siva tenía forma de león, Thiruvappan, y Vishnu estaba convertido en Muthapan, un avatar muy querido por los hindúes por su buen humor, su carácter profético y sus múltiples ocupaciones, que van de los rituales en los templos a las inauguraciones de casas. Thiruvappan tenía un elaborado maquillaje corporal con lunares y una barba postiza que se movía o con un movimiento de barbilla o con no sé qué. Ese misterio me dejó bastante intrigado. El sol empezaba a arreciar y los sacerdotes, todos muy parecidos a Freddie Mercury, elevaron unas lonas azules sobre el recinto, con más buena voluntad que otra cosa, puesto que el calor iba a ser el mismo. Muthapan, con su arco y flecha y su corona de flores, seguía a Thiruvappan e interactuaba con él en una profusión de gestos y palabras inexplicables para un ignorante en el tema como yo, pero no por eso menos graciosas y fascinantes.



El momento de las bendiciones, sin embargo, puso el listón muy alto. Había visto a Uchita y a Tipottan dialogar entre sí, brevemente, pero lo de estos dos era un patio de vecinas, con exclamaciones, carcajadas y alusiones constantes a la gente que había en el templo, que cada vez era más numerosa, y a los sacerdotes, a los que amenazaban con mucho ardor. Aquello parecía Extra Rosa, ese programa mítico de la prehistoria del corazón en el que dos chicas muy chabacanas cotarreaban en un plató ridículo y se reían como hienas. Éstos dos las superaban en maquillaje y en gracia, qué duda cabe. Era imposible no unirse a ellos. El culmen de las bendiciones llegó cuando un sacerdote muy viejecito, que se hizo colega mío en pocos segundos, me llevó frente a Thiruvappan mientras los varones de la zona le ofrecían brandy (sí, el brandy es una ofrenda, como creo que dije ya alguna vez). Era la primera vez que estaba tan cerca de un theyyam, y pensándolo bien, el respeto irracional que me despertaba su presencia era pueril. Pero no lo podía evitar. Quería ver en él, efectivamente, a un dios. Thiruvappan me ofreció una pequeña tetera con brandy y yo me la tuve que beber delante de él. Dijo, en malayalam, que estaba muy contento de recibir a un extranjero, pero que por qué no le había traído brandy yo también, que estaba muy bonito eso de beberse el de los demás. El tino no se lo quita nadie. Le abracé y él me abrazó. Luego volví a mi escalón, donde me senté y sonreí durante horas.


Y luego vino Pradeep. A ver cómo explico esto sin parecer un loco. El caso es que nuestro amigo ya me había saludado un par de veces mientras yo pasaba por delante de su cuarto. Su rostro estaba preparado, pero su presencia todavía era muy parecida a la del día anterior. Ahora bien, cuando salió de allí y se dirigió al camerino exterior, con un cortejo de jovenzuelos que no paraban de subírseme a la chepa, ya no era él. Sé que hay que verlo para creerlo, y no trataré de convencer a nadie. Pradeep todavía me conocía, pero su sonrisa era terriblemente maliciosa, y no se correspondía con nada humano. Me presentó a uno de sus amigos en un estado de semi-inconsciencia, refiriéndose a mí como el spanish. Miraba a su alrededor con la seguridad que te debe dar el saberte con un conocimiento más allá de toda comprensión. Y, cómo no, todo eso puede deberse a una magnífica composición de un personaje, en este caso, el de Kali, la diosa de ira implacable y de amor infinito para quienes la veneran. Pero yo sentía como alguien se estaba llevando a Pradeep, cómo todo su cuerpo cambiaba, cómo alguien me miraba a través de sus ojos y se reía de mi estupefacción. Empecé a perder el sentido. Y entonces, comenzó el milagro.


La masa de gente y de niños era insostenible. El calor procedía del mismísimo infierno. Pradeep, o tal vez he de decir Kali, estaba sentado en el centro de un corro rotundo. Los músicos se volvían locos. Y la corona fue puesta sobre su cabeza. Una danza con un poder para subyugar como nunca he visto ni veré. Sólo sé que quería llorar. Pradeep / Kali se sentaba en su taburete y se miraba en un espejo haciendo unas contorsiones imposibles, exigentes. Mientras tanto, los niños chillaban como perros. La diosa se acercaba a ellos para escucharlos mejor, y se dejaba tocar, y se alimentaba de su delirio. Abría la boca y de su interior dejaba salir un grito de guerra. Colmillos. Saltos. Júbilo. Luz. Pies. Dentelladas de polvo. Ansias de muerte y de libertad en todo y en todos. Lo que estaba sucediendo tenía la piel de los milagros y la lucidez de esas imágenes que han sacudido mi vida, como la mano de Catherine Deneuve deslizándose por una cómoda o la resurrección de una muerta a partir de un leve temblor en una mano. No soy tan bueno como para transmitir un estado mental de este calibre, una brecha tan violenta. Perdonadme si lo intento. Sólo quiero decir que, por un momento, vi a Dios. No afirmo su existencia. Pero, en ese momento concreto, gracias a Pradeep, la celebré, y fue el momento más arrebatador de mi vida.

Y, sin embargo, todo esconde una paradoja. Seguí a mi poseído amigo por todo el templo durante las dos horas siguientes. Justo cuando pensaba que iba a decaer, hacía algo totalmente nuevo, bello, loco. Si hace dos meses me llegan a decir que iba a sentir algo parecido a esto, no lo hubiera creído; al menos, no con mis primeras experiencias, distantes, superficiales y descreídas. Pero Pradeep me ha regalado un tesoro que permanecerá para siempre en mi memoria. Intentaré no desviarme. El caso es que perdió el control en cuanto se apoderó de su machete de guerra. La cosa se puso un poco fea. Hubo un momento en que se giró hacia donde yo estaba y vi esa cosa a punto de atravesarme el cuello. No hay un índice alto de mortalidad por asistencia a un theyyam, pero a lo mejor pasa lo mismo que con la siniestralidad en las carreteras indias, que a pesar de que todo el mundo actúa sin pensar, la cosa funciona. Hubo un susto mayúsculo, no obstante, y vino de la mano de unos malabares altamente peligrosos que hicieron retroceder a mucha gente y que anduvieron muy cerca de alcanzar a una niña pequeña. Por supuesto, ésta lloró, aterrada. Y Pradeep/Kali se detuvo por un instante y fue a consolarla (la madre, a todo esto, ni se inmutaba). Este momento es difícil de interpretar. ¿Quién estaba reanimando a la niña? ¿Kali, maternal, con la seguridad de que nunca hubiera dejado que nada malo ocurriese? ¿O Pradeep, padre de una niña de la misma edad, tan asustado que se apeó de su trance en menos de un segundo? Esto último explicaría que, durante las bendiciones, Pradeep llamase a uno de los sacerdotes y le ordenase llevarme a la parada de autobuses. No es muy creíble que Kali piense en mi situación, por muy extranjero que fuese, pero, ¿por qué durante las bendiciones, un momento en el que todo el mundo espera las palabras mágicas de la diosa? ¿Qué coño estaba sucediendo? No es que fuese a desvirtuar lo anterior, que era imposible, pero introducía un nuevo y perturbador elemento para dar más gloria a esa celebración.


Pradeep me bendijo amorosamente, y cuando pregunté a mi amigo el sacerdote por el significado, recibí una magnífica contestación: aprende malayalam. En ello estoy, que conste. Aunque sólo sea para preguntarle a Pradeep, en su idioma, si recuerda haberle pedido al jefe de la congregación que me ayudase a volver a mi casa. Os juro que el recuerdo de este día y de todo lo que sucedió en ese templo me atormenta. Cuando lo abandonaba, sentía que me desprendía de un lugar en el que lo había dado todo de mí. Los rostros de la gente me decían adiós con un cariño insuperable. Y en el autobús, de vuelta a Adi Katalayi, un desconocido me acarició la barbilla. Demasiado. La realidad me estaba abrazando con fuerza y yo no quería despertar. Pero había ropa que lavar en casa. Y esos trajines domésticos me sacaron del trance. Frota que te frota en mi cuartito de baño, añoré a Pradeep y desée no haber abandonado nunca su presencia. Me muero por ver su siguiente actuación, y no hay duda alguna de que influirá poderosamente en la escritura de la película. Básicamente porque él me ha hecho vivir la magia del theyyam (y cómo), a la que me temo que estaba dando un poco de lado. Ay, Pradeep, qué has hecho conmigo.


Este ha sido un post largo, pero el más importante de todos. Espero que hayáis tenido la paciencia de llegar hasta el final. Espero que, los que os esperabais un blog de vídeos y fotos, no os sintáis del todo decepcionados, sobre todo después de un relato tan visual como éste. Yo, personalmente, me alegro de ser una persona tan poco tecnológica en ese aspecto. No tengo que grabar cintas y cintas ni hacer álbumes de fotos para pensar en imágenes, que es lo que hago todo el tiempo, y es lo que no puedo dejar de hacer aun intentándolo. Por supuesto, colgar ese tipo de cosas me ayudaría, y mucho, a transmitiros todo lo que me está sucediendo. Pero, de momento, lo que me está sucediendo es gracias, en parte, a que no estoy pendiente de registrar nada, sino de entregarme al momento con todas mis ganas. Aunar la vivencia y la grabación en una sola cosa lleva tiempo. Me ha costado dos largos meses empezar a entender este fenómeno acojonante. Y, sin prisa, sé que llegaré a lugares todavía más increíbles. Un saludo, familiares y amigos y curiosos. En las próximas entregas, algunos apuntes sobre las mujeres indias, los disturbios políticos que azotan Kannur y el cine malayali que descubrí en Trivandrum. Salud.


Sergio. 21/03/09.

2 comentarios:

Maestrando dijo...

Dada la hora para mi, o el tiempo que llevo despierto.. no creo que vaya a utilizar el lenguaje mas acorde, a lo que quiero decir.. Pero me surge una nueva pregunta.. Cual es el objetivo ultimo de tu estancia?..y cuales los objetivos secundarios?.. que esperas.. y que te gustaria encontrar?..
Este es un post.. impresionante.. almenos para mi. Bonito. Intrigante.. y que me ha levantado muchas dudas.. y una sensacion extraña, de que aquello que descibrias y me apetecia conocer.. ya no es tan atrayente, o ya no es "tan" para mi.. claro que yo nunca he sido una persona muy religiosa.. creo que lo mas parecido a una sensacion extrasensorial, ligado en alguna circunstancia ambiental de algun modo, a un ambito religioso, haya sido alguna interpretacion musical grande, en un contexto de calidad interpretativa... Mi pregunta.. Seria aceptable relacionar equitativamente, milagro y dios.. en cuanto dices que has visto.. a dios.. o la idea de dios, en una secuencia terrenal de fe milagrosa..??.. Besines..

Anónimo dijo...

Hola Pelayo. No se si voy a saber contestarte. Creo que te has tomado lo de "ver a Dios" de una forma muy literal. Yo tampoco soy una persona muy religiosa. Pero creo que se puede desencadenar una poderosa red de energia que te haga salirte de tu cuerpo. Algunas canciones lo hacen, sin duda. En mi caso, el cine es capaz de eso y mas. El milagro al que me refiero es la sensacion de conocer a una persona (Pradeep) y verle, veinticuatro horas despues, convertido en algo completamente distinto. No es que eso no suceda todos los dias. Es que esta era la transformacion por excelencia, la confirmacion de que hay muchas personalidades distintas viviendo en nuestro interior, o tal vez todas... Quien sea creyente, identificara eso como Dios. Yo vi a Dios por mero contagio del fervor del contexto, que en ese caso, lo era todo. No merece la pena racionalizarlo. Perderia todo su encanto. Y el objetivo ultimo de mi estancia es saber traducir esto en imagenes. No tengo objetivos secundarios. Besines. Sergio.