miércoles, 20 de mayo de 2009

LXI. El Pequeño Rann y la hora de irse a domir.



Devjibhai me llevó a ver su mundo. Un terruño de lodo infinito, abrupto, en el que vive un asno salvaje de lomo anaranjado, insensible al sol, a la insoportable claridad del desierto. Cientos de familias trabajan en la cosecha de la sal. Los que no tienen la suerte de vivir en los núcleos rurales cercanos al ferrocarril, se trasladan al fin del mundo con sus familias y malviven bajo una lona durante los seis meses en los que deben velar por la cristalización de la sal. Sus hijos van con ellos. El analfabetismo y la miseria se esparcen por una tierra inclemente, árida durante el día y fría durante la noche. Los campos de sal dañan los ojos y crean cegueras prematuras en los trabajadores. La esperanza de vida en el Pequeño Rann no supera los sesenta años de edad. Aquí nació Devjibhai.

Muchos años después de luchar por la supervivencia de la vida presente en el desierto (flamencos, reptiles, flora extrañísima), Devjibhai construyó unas cabañas circulares a la entrada del mismo, junto a un pequeño asentamiento tribal. Sin tener nada de paradisiaco, se trata de un retiro solemne, rotundo. Llegué casi de noche y la electricidad se había ido. Nuestras lámparas de aceite nos sirvieron para iluminar mágicamente los aposentos y la cocina, donde empecé a devorar mi curry con avidez. Nunca me había sentido tan cercano a ese anhelo de aislamiento con el que tantas veces soñé. Devjibhai, fumador empedernido de viri, charlatán emotivo, me llevó a un porche y me contó la historia del Pequeño Rann empezando por las placas tectónicas y la creación del sub-continente indio. A veces, entre las sombras, intuía que me miraba fijamente, y yo no podía más que esperar a que se convirtiese en lobo o algo por el estilo. No podré olvidar su curiosísima personalidad. Una vez, paró su jeep en mitad del desierto y me dijo ‘voy a hacerte una pregunta’; yo pensé, ‘ya está, ahora se convierte en lobo, o me acuchilla, o se pone a bailar, o a saber qué…’ pero sólo quería proponerme un acertijo, ‘¿Es posible que tengamos un accidente en el desierto?’, ‘No lo sé, supongo que sí, todo es posible’, ‘¿Cómo?’, ‘No lo sé’ y me empezó a hablar de las presiones comerciales que obligan a los camioneros a dar innumerables viajes a lo largo del día en busca de sal, y del polvo levantado por sus autos, y de las tragedias que se derivan de eso. Devjibhai siempre habla destacando puntos: number one… number two…, utiliza el futuro para referirse al pasado, y su frase favorita es ‘This is the possible’.

Las noches en el Pequeño Rann son un lujo para los sentidos. Devjibhai y yo sacamos la cama fuera de la cabaña y dormimos bajo las estrellas. Yo me llevé el ordenador y me puse a leer con religiosidad ‘A separate reality’ de Carlos Castañeda, que es el libro que el pequeño Ben le regala a Sayid en esta última temporada de ‘Lost’. Trata del propio Castañeda y de sus conversaciones con un brujo mejicano, Don Juan, que le inicia personalmente en el peyote. Pasando por alto el carácter irritante del propio Castañeda, el libro es una de las cosas más estimulantes que te puede pasar en un desierto, aunque la primera parte sea muy superior a la segunda. No digo más. Se puede descargar con facilidad.

Otra conversación intensa fue la que tuve con un cura que decidió, hace años, tomarse la molestia de preparar a los niños del Pequeño Rann para la educación secundaria. Hace lo que puede. Le secundan unas monjas sonrientes que asisten médicamente a los trabajadores. Devjibhai, por mi propia petición, me llevó a conocerle. Nuestro visitado tenía otros dos invitados eclesiásticos. Uno de ellos había estudiado teología en Roma, y se interesó mucho por mis escritos y mi vinculación hacia la religión. Quien me conozca, tendría que haberme oído hablar con él: ‘Nadie está interesado en el problema de la fe, padre…’ y lindezas por el estilo. Comimos pastitas con té y sonreímos beatíficamente durante media hora. Admiro a quien vive voluntariamente en el Pequeño Rann. No sabéis hasta qué punto.

La impresión que me ha producido el trabajo en los campos de sal es difícil de explicar. Una belleza desoladora asciende esas colinas blancas, acompañando el circuito imposible de las mujeres, los hombres y los niños que extraen de ella su sustento y una especie de locura pasiva que es su destino. En menos de un mes empezará a llover, y el mar Arábigo ascenderá su nivel y penetrará por el golfo de Kutch hasta el Pequeño Rann, trayendo peces y gambas pequeñitas. Es entonces cuando las familias de la zona utilizarán las barcas que tan surrealistamente dormitan sobre la arcilla, bajo el sol de la estación seca, y se pondrán a pescar. El producto de este trabajo es imprevisible, y puede que tampoco les dé para mantenerse. Eso les pondrá, nuevamente, en una condición de inferioridad frente al mercado, cuando éste demande más sal a mediados de octubre, y ellos tengan que coger sus trastos y acampar en el desierto bajo cualquier condición.






Un viaje en autobús, con un viento ardiente soplándome en los carrillos, me ha traído de vuelta a Ahmedabad. Esta ciudad me cuesta, he de decirlo. La conexión a Internet que disfruto en mi habitación de hostal me ayuda a no querer abandonarla. También ayudan un tráfico insoportable, un fortísimo sopor climático, y todas esas cositas indias que tan bien me suelen parecer pero que, a fuerza de acumularse en unos sentidos abarrotados, me agotan. La última es que no puedo ir a Kolkata. Mi antelación en la reserva no fue suficiente para que la audiencia decidiese que podía seguir en la casa. Fui expulsado del tren a pesar de mis sobornos al revisor. Estoy harto de que todo el mundo me diga que soborne, y cuando me decido a hacerlo, voy y me encuentro con el hombre más íntegro de toda la India, caray. Lo que me lleva a estar encerrado en Ahmedabad, algo que no me hace ninguna gracia. Podría hablaros de los lugares bellos que hay por aquí, pero estoy demasiado cabreado. ¡No hay manera de ir a Kolkata hasta el 10 de junio, que es cuando termina mi visado! Visto lo visto, tengo que hacer rodeos e irme a Nepal antes de encontrar un curro. Se veía venir. Mi plan es tirar de autobús y hacerme, pasito a pasito, Jaipur – Delhi – Nainital – frontera con Nepal. Pero de poco sirve prever nada, porque a lo mejor la semana que viene estoy en Ulan Bator comiéndome una bolsa de patatas fritas.

(Nota: espero aprovechar la coyuntura para ver el famoso templo de exorcismos hindúes que hay a las afueras de Jaipur. Al parecer, los brahmanes colocan pantallas de vídeo en el exterior para que sigas el exorcismo con todo lujo de detalles).

Una lucha por entrar en un tren desgasta a cualquiera. Después de varias horas intentándolo, el camino de vuelta al lúgubre pero amable Hotel Gulmarg me hizo sacar los demonios que llevo dentro (a eso hay que sumarle los constantes intentos de estafa; menos mal que no tenía el cuerpo para juergas). Tumbado en la cama, bajo el ventilador, añoré por primera vez en mucho tiempo los estados alterados de la conciencia… o, sin ser tan retorcido, una botella de algo que arda, como la que rompe a pedazos Martin Sheen al comienzo de ‘Apocalypse Now’. No, eso no es alegre. Recuerdo ahora que cuando era pequeño (y no tan pequeño) escogía con cuidado lo último que iba a ver antes de apagar la luz de mi cuarto. Siempre he sido ridículamente supersticioso. El resultado es que, la mayor parte de las veces, no sabía qué imagen retener. Así que decidí mirar siempre a Jean-Paul Belmondo, indolente y afeminado en lo alto de la pared. Su foto me trae muchos recuerdos de noches muy distintas a éstas que vivo ahora. Así pues, en épocas de ligera adversidad, miremos siempre a Jean-Paul Belmondo:





(Otra nota: el festival de Cannes no está yendo muy bien, por lo que veo. ‘Antichrist’, de Lars Von Trier, cuyo argumento me sugería muchas cosas, ha resultado ser una explosión de gore sin precedentes en la que Charlotte Gainsbourg se corta el clítoris con unas tijeras de podar, en primer plano. No doy crédito. La película de Amenábar, sin ablaciones de por medio, también ha sido recibida con alguna reserva, aunque estoy seguro de que está magníficamente dirigida).


Sergio. 19/05/09.




4 comentarios:

Anónimo dijo...

Ánimo sergio, siempre te caracterizaste por seguir adelante, tanto en lo bueno como en lo malo...aunque no estemos ahí cerca, dándote la brasa...jaja, nos acordamos mucho de ti y piensa en esos momentos de cabreo que estamos todos pendientes de tus aventurillas y deseando que encuentres tu sitio haciendo lo que de verdad te gusta.

Un abrazo, Gra

PD: Como ves seguimos leyendo tu blog....

Anónimo dijo...

Me han encantado los títulos imaginarios ¿Se admiten sugerencias? Sabes que este juego me encanta :P

Besous!

Anónimo dijo...

Claro que se admiten sugerencias, para eso esta.

Hala, al lio!!

Sergio.

Anónimo dijo...

Bien, comencemos. Título de hoy:

La rotonda del amor.