sábado, 23 de octubre de 2010

173. Renovarse para que todo siga igual, o el nuevo logro de ‘Mad men’.



De vez en cuando hablamos de series, y de esos personajes ficticios que viven y se confunden con nuestros propios anhelos durante el tiempo que las cadenas de televisión deciden prolongar su existencia. Hoy, y aunque nadie que conozca la haya visto todavía, me toca volver a hablar de ‘Mad Men’. Más que nada, porque su última y cuarta temporada es la mejor de la serie desde su estreno en 2007. Tratándose de un producto muy sobrevalorado que hasta hace poco ni arriesgaba ni ofrecía nada nuevo, su apertura a un sorprendente estudio de personajes ha sido para mí todo un gozo.

Mad men’. Por todos los lados que la veas, está Don Draper. Es una serie sobre Don Draper, como Los Soprano es una serie sobre Tony. Si no te interesa Don, al menos un poquito, estás jodido. Pero Don es interesante. Aunque en el asfixiante plano que abre la cuarta temporada parezca que tiene un mango de escoba perforándole el horto. Y a pesar de mil repeticiones cansinas sobre su carácter misterioso y muy a pesar de todas las mujeres de su vida. Don está interpretado por el fantástico Jon Hamm, que tiene una forma muy concreta de morder el filtro de los cigarrillos y una de esas voces llenas de color. El sensible tratamiento de Don sobre el papel y la presencia fascinante que le da Jon Hamm hacen de ‘Mad men’ la serie que es. Luego viene el resto: el mundo de la publicidad en la meca del capitalismo (desaprovechado, sin duda, en beneficio de las historias particulares de los personajes que viven en él); Peggy; Joan; el retrato de una época (los años sesenta); Betty; Roger; el romanticismo podrido a lo Antonioni; y los interminables tragos de whisky.

Peggy, que ya es casi la mujer de poder que siempre ha soñado ser, sigue siendo mi favorita. Es ingenua, resabida, ridícula, extrañamente hermosa y adorable. Las mejores escenas de la serie son las que comparte con Don, por el morbo nada sencillo que despiertan los dos juntos y por su tensión lobo-cordero a nivel intelectual y físico. ‘The suitcase’, un episodio centrado casi exclusivamente en ellos, con tantos gritos, lágrimas y alcohol como cabría esperar en una noche de ésas que nos cuesta tanto olvidar como recordar, ha sido la cima de la cuarta temporada. Oh, confesiones y resacas. Ay, ese agarrón de manos que nos traía ecos, ni más ni menos, que del episodio piloto. Sin embargo, su guión no me parece tan eficaz como el de ‘The chrysantemum and the sword’ o ‘Hands and knees’, dos módulos perfectos en una construcción narrativa muy inteligente.


El magnífico 'The suitcase' da exactamente lo que todos quieren:
ver a Peggy y a Don juntos.

El riesgo de la cuarta entrega de ‘Mad men’ es que sus guionistas no han repetido la tónica de oficinas y contratos tras cambiar la estética de la serie. Un giro tan radical en las vidas de todos los personajes al final de la tercera no iba a desembocar en el previsible ‘más de lo mismo con decorados nuevos’, sino en una exploración bastante pormenorizada de lo que cada uno de ellos tiene ahora mismo en su cabeza. Como una actualización o puesta al día de tramas y traumas (algunos de temporadas pasadas) para afrontar con frescura las (posiblemente) dos últimas entregas de la serie. Eso fue toda una sorpresa. También que la recta final fuese menos catártica que los episodios centrales, donde se cortó el bacalao y se dijeron muchas cosas decisivas. Y que Don haya evolucionado para quedarse, más o menos, donde estaba. El lugar en el que Weiner ha decidido dejarlo al final de ‘Tomorrowland’, la season finale, es uno menos cómodo de lo que aparenta. Amargo. Decepcionante. Como el rostro de Peggy al comprobar que su mentor puede llegar a tomar decisiones muy superficiales (o directamente estúpidas). Soy fan de esta decisión creativa en concreto. ‘Mad men’ ha tenido una forma muy elegante de mostrarnos la cobardía. Y la sensación que el espectador se lleva es una mezcla inusual de placer y malestar. Como la vida misma.

Qué bien espaciados han estado los conflictos. Qué poco morosos han sido con Peggy esta vez. Qué mal han tratado a Betty (pero qué maravillosa sigue siendo January Jones, la actriz que la da vida). Qué sencillo e inevitable ha sido todo, y qué forma tan interesante de crecer está teniendo la compañía Sterling Cooper Draper Pryce. Qué grande la escena de Joan en la sala de espera del médico. Qué grande (pero un pelín melodramático) retorno de Midge a la vida de Don. Qué gran serie, a pesar de todos los defectos que la sitúan a años luz de ‘The Wire’ o ‘Deadwood’ (de la que pronto hablaremos, pillines). ¿Quién puede hacer ‘The Wire’ de nuevo si hasta cuesta llegar a la altura de los peores episodios de ‘Los Soprano’?

Por otro lado, os refiero unas pocas impresiones sobre el estreno de ‘Boardwalk Empire’, la propuesta seria de la HBO para volver a ser eso que fue hace cinco años. La serie está, en general, muy bien concebida y aún mejor realizada. Adoro la música y los decorados que recuerdan al flashback de Vito Corleone en ‘El Padrino Parte II’. Al guión, no obstante, me parece que le falta algo de consistencia, y sólo un montaje acertadísimo lo acerca a veces a la excepcionalidad. Me gustan mucho Michael Pitt y la mayor parte de los actores y actrices secundarios. Pero los protagonistas todavía deben despuntar algo más, justificar algo más su rol en la serie con alguna acción que no deje tan indiferente. Terence Winter, el creador de la serie, tiene muchísimo talento y seguro que hará grandes cosas con esta historia de mentiras, alcohol y pólvora.

Michael Pitt y Steve Buscemi en 'Boardwalk Empire'.


Y como cierre, mis expectativas y dudas ante el inminente estreno de ‘The Walking Dead’, una adaptación del cómic de Robert Kirkman que sólo constará de seis episodios para este año. Los costes de producción deben ser monumentales, lo que deja ver el tremendo empuje que están teniendo las series estadounidenses en el sector audiovisual (¿enterado, por fin, de dónde está la calidad actualmente?; tal vez). Me encanta el cómic y me resulta difícil creer que la brutalidad y el dolor de la historia van a tener una presencia importante en la televisión, más aún en un canal (AMC) que por muy vanguardista que sea todavía pone pitidos a los ‘fuck’ o nos priva de un par de tetas con justicieros pixelados. Conformémonos con que no sea una adaptación literal y que sepa tener vida propia, independientemente del universo irrepetible, violento, desesperanzador de Kirkman.



Dulces sueños.

Sergio. 23/10/10.

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