domingo, 17 de octubre de 2010

170. Paralelo 42 (Parte I).



Juan Cruz está triste. Se ha recagado en la concha de la madre de mucha gente. El Superclásico de Avellaneda (Independientes vs. Racing) arrojó un resultado desfavorable para éstos últimos. En esta jornada dominguera, tras un partido no muy apasionante y un par de troncos muertos de ciprés cuesta arriba, me dispongo a relatar con mi habitual desparpajo y con mi recién estrenada brevedad lo que es mi vida en la comarca andina del paralelo 42.

Algo os había contado de El Bolsón, pero no demasiado. En El Bolsón hay una heladería excelente que hace helados de dulce de leche, una panadería muy competente que vende alfajores de maizena con dulce de leche y facturas de dulce de leche, además de una sucursal de Supermercados La Anónima con muchas marcas distintas de dulce de leche en una suculenta estantería. ME ENCANTA EL DULCE DE LECHE. En El Bolsón también se organiza una feria artesanal donde compré un mate y una bombilla muy cucos. Sentados en el parque que hay detrás de los puestos de la feria, docenas de personas con rastas o sin ellas venden productos que alteran la conciencia a precios bolsónicos. Como no podía ser de otra forma, en los bosques que se explayan desde cualquier esquina de El Bolsón viven duendes, tal vez producto de los productos que alteran la conciencia y por lo tanto seres que no se acoplan a la materialidad de la dimensión en la que nos ha tocado vivir, o tal vez habitantes reales de este paralelo tan hermoso.

Hace años que a pocos kilómetros de El Bolsón cayó del cielo un objeto volador no identificado. A los tres días vino gente de la Nasa y se lo llevó de aquí. Sólo un local pudo vislumbrar rastros del fenómeno tras cabalgar hasta el epicentro del suceso, curiosamente chamuscado. Muchos, a un lado y a otro del paralelo que divide Chubut de Río Negro, vieron cómo se hizo de día durante un segundo de noche.



Por si esto fuera poco, en El Bolsón viven, por rachas, Emiliano y El Facha (de quienes os hablaré pronto), y de continuo, Juan Cruz, Montse y sus niñas Aylen y Malena. Todos ellos gente muy copada. A todos les gusta el dulce de leche. Completan el cuadro un gato llamado Franela y un gaucho adorable, Merino, que habla exquisitices como ‘los asturianos sois muy bravos’ o ‘todavía estás en los brazos de Morfeo’.

¿Y qué hago aquí? Bueno… Todo parece indicar que por muy difíciles que se pongan las cosas, exprimiré mi tiempo en El Bolsón y/o alrededores hasta que no tenga más remedio que irme. Todavía no tengo trabajo ni en los cultivos ni en la farándula, aunque tampoco estoy pagando alojamiento en el Refugio Patagónico, donde apenas hay lavuro y sólo tengo que estar de vez en cuando si a cualquiera de los dos encargados actuales le da por salir a hacer algo. A menudo desearía que eso sucediese más a menudo. Si ya me encanta tener casas para mí solo, imaginaros un albergue (todavía no hay turistas en esta época del año).

Recojo palos dispersos por el césped para que futuros porteños no se lastimen las plantas de los pies (o en un supuesto aún más alcohólico, los ojos) con ellos. Observo lindos pajaritos australes a través del cristal. Limpio platos y vasos. Hago la compra. Bostezo. Cocino para Juan Cruz y para cualquiera que pase por allí, pero sobre todo para Juan Cruz, porque es un tío cojonudo y en el lavuro no le dan mucho tiempo para comer. Trabaja en un cámping que hay al lado del Refugio y charlamos en distintos momentos de la mañana. Como tengo tan poco que hacer, el gran acontecimiento del día es prepararle mate y ponerle la mesa.

Juan Cruz vivió seis años en España, más concretamente en Madrid (o, más concretamente aún, en Villalba). Allí conoció a Montse, su mujer, con la que vive actualmente a muy poca distancia de El Bolsón, en una linda casa alquilada con mucho pasto para aburrirse trabajando en él. Un placer muy poco habitual me empujó a visitarles a menudo, sobre todo durante esta última semana. Juan Cruz sabe mucho de muchas cosas, y yo no sé nada de ninguna. Me gustaría saber utilizar con soltura una motosierra, o no tener qué preguntar si un árbol está o no está muerto. Pero algo falló en mi crecimiento. Me perdí cosas muy importantes. O, por qué no decirlo, las ignoré.

Como me dispongo a perderme por el bosque durante cinco o seis días (esta vez con cámara de fotos) y son muchas las cosas que tengo que hacer todavía, esto va a resultar aún más breve de lo que me había propuesto, y seguramente inconcluso. Un capítulo dedicado al paralelo 42 que no cuenta nada del paralelo 42, sólo leyendas de ovnis y dulces caseros. Tendré que hablaros de más personajes, hacer reflexiones más profundas y cortarme el pelo. Tampoco estaría mal encontrar un trabajo.

Escribía Blaise Pascal que “corremos sin cuidado hacia el precipicio, después que hemos puesto algo delante de nosotros para no verlo”. Esto no viene a cuento de nada, pero sobra decirlo. Todo aquí es gratuito.


Sergio. 11/10/10.

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