domingo, 17 de octubre de 2010

172. Paralelo 42 (Parte II).




La mala noticia es que este post va a ser muuuuy largo. La buena es que tiene fotos que hice con la cámara que me prestaron Juan Cruz y Montse. Muuuuchas fotos. Dado el éxito comercial que tuvo aquel episodio australiano narrado con imágenes (‘The caterpillar dreaming’, post nº120), me dispongo a repetir la hazaña, aunque haya menos chicas en bikini y un único ser humano (yo) en mitad de una naturaleza sobrecogedora, la auténtica protagonista de este relato.

Día 1.



Con la intención de conocer los Andes del paralelo 42 antes de que un posible revés del destino me empuje de aquí (y espero que no tenga que ser así de momento), metí dos paquetes y medio de arroz integral en mi mochila, más un saco de dormir prestado (para las bajas temperaturas), más un par de mudas, más un libro sobre plantas, más linterna, cerillas, jabón, botas de repuesto, lata de pescar. Y me puse a caminar por un lugar a la vera del Río Blanco llamado ‘El Paraíso’ hasta la temible pasarela indianajonesca que ilustra la imagen. A partir de ahí comenzaba la picada hacia el Refugio del Hielo Azul, primera parada en una serie de refugios de montaña en los que quería emular a Jeremiah Johnson.






Una vaca andina y una tera. Las teras son pajarracos ruidosos que ponen nidos en el pasto y se cabrean enormemente si caminas cerca de ellos. Incluso planean a pocos centímetros de tu cabeza y lucen púas defensivas.

Detrás de mí, el cerro Piltriquitrón desde el mirador del Raquel. Se lo considera uno de los centros energéticos del planeta (el Piltri, no el Raquel). Pero yo de eso no sé nada. He fracasado en mi intento de tener un encuentro con la tercera fase.







La nieve empezaba a cubrir con dulzura los bosques de lengas a más de mil de metros de altura. Yo me cagaba de frío y de miedo porque se hacía de noche y todavía no había empezado a recoger leña. De hecho, sería incapaz de encender fuego a mi llegada al refugio. A ver quién es el guapo que hace llama de ramitas mojadas incendiando las páginas húmedas de un libro de pasatiempos que alguien olvidó hace seis meses.

Día 2.




Esta gata (o gato; siempre les cambio el sexo) maullaba como una niña poseída por Belcebú. No era la mejor compañía en una noche de soledad en la montaña.

Buenos días. La luz hacía maravillas sobre el valle del Hielo Azul y yo, después de un paseo por la nieve, por fin podría encender un fuego y calentar agua para el mate.












Mmmm. Matesito… Rico…




Después de comer, me lo tomé con calma para subir unos quinientos metros más hasta el Refugio del Lago Natación, tan abandonado como el que estaba dejando tras de mí. No era demasiado consciente de que el incremento en altitud vendría acompañado de un incremento considerable en el nivel de la nieve. Todavía no sé cómo subí esa ladera. Bueno, sí… Resbalándome, pidiéndole perdón a la naturaleza por mi imprudencia y con paciencia. No había un sendero discernible. Muchos de los árboles con marcas orientativas se habían caído por las tempestades invernales. El sentido común me abandonaba. Y no hice fotos de la tragedia. Sólo de este lago helado circular hermoso recopado a mil ochocientos metros.



Llegué. Jodido, pero llegué. Botas mojadas. Y un refugio en el culo del mundo, sin cristales en las ventanas.








El lago Natación, completamente helado.




Nubes. Estaba aburrido. Al poco anochecería y el cielo se teñiría de uno de los colores más amenazantes que yo recuerdo. Fue una noche fría de la que me salvó la bolsa de dormir de Juan Cruz y un fuego más o menos competente.



Tuve un sueño terrible, con muertes de seres queridos y demás jugarretas de la mente. Me desperté a las tres de la mañana con una migraña del copón y meé en el fregadero.


Día 3.





Pies, para que os quiero. Tenía la necesidad de dejar la nieve atrás, y así es como bajé por una picada bastante complicada que me llevaría al valle del Río Azul, donde un cajón natural entre dos paredes de roca escarpada da lugar a varios refugios. Uno de ellos es El Retamal.



Allí pernoctaría esa noche y otra más, a la vuelta de mis últimas excursiones. Los precios sólo son razonables si piensas en lo mucho que les debe costar llevar víveres hasta allá. Lo razonable se diluye si reflexionas aún más y piensas en qué momento el concepto de refugio de montaña se cruzó con el concepto de albergue. El que sufre de la creación de este híbrido es, cómo no, el bosque.

El Cerro Dedo Gordo, al atardecer.




Día 4.




El bosque de cañas colihues y altísimos, retorcidos coihues es una de las cosas más bonitas que haya visto nunca. Lo cruzas en tu camino al Refugio de Los Laguitos, regentado por un tío que se hace llamar El Polaco y que, por suerte, no estaba allí cuando yo llegué.

El Polaco está abriendo un paso a motor en el monte como quien le hace un corte a un vientre humano con un cuchillo de cortar pan. El motivo es comercial y con él pretende pastorear a un mayor número de turistas a un rincón remoto de los Andes. La empresa está casi terminada y el bosque de alerces por el que discurre su feísimo trazado ya ha empezado a sufrir las consecuencias. Parece que las autoridades medio-ambientales de la provincia de Río Negro han aprobado esta atrocidad.

El alerce. EL ÁRBOL CON MAYÚSCULAS. He aquí mis obsesiones personales con el señor lahuán.









Esta rama vertical es una figura antropomorfa en toda regla. O eso es lo que veo yo.



Contemplad las barbaridades que se hacen para adivinar la edad de un alerce.




Y llegué a Los Laguitos, donde una noche en la calma indescriptible del lago Lahuán y bajo la mirada del Cerro Aserrado (o Dentado, o como se llame en realidad) se convertiría en un éxtasis del retiro. Estaba enfadado por lo que le habían hecho al bosque, pero también muy feliz de estar allí y ver lo poco que necesita realmente una persona, más allá de comida, abrigo y una cocina para quemar leña. Esto ya lo dijo Thoreau en el siglo XIX. Su libro ‘Life in the woods’, también conocido como ‘Walden’, es un precursor del anarquismo y muchos ermitaños del bosque y hippies desubicados duermen con él bajo la almohada. A Thoreau lo detuvieron cuando dijo que no tenía por qué pagar impuestos a un país (Estados Unidos) que tenía esclavos negros. Ya en la cárcel, escribiría ‘Resistance to Civil Government’. Un maestro.









Día 5.

Me levanté temprano y bajé al Lago Soberanía, donde vi un cóndor en la lejanía de un cielo azul impecable.




Para llegar allí no tuve más cojones que meterme en el río. De ahí que mis zapatillas se estén secando, infructuosamente, bajo el sol.



Intento pescar. También infructuosamente.



Y me vuelvo loco.




Una lenta vuelta a El Retamal me daría nuevos placeres a orillas del Río Azul. Sobran más palabras.










Día 6.



No hay fotos de mi rostro desolado de vuelta a la civilización. Pero sí una historia.





Érase una vez una mujer que vivía con sus dos hijas en el bosque. Como no tenía patatas que darles, les daba arroz con pan y a la cama. Una noche, apareció un hombre. Decía ser el marido de la mujer y el padre de las niñas. Eso no lo sabremos nunca. Lo que sí sabemos es que esa noche se acostó con la mujer y con la menor de las hijas, por ese orden. La mayor huyó al bosque y, a su vuelta, encontró a dos mujeres torturadas por la noche y el cadáver de un hombre tras la caldera. Un hombre muerto no es fácil de hacer desaparecer. La primavera llegó, y con él el florecimiento de las angiospermas. La hija menor se especializó en matar animales con cuerdas. Y la mayor fue a la universidad. Creo que se hizo pediatra. Nunca más volvió al bosque.





Día 7.

Domingo de asado. Día de la madre en Argentina. Y yo, con la familia de



Juan Cruz



y sus niñas Malena



y Aylen,





espero.


Sergio. 17/10/10.

4 comentarios:

Manuel J. Greciano dijo...

Por fin noticias tuyas!!! Leeré con calma el post y dejaré un comentario más elaborado, de momento solo un abrazo transatlántico

Anónimo dijo...

Joder amigo menuda aventura, me llego tu mail, te respondere pronto pero mas extensamente que fui muy breve. Sinceramente me gusto mas este post que el de la australiana en bikini, y tio no actualices de 3 en 3 que luego me pego atracones en el curro y me dicen que deje internet. Cuidate mucho.

Fausto García dijo...

Una pasada Sergio. Menuda envidia! Envidia rara, porque seguramente pensaría "quién estuviera ahí", estando ahí y estando aquí...

Rankings dijo...

Este post encabeza el ranking de los que más envidia me han dado, cabrón. Para qué veas lo útil que es tener una cámara.