
pronunciada en 1950 por el Gral. Juan Domingo Perón.
Fue un día de censo poblacional y las calles de El Bolsón estaban literalmente vacías, los comercios cerrados, y sólo unos funcionarios con visera y plantillas bajo el brazo se escurrían entre un domicilio y el siguiente bajo la opacidad áspera del cielo. Ése fue el día que vio la desaparición de Kirchner, justo cuando todos los argentinos y argentinas no tenían gran cosa que hacer más que estar atentos a los medios. Ironías de la vida.
No sé gran cosa del kirchnerismo, ni del peronismo, ni de la convulsa (como todas) historia de la política argentina. Es probable que ni siquiera Kirchner o Perón supieran gran cosa sobre el movimiento que lideraban, dado que no había intermediarios de peso entre ellos y su audiencia (salvo Evita en el segundo caso), y eso debe ser tremendamente confuso para un líder.
Mi amigo Juan Cruz es uno de los muchísimos argentinos desolados y expectantes ante los cambios políticos que la muerte de Kirchner puede generar en los próximos meses. Si le desairo con mis palabras, y no lo creo, no es porque tenga nada en contra del peronismo. Todo se debe a mi falta absoluta de fe en la política y los que la ejercen, algo de lo que él ya está al corriente. Además, sólo me baso en lo poco que he leído y oído y no pretendo aparentar un conocimiento sólido sobre el tema. Me pregunto si esto, de hecho, es posible.
La locura de la política tal vez esté en su bipolaridad congénita. Perón no puede ser un ángel sin ser un demonio; Videla y sus amigotes no se hubieran alzado sin acciones guerrilleras como las de Montoneros y el Ejército Revolucionario del Pueblo (gracias a los cuales también escupieron su “teoría de los dos demonios”, equiparando el uso de la violencia de éstos a su “justa” respuesta represora en el Proceso de Reorganización Nacional); Kirchner se armó de cojones y devolvió la creencia en la justicia social a la vez que acumulaba un capital y un patrimonio harto interesantes. Y es difícil imaginárselo de otro modo. Por eso me parece inútil casarse con una persona o una idea, o pensar que ambas no van a bailar como la llama de una vela. Lo harán porque es su naturaleza. Así es como Perón y el peronismo representan, para mí, un fascinante equilibrio entre la fuerza y la fragilidad de la palabra. PAN Y CIRCO. Es lo que pienso.
Cristina es otro paradigma de la imposibilidad de la democracia. Por un lado, tenemos su lucha contra el grupo de comunicación Clarín y otros abusos del cuarto poder; por el otro, una voluntad ambigua de desunión con el resto de fuerzas políticas. O el extraño juego entre el freno a la explotación petrolífera en el sur patagónico y el desastre medioambiental y humano del cultivo de soja en el norte del país. En fin… También el bueno de Perón apartó de la docencia ni más ni menos que a Ernesto Sábato por escribir lo que pensaba, entre otras cosas menos inofensivas.
Leo las Veinte Verdades del Justicialismo Peronista y no me resisto a redactar Veinte Medias-Verdades de la Intervención en el (Des)Orden Natural de las Cosas.
1. La democracia no existe. Existe el ejercicio de poder, del cual la democracia pretende ser su justificación. Evidentemente, no lo es.
2. El ejercicio de poder tiene su origen en la necesidad de ordenar cosas. Pero como no puede ordenar nada, dicho ejercicio se queda en un uso absolutamente arbitrario de poder.
3. El poder lo ejerce uno solo. Cuando se comparte, pierde su nombre. Por eso ‘poder del pueblo’ es una contradicción.
4. El poder no es ni malo ni bueno. Está en todas partes, forma parte de todos los tipos de relación posibles entre seres vivos y es imposible no vivir en él y por él.
5. Por lo tanto, ordenarlo es alterar su discurso. Viciarlo. Instrumentalizarlo.
6. El más aborrecible intento de orden no es la política, ni la familia (un producto de la primera). Es la religión.
7. Nuestros atributos biológicos han evolucionado de tal forma que es imposible no ordenar, no numerar, no poner nombres. A joderse, por tanto.
8. Escribir en un papel cómo debe estar ordenada una sociedad, con sus leyes, decretos, constituciones, castigos y declaraciones de derechos y deberes, es tan absurdo cómo pedirle a un árbol que crezca dos metros menos para que así le llegue más luz al sotobosque. El árbol hará lo que tenga que hacer. El sotobosque también. Y la luz estará allí para todos, en mayor o menor medida. No hay nada que hacer o que decir al respecto.
9. Ninguno de nuestros intentos por ordenar la sociedad en busca de la perfección de la misma ha sido fructífero. Es más, pocos lo han intentado con un interés genuino. Nombrar todos los desastres originados por esto sería obsceno, pero pongan a la cifra de muertos tantos ceros como deseen.
10. La principal víctima del orden no somos nosotros, que al fin y al cabo somos los que lo hemos creado. Es la naturaleza. La expresión transparente de la vida y la muerte.
11. La oposición al orden no es el caos. No existe tal cosa. ¿Por qué lo llaman conflicto cuando el diálogo entre la vida y la muerte es sólo pura atracción, pura seducción?
12. Por lo tanto, la anarquía no es caos. Es sólo ausencia de poder y ausencia de orden.
13. Los ideólogos de la anarquía se encontraron con un callejón sin salida. Y no es de extrañar, ya que la anarquía no es posible. Conformémonos con que hemos sido capaces de concebirla.
14. La anarquía sólo puede funcionar a nivel individual, y aun así requiere un esfuerzo sobrehumano. (Está claro que lo más cómodo es mandarlo todo a tomar por culo e irse a vivir al bosque o al desierto, pero tampoco hay que desdeñar esta tendencia; por algo se empieza).
15. Este esfuerzo individual no es ni asocial ni egoísta. Dado que es imposible vivir en soledad y no ejercer influencia en alguien, las acciones “anarquistas” de alguien para sí mismo repercuten inevitablemente en los demás.
16. Un anarquista sólo puede despertar rechazo en los demás. Porque no intervendrá en nada. De ahí que le puedan llamar egoísta, asocial, loco, enfermo… La lista no terminaría nunca. Demasiados nombres.
17. El trabajo nos mantiene ocupados y nos enseña. Pero no nos dignifica. En absoluto.
18. La violencia es innecesaria. Pero la mayor parte de las cosas también lo son. En ocasiones tendremos que recurrir a la violencia para defender nuestra integridad o la de otros, lo que no la justifica. Intentar erradicarla, no obstante, es un imposible y un claro acto de cinismo, dado que la violencia vive implícita en el establecimiento artificial de un orden. Así que si hay que dañar o matar algo o a alguien, se hace. Que cada uno sea su propio juez.
19. Posiblemente exista un Dios, y posiblemente no tenga ningún control sobre lo que ha creado. Por eso no hay que responderle ni buscarle ni pedirle un sentido revestido de religión.
20. La no intervención en un mundo intervenido es una práctica aceptable.
Salud.
Sergio. 28/10/10.