lunes, 31 de mayo de 2010

143. Eat shit.



Pulverizando las malas hierbas en un jardín suburbial, como casi todos los miércoles bajo este cielo inconstante. Troncos de bambú, erectos y verdes como los plátanos de Queensland. Amo los bambúes, aunque hace poco aprendí que son hierbas, y no árboles; o, al menos, todavía se las cataloga como hierbas, no sé si erróneamente o no. Matthew sabe mucho de esas cosas. Yo no sé nada, pero nadie se lleva las manos a la cabeza por eso. No en este país.

La dueña de los bambúes, una vieja hiperactiva en una casa mastodóntica, no paraba de darme instrucciones. Su mirada resplandecía con el temor de quien no acostumbra a tratar con inmigrantes. Es por eso que hablaba muy despacio, paternalismo inconsciente: “¿Tienes alguna relación con Matthew?”. El ruido de la sierra contra la madera muerta. “Sí, somos amigos”. “Amigos, ¿eh? Ya veo…” y se escondió cual comadreja en algún lugar, tras la cortina de ladrillos rojos, seguramente una esquina desde la que poder ver el bambú tras el cristal, una bonita ilusión selvática para una tarde de miércoles.

Matthew y yo tenemos un ‘elephant in the room’. El otro día lidiamos con él, pero eso no lo ha hecho desaparecer. El elefante ha crecido y ahora es de color rosa.



Saltando de los jardines ricos al sorbo de cerveza de la clase obrera, ésa que le hace perder los papeles a Michael Fassbender en “Fish Tank” (Andrea Arnold, UK, 2009, peliculón que recomiendo encarecidamente), mis largas jornadas en el mercado me sirven para atisbar un pedazo de vida fascinante en la gran Melbourne. Casi todos los que trabajan en la sección de alimentos orgánicos son miembros de alguna banda de hardcore punk. Yo, en mi ignorancia o comodidad, prefiero llamarlo ruido. Tuve la suerte de ser invitado a una larga noche de conciertos en el Noise Bar, institución underground tras la estación ferroviaria de Brunswick. (Nota: Brunswick es el último reducto de autenticidad en la vida cultural de Melbourne; para una ciudad que ha evolucionado meteóricamente del barriobajerismo a la portada de una revista de tendencias, Brunswick se vive como un barco que no ha terminado de naufragar; surcado por la arteria multicultural de Sydney Road, en sus calles hay olores sin etiqueta, mucha chaqueta de cuero y viejos griegos sin dientes). La noche prometía desde el momento en que Wayne y Snooze, mis dos grandes aliados en el mercado, confirmaron su asistencia. Me lo paso terriblemente bien con estos dos, sobre todo a partir de la segunda cerveza. De Wayne ya hablé un poco, y me temo que sus incomprendidas virtudes físicas nublan mi juicio. Snooze debe andar por los cuarenta y tiene una gran nariz, una boca desastrosa, un orgulloso y elegante vello facial y una boina azul, todo lo antinatural que un azul puede llegar a ser. Tiene una novia que se llama Evie y que se gana la vida metiendo pestilencias químicas en botellas de cerveza. Hay una perra en esta historia, una perra pequeña y alargada que persigue ratas por el mercado cuando éste ha lanzado ya sus lonas sobre las mesas de fruta. Snooze es una mujer extraordinaria, generosa, cálida. Me defiende ante clientes, compañeros de trabajo y jefa, diciendo que yo soy ‘alright’ y el resto no. Aunque no sé muy bien qué le ha hecho llegar a esa conclusión, yo también siento que Snooze es mil veces más humana y admirable que el mundo en el que vive. Su voz inconfundible y su chaqueta de los Beagles (un grupo que toca versiones de los Beatles y los Eagles, de ahí el curradísimo nombre, y en el que ella toca la batería y el bajo, no sé si las dos cosas a la vez o por turnos), son impresiones que me llevaré conmigo cuando deje atrás este fascinante país.

Pero volvamos al Noise Bar. En principio me resistía a pagar los diez dólares del concierto, sobre todo teniendo cerveza y grata compañía en el salón delantero del pub. Sin embargo, los chillidos procedentes del escenario eran demasiado bonitos como para ignorarlos. Punkies y moteras guiaban mis pasos en una noche lunática. Mujeres pelirrojas en irresistibles camisetas blancas me guiñaban el ojo; yo les devolvía el guiño de la mejor manera que sé: bajando el párpado y elevando el labio superior en un mismo movimiento de cabeza, una imagen un poco patética. Mi primera sorpresa fue descubrir en la batería a la chica que trabaja frente a Garden Organics. Es morena, andrógina y guapísima. Grita muy bien. Entre grupo y grupo (algo más melódicos de lo que me hubiera gustado, pero muy interesantes en general) una maestra de ceremonias que parecía haberse equivocado de evento hacía chistes sin gracia. Menos mal que a eso de la medianoche se quitó la ropa (toda) y se puso a hacer una performance muy lenta e incómoda en la que comía y vomitaba espaguetis de lata a un mismo tiempo. Impagable. Cuando abandonó la escena, todo tomate y trocitos nauseabundos de pasta recorriendo su vientre y su coño afeitado, pudimos verle el culo, tatuado con las letras negras EAT SHIT, a palabra por nalga. La gente se volvió loca con este detalle. Ya comenté que los de Melbourne están muy preocupados por su alimentación. Por si este relato escabroso fuera poco, el siguiente número musical fue una explosión de country y ropa interior con una mujer haciendo striptease mientras hacía girar cinco aros de colores en su cadera. Alguien por ahí gritaba algo vulgar, y Snooze sonreía felizmente mientras se ajustaba los botones de su camisa de camionera.




Yo también era muy feliz con estos cotarros, como os podéis imaginar, y bebí cerveza y escuché ruido y aplaudí a mujeres desnudas con estrellas de la bandera australiana incrustadas en los pezones, todo ello hasta altas horas de la noche. El Señor X, gran amigo y seguidor de este blog, hubiera estado encantado en este antro.

Consciente de que tengo que empezar a publicar cosas más cortas y accesibles, y obligado por el calendario de trabajo a escribir cada vez menos, me temo que esta dulce narración se va a terminar aquí. Ya siento mis párpados engullendo el teclado de camino al sueño. Hala.




Sergio. 31/05/10.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me encantan tus noticias, lastima la falta de tiempo. Un beso, y si puedes espero un e-mail. Te quiero

Ludy