sábado, 8 de mayo de 2010

138. My lucky penny.




Un hombre se me acercó mientras desfloraba plátanos con parsimonia.

¿Te he dado ya tu ‘lucky penny’?
No sé qué es eso…
Todos aquí tienen su ‘lucky penny’. Toma.


Antes de los dólares, en Oz se manejaban ‘pennies’ con la reina Victoria en una cara y un canguro saltarín en la otra. El hombre me extendió una moneda acuñada en 1962, un bellísimo ‘penny’ que he devaluado al meterlo accidentalmente en la lavadora. El truco de este regalo consistía en adivinar el significado de las iniciales KG, apenas visibles sobre la cola del canguro plateado. Si averiguaba su origen, conseguiría otro lucky penny distinto. Cada uno de mis compañeros de trabajo en Garden Organics (la sección del mercado en la que vivo tres días a la semana) tiene ya una gran colección de monedas arcaicas. Yo acabo de empezar la mía.

El mercado de frutas y verduras es un lugar anestesiante en el que por fin me muevo con bastante familiaridad. No puedo dar consejos culinarios pero sí puedo empatizar con la señora que llora al ver lo bonitos que están los pepinos del Líbano en temporada. Me encanta llevar las verduras ‘al hospital’ cuando están malas. Disfruto de mis sumas y restas sobre la bolsa de papel marrón, pequeño oasis de abstracción en el mostrador. Me sorprende la gente, siempre. Me atraen las diferencias de precio entre los tomates Shane y los Victoria y los Roma; al fin y al cabo, todos pasan a valer tres dólares el kilo en cuanto la piel se les arruga y las pulpas se reblandecen. No hay nada más democrático que la enfermedad y la muerte.

Wayne, alto y calvo pero sembrado de pelo en otros tramos de su indestructible cuerpo, es un maravilloso compañero de trabajo. No tengo mucho de qué hablar con él, ni con casi nadie, pero confío en que el lenguaje no verbal sea suficiente. Me gusta Wayne porque me invitó a degustar curry en su casa cuando nadie me hablaba todavía, tras sólo dos días de trabajo en el mercado. Su acento es británico, pero su energía y sus labios y sus ojos y su forma de despedazar peras con los dientes son totalmente australianas. Jody, su novia, fuma muchos porros en el jardín de su casa y llama ‘love’ a todo el mundo (pronunciado ‘luv’). Son dos aussies de manual en los suburbios de una Melbourne cosmopolita. No tendría ningún problema en observarlos y escucharlos durante horas y horas.

Orígenes del Queen Victoria Market.

Yo podría haber dispuesto mejor estas calabazas,
pero entiendo que los sábados son días muy puñeteros.


Garden Organics, con sus amas de casa multiétnicas, sus locuras cotidianas y sus rastros de tierra entre las uñas, da sólo para un cincuenta por ciento del trabajo semanal. El resto del tiempo lo paso con un minero / mecánico reconvertido en jardinero, Matthew Shaw. El señor Shaw ha sido alguien importante a la hora de construir una estabilidad económica en esta ciudad. Me llamó cuando ya no me esperaba más oportunidades y gracias a él he cubierto muchos huecos de tiempo. Tal vez demasiados, porque ya no me queda ninguno. Ésa es una de las razones por las que Ismael y yo no estamos escribiendo mucho. Las otras razones siguen siendo la perplejidad constante de este ritmo de vida y una rutina interesante pero difícil de poner en palabras.

A las órdenes del hiperactivo señor Shaw hago lo que viene siendo mi especialidad australiana, es decir, pequeños oficios de albañilería. Lo que diferencia a mi jefe de otros jefes que he tenido anteriormente es que éste es muy marica (recordad, queridos lectores, que yo puedo usar el término ‘marica’; vosotros, no). Matthew tiene una actitud bastante masculina cuando se desenvuelve en un mundo tan habitualmente homófobo como el suyo, pero su otro yo es, como bien describe la lengua inglesa, muy ‘camp’. No fue difícil percibir esa dualidad desde el primer día que me recogió en la estación de tren de Balaclava, al sur de Melbourne. Se volvió loco intentando adivinar mi sexualidad, algo que, como comprenderéis, me divirtió enormemente. Luego empezó a hacer comentarios desternillantes, como ‘Deberías traer ropa más ajustada al trabajo’ o ‘You look hot in those pants’. No sé si esto es acoso laboral o no, pero sí sé que es un baño de ego cojonudo. Uno dobla la espalda sobre el pavimento que tiene que delinear con mucha más gracia si sabe que su jefe le está mirando el culo con lascivia desde el otro lado del jardín.

Con Matthew tengo la oportunidad de rondar los jardines e incluso el interior de las casas de algunas familias ricas. No puedo quedarme parado e investigar todo lo que me gustaría, pero cada lugar te habla elocuentemente de la gente que lo habita. Hay jardines oscuros y recogidos, abusos desproporcionados de grava, decisiones florales muy discutibles, concepciones espaciales horrorosas, piscinas llenas de hojas amarillas. No hace falta mucho para captar el ánimo que vive en cada casa. Sin embargo, suelo estar más atento a la integridad de mis manos y de mi espalda. Y con un ritmo bastante acelerado de baldosas, arena, raíces y cemento, los días pasan al lado del señor Shaw, que me paga en dinero negro y “especias”, y viajo en su utilitario por suburbios abominables, relucientes bajo un sol artifical.

Sergio: Se está poniendo muy frío.
Matthew: ¿De verdad?
Sergio: Por la noche, después de cenar, tengo que cubrirme con mantas para no quedarme tieso en el salón.
Matthew: Tú lo que necesitas es un hombre que te caliente.


Viví durante unas semanas en casa de un filósofo, el doctor Jeremy Moss (estoy conociendo a gente con nombres magníficos). Jeremy es amigo de Penny y da clases en la Universidad de Melbourne, además de coordinar investigaciones sobre justicial social, distribución de la riqueza y economía de la globalización. Es un tío majo, algo distante, con un jardín de rosas, magnolias y pimientos del que tuve que hacerme cargo mientras él se iba a dar sus conferencias internacionales. La sana costumbre del house sitting es una cosa muy australiana que puede haber nacido, o eso intuyo, del aberrante precio de la vivienda en este país. A día de hoy, casi todo el mundo vive en alquiler con una mentalidad de larzo plazo, y en cuanto una casa se queda vacía por unas semanas o unos meses, no tarda en ser ocupada por un inquilino temporal. Cuando haces house sitting tienes el privilegio de observar la vida de alguien a través de sus objetos y la distribución de los mismos, y desarrollas un respeto muy potente por un lugar ajeno. Al menos, eso es lo que sentí al vivir en casa de Jeremy, un hogar antiguo, frío, de techos altos y suelo enmoquetado, rodeado de una vegetación que se encendía con la luz de la última luna llena. Eché bastante de menos a Penny y a Michael mientras vivía allí, en las oscuras callejas residenciales de Brunswick, un barrio que huele a té marroquí y en el que algún armenio enfadado se lía a destrozar escaparates de la competencia a las dos de la mañana (los veo hacerlo porque algún sábado que otro me levanto a esas horas insanas).

Ahora he vuelto con mi lucky Penny y con Michael, ya que Jeremy se puso malo en India y ahora tiene una infección sanguínea o algo así de feo. Se me acabó el house sitting. Sólo espero que tan insigne filósofo se anime, tras su recuperación de salud, a llevarme a ver el fútbol australiano del que tanto he oído hablar. Hay un partido indispensable el próximo día veintiuno, Collingwood (algo así como el Real Madrid de los barrios de Melbourne) versus Geelong, y estamos intentando conseguir entradas para gritar palabras malditas. Lo peor que le puedes llamar a alguien es ‘cunt’, precisamente una de las palabras más atractivas de decir. Su pronunciación es muy gutural, con un punto nada desdeñable de erotismo. Cuando la cruzas con ‘fuck’ para componer un bello ‘shut up you fucking cunt’, el inglés barriobajero se convierte en melodía.

Mi tercera asignación laboral, algo que hago más por compromiso personal que por dinero, ya que mis tarifas son ridículas, es una tutoría de lengua española a una chica muy muy pava de Sri Lanka. A menudo me invento cosas extrañas, como cuando le dije que a los españoles les encanta describir los labios de la gente. Ella se lo cree y le sirve para aprender más palabras y expresiones, así que todos contentos.

Este mes crepuscular de mayo, gélido y resplandeciente con el sol y el viento otoñales, será una variación de los temas que apunté anteriormente. Tendré poco tiempo para la recreación o el onanismo espiritual, y tal vez no me prodigue mucho por aquí, pero sólo será temporalmente. Porque a finales de junio habrá un giro drástico de acontecimientos, y las semanas volverán a ser únicas e inestables. Entretanto, un evento tan ferozmente importante como el último episodio de ‘Lost’, que contará con una cobertura especial desde aquí, y para el que ya he organizado un cotarro con Penny y Michael. Ellos no entienden nada de la serie, pero les divierte mucho verme saltar en el sofá con la emoción de los últimos acontecimientos. Para no estar realmente interesados, observan las imágenes con mucho silencio (y estupefacción). No creen que sea especialmente buena, pero entienden el debate y la fascinación que produce.

¿El plano más hermoso de la sexta temporada?

Vivo en el mejor de los momentos posibles. No siento que tenga nada especial que contar, pero tampoco veo qué hay de malo en ello.

Dos regalos: Keith Carradine cantando ‘I’m easy’ en la impresionante “Nashville” (Robert Altman, USA, 1975) y un espectacular archivo televisivo de la tele australiana en el que The Seekers interpretan una de las canciones más alegres que he escuchado nunca, ‘Georgy girl’. Salud.









Sergio. 09/05/10.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ya era hora que te dejaras caer por aquí!!!Ya estábamos preocupados!!Amor, me alegro que todo esté bien, a veces algo de rutina en nuestras vidas no está mal, incluso nos sirve para despertar. Lost está que arde, no puedo parar de moverme y gritar y aunque Civerita se me impacienta, no lo puedo evitar!!!un besin muy grande, se te echa de menos ya....

Barci

Unknown dijo...

Al final acabaste desflorando! Pero entonces trabajas en una finca aparte de en el mercado?
Barci, el dardo de los gritos era sobre todo un experimento para saber si la gente leía los mails hasta el final :P
PD Qué cosas! la palabra de verificación que tengo que escribir es "ingles"