lunes, 10 de mayo de 2010

139. Un rey feliz.


Breve párrafo de excitación.


Hoy me levanté en casa de Matthew. A veces, si tenemos que empezar a trabajar temprano, me quedo a dormir en su sofá, bien arropado con una colcha marrón y un ejército de cojines. La luz roja de la cocina americana se encendió a las seis. Abrí los ojos. Había soñado mucho y me encantó despertarme. De noche todavía, con el somnoliento y sonriente señor Shaw preparando té rojo y porridge, me sentí todavía en el sueño, inexplicablemente feliz y seguro. Luego fuimos a hacer mantenimiento al jardín de una tía japonesa que vive en el exclusivo barrio de Hawthorne. Nos tiramos toda la mañana recogiendo hierbas y plantando magnolias. Los dedos permanentemente negros de tierra y otros productos que no sé nombrar en español. La japonesa tenía un juego de campanas colgantes que sonaba con el viento. Pensé en lo mucho que me gustaría levantar una casa con mis propias manos y vivir en ella. Después de tomar una sopa (la japonesa nos invitó a comer dentro de su casa, al lado de un horroroso sofá rosa; no es habitual que el cliente te abra las puertas de su territorio así como así, pero esta mujer tenía ganas de hablar; la gente que abarrota las estanterías con fotos y más fotos suele ser gente habladora), Matthew me dejó a orillas del río Yarra para que cogiera el tranvía. Iba a ser una jornada corta. El cielo era otoñal y frío y perfecto. Las hojas, rojas.


No sé si acierto a describir lo maravilloso que es Melbourne porque tampoco cuento nada que sugiera excepcionalidad. Pero nunca olvidaré este martes por la mañana.


Sergio. 11/05/10.

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