domingo, 23 de mayo de 2010

141. La oración y las verduras.



Era domingo de descanso y cogí un tren con dirección a Belgrave para pasar el día en el bosque. El día se convirtió en unas pocas horas; el resto del tiempo fue rehén del transporte público. Dandenong, que suena a onomatopeya de campanas, es un parque natural con algunos de los eucaliptos más altos del mundo. Caminar bajo sus copas convierte a la naturaleza en algo críptico, insonoro, casi cínico. Miré las lianas colgantes y el musgo esponjoso de algunas cortezas. Andy Goldsworthy dice que en sus paseos por el campo ve más muerte y decadencia que tranquilidad de corte bucólica. Creo que mi percepción está muy cercana a la suya.

Yo amo a Goldsworthy por todas estas cosas:

















El arte de Goldsworthy está condenado a no perdurar.


Después de la introducción, en la que dejo entrever que a veces también salgo de Melbourne para entretenerme en soledad, ahí van varias de cal y varias de arena.


1) El concierto de la lógica.

Penny ha observado que me desentiendo muy a menudo de la lógica. Llegó a esa conclusión tras ver mi pelea con unas pinzas metálicas. Luego continuó con toda una teoría sobre mis manos y lo que hago con ellas. Sostiene que las utilizo de una forma que puede parecer ortopédica o forzada, como si quisiese resolverlo todo con un escorzo, pero que a mí me funciona. El mero acto de remover las patatas en aceite me pide una flexión vertical del codo derecho que no ayuda en nada a la creación de la potencial tortilla. Pero no deja de ser mi reacción natural. El hecho de no entender estructuras muy elementales, claramente vinculado a mi fracaso en el equilibrio y en el seguimiento de líneas rectas, puede arrojar luz sobre el hecho de que a) sea lerdo, o b) tienda a interpretar el mundo en que me gustaría vivir en vez del mundo en el que vivo.

Paralelo al descubrimiento de que mis manos tocan cosas que no existen, también me vi a mí mismo escogiendo un lugar. Entre todos los posibles. Allí construiré algo que se acabará cayendo. Eso tampoco es lógico.


2) ‘Scorpio Rising’ needs you.

Hace unas pocas semanas alquilé la filmografía completa de Kenneth Anger, el legendario autor de algunos de los mejores minutos del underground estadounidense. Aunque fue seguidor de la secta religiosa de Aleister Crowley y llevaba el nombre de Lucifer tatuado en el pecho, eso no le convertía, estrictamente, en un satánico. Más bien en un devoto del paganismo. Pantalones vaqueros ajustados, violencia, música y prácticas ocultistas son piezas fundamentales de su cine. Lo peor que alguien puede hacer con Kenneth Anger es tomárselo en serio.

‘Scorpio rising’ estuvo a punto de traumatizarme. Posible influencia en el Blue Velvet de David Lynch, este cortometraje circuló impunemente en las salas de arte y ensayo durante el año 1964 y comprime lo mejor de su universo en veintiocho coloridos, neumáticos, dolorosos, aplastantes minutos. Siento no poder postearlo en su integridad porque algunas de las partes que encontré no tienen sonido, y los clips sin sonido pierden mucho encanto (aunque no todo).











3) Números en las mandarinas.

El frío penetrante de las siete de la mañana nos coloca a la clienta y a mí en un estado de congelación compartido. Nos miramos con consternación, dejamos que el vaho ascienda de nuestros rostros a un cielo sorprendentemente invernal e intentamos que el trámite de pesar alimentos sea lo más rápido y divertido posible. Dedos rojos y plátanos verdes. Cincuenta y dos dólares con cuarenta y cinco. No tengo monedas de cinco céntimos. Paso por detrás del culo omnipresente de Karen o del delantal de flores de Marie, y rebusco en otras cajas registradoras. Luego corto un apio en dos, mejor que una calabaza en dos. Las bolsas de mandarinas Imperial nos han llegado con alguna que otra parcialmente cubierta de moho. Me deshago de la oveja negra, o de la oveja muerta, y las vendo sueltas a cinco con noventa el kilo. Tomo un café y me soplo las palmas de las manos (nunca pensé que tendría tanto frío en este país). Suena el teléfono, pero nunca entiendo lo que dicen al otro lado de la línea así que me meto en la cámara refrigeradora. ¿Dónde están los nabos?

Tuve una conversación fascinante con una mujer de mediana edad. Tal vez llevaba gafas de sol. Era rubia, y vestía un abrigo blanco. Creo que se llevó a su casa un calabacín y un tomate, muy mal escogidos. Mientras me extendía el billete, dijo en voz baja pero firme

Deja de perseguirnos a mí y a mi familia

y por un momento pensé que a lo mejor había estado persiguiendo a alguien sin darme cuenta. Cuando decidí que no podía ser posible, masajée un par de monedas de dólar en mi mano, estupefacto, e intervine con un cortés

Excuse me?
Dame mi cambio y no hagas como que no me has oído.

Eso hice. La mujer se dio la vuelta y desapareció en la tienda de enfrente con su cambio, su tomate y su calabacín. Miedo y lástima (dos sentimientos nada recomendables). Casi tan lunática como la vieja que nos dibuja números en las mandarinas (las Imperial no, las otras).


4) Una pieza difícil.

Patrick White es el único Premio Nobel de Literatura australiano, y un escritor al que da tanto placer leer que es casi ridículo. Sus relatos cortos son bastante accesibles para mi nivel de inglés, y he decidido postear ‘The screaming potato’, no tanto un relato sino una reflexión despeinada y brillante.

Salud.


It has been said she peels an economical potato. Seven children she had to bring up after he defected. I have seen her holding a skinned potato perhaps admiring its artistry or wondering wheter to gouge the eyes. Perhaps she should leave them. A certain amount of flesh would disappear with the gouging.

This was long time ago. We have all done a fair bit of gouging since them, in the name of morality and justice. As I stand waiting for the WALK sign, the screams of the punished and the avengers flicker along Casthlereagh.

Again on the escalators, whether up or down (don´t touch the rail, God knows what you´ll catch) the screams bump and waver, swell, fade completely before the momentum of a life we´re supposed to be living, perhaps some of us actually are.

I would like to believe in the myth that we grow wiser with age. In a sense my disbelief is wisdom. Those of a middle generation, if charitable or sentimental, subscribe to the wisdom myth, while the callous see us as dispensable objects, like broken furniture or dead flowers. For the young we scarcely exist unless we are unavoidable members of the same family, farting, slobbering, perpetually mislaying teeth and bifocals. Some may Christian Science their disgust if they see death as a handout, then if the act is delayed, remember the gouging they have suffered in the past.

Some of us become vegans to atone for the soft cruelties we’ve inflicted on our fellow animals: parents, children, lovers, friends, though our eyes continue to conceal knives ready for strangers we pass in the street if they don’t recognise our right of way.

Prayer and vegies ought to help towards atonement. But don’t. There is the chopping to be done. Memories rise to the surface as we hear the whimper of a frivolous lettuce, the hoarse-voiced protest of slivered parsnip, screaming of the naked potato in its pot of tumbled water. So how can an altruist demonstrate his sincerity? Could we perhaps exist on air till the day we are returned to earth, the bed in which potatoes faintly stir as they prepare sightless eyes for birth?

O Lord, dispel our dreams, of murders we did not commit – or did we?

Patrick White.
“The screaming potato”.


2 comentarios:

Manuel J. Greciano dijo...

Geniales momentos de rutina vivencial. Encantado de saber de ti como siempre. No me voy a creer cuando acabe los procesos opositores y empiezes a ser, tú y tu llegada, un argumento recurrente para los momentos de flojera de piernas. Me dejo el cuento para un momento más lúcido, estoy en medio de un revisionado de la más famosa series finale de la historia y no me llega la neurona útil que me queda a estas horas. No te contaré nada en un tiempo, asumeme estudiando e intentando memorizar nombres como scirius comunis (ardilla) y muchos peores. Estamos por encima de estos baches. Te encantarán los feos
I miss you, I love you
Te quiero canijo
Manu

Loli* dijo...

Hola peque!! qué gusto leerte! y qué fuerte lo de la señora loca esa, no?
Espero que pronto cuelgues tu impresión sobre el fin de "La Serie" de los últimos tiempos... Acabo de ver el final... y no me quedo nada satisfecha... en fin... espero tu interpretación y tus impresiones al respecto!!
Un besazo*