lunes, 28 de septiembre de 2009

LXXXIX. Frío.


El curso terminó, al menos para mí. Así pues, me dispongo a narrar el porqué del frío en el que me veo sumido con todo el tino del que pueda disponer en estos momentos, que es mucho, porque la verdad es que últimamente me asusto de mi propio tino. Hombre ya.


Administré bien mi energía para salir de Delhi y, algunas horas después, ya estaba en Rishikesh, un lugar bastante menos hippie de lo que pensaba (tal vez porque todavía no estamos en temporada alta). El río Ganges, o la Madre Ganga, nace un poco más al norte de este pueblo sagradísimo lleno de vacas y peregrinos muy genuinos con gafas de sol. Al parecer, a Ganga no le molesta que los turistas hagan rafting en sus aguas. A mí no me interesan mucho las lanchas desde que vi ‘Río salvaje’, con Meryl Streep y Kevin Bacon, así que me dediqué a pasear y a oler la marihuana silvestre. Bueno, uno puede pasear entre los dos puentes que componen Rishikesh, y poco más. Si no te interesa el yoga, ni el reiki, ni un montón de cosas más que se pronuncian igual que reiki, estás un poco vendido en este pueblo.


Me alojé por primera vez en un ashram, que viene a ser un centro de meditación donde alinear tus chakras y mortificar tu cuerpo en celdas espartanas. Es difícil encontrar uno que no pretenda hacer negocio contigo, y éste no era una excepción, pero ya me he vuelto muy firme en lo que a temas monetarios se refiere así que me dejan en paz enseguida. En este ashram con vistas a la gris-azulada Ganga coincidí por segunda vez con las polesas de las que ya os hablé: Cris, Pili, Eva y Rocío. Mucho cotarro. Venían cargadas con cuatro sitares y una guitarra, más equipaje. No quiero imaginarme cómo se habrán desenvuelto con semejante percal en Delhi. En Rishikesh todo es mucho más fácil, así que enseguida nos pusimos a comer y a beber té con toda la tranquilidad del mundo (tan tranquilos que juntamos comida y cena). A la noche, vimos la ‘Ganga Aarti’, el alegre ritual en honor de la diosa que se celebra todos los días a las siete, mientras familias y santones hacen navegar sus velas corriente abajo (ver foto arriba). He de decir que mi cuerpo ha manifestado una subida considerable de testosterona, así que estuve más bien haciendo ‘punto diez’, lo cual no deja de ser ridículo, porque ¿quién hace ‘punto diez’ en un templo lleno de monjes, beatas arrobadas y turistas concienzados con el hinduismo? Un bobo como yo, sin duda. Pero el cuerpo es el cuerpo, y todo lo que surge de él es sabio (¿también todo lo que entra?; lo estoy pensando).


Después de mi segunda noche en Rishikesh, en la que vi el rostro de un demonio en la pared de una de las celdas del ashram (casi no duermo del susto), emprendí uno de los viajes más cansinos de mi vida en dirección al inhóspito norte. Para ello, tenía que salir de Dehra Dun, capital de Uttaranchal, para llegar, catorce horas después (que serían dieciséis) a Manali, gran centro turístico del norte de Himachal Pradesh, ya en plenos Himalayas. Lo que no sabía es que íbamos a hacer una parada intermedia en Chandigarh, lo cual pilla muy a desmano. Todavía hacía mucho calor por estos lares, así que el trayecto en autobús (nunca subestimes la decadencia del transporte público indio; siempre puede ser más destartalado de lo que te piensas) fue un tanto infernal, sucio y malo para los riñones. Si pasamos página rápidamente, nos encontraremos con que yo y un par de militares con sus respectivas kalashnikov nos tuvimos que cambiar de auto a las cuatro de la mañana, para llegar a Manali dos horas después. Ahora ya podía sentir el frío de la aurora, el humo benigno saliendo de las tazas de chai caliente, los gorros con orejeras y los ojos achinados de los autóctonos. Había llegado al norte, por fin.


Manali no es tan interesante como las colinas de los alrededores, así que no perdí mucho tiempo entre sus edificios impersonales y sus agencias de viajes. Me alojé en Vashisht, un pueblo con un interés que crece a partir de una primera impresión no muy buena (las tiendas de recuerdos siempre tiran para atrás, pero, ¿de qué va a vivir si no esta gente?). La casa de huéspedes fue una bendición, a pesar de dormir en el suelo y tener el baño en el quinto pino. La encargada me miraba siempre con mucha curiosidad y tuvo varias oportunidades para reírse de mí. La verdad es que hacía tiempo que no me sentía tan patoso para orientarme y organizar mis días, así que me fui directamente a los baños públicos para encontrar mi sentido común. El agua hirviente de estas termas de piedra es maravillosa para el cuerpo, si bien la mente tiene muchas oportunidades de distracción. Me recordó a los baños turcos, pero con más tino. Aquí posas tu calzoncillo mojado en el suelo y dejas que el chorro baje del surtidor de la pared hacia tu espalda húmeda. Te das buenas friegas y te enjabonas el sexo con discreción. Luego te aclaras y te vuelves a remojar en la piscina principal, que no es más que un cubículo de agua demoledoramente caliente. Lo mejor es que puedes ver las estrellas desde allí, y cotarrear con los aldeanos, si éstos se dejan o tienen ganas. Luego sales a la calle, respiras el aire frío (¡sí, aire frío, frío!) y amas a todo el mundo con tu sonrisa.


Supuestamente, a las pocas horas de llegar a Vashisht debía haber cogido un jeep en dirección a Leh, la capital de Ladakh. Pero me dormí. En mi defensa, diré que el jeep salía a las dos de la mañana. Pero es una defensa débil; la verdad es que estaba atontando y cansado. Tuve que pedir muchas disculpas al agente que me gestionó el billete y pagarlo otra vez, pero considerando lo mucho que me habría podido rayar con este percance estúpido, la verdad es que lo gestioné bastante bien, y mi segundo día en Vashisht tuvo tino porque seguí probando productos de la tierra que alteran la conciencia, seguí bañándome con niños y hombres de barriga imponente y seguí subiendo y bajando laderas hermosísimas mientras intentaba adivinar el final para una historia que tengo en mente. A la noche, la patrona me puso una peli de Godard en el cine particular que tiene en la planta baja de su casa. Así pude ver ‘Deux ou trois choses que je sais d’elle’, una película fascinante que compondría un buen díptico con ‘Bambi’. Cuando suceden este tipo de cosas inesperadas, lo único que puedes hacer es respirar muy hondo, como si con eso pudieras comprar la incorruptibilidad de un recuerdo.


'Deux ou trois choses que je sais d'elle'.


Esa noche ya no me dormiría. A eso de la una y media, una voz femenina empezó a chillar ‘Help me!’, como si la estuvieran asesinando. No sabía muy bien qué hacer, hasta que otros huéspedes salieron del albergue y se pusieron a disertar sobre la procedencia de los gritos, algo tan inútil como lo que había estado haciendo yo. Los gritos pararon. Si había que salvar a alguien, ya era demasiado tarde. Cuál sería mi sorpresa cuando una joven salió de la oscuridad y se sentó en las mismas escaleras en las que yo esperaba el jeep a Leh, junto a otro joven británico, Adam, un tímido ex – militar de ojos azules. La joven nos miró a los dos y luego al agente de viajes que, dentro de su tienda, hablaba por teléfono con nuestro conductor. Le pidió usar Internet. Acto seguido, se sacó un super porro del bolsillo y empezó a decirnos que nadie la había ayudado cuando se había torcido el tobillo en la ladera. Nos enseñó las piernas: ni una sola magulladura. Luego empezó a confundir unas realidades con otras hasta alejarse definitivamente de nuestro mundo. Sentí una mezcla de pena y envidia. No sentí pena de su viaje, evidentemente, sino de la gente que podría echarla de menos mientras ella, y esto es lo que activa mi envidia, se entrega por completo a otras sensaciones, a otros senderos de la vida que normalmente nunca se nos ocurre cruzar. Sé que nunca podría aprender las doctrinas de esta caída libre porque soy sensible al sufrimiento que eso podría ocasionar en la gente que me quiere. Lo que no quiere decir que mis actos fueran malos, ni mucho menos; serían una confirmación más de lo exigente que es la vida cuando quieres, REALMENTE, aprender de ella.


Tomemos aire. El trayecto a Leh. Me decidí a hacerlo por los comentarios efusivos de la Lonely Planet, que pasan un poco desapercibidos entre tanto adjetivo extremo y tantas recomendaciones acerca del mal de altura. Efectivamente, es difícil recorrer unos paisajes tan espectaculares como los de este viaje al corazón del sueño. En primer lugar, hay que decir que para llegar a Leh por tierra tienes que cruzar los puertos de montaña más altos del mundo, a cinco mil quinientos metros de altitud. Dicho lo cual, el lector se puede imaginar las diferencias de presión atmosférica, migrañas y fascinación que un viaje de veinticuatro horas puede deparar en el visitante. Los picos nevados y la flora colorida dan paso, poco a poco, a glaciares lejanos que circundan un gran desierto altísimo, surcado por formaciones rocosas indescriptibles, inexplicables. En mi libro de cabecera ’50 lugares insólitos’ se habla del valle de Hunza, al norte de Pakistán, un paraje cuyas fotografías se parecían mucho a la bella aridez de esta fracción anaranjada del Himalaya. Si nunca voy a Hunza, me quedo tan a gusto con este sustituto. A pesar de los dolores de cabeza intensos y casi asegurados que experimentaréis, no hay que dejar escapar esta oportunidad de cruzar la Gran Cordillera a motor, sobre todo si tenéis un conductor suicida al que le guste acercar las ruedas al borde de los desfiladeros. La vivencia de los dhabas (restaurantes) esparcidos por las cimas gélidas de montañas como el Rohtang La (literalmente, ‘montón de cadáveres’) y Taglang La, es impagable, desde las tiendas de lona en las que tumbarse y beber chai hasta el aspecto apátrida e impenetrable de los lugareños. Algunas lugareñas son muy jóvenes y cotarreras y hacen muchas bromas con los camioneros, bromas que seguramente se transformarán en otra cosa cuando llegue la noche y el frío ordene al hombre un contacto con la tercera fase.


Taglang La, verlo para creerlo.


Y después de muchas horas de extravagancia natural, de ésta que te hace sentir realmente insignificante, llegamos a Leh. Me uní a Adam en la búsqueda de una casa de huéspedes donde dormir, y eso es lo que he estado haciendo hasta ahora. No he visto casi nada del centro budista por antonomasia de India, además del único enclave del país bañado por el río Indo. De eso hablaremos en breve. Sólo decir que casi no queda un turista por estas calles a causa del FRÍO. Que la maravillosa patrona me prepara calderos de agua caliente por las mañanas y me mete albaricoques en la boca. Que Adam no tiene tanta fe en el contacto casual-visceral como yo, pero al menos es un chico tímido y callado. Y que, mientras sobrevivo a esta belleza sin volverme del todo loco, os echo de menos.


Sergio. 28/09/09.

1 comentario:

Manuel J. Greciano dijo...

Precioso...
Me llegó tu frío en un autobus y me alegraste todo un fin de semana
De vez en cuando veo tus montañas... Un besote