sábado, 19 de septiembre de 2009

LXXXV. Todo lo que un hombre necesita.



Hace tres días cumplí veinticinco años. Lo que hasta entonces no me había preocupado mucho, empezó a rondar por mi cabeza de forma enfermiza: hacia dónde se dirige la vida de uno, qué hay de verdad y de mentira en las concepciones que uno tiene de sí mismo, y demás majaderías para volverse loco. Es probable que todo ello se haya visto estimulado por una fiebre sorpresiva que me asaltó de noche, justo cuando un apagón devolvió la magia a la ciudad (y no el desconcierto, porque a las doce de la noche no hay gente, ni coches, ni nada de nada; hasta el caos parece regulado por unas franjas horarias). Súmese a todo eso una previsible soledad y el lector de este blog se podrá imaginar cómo un cumpleaños singular (el del primer cuarto de siglo) se convirtió en un día algo insípido. Los aniversarios, estés donde estés, casi siempre lo son.

Lo más parecido a una celebración fueron mis dos comidas en compañía de mis alumnos favoritos. En la primera, los encantadores Sachin y Sandeep me llevaron (o mejor dicho, les llevé yo a ellos; para algo sigo siendo un maestro de la orientación) a Karim’s, un restaurante legendario, aunque su aspecto cutre no lo demuestre. Se esconde tras un callejón, en uno de los laterales de la Jama Masjid, y en sus salones se sirve una receta de carne que, supuestamente, es la misma que se preparaba en los fogones reales del mismísimo Aurangzeb (el último y más controvertido / estúpido emperador mogol, por el que tengo predilección). Todo estaba delicioso. A veces me empalaga el sabor dulzón de todo, pero lo que importa son los primeros bocados, no los últimos. Soy fan de que me pongan rodajas de cebolla crudas como entrante. Y soy fan de Sachin y Sandeep, cómo no, dos personajes de los que cualquiera se enamoraría locamente. El carisma de un alto porcentaje de la población india es infinito.

Al día siguiente, volví a comer fuera con ellos. Esta vez se nos unieron dos chicas muy cotarreras de las que ya os hablé: Priyanka y Devashri. La pizza vegetariana de Pizza Hut no tenía tanto tino como el cordero en salsa de Karim’s, pero Sachin me sorprendió con unas pastillitas violetas para hacer la digestión (era muy improbable que aquello se tratase de éxtasis) y Priyanka se sacó del bolso ¡una maceta con rosas! mientras chapurreaba en español ‘feliz cumpleaños’. Disimulé mi emoción lo mejor que pude, que para algo soy su profesor. Pero no pude evitar explicarles que aquello era muy importante para mí, puesto que no conocía prácticamente a nadie en la ciudad y ese tipo de detalles me hacían sentirme menos aislado. Mis chicos giraron la cabeza a la manera india y sonrieron como si fueran a comerse el mundo. Yo giré la cabeza también y me metí en el metro, tan contento con mis flores. ¿He dicho alguna vez que me encantan las flores? Pues sí. Me gusta contemplarlas hasta cuando están secas y sin vida. ¡Qué rabia no haber podido regalar flores este año a mi madre y a mi hermana por su santo!

Al día siguiente sería mi cumpleaños, pero no me apetecía hacer nada especial si no iba a compartirlo con nadie, y no quería molestar a mis alumnos, que bastante ocupados estarían preparando su exposición oral sobre una ciudad india, exposición que a la postre les saldría un poco como el culo, la verdad. Mis caseros fueron los primeros en felicitarme. Los tuve alrededor mío todo el día, subiendo y bajando escaleras, haciendo cosas raras, y cómo no, en mi delirio de protagonismo, pensé que me habrían comprado la tarta que me prometieron, o que me estarían haciendo algo especial. Qué va. En algunos aspectos, parezco nuevo. No tienen mala intención, pero nunca te esperes de los indios que vayan a hacer algo de acuerdo a sus propias palabras. En general, espera tan solo lo inesperado. Visto el panorama, me fui a comer un thali a un restaurante callejero algo tremebundo de ese extrarradio mío que tanto me gusta, y hablé con desconocidos por eso de socializar un poco, ya que tampoco era plan de andar todo el día como un ermitaño. Para mi sorpresa, la hermana de los chicos con los que me puse a hablar (una moza muy hermosa, dicho sea de paso) también cumplía años. Lástima que la pobre no abriese mucho la boca. En este país, es casi imposible hablar cordialmente con una mujer casada.

Y luego vinieron las fiebres. Esta vez fueron amables. El apogeo me pilló en la última clase con mis chicos favoritos, ésa en las que les hago mi Gran Hermano particular (sin intriga alguna, porque nunca suspendo a nadie). Con menos ardil del habitual, tuve que zanjar un debate apasionante para volver a casa y sudar como un gorrino. El debate lo abrió Aman, interesado en saber qué tipo de trabajo podría desempeñar en España. Yo le dijo que, tal y como están las cosas, ninguno. Les hablé de la crisis por encima, para que no se hagan una idea equivocada de lo que pueden encontrar en España si deciden hacer algo parecido a lo que estoy haciendo yo en India. Aman dijo que él no quería trabajar de camarero, o en nada relacionado con el turismo. El pobre Aman es muy señorito. El resto de alumnos se lanzaron en contra de él, y justo cuando mejor me lo estaba pasando, empecé a sentirme muy mareado y cansado. Esa misma noche, después de que mis caseros me pusieran toallitas heladas en la frente para bajarme la fiebre (les acabé perdonando el desplante de la tarta), leí una postal que me había escrito Priyanka a modo de despedida. Sus palabras fueron, de alguna manera, el mejor regalo de cumpleaños que podría haber recibido. Lo único malo es que no las escribió en español. Leyéndolas, se evaporaron al instante todas las ideas derrotistas de soledad, vacío y cansancio. Recordé que, hace poco más de dos meses, me prometí a mí mismo ser el mejor profesor posible para estos chicos, haciendo práctica de los versos que citaba Alan Moore en el décimo capítulo de ‘From Hell’. Los reproduzco de memoria; no me acuerdo de su autor, ni sé si son exactos del todo o no:

Si yo fuera sastre,
sería el mejor sastre del mundo.
Y si fuera calderero,
nadie haría calderos mejores que los míos.



Lo dicho, cito de memoria. Queda la esencia. Alan Moore comparaba estos versos con el afán de perfeccionismo espiritual de Jack el Destripador, creando unas páginas sobrecogedoras. Yo me apoderé de ellas para verle el lado positivo a una ocupación que no tenía mucho que ver conmigo, en un principio. Ya que iba a pasar unos cuantos meses dando clase, necesitaba pensar que podía ser una influencia positiva para la gente con la que me tocase convivir, y no un trabajador resignado en busca de ahorros suficientes para largarse a otro sitio. No hay nada pernicioso en querer ser ‘el mejor sastre del mundo’. Priyanka ha dado sentido a un verano sedentario, ligeramente monótono. Me ha hecho ver que mis clases han significado algo, al menos para ella. Que, efectivamente, he podido darle toda la energía que me niego a mí mismo constantemente.

Ya estoy sano. Esta fiebre fue una mariconadita de nada. Hoy es domingo, y la festividad en honor a la diosa Durga comienza. Mike y yo hemos estado rezando con las bellísimas mujeres de la familia Tyagi en su altar doméstico, y nos han dejado zarandear el plato de las ofrendas delante de la imagen de Durga. Hay que andarse con ojo en este país; cuando menos te lo esperas, la vida se te viene encima.

Y sí, para qué negarlo, me he sentido muy solo en este cumpleaños. ¿Quién no echa de menos que le dén un abrazo de vez en cuando? Pensando en eso de los abrazos, ya entrada la noche, valoré por un momento la idea de ir en su busca. Al fin y al cabo, en un caso desesperado, sabría perfectamente dónde ir a buscarlos. Pero para ello tendría que soportar toneladas de mal gusto. Y al fin y al cabo, tal y como dice Sterling Hayden en ‘Johnny Guitar’: “todo lo que necesita un hombre es una taza de café y un cigarrillo”. Yo diría aún menos.

Sergio. 20/09/09.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola Corazon, un abrazo a distancia fuerte, acompañado de un beso y con el gran cariño que te tengo. ¡ Ah y un tironin de orejas!

TQ Ludy