viernes, 11 de septiembre de 2009

LXXXIII. Ocho meses contigo.



El día se ha cubierto de nubes negras y ha sido todo noche, una fantasmagoría húmeda. Tuve que pedir un paraguas a una de las muchas mujeres que viven en mi casa, pero la pobre no pudo encontrar más que una bolsa de plástico para la cabeza y un chubasquero de cuero inmenso. Me sentí bellamente abrigado y, en cierta manera, abrazado. Los charcos marrones de la calle también se abrazaron a mis pies. No es la primera vez que siento el monzón, pero hoy lo he disfrutado con una calma relativamente nueva, débase al frío insospechado que me despertó muy de mañana, o a la dulzura bienvenida de algunas miradas, hipnotizadas con mi atuendo de lluvia. Llegué a clase con la cabeza en remojo, me hice un café y corregí redacciones maravillosas sobre las playas de Sevilla y las Fallas de Tenerife. La clase posterior tampoco estuvo mal. Aman, mi chico diez, falló dos preguntas de cinco en un ejercicio de comprensión lectora, y a punto estuvo de ponerse a llorar. Lo que en otro momento hubiese desatado mi burla / crueldad, hoy me ha parecido emotivo. Es casi milagroso verles hablar tan bien después de dos meses. Conocedores como son de mi fascinación por los sellos de la civilización del Indo, la encantadora Priyanka me regaló, con motivo del día del profesor, una réplica de escayola para llevar a modo de collar. Sachin y Sandeep me trajeron dulces. Y, mientras tanto, llovía. Llovía sobre los páramos del norte de India. Llovía sobre los riachuelos grises, hogar de cerdas de aspecto radioactivo y ubres negras. Llovía sobre las cabezas verdes, amarillas y violetas, sobre los techos de trapo de los autobuses públicos, sobre la red de azoteas ámbar que dibujan el techo de Delhi. Llovía sobre mí y, por decirlo de algún modo manido, dentro de mí. Y a pesar de haber estado triste / enfadado / decepcionado durante algunos días, ya no podía seguir con esa tónica. La lluvia, y las lágrimas que acompañan al visionado de ‘Ballad of a soldier’ me lavaron del todo. Ahora todo es cuestión de mirar hacia adelante.




Han sido ocho meses curiosos, qué duda cabe. Nada ha sido premeditado, ni siquiera intuido, tanto para lo bueno como para lo malo. Son incontables los momentos en los que me he encontrado sonriendo ante lo que creía que era algo irrepetible. Sin embargo, mi gran mancha es que no he estado muy a la altura de mis expectativas creativas, con alguna que otra excepción. Me pregunto cómo vive la gente que no tiene expectativas sobre nada. Eso debe ser la felicidad.

El primer mes. Quise hacerlo todo, enseguida. Recuerdo la silueta de una niña, peinándose al alba en un tejado céntrico de Mumbai, uno de esos a la sombra de un laberinto indescifrable de cables, y recuerdo los cuervos, y el olor, y mis ganas de ver cosas, y el miedo, y la desazón. Recuerdo la intranquilidad que me produjo ver a un norteamericano visiblemente ebrio (de lo que fuera) en el ferry que nos llevaba a la isla de Elefanta. Y los primeros, luminosos días en Kerala, seguidos de una decepción singular, la del árido mundo del theyyam. Hice de embajador de la causa durante algún tiempo, y empecé a experimentar con vértigo el vaivén de turistas y el tedio de no saber si del lugar que has escogido germinarán historias o no. Siempre he tenido un miedo patológico a perder el tiempo, cuando en realidad el tiempo no es algo que se pierda. Hay que poseer algo para poder perderlo.

El segundo mes. Hice amigos, y éstos me llevaron a las grutas de la experiencia, y hubo muchos momentos de refrescante felicidad. Por el contrario, mi vida de puertas para adentro se vio truncada por muchas dudas, muchas líneas abiertas inconclusas. ¿Cómo hablar de un ritual de posesión hindú? No se me ocurrió mejor forma que (ab)usar de curas, iconografía cristiana y todos esos ramalazos místicos que siempre me han fascinado desde que observé con asombro una diapositiva de Abraham observando su descendencia en el firmamento. Gran error de base, en el que persistí hasta terminar el primer borrador del guión que pretendía escribir. Mis experiencias con el theyyam eran superficiales y, pese a visitar Kochi y perderme con gusto por la campiña de Kannur, no acabé de introducirme en ningún sitio. Sólo observé con la complacencia de los zopencos. Fue un buen momento para aprender malayalam, aprender a pescar, aprender a andar en bicicleta, aprender a vivir un poco más fuera de mí. No lo conseguí.

El tercer mes. Un poco como el anterior, de no ser porque conocí a Pradeep, y con él experimenté la alucinación de la fe. Desde entonces, soy un poco más creyente. Este descubrimiento en forma de ser humano despistado, arisco y tocado por la divinidad, me llevó a concluir el guión pero también me ha llevado, seis meses después, a darme cuenta de que la historia que estaba buscando era él y sólo él. No había que cruzarlo con nada más. Ahora lo sé, y cuando retome ‘Theyyam’, será para entregarme a Pradeep y a su mundo, con la paciencia y la certeza de que todo saldrá de una observación y un respeto más comprometidos. También acabé en Trivandrum y me maravillé con un cine insólito en una sala de visionados más insólita aún. Hizo mucho calor. Los turistas empezaron a ser atronadores y pedían a gritos un exterminio eficaz. El ejercicio físico y las horas de gimnasio me separaron un poco de Kiran, que prefería beber brandy hasta caerse redondo, noche tras noche, semana tras semana, hasta el final de los tiempos.

El cuarto mes. Kurien había sido como mi padre indio y, tras unos últimos días extraños, algo desquiciados, abandoné las alas protectoras de mi jungla adoptiva y me fui a la búsqueda de empleo. Sabía que lo que había escrito era muy mejorable, pero no podía dedicarle más tiempo. Sucedieron muchas cosas, unas buenas y otras menos buenas. Recuerdo lo mucho que deseaba enamorarme de nuevo. Por suerte, eso sólo duró unas pocas noches. La India te proporciona muchas alternativas al amor romántico, hasta casi el punto de devaluarlo por completo. Fue un mes de bodas, despedidas, trenes y películas. La superficie rosácea de los backwaters fue una agradable despedida antes de volver al norte, del que ya no he podido salir.

El quinto mes me arrebató brevemente la cordura. Mientras enfebrecí y me cagué con ridícula insistencia, vi el final de la quinta temporada de ‘Lost’, vagué por las oficinas de seres incomprensibles dedicados a la aún más incomprensible industria cinematográfica de Mumbai, y acabé huyendo al desierto, donde recibí algo de paz y de estrellas. La paz no duraría mucho. El calor rajastaní volvió a jugar con ella. Pero hete aquí que las semillas de mi futuro trabajo en el Instituto Cervantes habían empezado a germinar y yo todavía tardaría un tiempo en darme cuenta, porque había que subirse a Nepal, sí o sí. Muchos autobuses y mucha arena. Entre medias, una población desheredada, malviviendo en las turbias montañas de sal del Pequeño Rann de Kutchch. Y mucha vivencia del horror. Me di cuenta de que lo peor del horror es percibirlo como tal. Las sonrisas nepalís y la fulminante, indescriptible belleza de las faldas del Himalaya fueron una bendición para mis sentidos (nunca podré recompensar tanta amabilidad) y un bálsamo para una mente ya podrida de callejones sin salida.

El sexto mes. Kathmandu podría haber sido muchas cosas, pero fue una habitación de hotel y un buen montón de cine pirata. Bebí muchos brebajes para dejar de cagar tres veces por hora y me tragué vídeos conmemorativos de Michael Jackson con unos amiguitos suizos en paralelas circunstancias (más de lo que me gusta admitir). Volví a sentirme un poco solo. En eso, la ciudad no fue muy buena conmigo. Hasta los perros callejeros eran más insociables que de costumbre. Me lo pasé mucho mejor de lo que pensaba en la embajada india y volví a Delhi, renovado, optimista. Agarré mi nuevo y deseado empleo por los cuernos y me zambullí en el mundo inmobiliario de una ciudad que nunca pensé que llegaría a venerar. Sin embargo, ha sido generosa conmigo. Me ha dado una casa, y una rutina, y algo de confianza en mí mismo. También me ha insensibilizado como si de una inyección potente de morfina se tratase.

El séptimo mes. Apenas tuve tiempo para pensar qué estaba haciendo, sólo tuve tiempo para hacerlo. No es una mala sensación. No fue un mal mes.

El octavo mes. Empecé a tener tiempo para pensar qué estaba haciendo. Fue una mala sensación, aderezada con visionados casi obsesivos de Los Soprano y The Wire. Conseguí un dinero que necesitaba. Cociné mi propia comida y bebí agua de la nevera. Pero, en algún resquicio de mi interior, había tocado fondo. Lo sabía.

Ahora me preparo para marcharme otra vez. No sé exactamente qué día, pero será a finales de este mes o a principios del siguiente. Antes de eso, romperé el hechizo de Delhi e intentaré que un autobús o un tren me lleven unos kilómetros más allá de esta nube marrón. El frío norte, ése que se aproxima sensiblemente al Tíbet y al aislamiento con el que tantas veces juego en mi imaginación… Tal vez. Estoy pensando en ir, también, a Rishikesh, la Meca hippie por antonomasia, en compañía del hermano mayor de Sam, con el que ya alterné en una noche de ‘arte, vino y conversación’, cortesía de mi alumna Shweta, la artista. De sus cuadros sólo diré que no eran los peores; para colmo, eran los mejor situados, circunstancia feliz que se tradujo en una venta por razón de ciento sesenta mil rupias, dinero con el que se podría mantener a todo un barrio de Delhi durante un mes. La noche de ‘arte, vino y conversación’ (tal y como rezaba la invitación dorada, que me recordaba a los boletos premiados en las tabletas de chocolate de Willy Wonka) se celebró en la tercera planta de un hotel de cinco estrellas. Así es el arte. El primo de Shweta, mala copia del playboy latino, acababa de llegar de Marbella y se sorprendió mucho al ver a un español en semejante país tercemundista. ‘¿Qué haces aquí? ¿Por qué no vuelves a España?’ Yo quise contestarle con una duda apremiante acerca de cuánto le habían costado esos labios que llevaba puestos, pero me contuve. A pesar del arte y de la conversación, también había vino. En eso el hermano de Sam anduvo muy fino. En eso y en otras muchas cosas. Me lo voy a pasar muy bien con él en Rishikesh.




Arriba, uno de los cuadros de Shweta. Abajo, Shweta en persona,
o 'Queen of art', como ustedes gusten, en la prensa 'guay' de Delhi.


No sé si abandonaré (temporalmente) India en noviembre o en diciembre. Todo depende de cuánto tarde en hacer un peregrinaje de rigor a Varanasi y a Calcuta. El caso es que, a la espera de que la embajada de turno decida si soy un buen chico o un mal chico (es decir, si tengo los bolsillos bien repletos o no), mi siguiente destino será Australia, donde espero trabajar más, y mejor, y por más tiempo, aunque no será tan gratificante como esta pequeña clase de ojos atentos bajo la lluvia. En próximos episodios, cotarros menos sentimentaloides y mejor escritos. Salud.

Sergio. 11/09/09.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

..pues (desde el punto de vista de un sentimental) mejor escritos.. te va a costar.. cuando uno habla, como si lo hiciera contándoselo, a su olvidadizo "otro yo".. es cuando mejor le pueden entender los demás..

..Besos.. Pelayo

Anónimo dijo...

Gracias por tus mensajes, Pelayo. Eres un fiel del blog, y eso se agradece. No sabes cuánto.

Besos. Sergio.

Diego Stabilito dijo...

Hombre sergio no jodas!! este blog tiene un tino enorme!! siempre me lo decia nabil y nunca me acordaba de buscarlo!! hare caso en tus sugerencias!! ya las tengo bajando en V.O.S. ayer me videé Gran Torino y no me gustó nada...ibamos a revisionar Inland Empire pero nos quedamos con Quemar después de leer y se nos jodió el final, aunque me encantó...y creo que al moro y a iker Anticristo no les entusiasmó mucho!! en fin! el 31 de October Fest vamos para Madrid aunque tu sigues perdido por las Indias no??? bueno un abrazo!!

Anónimo dijo...

SSSSergiiiiiii
Que tal?? ya veo que recibiste la visita de las polesas, les mande muchos besos para ti, espero que te los diesen , los mios y muchos más.
Yo por mi parte te comento que vivo en Barcelona, llevo aqui 15 días, de momento todo va lento pero estoy contenta, es lo que queria y aqui estoy, voy descubriendo cosas de la ciudad que cada día me gustan más, otras por el contrario no las soporto, espero encontrar casa pronto y dejar de ser una sin techo, mi prima y su compañero tio bueno frances me acogen muy bien pero tengo ganas de tener mi propio colchón no compartido, por otro lao hoy tuve mi primera entrevista de trabajo.
Sigue también como siempre, te echo un montón de menos y tengo muchisimas ganas de darte un achuchón!!!
un besooo enormeeee!!!!!!!!!!!!!
Bego.

Anónimo dijo...

BEEEGOOOO!!!

Ya sabía lo tuyo de Barcelona. ¿Qué crees, que las polesas no me pusieron al día o qué? Y me alegré muchísimo de que te hubieras decidido a ir, porque sé que es lo que querías, aunque entiendo que haya algunas cosas que no soportes de esa ciudad, claro. Te deseo toda la suerte del mundo, y no decaigas en la búsqueda. Jo, qué guay saber algo de ti, no sabes la ilusión que me hace. ¡A ver cuándo es verdad que nos podemos dar un achuchón!

¡Qué tino tienes Cholo! Mis últimos post son un poco melodrama, pero espera y verás unos especiales muy cotarreros sobre las series americanas.

Un abrazo. Sergio

Anónimo dijo...

Buenos dias sergio, a la india no me da tiempo, pero a Australia si ouedo ire a verte. Un besote y cuidate mucho.

Te quiero

Ludy