martes, 7 de julio de 2009

LXXI. El verano se llama Delhi.



Desperté, todavía con un regusto a cerveza del día anterior (mi despedida nepalí). Metí mis cosas en la mochila por enésima vez y salí a la calle. Eran las seis de la mañana, y llovía a raudales. El primer taxi que cogí se estrelló contra otro taxi, así que tuve que cambiarme de vehículo ante la mirada iracunda del conductor, que no daba crédito ante la estupidez del accidente (yo tampoco). En la estación de autobuses, diez personas se pelearon por llevar mi mochila al estacionamiento para el que trabajaban. La lluvia los hacía resbalar. Me metí en el autobús ‘Dolor cervical’, pernocté en el hostal fronterizo ‘Náusea’ y, a la mañana siguiente, después de un risible control policial, cogí el autobús ‘Porca miseria’ con dirección a Delhi. Las veinticuatro horas del trayecto estuvieron amenizadas con lo peor que Uttar Pradesh puede ofrecer: contaminación, enfermedad y hambruna. El estado más poblado de India, residencia del Taj Mahal y de la fascinante Varanasi, origen de casi todas las primeras figuras políticas, también es un trance permanente, una pesadilla hipnótica, una nube de polvo. Justo cuando pensé que tendría un asiento libre a mi lado para estirar las piernas por la noche, se subió al carro la familia y uno más. Una india descarada y su hijo llorón me dieron la noche, pero no mucho… Ellos también estaban cansados. Varias paradas para las aguas mayores, menores, y luego Delhi.

Decidí alojarme por una noche en las cercanías (céntricas) del Instituto Cervantes, discutible modernez arquitectónica a la que quería ir de cabeza, sin dormir, pero con el ánimo suficiente para tantear mi futuro inmediato. Tuve suerte, al fin. El trece de julio empiezo a currar como profesor colaborador, y si aumentan las inscripciones de alumnos, a lo mejor tengo más horas de trabajo de las que me había imaginado. Muchos sabéis cuánto ansiaba este momento. Viva.



Viva.



Y viva.



Delhi es harto curiosa y mucho más sorprendente de lo que cabría esperar. No es difícil, puesto que una urbe de casi trece millones de habitantes ha de sorprender, a la fuerza. Estoy descubriendo un lugar muy distinto al de mi primera visita, ubicada en los focos turísticos / históricos, nada despreciables. Delhi también es la ciudad soñada por Luytens, una extensión geométrica y misteriosa que se esparce por la mitad sur y que aloja, con ostentación, a gran parte de los expatriados (así se nos llama) y a toda la raza diplomática. He tenido que pasar varias veces por esas calles impersonales, largas como una cadena perpetua, coloreadas con la feliz auto-exclusión de la alta sociedad. Entre medias, y superpoblando los infinitos alrededores suburbiales, la bomba a punto de detonar que es Delhi: ruido, viviendas infrahumanas, solares llenos de basura, largas avenidas comerciales con mangos amarillos deslucidos por el polvo, infinidad de niños y niñas y una larga colección de estampas de lo trágico, de lo inexplicable, de lo que no puede llegar a afectar porque, directamente, no existe. Una disertación sobre lo que existe y lo que no requiere mucha más madurez de la que yo puedo ofrecer aquí. Tengo que dejarme llevar hasta que esa fuerza necesaria que exige el norte de India me enderece.


El triángulo de la Nueva Delhi británica: Connaught Place (cúspide),
Indian Gate (derecha) y la residencia del primer ministro (izquierda).


(Nota: ¡qué distinto es el sur y cómo se echa de menos cuando empiezas de cero en un lugar como Delhi! Algunos ilustres miembros del Teto’s brothers Club me llaman y me preguntan How is Delhi? una y otra vez. No esperan contestación, y yo no espero otro tipo de preguntas. Todavía nos entendemos bastante bien, a pesar de la distancia).

Cerca de mi recién estrenado lugar de trabajo hay un Indian Coffee House antiquísimo, de importancia histórica proporcional a su nivel de decrepitud. En él se reúnen diariamente los mismos personajes, casi todos ellos hombres de negocios o indios retirados de la vida política o docente, pero con un ánimo de tertulia intacto, más propio (por lo que me cuentan) del espíritu intelectual de Calcuta. Allí conocí a un señor asombroso de ochenta y cinco años al que frecuento cada día a la hora de comer. Me gustaría entenderle mejor, pero al pobre hombre sólo le queda un diente, así que tengo que hacer un gran esfuerzo auditivo. Tiene el dudoso honor de haber estado encarcelado durante quince años durante las postrimerías del imperio británico. Es un agitador nato y un vestigio de los antiguos preceptores que velaban por la educación de los hijos de las clases distinguidas. Su nombre es muy largo y todavía no he podido quedarme con él, pero tampoco lo necesito, porque siempre le llamo ‘Sir’. Está muy implicado en la labor de buscarme un alojamiento decente, para lo cual organiza un cotarro diario del que ya os hablaré cuando toquemos el tema de la vivienda. También me cuenta cosas de Indira Gandhi (que solía ir a este café) y de los diversos dramas que componen la historia india; a cambio, yo le cuento tonterías sobre los cristianos, la Inquisición y las auroras boreales laponas, así de mezclado. Si voy allí a comer todos los días (y se trata del sitio más barato en un kilómetro a la redonda, así que lo veo muy probable), me esperan muchas horas en la compañía de este sorprendente señor y sus amigos descalzos.


El Indian Coffee House de Delhi; en el pasillo, un 'crack' de camarero
que sólo puede alegrarte el día.


Tengo tal confusión mental que me es imposible hacer popurrís temáticos. Quiero hablaros de los periódicos, de Bollywood, de los alquileres, del artículo 377 (no sé si lo habréis oído, pero aquí ha sido el tema en boca de todo el mundo junto con el presupuesto general del Estado y las dotes interpretativas de Priyanka Chopra). Pero tengo que espaciar las cosas y salir, primero, del caos en el que vivo. Lo importante es que voy a detenerme en Delhi por unos meses (con esperanzas de visitar enclaves cotarreros cuando tenga días libres). Las reflexiones que surjan de esta megalópolis aparecerán, poco a poco, a lo largo de un verano sin mar pero con monzón.


Priyanka, una tía muy fuerte. La llaman 'la sirena de Bollywood'.


(Otra nota: no lo puedo evitar. Priyanka Chopra es una tía que ganó el Oscar bollywoodense a la mejor actriz por su papel de super-modelo en ‘Fashion’, una película muy original sobre cómo una chica buena de senos abundantes puede acabar fumándose un cigarrillo por frecuentar malas compañías. Después de recibir su premio, y de vencer a la favorita Aishwarya Rai, vino el turno del mejor director. Ashutosh Gowariker, galardonado por su épica ‘Jodha Akbar’, le dijo a Priyanka, delante de todo el mundo, que no entendía por qué se había llevado el premio cuando Aishwarya competía con ella por ‘Jodha Akbar’. Murmullos, carraspeos, caras de póquer. Con intención de arreglarlo, Gowariker añadió: ‘Tal vez sea porque tú eres muy trabajadora y a ella le sale todo más natural’. Toma ya. Los indios pueden ser muy directos. Y eso que Gowariker y Chopra están trabajando juntos en una nueva película. Me encantaría que alguien aprovechase su minuto de oro en los Oscar para arruinar el minuto de oro de otro: ‘¿por qué te acaban de premiar, Fulanita? Ah, sí, porque eres negra, y hay que cumplir con el porcentaje’. Vaya tema).

Sergio. 07/07/09.

2 comentarios:

Elena Garrido dijo...

Es fantástico recibir postales.
Me alegra saber que asientas tus nalgas por un tiempo y con trabajo, que parece mentira que yo lo diga, pero trabajar es el mejor remedio para la locura incipiente, pero en tu caso nunca se sabe, eres imprevisible como el viento o cual cabritillo que salta y salta hasta que se despeña por una roca precipitandose al vacío pero que cae de pie con lo cual tenemos un final feliz en esta bonita historia zoológica.
Me encantan las biografías, aunque además de ojos de gato, yo habría añadido juegos educativos como los Oscar, tinieblas, representación de asesinatos y muertes, programas de radio, etc. Pero entiendo que no viene al caso :P

Título de hoy:
Creo que tu tía Olvido es quien me visita por las noches.

Te escribiré un mail contandote cositas.
Cuídate mucho.
Siempre tuya, Ginger.

Anónimo dijo...

Hola Sergio!!!!!
Soy Cristina Redondo y te comento que el dia 6 de Septiembre llegaré con otras tres amigas a la ciudad donde ahora mismo te encuentras, :) y que menos que hacerte una visitilla no? Además tengo muchas ganas de verte y que me cuentes...
Un abrazo y un besazo.