miércoles, 15 de julio de 2009

LXXIV. Puerta abierta a los monos, los velociraptores, las palabras.


Mis amiguitos jubilados del Indian Coffee House hicieron lo que buenamente pudieron para encontrarme una casa en el centro. Una de ellas era muy graciosa; consistía en un despacho del rollo detective alcohólico, un dormitorio vacío, un armario cuyo interior era más grande que el dormitorio y una terraza bajo un cartel luminoso del MacDonald’s. No se le puede pedir más encanto. El problema era que para mear o ducharme o defecar tenía que cruzar un pasillo lleno de mujeres con los ojos quemados por la televisión, es decir, la larguísima casa del casero. Tener el baño en el patio interior del arrendador no seduce a mucha gente. Las otras opciones céntricas eran domicilios de protección oficial que podría haber ocupado de forma ilegal, pero no quise jugármela por tan poco. Así pues, me hice (forzosamente) fan del extrarradio.

El metro de Delhi te prohíbe escupir y poner bombas, dos de mis actividades favoritas. El viaje al extrarradio se convierte, pues, en un coñazo amenizado por los estallidos de violencia física de algún puñado de indios o por el periódico del vecino. Las zonas de la ciudad están divididas en sectores, los sectores en bloques, los bloques en números y los números en letras. Cuando llegas finalmente a tu letra-destino, después de haber hecho una media aritmética de todas las indicaciones recibidas para no marearte más de lo debido, te das cuenta de que está anocheciendo y de que Delhi es mucho más grande de lo que nunca habías imaginado.

Muchas casas de las afueras gozan de la tranquilidad de las afueras. Pero poco más. En Rohini, un pequeño poblado cubierto de polvo y de católicos, hallé una de mis candidatas a residencia veraniega en el mismo bloque en el que una vieja hacía ejercicios gimnásticos con su cuello. ¿Es aquí donde se alquila una habitación?, le pregunté, discretamente, en una de sus pausas; No hay agua, no hay electricidad, me contestó, a lo Eva Moore en ‘The old dark house’: ‘No beds! They can’t have beds!’ En Dwarka, otro infinito páramo de sectores de hormigón gris, vi un ático tan ridículo que a punto estuve de quedármelo. Los indios no quieren vivir en los pisos superiores, no por el calor, sino por el rechazo psicológico a ocupar las antiguas viviendas de los sirvientes. Estas habitaciones – horno chiflan a la mayor parte de los extranjeros, entre los que me encuentro, pero a pesar de sus terrazas y de su proximidad con el cielo (recuerdo la canción de The DriftersUp on the roof’), la sensación de ganga que acaban despertando estos espacios es limitada.


'They can't have beds!'. ('The old dark house' es una peli
altamente recomendable).


¿Dónde coño voy a vivir, en qué condiciones, y qué tipo de lluvia es ésta que te hace sudar? Ese era mi pensamiento frecuente durante los viajes en metro, los cacheos policiales, las largas horas de autobús y las sesiones de telebasura en las habitaciones de los hoteles. Me patée unos cuantos. Del estupendo par de noches en una casa con vidrieras y ejecutivos, ideal para reponer las fuerzas gastadas por el viaje desde Nepal, a la estridente estancia en Paharganj, el núcleo mochilero más detestable que alguien pueda concebir. Entre medias, decidí hacer caso a la Lonely Planet, como tantas veces, y me fui al barrio de los refugiados tibetanos. La guía define Majnu Ka Tila como un ‘dulce enclave’. Si por ‘dulce enclave’ entiende pasarelas descorazonadoras de tullidos y enjambres de mosquitos transmisores del dengue, no hay que negarle el acierto. Aún así, me quedé allí tres noches por cabezonería, y porque el lugar poseía una diabólica atracción, muy en consonancia con la diabólica sonrisa del Dalai Lama sobre la cabeza de todos los recepcionistas y tenderos. Otro nutrido grupo de mochileros se instaló en Majnu Ka Tila para estrenar su camiseta de ‘Free Tibet’ por las calles miserables de ese barrio construido entre una autopista y un vertedero (también llamado río Yamuna).

Nada de esto es tan terrible como parece. Si fuera terrible, no hablaría de ello, porque no sabría cómo. Casi no sé, siquiera, cómo hablar de lo más trivial.

Mientras tanto, la vida seguía en el Instituto Cervantes, y yo debía prepararme los temarios para mis cinco grupos, que acabo de estrenar hace apenas dos días. Los dos profesores de plantilla me dieron algunos consejos útiles para la búsqueda de piso, y fue gracias a ellos que encontré el mensaje de Mike: ‘Se busca persona madura’. No tenía muy claro si con ‘madura’ se refería al estado cercano a la putrefacción en el que se encuentran algunas frutas o al estado cercano a la putrefacción en el que se encuentran las mentes de algunas personas. Pensé que podría encajar en ambos perfiles. Esa noche fui a ver a Mike, residente de la villa de Dabri, en Janakpuri. Su casa está en la segunda planta de una vivienda bastante maja, a pocos metros de un infierno de tráfico que, milagrosamente, parece lejano una vez te has metido en la calleja que te conduce a ella. El tiempo que Mike tardó en oírme llegar me hizo pensar en un montón de cosas ridículas. Finalmente, Mike no resultó ser un amante inestable de la madurez en todas sus pérfidas vertientes, sino un californiano del montón, tan del montón que tiene un apellido judío y una colección de pósteres de Obama por todo el salón, semejantes a estampitas de Nuestra Señora de los Ruegos. Al igual que muchos norteamericanos, Mike es muy enfático a la hora de hablar y reaccionar ante lo que hablan los demás. He decidido que su buenrollismo puede venirme bien. Es decir, que ahora vivo con Mike.

El tema de la redacción de hoy es: ‘Mi nueva casa’.


‘Mi nueva casa es grande y bonita. El salón es grande y la cocina está en el salón, pero el salón no huele a cocina, porque abrimos las ventanas y la terraza y el humo se escapa por ahí, aunque yo no cocino mucho y Mike (mi compañero) sólo come verduras, y las verduras no tienen mucho humo. Por eso me gusta mi salón. Y porque se puede jugar al fútbol en él, aunque todavía no tengo amigos para jugar. Mike tiene la edad de mi papá, y prefiere escuchar canciones inglesas en su ordenador. No le gusta el fútbol. A Mike le gusta mucho la música y la papaya. Mis vecinos son muy simpáticos, pero no sé cómo se llaman. Son muchos. Tienen un perro tan grande como un velociraptor, y a veces entra en casa y me da muchos sustos mientras estoy haciendo mis cosas. Otras veces el perro se queda abajo y el que entra es el señor casero con sus hermanos. Son buenas personas, y tienen mucho dinero. Construyen piezas que luego se ponen en las máquinas de los hospitales para que funcionen. Por eso son ricos y viajan a Londres y a Venecia. Yo les caigo bien y quieren hacer ejercicio conmigo. Pero a veces no me dejan hacer mis cosas, como cuando viene el perro. Ah. En mi casa también hay muebles y cortinas y una cama y un cubo. Y wi-fi. A veces, los pájaros cantan por la mañana. Me gusta mi casa también por lo tranquila. Creo que la tranquilidad es buena, y ya está. Fin.’


Mis alumnos son, en su inmensa mayoría, chicas y chicos indios de incuestionable hermosura. Qué veranito me espera. Del resto de profesorado y personal os hablaré de forma críptica a partir de los próximos días. Sólo decir que soy muy fan de un lugar de trabajo en el que se cuelan monos por la ventana. A veces se esconden por el conducto del aire acondicionado, sembrando el pánico entre las secretarias y volviendo locos a los mozos de mantenimiento que, silenciosamente, intentan adivinar los pasos del simio sobre sus cabezas, como si se tratase de un Alien que aguardase la destrucción del edificio. Yo es que me parto el culo con los monos.

Para concluir, mi crítica cinematográfica de la semana. La película es bollywoodense y se llama ‘New York’. El nombre del director no importa, porque el protagonista se llama John Abraham, y eso sí que importa. John, la chica y el tercero en discordia son unos indios forrados que residen en la gran urbe norteamericana. Los conocemos desde sus tiernos días universitarios, a pesar de que el John de veinte tacos tenga, en realidad, más años que el Trujas. Poco después, dos aviones se estrellan contra las Torres Gemelas y John es acusado de ser un terrorista y encerrado en Guantánamo. Al pobre lo desnudan, le pegan y le hacen de todo. Eso sí, la luz es muy bonita. Después de una temporadita vomitando puré, John vuelve a la civilización y a las urbanizaciones ajardinadas, donde la chica le está esperando. Se casan, follan (de forma muy tierna y elíptica, todo sin lengua), tienen un niño hermoso, John consigue un gran empleo, pero alguien ha metido algo en su cabeza y, de repente, se convierte en aquello por lo que había sido encarcelado injustamente: ¡un terrorista! ¿Y qué pasa con el tercero en discordia? Bueno, ese chico es un poco pesado y en realidad hace poco más que poner cara de bobo cada vez que aparece la chica de John. Al final pasan muchas cosas, pero ninguna seria. La gran temática americana de principios del siglo XXI es reutilizada como vehículo estelar de una divinidad vigoréxica. Los números musicales, transformados en largas canciones extradiegéticas que aporrean la pantalla como si se tratase de una lenta agonía ejecutada por una máquina insensible al dolor humano, son de traka. Ésta es mi crítica de ‘New York’. Su director ha dicho que está harto de que le consideren un creador serio, y es por ello que quiere volver a la temática ligera, de donde tal vez no hubiera debido salir nunca, pues está claro que no hay nada más noble que la temática ligera. En el Hollywood de los años cuarenta había gente que podía reírse de la Segunda Guerra Mundial y ser brillante al mismo tiempo. Hoy sólo podemos llorar y ser patéticos.


¿Defensa de los derechos humanos? ¿Hipertrofia muscular? ¿Ambas?
Por cierto, John Abraham es el de la izquierda.


Estoy muy feliz. Soy un chico de extrarradio feliz. Las vacas y el tráfico y hasta ese metro tan prohibitivo me hacen feliz. Mike y mis clases me hacen feliz. ‘Breaking bad’ (de la que ya os hablaré) me hace feliz. Y abandono aquí la reiteración poco inspirada. Os invito, queridos lectores, a dejar escritas vuestras impresiones, aunque éstas sean una mera onomatopeya, una obscenidad, un impersonal link o un smiley. Algo. La comunicación es tan bonita como una galleta untada con mantequilla. Salud.

Sergio. 15/07/09.

2 comentarios:

Manuel J. Greciano dijo...

Jo nene, que bien te leo jejejejeje
Llevo un mes para ponerte un mail, pasan cosas en Madrid pero al final no son importantes.
Un abrazo

Saltaprau dijo...

Sergio, soy Manu el de Lieres. ¿Qué tal te va tío? Por fin me paso por el blog, que siempre me daben el nombre y después nunca me acordaba de él.
Primero de todo quiero date la enhorabuena por esti blog porque me parez un sitiu muy guapu pa pasar un ratu bien agradable leyendo les sensaciones que tas teniendo durante esa aventura india. Me encanta como escribes y quiero ir leyendo poco a poco toles entraes antigües.
Por lo que leo debes estar recién instaláu en Delhi, no??
Joder si ye así me encantaría poder vete esti agostu.
Al final vamos a India. Somos seis (el mi hermanu Nacho, Peñuca (Jose el Punky míticu del Abre) y otros tres colegas.
Llegamos a Delhi el 29 de Julio a les once de la mañana y dos hores más tarde cuatro de nosotros subimos en todoterreno dirección Leh pa conocer el norte de la India. Los otros dos van al Rajastán. Después de diez días por Cachemira volaremos desde Srinagar a Bangalore y allí nos reunimos los seis. También pasaremos por Hampi, Goa, Bombay, Varanasi, Agra, y finalmente sobre el 23 o 24 de agostu mataremos el viaje con tres o cuatro noches en Delhi. Ojalá estés allí por eses feches y podamos quedar.
El mi corréu electrónicu ye elsaltaprau@hotmail.com. Escríbeme y así tengo yo el tuyu pa contactar más fácilmente.
Ayer empezó El Carmín y tuve con Bego en el J hablando de lo crack que yes siguiendo vivu allá alantrones, jeje.
Un abrazu gordu!!

Manu Fonseca