domingo, 19 de julio de 2009

LXXV. Locke, Brenda, Peggy y Jesse.



Las nominaciones a los premios Emmy me llaman mucho la atención por varias razones:

a) El material audiovisual presentado a los Emmy es infinitamente mejor que el material audiovisual presentado a los Oscar y, muy probablemente, infinitamente mejor que el presentado a festivales de categoría “A” como Cannes, Berlín o Venecia (visto lo visto en las últimas ediciones). La Palma de Oro del año pasado (‘Entre les murs’) es tan buena como uno de los mejores episodios de ‘Breaking bad’.

b) Son premios. Los premios siempre son divertidos. Nos gusta dar premios a los mejores porque todavía no somos capaces de entender cómo alguien puede ser igual al resto de mortales y ser feliz con ello. La distinción es importantísima.

c) Los Emmys son los premios más injustos y ridículos de la historia, después de los Príncipe de Asturias y los Nobel de la Paz.

Las críticas no han tardado en aparecer, y este año todas parecen concentrarse en la exclusión de la última temporada de ‘Battlestar Galactica’ de todas las categorías importantes, a pesar de que esto no sea del todo cierto (está nominada a la mejor dirección, todo un lujo dado el magnífico plantel de realizadores que trabaja para la tele norteamericana). Otros muchos se han echado las manos a la cabeza con el olvido relativo hacia ‘The Big Bang Theory’ en las candidaturas a mejor comedia. No puedo opinar sobre ninguna de estas dos series, aunque tal vez lo haga a lo largo del verano. O tal vez no. Sí que he visto:

- ‘Dexter’. La historia del ‘asesino favorito de América’ vuelve a ser una de las (este año siete) elegidas. Lo malo de ‘Dexter’ es que, por momentos, parece que se toma demasiado en serio a sí misma. Cuando realizadores, guionistas y el propio Michael C. Hall se relajan, es posible que surja la negrura amoral y divertida que nos cautivó en los dos últimos años. Cuando no, ‘Dexter’ se parece peligrosamente a otras series ambientadas en Miami que tuvieron peor fortuna y peores críticas. Esta serie sigue al borde del abismo. Sin embargo, el episodio ‘Easy as pie’ se convirtió en una de las mejores horas del año, y la presencia de Jimmy Smits (nominado como mejor actor invitado) ha resultado ser, no sin sorpresa, el bote salvavidas de toda una temporada.




- ‘Mad men’. Aunque corre el peligro de empezar a ser detestada por el desproporcionado amor que la Academia le profesa, esta serie es una de las tres mejores que se emiten actualmente y muchos de sus episodios son obras maestras. La gracia de los visionados de ‘Mad men’ es que a uno le parece estar viendo ‘El apartamento’, y tal vez a muchos les extrañe la pertinencia de una serie que, en apariencia, no parece necesitar de la realidad actual para justificarse a sí misma. Pero sólo en apariencia (la brillante season finale de la segunda temporada es muy explícita al respecto). No se trata (sólo) de una advertencia velada a través de la vida de nuestros padres y de nuestros abuelos, allá por los años sesenta; no se trata (sólo) de una historia coral costumbrista; ‘Mad men’ es un drama que bien podría ser contemporáneo y, por suerte, malgasta más neuronas en la humanidad de sus personajes que en la lectura socio-política del ‘american way of life’, aunque la crítica y la reflexión no están alejadas de las tramas, ni muchísimo menos. Además, la serie de Mathew Weiner es tan buena que se puede permitir ser todo lo pretenciosa e insultantemente elegante que le dé la gana, y lo es. Sus guionistas realizan el mejor trabajo imaginable en el duro trabajo de significar un mundo con pinceladas muy pequeñas. Sus actores y actrices (especialmente sus actrices) están a la altura de esta exigencia. Y el conjunto es revelador e inolvidable.

Pero al César lo que es del César: la primera temporada fue bastante mejor (para mí, la perfección). Dieciséis nominaciones a esta segunda entrega son excesivas, más si atendemos al sangrante dato de que en la categoría de mejor guión compiten ¡cuatro guiones de episodio de ‘Mad men’ y uno de ‘Lost’! Esto es un insulto, considerando el enorme talento que hay tras muchas de las series dramáticas estadounidenses. Si de cinco guiones seleccionamos cuatro de una sola serie, ¿qué ánimo estamos dando al resto de autores fundamentales que están cambiando la ficción del siglo XXI? Lo han hecho muy mal. Yo sólo habría nominado los tristes y magníficos ‘Six months leave’ y ‘Meditations in an emergengy’, y, de paso, hubiese ampliado la concurrencia de guiones a esta categoría. Toda esta revolución televisiva se basa, principalmente, en el guión, y es sorprendente que los miembros de la Academia no lo sepan valorar con la cabeza fría.

La buena noticia es que Elisabeth Moss está nominada a la mejor actriz principal. Ella lo merece todo, y su patética creación (Peggy Olson) es lo que me enganchó irremediablemente a ‘Mad men’. Necesito enamorarme de un personaje para que la serie en cuestión me apasione. A partir de ese flechazo, pienso en ese personaje y vivo con ese personaje hasta el punto de que casi se lo doy todo: mis horas de transporte público, mis minutos previos al sueño, mi escasa concentración. Peggy es uno de ellos. Su admirable juego entre la vulnerabilidad y la ambición me vuelve loco. Siempre deseo que sus escenas sean las mejores, las más jugosas, y está claro que ansío su aparición a lo largo y ancho del capítulo. Este apego irracional es propio del formato serial, pero no todas las series son capaces de crear una identificación tan satisfactoria entre espectador y personaje, como sucede con ‘Dexter’, ‘In treatment’ o ‘True blood’, a menudo fantásticas, pero no siempre solventes a la hora de inflamar las imágenes con el alma de los que las habitan. Si yo no estuviera enamorado del John Locke de ‘Lost’, de la Brenda Chenowith de ‘Six feet under’, de la Peggy de ‘Mad men’ o del Jesse Pinkman de ‘Breaking bad’, mi interés hacia las series en las que participan sería mucho más discreto. Pero el caso es que Locke, Brenda, Peggy y Jesse son, inexplicablemente, partes de mí. Tal es el poder de la (buena) narración.


John Locke (interpretado por Terry O'Quinn): 'Lost'.

Brenda Chenowith (interpretada por Rachel Griffiths): 'Six feet under'.

Peggy Olson (interpretada por Elisabeth Moss): 'Mad men'.

Jesse Pinkman (interpretado por Aaron Paul): 'Breaking bad'.


- ‘Lost’. La cúspide del triángulo también compuesto por ‘Mad men’ y ‘Breaking bad’, esta serie predilecta ha tenido la suerte de arañar una nominación para el guión de ‘The incident’ (además de otras dos; montaje y mezcla sonora). Por supuesto, también es una de las siete que compiten a mejor drama, como no podía ser de otra forma, y el señor Michael Emerson vuelve a ser un candidato serio para el Emmy a mejor actor secundario, a pesar de que no lo merezca este año. Josh Holloway (Sawyer) o Jorge García (Hurley) se portan bastante mejor que él en esta temporada, especialmente el primero. Terry O’Quinn ha decidido no presentar su candidatura, quién sabe si por dejarle el terreno despejado a su gran amigo Emerson o por pereza al haber ganado ya una vez. En el apartado de las féminas, las ausencias de Elizabeth Mitchell (Juliet) y Evangeline Lilly (Kate) me producen escalofríos y naúseas.

‘Lost’ no se llevará nada. Probablemente tampoco lo haga el año que viene, ni siquiera a mayor gloria de su final. Sin embargo, y a pesar de no ser una de las series más marginadas por las nominaciones, tal vez su gran calidad técnica merecía un reconocimento mayor; por ejemplo, la fotografía y la dirección de ‘The life and death of Jeremy Bentham’, y la música siempre formidable de Giacchino. Da igual. ‘Lost’ es la magia hecha sonido e imágenes, y no necesita premios. ¿Quién los necesita?

- ‘Breaking bad’. Acabo de ver la segunda temporada y la cabeza todavía me da vueltas. Empecé a ver esta serie como se empiezan a ver todas: curiosidad, morbo, aburrimiento. En este caso, se trataba de una mezcla prodigiosa de las tres. El episodio piloto es un torbellino de sesenta minutos que apenas te deja tiempo para respirar. Creo que sólo el piloto de ‘Lost’ es superior (en su género, por supuesto). La historia del profesor de química (Walter White) reconvertido en traficante de metanfetaminas y, eventualmente, en toda una referencia del cartel de Albuquerque, Nuevo Mexico, es un asombro constante que sabe jugar muy bien con el realismo absurdo, el humor negro y el drama sin concesiones. La evolución de Walter como personaje va paralela a la evolución de un cáncer de pulmón que cambia por completo su vida. Lo que sucede, a este respecto, en la segunda temporada, es tan admirable desde el punto de vista narrativo que os debo pedir que lo experimentéis con vuestros propios ojos (y oídos, porque lo que se oye en ‘Breaking bad’ es tan importante como lo que se ve).


'Breaking bad': ¿quién está a salvo de la mezquindad?


La primera temporada nos dejó con sólo siete episodios (debido a la huelga de guionistas) y un hambre de historias que se disiparía con los trece capitulazos de la segunda entrega. Por destacar sólo unos pocos, ‘Down’, ‘Peekaboo’ (dirigido por Peter Medak, el ilustre realizador de ‘The ruling class’ y del clásico de terror ‘Al final de la escalera’), ‘Over’, ‘Phoenix’ y ‘ABQ’ son obras de arte, cuarenta y cinco minutos milagrosamente concebidos y construidos, emocionantes, nada ampulosos ni relamidos, pretenciosos pero no pagados de sí mismos, maravillosos. Por si fuera poco, ‘Breaking bad’ ofrece un breve experimento audiovisual en la entradilla de cada episodio. Es memorable, por ejemplo, el video-clip de ‘Negro y azul’ o el plano-secuencia de ‘Better call Saul’, filmado como si fuese una cámara oculta. Mención aparte merecen los ya míticos flash-forwards del osito de peluche que se explican de una forma absolutamente impredecible en la season finale.

Bryan Cranston es el encargado de dar vida al señor White. Su caracterización ha desatado ríos de tinta y tormentas de elogios más o menos histéricos, todos merecidos. Ya ganó el Emmy el año pasado, y espero que repita en éste, porque su personaje ya forma parte de la historia de la televisión. Anna Gunn es Skyler, su cotidiana y embarazadísima esposa, una tía con la que te puedes identificar y a la que puedes odiar a partes iguales. Soy muy fan de esta mujer. RJ Mitte es Walter Junior, el hijo con parálisis cerebral de ambos, algo que nunca es manipulado de forma gratuita. Los maravillosos Dean Norris y Betsy Brandt son los cuñados de Walter y los únicos personajes que podrían haber dado más de sí, a pesar de que él (Hank, un americanoide acomplejado, la némesis pueblerina del protagonista) sigue siendo divertidísimo, capítulo tras capítulo. Y por último, el gran gran GRAN JESSE PINKMAN, ex – alumno del señor White y socio en el peligroso mercado de la droga. Aaron Paul ha conseguido una nominación a mejor actor secundario, y se merece el Emmy más que nadie (más que Benjamin Linus, y eso que estamos hablando del villano por excelencia). Me da igual que sea joven y tenga todavía un largo porvenir por delante. Su delirante, frágil, tristísima, inteligente caracterización del bobo drogadicto Jesse, arrogante y constantemente vapuleado por el destino, es ya uno de los reclamos e iconos fundamentales de ‘Breaking bad’. La pareja que forman Walter y Jesse es improbable, y sin embargo, funciona. Entre toneladas de odio y desprecio, un amor desesperado se abre paso entre los dos y los conduce a las situaciones más extremas y significativas. Su relación es el corazón de la serie, y también su mayor acierto. Juntos, bien sea cocinando anfetas, comiendo panchitos, pegándose o preocupándose el uno por el otro, hacen de ‘Breaking bad’ la más adictiva y la mejor de las series posibles. La mejor.

Y esto es todo. ‘House’ y su protagonista me dan igual, ‘Damages’ también, y a ‘Big love’ le dedicaré tiempo cuando encuentre las dos primeras temporadas para descargar. Seguiremos hablando de todo esto a medida que la actualidad corone o destrone a sus vasallos.

(Nota: ver series tiene su contrapartida, es decir, puede anular tu vida social en un santiamén. Lo mejor es coger una temporada por los cuernos, ventilársela en dos noches dedicadas a toda su gloria y esplendor, y resucitar al tercer día. No olvidemos que esto es una droga, y como tal hay que tratarla con yemas de algodón).

Sergio. 20/07/09.

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