miércoles, 17 de junio de 2009

LXVIII. Writer?


Kathmandu me ha obligado a detenerme. Sin preveerlo demasiado, paso casi todo el día en la estrecha habitación del hotel, un lugar muy acogedor y surreal. Mis ocupaciones son diversas y no siempre divertidas. Detenerse puede ser terrorífico, pero merece la pena, aunque sólo sea por esos breves segundos de claridad que aparecen cuando menos lo esperas.

En el libro que debes rellenar y firmar cada vez que llegas a un nuevo hotel, hay una casilla que pone ‘Profesión’. Pueden faltar cosas imprescindibles, como tu número de visado e incluso, en los casos más descuidados, el número de pasaporte, pero siempre debes rellenar la casilla de ‘profesión’. Es difícil completar esa información sin sonrojarte, pues yo no tengo profesión, que sepa. ¿Qué soy yo? ¿Comunicador, tal y como rezaría, supuestamente, mi ridícula licenciatura? ¿Camarero, que es lo único por lo que me han pagado? ¿Director, esa aspiración tan compleja, pero que tanto dice de mí mismo? ¿O escritor, que es lo único que realmente se me podría dar bien, aunque esté lejos de recibir un sueldo por ello? Como veis, una simple casilla plantea un buen número de dudas.

Ser comunicador es un hecho inevitable en cualquier ocupación laboral y en cualquier situación de la vida; no tanto una profesión. Aunque sólo sea por lo mal que se me daba, nunca seré camarero. No soy director de nada, de momento. Sólo soy escritor, y aun así eso es muy pretencioso. ¿Acaso tengo una rutina de escribir? Bueno, he intentando construir algo parecido en los últimos meses. Lo que pasa es que escribir se parece demasiado a una ocupación muy bonita en la que refugiarse cuando no se quieren aceptar las reglas del juego laboral, por escapismo, por ignorancia, por miedo. Escribir, y aceptar estas reglas en forma de trabajo temporal, es compatible, inevitable e infinitamente frustrante. También es frustrante cuando no sabes siquiera si vales para algo tan caprichoso y efímero, dependiente de múltiples variables (esa bella y flageladora inspiración). Con lo cual, ser escritor es algo que sólo podrían decir aquellos que, de hecho, venden sus manucristos y reciben adelantos para crear sus obras magnas. No yo, desde luego. Así que no soy un escritor. Pero dejé de estudiar, por fin, y sé lo mucho que deseaba librarme de todo ello. Así que tampoco soy estudiante. El deseo de auto-trascendencia, o la necesidad que tenemos de una visión positiva y estimulante de nosotros mismos, me hace poner ‘Writer’ en la casilla correspondiente. Todo ello me da vergüenza. Pero también origina situaciones curiosas, como la siguiente.

El regente de mi hotel en Kathmandu es un nepalí fascinante, ex – futbolista, considerablemente adinerado, ligeramente alcohólico, charlatán, amante de las vísceras del búfalo, y con un complejo de ‘mecenas’ que me dejó atónito. A la segunda noche de mi estancia, después de una cena tardía, crucé la recepción con prisa pero la voz de este hombretón rugió desde la mesa que compartía con una pareja presumiblemente europea. ‘Éste también es escritor’ me dijo, señalando al elemento masculino de dicha pareja, un hombre suizo, afectado, con un inglés más afectado todavía. Lo primero que pensé fue ‘este hombre se memoriza todas las profesiones de sus huéspedes, mierda’. Me vi obligado a socializar un poco, por cortesía. ‘¿Y tú qué escribes?’, me preguntó el suizo. ‘Obras de teatro, guiones… a veces… nada que se haya perpetuado mucho o se haya realizado… completamente…’ El deseo de salir de semejante encrucijada es apremiante. Mi interlocutor, cuyo nombre todavía desconozco a pesar de que nos vemos todos los días, tampoco fue muy explícito acerca de sus escritos. Pero él tiene menos miedo a la hora de hablar de su talento. Es envidiable, por un lado, y por el otro es un poco patético. El elemento femenino de la citada pareja, su novia, viaja con él de un lado a otro del globo, recopilando experiencias, hoteles e idiomas, fumando como auténticos posesos, y exhibiendo un forzado interés por todos los desmanes del mundo. Pero no son los primeros intelectuales. El hotel en el que me hallo ha sido oficina de muchos escritores cuyos nombres alemanes he preferido olvidar. Sus libros dedicados duermen bajo el cajón de las llaves. Todos ellos hablan maravillas del regente, y en cuanto le conocen no ven la hora de establecerse allí para escribir y soñar y beber néctar de los dioses. Yo no estoy tan enamorado de mi regente, por muy bien que me caiga. Y se me ocurren mejores sitios para escribir. Pero el caso es que el hombre me trata a mí y al suizo como si fuéramos estrellas, nos invita a cenar, nos atiborra a chang y a licor de arroz, y nos cuenta todo tipo de historias para saciar nuestra sed de anécdotas. Todo esto es muy divertido. Pero no siempre. Porque ‘ese trato de escritor’ es extraño, e inmerecido, y, ciertamente, muy pedante. Conocer al suizo y a su novia, oírles hablar y actuar, contemplar sus ojos encendidos, me hace pensar en lo que nunca en mi vida querría ser, aunque se parezca, peligrosamente, a lo que en realidad soy.

En otro orden de cosas, el valle de Kathmandu despliega un interés que es infinito, y esa es otra de las razones por la que esta parada es tan prolongada. Antes de renovar mi visado indio he decidido dar un poco de tiempo a Nepal, en el caso de que algo interesante suceda. En la única academia en la que se imparte español, o la única a la vista, están encantados conmigo, pero no me llaman. Hace escasos minutos que he escrito un minucioso plano de mi vida, con todos los pros y los contras de todos los lugares en los que me he visto en circunstancias similares a lo largo del subcontinente. La tan soñada Calcuta es una asignatura pendiente, y sigo teniendo una corazonada, pero el tiempo para las corazonadas es cada vez más limitado. De momento, todavía me quedan unas pocas semanas aquí. Mis nuevos hallazgos en el guión me tienen bastante alterado y atento a esa vida paralela, la de la ficción, que si bien puede destruirte, también es la única que puede sacarte una sonrisa cuando te miras en el espejo de tu cuarto y te preguntas, ¿qué carajo haces en Kathmandu, chatín? Por supuesto, sé muy bien que no querría estar en otro sitio, y que no querría hacer otro tipo de vida ahora mismo. No tengo más que pensar en esos breves segundos de claridad.

Sergio. 17/06/09.

1 comentario:

Maestrando dijo...

..tela...
La lectura de la reflexión.. abre muchas puertas.. pero no voy a incitarte a mirar en ellas.. supongo que abrás cerrado, muchas más, de las que ante mi se abren..
Un abrazu.. "chatín" jajajaj...